“Es súper simple el por qué sería voluntario: porque es mega necesario. No lo veo como un sacrificio, y me parece que los posibles beneficios a largo plazo superan lo que le podria pasar a uno… no hay que ser egoísta en ese sentido. Uno, claro, como que se tira al fuego si es que no resulta bien, pero tampoco se trata de una prueba en un estado tan inicial. Es una fase de pruebas más masivas y le tengo toda la fe a los científicos de que no están haciendo las cosas irresponsablemente. Al final, creo que va a salir más rápido de lo que suele ser porque hoy hay muchísimas más cabezas enfocadas en esto, y muchísimos más recursos también. En el fondo, creo que las implicancias de que la vacuna resulte bien son tan importantes a nivel mundial, tan relevantes los beneficios, que no podría decir que no”.

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“Voluntaria, no sería. Soy súper pro vacuna y con niños además te cae la responsabilidad de ponérselas. Pero sabes que son vacunas que están hace años, súper probadas. De hecho, les he puesto hasta las optativas a mis hijos. Pero ser conejillo de indias de una vacuna me da miedo. Quizás si fuera soltera y no tuviese hijos lo haría, porque tu nivel de riesgo es más elástico. Pero como mamá no puedo pensar en arriesgarme. Con una guagua de seis meses y un niño de dos años no podría pensar en que me pase algo. Me necesitan y harto.

En el futuro, confiaría en la vacuna que las autoridades chilenas dieran como mejor opción, pero espero que se hagan cargo de esa decisión y me entreguen argumentos de por qué se optó por esa alternativa. Argumentos científicos. Porque también hay un tema económico de por medio. Los laboratorios compiten por quién mete el gol primero y, por ahí, se pueden saltar algún protocolo. Se decía que habría una vacuna en un año más y ahora estamos a punto de encontrarla, es sospechoso. No es que crea que nos pondrán un chip, no soy de teorías conspirativas, pero sí quiero estar segura de que se cumplieron los protocolos necesarios para saber que la vacuna no tiene efectos colaterales. De hecho, probablemente no sería la primera en la fila para ponérmela, esperaría un poco”.

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“Sería voluntario más que nada para salir del confinamiento. Tengo poca confianza en la forma en que el Gobierno maneja la pandemia, por lo tanto, preferiría sentirme protegido en el caso de una segunda y tercera ola. La vacuna sería la forma más efectiva y tengo confianza en la medicina chilena y en la internacional. Entiendo los riesgos que esto implica, pero prefiero asumirlos, porque por muy vacunas de prueba que sean, están en una etapa de desarrollo que algún tipo de seguridad mínima deben entregar. En fin, estoy dispuesto a hacerlo en pos de poder retornar a una vida más normal”.

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“Cuando Kennedy dijo que llegaría a la luna, se hizo un esfuerzo de esta envergadura. Se invirtió mucha plata, se involucró mucha gente y se aceleraron procesos”, dice el doctor Salazar al buscar un paralelo a lo que se vive hoy en la búsqueda de una vacuna.

El IMII es uno de los laboratorios responsables de los ensayos clínicos que se iniciarán próximamente. El centro, que reúne a científicos de la Universidad Católica, la Universidad de Chile y la Universidad Andrés Bello, se especializa en la investigación de terapias, soluciones farmacológicas y vacunas como la del virus sincicial respiratorio (VSR). Salazar comenta que aún están a la espera de la aprobación de los protocolos presentados al Instituto de Salud Pública, entre los que se plantean los criterios de inclusión y exclusión de los voluntarios sobre los cuales se ensayará la nueva vacuna.

“No es cualquier persona ni elegido a dedo. La selección depende de una estrategia, pero una de las más comunes es probar la vacuna en el personal de salud, porque son quienes están más expuestos y están encargados de contener los brotes”, explica el también vicerrector de Investigación y Desarrollo de la Universidad de Chile.

Salazar asegura que la celeridad del proceso se debe a que existe una inversión de recursos y voluntad política sin precedentes, a lo que se sumauna comunidad científica que “a pesar delas carencias se puso al servicio de la mitigación de la pandemia”. Aclara que esto no ha significado “saltarse etapas”, pues “hay elementos centrales ineludibles en la investigación, por más emergencia que exista. Y temas éticos también”.

¿Cómo opera la bioética en el proceso? “Lo que choca es la necesidad de contar con una vacuna y la de que ésta sea realmente segura. Colisionan, porque la urgencia puede llevar a algunos a ser más audaces, pero tampoco podemos ser tan conservadores de pensar que, independiente de los resultados tenemos que esperar dos años, o más, porque a lo mejor en diez años la vacuna producirá un daño renal. Todo fármaco e investigación científica corre ese riesgo”, sostiene Salazar. Lo que prima, entonces, es “¿cuál es el problema más grave? ¿La diseminación de la enfermedad o los potenciales problemas que pueda tener el 0,01% de los individuos vacunados? Esos elementos se consideran en una decisión ética”.

Por otro lado, señala que la discusión científica está en cuán extenso debe ser el estudio fase 3. Y reconoce una disyuntiva: “Algunos hablan de cuatro o seis meses, pero eso no se condice con la necesidad de establecer un estudio largo”. Este ensayo, dice, “no puede ser corto, de aquí a un mes. Es el ensayo general, la verdadera prueba. El seguimiento no puede ser menor a un año o no sabremos los verdaderos efectos de la vacuna”. Sin embargo, el cómo se comporta la pandemia también es factor: “Si a los seis meses se ve que el 80 o 90% de los voluntarios no se enferman y que hay evidencia de que funciona, no podemos alargar esto en forma dogmática”. Al final, “la decisión es política”.

Verónica Cáceres, Llambías Comunicaciones

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