Recibir a sus clientes-amigos, como los llama Joan Usano, recomendarles libros y hablar de la vida. Así era el día a día del dueño de la librería Takk, ubicada a un costado del Drugstore, por la calle Andrés de Fuenzalida, en Providencia.

Así era, al menos, antes de octubre del año pasado, cuando la dinámica del dueño de este local hace más de una década, se transformó por completo.

“El estallido fue un golpe, tuvimos que reducir el horario, luego abríamos sólo algunas horas al día. Hubo una bajada sensible. Yo además vivía en plena Plaza Italia, así que me tuve que mudar… Ha sido una tras otra, no sé cómo sobrevivimos. En 2016, nos tocó la inundación”, explica.

Usano bajó la cortina de la tienda en marzo y desde entonces, sólo volvía a buscar los libros que sus clientes más fieles le han ido pidiendo durante la prolongada cuarentena. “No tenemos tienda online, solo me escriben por whatsapp o algún amigo. Pero es sólo eso. Y no da para mantenernos, es más que nada para que la gente sepa que seguimos”, explica Usano, que asegura que hasta el momento y gracias a sus ahorros y su orden financiero, ha logrado mantener la librería en pie.

“No hay crédito, ni nada eso. Y he seguido pagándole a mis empleados todo este tiempo”, agrega en su primera semana con las puertas abiertas, que según los estrictos protocolos sólo le permite atender a dos personas máximo en la tienda, usando mascarillas y alcohol gel.

Como él, los dueños tras otras librerías emblemáticas de Santiago, como Ulises Lastarria, Metales Pesados y Lolita, han tenido que recurrir a sus ahorros, a créditos del Estado y privados, además de acogerse a la ley de protección al empleo para poder subsistir estos meses.

“Una de las motivaciones para endeudarnos fue asegurar el trabajo de todo el equipo e inventar un nuevo modo de funcionar”, explica Francisco Mouat, dueño de Lolita. “Hasta el momento, no hemos dejado de pagar ninguna de nuestras obligaciones. Y confiamos en mantenernos en ese estado”, agrega.

Una medida que, lamentablemente, no a todos les ha resultado, como es el caso de Ulises Lastarria. “Los bancos no nos ayudaron porque como estamos en la zona cero somos demasiado riesgosos”, afirma Elena Bahrs, socia de la librería.

“En un principio hubo muchas ofertas de ayuda que no se materializaron, lo que ha sido muy frustrante, pero creo que todos mantenemos la esperanza de que esto se revierta”, agrega. “Y que se haga patente la importancia que se dice que tiene la cultura en el desarrollo del país”.

Adiós a una cultura

Para muchos de los libreros, adaptarse a la venta online se volvió un verdadero desafío, ya que si bien unos estaban más preparados que otros, su espíritu como negocio se centra en el trato personalizado y directo con los clientes.

“Cuando viene alguien en busca de un libro te pide recomendaciones, salen después con otros tres. No es venir por un libro y listo. Es más que eso”, explica Sergio Parra, de la librería Metales Pesados, que con una sede en José Miguel de la Barra y otra en Alameda, recién el lunes podrá volver a operar. “Ahora nos pueden escribir y hemos ido haciendo despachos todas las semanas, pero eso no da como la venta presencial. No alcanza”, explica.

Similar ha sido la experiencia de Ulises Lastarria: “No es llegar y ponerse a vender online”, explica Elena Bahrs. “Nosotros tenemos que pasar todo el inventario de la tienda y eso demora. Además con permisos tan reducidos y solo viniendo nosotras (las dueñas) una vez a la semana es complicado. Pero bueno, estamos intentando resistir. Le tenemos tanto cariño a esta tienda, a su historia, son diez años, nos han pasado muchas cosas, no queremos pensar en cerrarla”, agrega.

En Lolita, en tanto, están a pocas semanas de lanzar su tienda virtual, que le permitirá a los clientes vitrinear y comprar directamente en la página web. “Por ahora vendemos a través del correo electrónico, despachamos o facilitamos las cosas para que retiren sus pedidos a una cuadra de nuestra librería”, dice Mouat.

¿Un futuro con distancia?

Conscientes de que los procesos de desconfinamiento serán extensos y de que pueden retroceder, pensar en un retorno al funcionamiento pre pandemia se ve lejano. Aún así, apelan a que la nostalgia por esos encuentros en los que una persona podía ir a sus tiendas en busca de recomendaciones, de una relación más cercana, les permitirá reponerse. “Ese negocio de barrio, que no es frío, que no está ahí solo por la transacción comercial sino que por algo diferente, eso toma otro valor”, afirma Usano, de Takk.

“Si miras acá en el barrio, aquellos locales que no han reabierto y que quizás no reabrirán son aquellos en los que los dueños nunca han estado ahí. Que los tienen solo para generar dinero”, agrega.

Eso mismo es lo que motiva a Sergio Parra a volver a levantar su cortina el lunes, cuando Santiago al fin entre a la etapa de transición. “Sabemos que ahora es cuando se necesita la mayor responsabilidad, pero por supuesto abriremos. Quizás sea por menos horas, porque sigue el toque de queda y el transporte opera diferente, y esperamos que la gente empiece a venir”, afirma.

“La gran preocupación ahora será poder volver a pagar los sueldos, porque al regresar al trabajo el seguro de cesantía ya no cubre a los empleados y no los podemos dejar sin su sueldo”, dice.

Francisco Mouat, por su parte, cree que pensar en la antigua normalidad es algo aún lejano. “Tengo la sensación de que esa manera de vivir una librería como la nuestra tardará un tiempo largo en recuperarse. Mientras no haya vacuna, no sé si tengamos otro camino para mantenernos vivos que la venta online, la generación de contenidos en nuestras plataformas virtuales y el saludo a distancia a nuestros amigos que, espero, sigan confiándonos la compra de libros, para que nuestros espacios permanezcan vivos”.

LEER MÁS