“A diferencia de lo que pasó en la visita pasada, no hubo restricciones. Nos miramos y nos abrazamos, al fin”.

Daniel Comparini.

“Me llamaron para decirme que había un programa piloto en el que podía participar. Significaba poder abrazar a mi mamita así que dije al tiro que sí”.

Patricia Díaz.

“Mi hijo será papá”

Viviana Parra Miranda (59), educadora y docente universitaria

No me considero una persona melodramática. Pero no ha sido fácil pasar por todo esto sola. Me vine a vivir a Malloco desde Santiago, hace un año. Otro aire, menos polución, ambiente campestre. Pero llegó el coronavirus y a causa de esto, fallecieron una amiga y la suegra de mi hermano. Por mi parte, soy hipertensa, así que estoy dentro del grupo de alto riesgo. Por eso no salgo de aquí. Tengo unos vecinos que me han apoyado mucho, pero nos vernos a distancia segura. Todo desde lejos. A mi único hijo lo vi hace mes y medio. Habían pasado tres meses antes de eso. Pero no fue una visita de regaloneo. Caí enferma y no sabíamos qué podía ser. Mi hijo trabaja en salud, así que vino a verme. Yo intentaba estar bien para compartir con él. Pero no lo lograba, no hubo un vínculo real esa vez. Sólo sabía que estaba ahí, a distancia -por su trabajo-, observándome, hasta con mascarilla puesta. Finalmente fue una intoxicación que me duró diez días. Él me compró remedios y mis vecinos me hicieron comida y me consiguieron los medicamentos después, cuando se me habían terminado.

Hace poquito mi hijo me dio la hermosa noticia de que, con mi nuera, están embarazados. Seré abuela de una niñita. Fue extraño no poder celebrarlo con alguien. Tuve que abrazar a mi perrita. Pero pasé seis meses sin abrazar a alguien.

Poco después, me enteré de que los dos se contagiaron de coronavirus. Fue terrible, porque tampoco hay estudios sobre cómo esto puede afectar el embarazo. Por suerte, no les dio fuerte. Aunque mi nuera estuvo con dolor de cabeza por todo un mes.

El miércoles pasado por fin nos reencontramos en familia: mi hijo, mi nuera, mi nieta. Eso sí, todo desde el distanciamiento social. Por un lado pensaba, ‘es mi único hijo, cómo no voy a abrazarlo'. Pero no podemos correr riesgos, hay que acostumbrarse. El cariño se siente igual. Nos tocábamos con los codos.

Comimos asado, como a él le gusta, ocupando eso sí distintos cuchillos y utensilios. Tomamos solcito, regaloneamos, compartimos recostados en extremos distintos de la pieza. Y mi nuera me ofreció tocar su guatita. Fue muy emotivo, por fin pude celebrar la noticia de mi nieta. Me contuve para no llorar. Eso queda para después.

Se fueron tarde. Yo me dormí feliz. Mi perrita, también. Ahora sólo añoro seguir regaloneándolos.

“Bailar con mi padre”

Ixa Llambías (29), comunicadora

Fue intenso reecontrarme con mi papá después de tantos meses. Lo había visto el 21 de abril, para su cumpleaños. Yo vivo en Pichilemu, pero estuve en Santiago esos días. Ya había una cuarentena estricta, a diferencia de lo que pasa en mi ciudad, donde hasta hoy no hay contagiados. Esa celebración fue rara, porque él tenía muy en la cabeza el tema del distanciamiento social, así que ni siquiera quiso que lo abrazara.

Nosotros somos una familia acostumbrada a la videollamada, porque mis hermanas viven en el extranjero, mi papá en Santiago y yo hace rato que me fui a la playa. Y él es mi amigo, le cuento todo y lo llamo siempre para pedirle consejos. Pero, obviamente, esto de la pandemia lo hace todo mucho más heavy.

Después de su cumpleaños no nos vimos hasta la semana pasada. Lo extrañaba. No podía hacerle una visita sorpresa, porque se cuida al punto de que no sale de la casa ni para comprar. Tiene hasta luces ultravioleta en la entrada del departamento para desinfectar todo lo que entra. Así que no fue extraño que me pidiera que me cuidara mucho antes de ir. Y lo hice. Llegué llena de cosas ricas para comer. Como no puede venir a Pichilemu, yo le llevo las bondades de la playa y le cuento cómo y dónde es que mis amigos las pescan. Así lo hago salir de la casa, aunque sea mentalmente. Obviamente desinfectó todo con su luz ultravioleta.

Ese día él tenía que teletrabajar, así que esperé a que terminara para que compartiéramos. Y apenas lo hizo, nos pusimos a tomar micheladas, a conversar, ponernos al día, recordar el pasado, contarnos todo. De la nada nos pusimos a hacer ceviche, tomamos gin tonic y todo lo que tenía en su bar. Terminamos bailando, él, su polola y yo, hasta las 5 de la mañana, con esa música que solía poner cuando yo era pequeña, como Pink Floyd y Led Zeppelin. Ese día logramos traspasar la barrera física. Después de cuatro meses, necesitábamos cariño real. El pobre estuvo con caña hasta el domingo. ¡Fue muy chistoso!

“Abrazar a mi hermana”

Daniel Comparini (34), periodista y músico

La última vez que había visto a mi hermana, fue en marzo, a días de mi matrimonio, que sería el 21, pero que al final tuvimos que postergar por esto de la pandemia. Nosotros no somos de esos hermanos que hablan todos los días. Pero hay un amor y un respeto profundo que nos une, más allá de esa lógica. Pasaron cinco meses en los que, desde lejos, por teléfono, me enteraba cómo estaba ella, que es una nutricionista que trabaja en un hospital, enfocada en niños de escasos recursos y que tienen cáncer. En este contexto, muchas veces es cáncer y coronavirus. Estaba el caso, por ejemplo, de una guagua a la que le detectaron el virus apenas nació. Así que la tuvieron que mantener no sé cuánto tiempo alejado de sus padres, mientras mi hermana la cuidaba. Ese es su día a día.

A mis papás los pude ver para el Día de la Madre, en mayo. Habían levantado la cuarentena en nuestras comunas así que aproveché de ir a saludar a mi mamá. Pero fue extraño, todo con mucho cuidado, guardando la distancia. Apenas nos saludamos. No hubo abrazos.

El 7 de agosto pasado, a una semana de mi cumpleaños, me llama mi papá y me avisa que mi hermana los iría a ver. Fue como ‘chuta'. No lo tenía pensado, pero quise ir. Cuando llegamos con mi polola, estaban sólo mis papás. A diferencia de lo que pasó en la visita pasada, no hubo restricciones. Nos miramos y nos abrazamos, al fin. Pero, después llegó mi hermana. Vi como ella y Bárbara, mi polola, se saludaban sin tocarse. Llegó mi turno, y hubo un momento de duda. Por fin nos veíamos. Por fin podía constatar que ella realmente estaba bien. No es que no le creyera cuando me lo decía por teléfono, pero necesitaba verlo con mis propios ojos. Entonces, nos dijimos ‘no nos hemos visto en cinco meses'. Nos sonreímos y nos abrazamos. Fue intenso.

A pesar de que lo pasamos muy bien ese día, quedé con sensaciones cruzadas. Por un lado sentí esa nostalgia de los tiempos pasados, cuando nos podíamos ver y compartir, sin restricciones, ¡qué bacán era la vida antes! Pero, por otro lado, pensaba en lo frágiles que somos. En si será que las dinámicas de relacionarnos cambiarán para siempre. Hasta con la familia. ¿Cuándo va a terminar esto?

“Ver crecer a los niños”

Camila Cortez (26), publicista

Fue para el Día del Niño. Pudo haber sido antes, pero preferí esperar a que hubiera pasado más tiempo y, además, se dio que descuarentenaron mi comuna (Providencia) y la de mi mamá (Ñuñoa). Ese día me fui a dormir a su casa. Habían pasado cinco meses desde la última vez que la había visto. También a mis tres hermanos, de 23, 19 y 7; y a mi sobrinita de 1, que viven con ella. Antes iba todos los domingos a almorzar, pero desde que comenzó la pandemia, sólo nos veíamos por Zoom.

Pocas semanas antes había tenido mi primera salida, desde el desconfinamiento. Nos vimos con mis amigas en una casa, pero todo fue súper restringido. Una de ellas me quiso abrazar y yo la paré, ‘el distanciamiento social', le dije, y me encontraron súper cuática. Pero igual todas estábamos con mascarillas, porque ninguna sabía si realmente las otras no salían. Pero con mi familia es diferente.

Cuando llegué a la casa de mi mamá, me bañaron en Lysoform y en todo lo que tenían para desinfectar. Me hicieron quitarme las zapatillas. Al principio fue como ‘ya, qué alaracos', pero después yo misma les decía, ‘ya, no, échame acá también', y nos moríamos de la risa. Pero estaba bien, al final, era lo que teníamos que hacer. A fines de mayo, principios de junio, mi hermano tuvo coronavirus. Por suerte no fue grave y a los pocos días se sintió mejor. Pero fue un susto para todos.

Después de desinfectarme entera, nos abrazamos todos. Y, por fin, pude compartir con mi hermanito, al que le llevo 19 años de diferencia, entonces es como mi hijo; y también con mi sobrina, que hace poquito había cumplido su primer año y yo no pude estar para festejarla. Eran a los que más extrañaba. De hecho, les llevé miles de regalos, jaja.

Es chistoso, porque recuerdo cuando hablábamos por videollamada al comienzo, y veía que a mi hermanito se le habían caído dos dientes. Y mi sobrinita no sabía caminar, ni sentarse. Cuando estuve donde mi mamá, él ya tenía sus dos paletas crecidas y ella ya caminaba y estaba enorme. Eso fue lo más fuerte. Verlos grandes. Es que los niños crecen tan rápido, que son el símbolo más visible del tiempo que estuvimos separados. Fue muy emocionante.

“Una experiencia inolvidable”

Patricia Díaz, dueña de casa (62)

Soy hija única. Mi mamá, Alicia Martínez, es lo único que tengo además de mi esposo y cinco hijas. Hace tres años, después de que enviudó, decidió que tenía que ingresar a una residencia. Yo no podía traerla al departamento, en Recoleta, así que cuando me hablaron de postular a la residencia de Conapran –en la comuna de Las Condes-, lo hice al tiro. Tuve mucha suerte, nos aceptaron de inmediato y mi mamita, que es completamente autovalente, se fue sin problemas, firmando sus papeles y todo. Pero es duro dejar a tu mamá.

Nuestra rutina desde entonces siempre fue la misma: una vez a la semana le llevaba a la residencia todas sus cositas, como sus galletas dulces, pan de molde, lo que necesitara; y los sábados la iba a buscar para que se quedara conmigo el fin de semana. Salíamos a pasear, íbamos al mall, y todos los domingos venían mis hijas a la casa con todos los nietos y maridos. Pero desde marzo todo eso se acabó. Nos prohibieron ir a visitarla y como al mes, se enfermó de coronavirus. Por suerte solo la afectó del estómago y nada más, pero la tuvieron aislada harto tiempo. ¡Yo me quería morir del susto si está por cumplir 93 años! Ella me decía, ‘hija, nada que ver si no tengo nada, me siento bien', pero el PCR le salió positivo.

Como mi mamá es medio sorda, hablar por teléfono, nuestro único método de comunicación, es un desafío. Mi esposo me manda a la terraza a conversar porque tengo que gritarle. Por eso fue tan especial lo que vivimos el lunes. La semana pasada me llamaron de la residencia para decirme que había un programa piloto en el que podía participar. Significaba poder abrazar a mi mamita así que dije al tiro que sí. Fueron como 20 minutos, en una cabina plástica que nos impedía tocarnos, pero con unos guantes amarillos plásticos que conectaba con el exterior y que me permitieron tomarle las manos. ‘Te amo mamita!, ¡Te extraño!' es lo que le repetía sin parar. Es una experiencia inolvidable. Ella estaba tan feliz, la noche anterior se puso sus cachirulos, llegó toda arreglada. Es que mi mamá es así, siempre se cuida y preocupa de verse bien. Después de 20 minutos tuvimos que despedirnos. Y me dijo ‘hija, este día lo voy a marcar en el calendario porque es muy importante'.

* El reencuentro entre Patricia y su mamá se enmarca en el plan piloto “Cabinas de visita segura”, de SENAMA. “Son dos cabinas que estarán instaladas por 10 días, una en el Eleam de Huechuraba y la otra en el hogar de Conapran de Las Condes. Cada visita durará media hora por residente y el procedimiento contará con todas las medidas de salud necesarias”, dice el director de la entidad, Octavio Vergara.

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