“La intensidad que hay acá se ve en el comportamiento de la gente,

en que si quieres hacer algo,

lo haces

con todo”. Cristian Luna, audiovisualista villalemanino.

Un astrónomo autodidacta que predice terremotos, la peor tragedia ferroviaria del país -con 58 muertos y más de 500 heridos, en 1986-, un vidente que dice contactarse con la Virgen, un indigente que sobrevive a tres atropellos del tren; todos hechos que forman parte del historial de Villa Alemana. Así como tres de los crímenes más cruentos de los últimos 15 años.

“Nos duele el alma cuando nos hacemos famosos por situaciones como las que han pasado, el caso del profe Nibaldo (Villegas) o el del Chacal de Peñablanca, para qué decir el asesinato de Ámbar, que nos tiene conmocionados a todos”, lamenta el concejal Claudio De la Horra, quien se resiste a creer que son estos casos los que definen al que desde 1977 ha sido su hogar.

“Pensábamos en la historia de la ciudad, en esa intensidad que había desaparecido, y en cómo éramos felices en la ausencia del vértigo”, escribe Álvaro Bisama en ‘Ruido' (Alfaguara, 2012), sobre la comuna en la que vivió durante su infancia y adolescencia. Una ciudad, cuyo paso de la ruralidad a la urbanización fue sin mayor transición, dicen los vecinos más antiguos.

Una zona que describen como tranquila, que vive el día a día, pero que de pronto se ve enfrentada a episodios tan violentos como bizarros, tan enigmáticos como delirantes. Y que es cuna de innumerables músicos, literatos y artistas. “Esta ciudad siempre ha sido considerada como algo freak”, asume el periodista, escritor y residente Rafael Sarmiento.

De Darwin a Elías Figueroa

“¿De dónde es el mejor defensa central de todos los tiempos, Elías Figueroa? ¿O el dramaturgo Andrés Pérez, creador de la Negra Ester? ¿Y el sismólogo que predijo el terremoto del 85, Carlos Muñoz Ferrada? ¿El mítico poeta nacional Juan Luis Martínez?”, pregunta retóricamente Sarmiento. Lo hace con humor. Es parte, dice, del “chovinismo villalemanino”.

“Pasa que la gente valora mucho el ser de acá”, explica Mauricio Miño, vocalista de la agrupación ska punk Sonora de Llegar, oriunda de la zona. “Es un orgullo el Elías Figueroa, La Floripondio, Chico Trujillo. A nosotros nos encanta decir que venimos de acá cuando tocamos en otros países”, añade.

“Lo curioso es que nadie nace en Villa Alemana”, dice el comunicador audiovisual Cristian Luna. “Solo los más viejos, porque no hay hospital, y en sus tiempos las matronas iban a las casas”.

Para el concejal Claudio De la Horra, el fuerte arraigo de los habitantes de Villa Alemana se remonta a su fundación. “Cuando nos anexaron a Quilpué, en 1928, la gente se unió, protestó y hasta, se dice, hubo escaramuzas. Hasta que volvimos a ser comuna en 1933. En varias ocasiones he propuesto celebrar los 11 de julio, nuestro día de independencia. Acá la gente valora nuestros símbolos”, cuenta.

Son 97 km2 y cerca de 127 mil habitantes los que componen la comuna de la provincia de Marga Marga -V Región-. Es una de las más densamente pobladas del país, según el concejal, y en donde, asegura, se conocen todos. “Al menos los más antiguos”.

Y entre ellos, la mitología crece: “Dicen que pasó Darwin camino al cerro La Campana, cuando estaba creando su Teoría de la Evolución, o que hubo una placa en la parte alta del pueblo donde alguna vez estuvo el pintor Paul Gauguin”, comenta Sarmiento. “Son cosas que rayan lo absurdo, pero el dato más freak es que acá hay una de las pocas copias que existen en el mundo del auto de los Dukes de Hazzard. Lo he visto”.

El impulso creativo

“¿Por qué haces música?”, le preguntan al entonces verdulero Aldo Asenjo. “Necesidad, descarga, violencia, ganas de, deseo, rayadura (…)”, responde ‘El Macha', vocalista de La Floripondio y Chico Trujillo. Fue en un capítulo de El Mirador (TVN) emitido en 1995 y titulado Jóvenes y Rock. Dos características que marcan a fuego a Villa Alemana.

Desde los pivotales Oveja Negra a la incipiente Veró, pasando por Villa Alemana Rock, La Floripondio, Chico Trujillo, Sonora de Llegar y los más contemporáneos, Amarga Marga o Chico Bestia. Desde la trova, al rock, al hip hop y el pop, “la ciudad de la eterna juventud”, como reza su eslogan, ha sido cuna de generaciones de músicos.

“En los 90 se hablaban de que esto era como el Seattle de Chile”, cuenta entre risas Mauricio Miño, en referencia a la cuna del grunge en EE.UU. “Levantabas una piedra y te salía una banda”, complementa Luna.

¿Por qué esta relación tan fecunda con la música? Miño dice que “hay una locura latente en este lugar que impulsa la creatividad o, como dijo el Macha, estamos muy aburridos y no hay nada más que hacer”. Luna dice que la raíz está en la Cadena Musical Prat, radioemisora que desde 1955 transmite por altoparlante en el centro de la ciudad. “Toda la gente que va al centro escucha música. Algo súper pueblerino”, dice. El concejal De la Horra coincide y agrega otro dato: “Fuimos una de las primeras comunas del interior en tener un teatro”, dice refiriéndose al Pompeya, monumento nacional desde 2009.

La literatura y el arte también son fecundos en la zona. El escritor Álvaro Bisama, la artista plástica Esther Valencia, el pintor Pablo Carreño, además del mencionado poeta Juan Luis Martínez, son algunos de los exponentes. Alejandro Zambra vivió parte de su infancia en la ciudad.

También Rafael Sarmiento, con tres libros publicados y una editorial independiente: Ediciones Barrancas. Sin embargo, él mismo plantea que más que una gran producción local, lo que hay es una manifestación literaria de la realidad. “Es como cierta ficción que se vive en este pueblo que está entre Santiago y Valparaíso. Una ciudad tranquila, que de vez en cuando sale en la prensa con noticias escabrosas como lo de ahora, lo del profesor Nibaldo Villegas, o cosas más freak, como el vidente y el montaje que hubo ahí. Como un Twin Peaks chileno”.

Generación “mutante”

El ritmo sincopado se mantiene inalterable, mientras el público se agolpa contra el escenario. La transpiración brota de los cuerpos, y en forma de vapor contrasta contra la oscuridad la noche. Entonces, los bronces lanzan las notas altas sostenidas, y el clímax se desata en la parcela del ‘Joaco Pérez', dueño de ‘La Micro', uno de los principales espacios del circuito musical villalemanino entre los 80 y 90, llamado así por el microbús en desuso que se encuentra de fondo.

La escena era común en los Festivales de Fin del Mundo, organizados por El Macha entre 2003 y 2010, en el que se reunían miles de jóvenes de toda la zona. Algo que también se repitió en instancias pasadas, como en el “Necro Metal” del 88', el primer encuentro de su tipo celebrado subterráneamente en el país, que comenzó a consolidar a una generación unida por los géneros más pesados del rock y por la “autodestrucción”, provocada por el desmadre. Son ‘los mutantes'.

“En los 90 nuestra generación salió un poco de todo lo que pasó en la dictadura y se generó una especie de desahogo, que en algunos casos llegó a ser casi un vómito”, explica Cristian Luna, quien se dedicó a documentar el movimiento cultural que emergía entonces y lo volcó en una serie titulada 'Mutancia: Crónicas del rock villalemaniaco' -estrenada en 2013 y transmitida por UCV TV-. “La mutancia es una palabra que no existe, es de acá, y trata de hablar de la energía que se generaba entre la gente que participaba en estos conciertos, como una especie de gelatina extraña, una mutancia”, describe.

Según Rafael Sarmiento, ‘los mutantes' hoy tienen entre 40 y 60 años, “algunos han muerto por tema de drogas y alcohol, otros están en la calle, pero también están los que siguieron con la música y la lograron, como La Floripondio o Sonora de Llegar. Hay otros que siguen haciendo música a pulso y los que viven gracias a una herencia, los que se dedican al tema cultural e incluso algunos están en política. Pero a la mutancia en el fondo la une el desenfreno. Hay un dicho: ‘sexo, copete y marihuana, somos de Villa Alemana'. Es una rebeldía, una contracultura que acogía al que era tratado como paria”.

Es culpa del cuarzo

En diciembre de 2014, un titular alertaba “El Viejo Pascuero fue atropellado en Villa Alemana”. Más allá de lo anecdótico, los villalemaninos admiten: “siempre hacemos noticias por cosas extrañas”.

Hay una teoría no comprobada, dice Luna, y es la siguiente: “Existiría una placa de cuarzo debajo de Villa Alemana, se ha estudiado y eso produce propiedades piezoelectrónicas. A algunos les hace bien, a otros, los manda a la mierda”. El mineral, según el concejal De la Horra, se extendería hasta Peñablanca. “Incluso se usa como broma: ‘este está muy pasado de revoluciones por el cuarzo'.

Más de uno cree que en la placa podría estar la razón de la energía creativa de la ciudad. “Esa intensidad se ve en el comportamiento de la gente, en que si quieres hacer algo, lo haces con todo. Con pasión”, dice Luna.

Según esta tesis bizarra, la placa de cuarzo también sería la fuente que propicia situaciones como la del recordado ‘vidente de Villa Alemana', Miguel Ángel Poblete, quien aseguraba mantener contacto con la Virgen María, entre 1983 y 1987.

Fue en el entonces cerro El Membrillo -rebautizado como Montecarmelo- donde llegó a congregar a más de 100 mil personas, incluso del extranjero, para verlo en una acción que involucraba llantos de sangre, estigmas y pruebas de fe. Algo que terminó con la intervención de la Iglesia Católica que desacreditó el supuesto milagro.

“Fue muy bizarro. Imagínate, ordenaba a sus seguidores que comieran tierra, ¡y comían tierra!”, afirma Luna. Sin embargo, todos concuerdan en que esa devoción quedó en el pasado. Un mito más.

El progreso y la identidad

“Y si me voy, me voy pal' cerro”, canta Miño, en ‘ Sincero Pa' celebrar'. La canción alude a uno de los espacios icónicos de los villalemaninos. “Vivimos entre lomas y cerros que cruzan como brazos de la cordillera de la costa”, describe Sarmiento.

“Todo Valparaíso está en cuarentena, menos la provincia de Marga Marga. Al principio nos cuidábamos y nadie salía. Pero hubo un minuto en que no aguanté más y me fui al cerro, pensando que no iba a haber nadie. Ahí me encontré con grupitos compartiendo una cerveza. Empecé a ir todos los días, con más y más amigos, y los otros grupos también. Al final terminó toda Villa Alemana en el cerro. Es como que uno se carga emocionalmente”, cuenta Luna.

Sin embargo, aseguran que “cada vez hay menos cerros”. El crecimiento inmobiliario, y el aumento en más de 50 mil habitantes, entre los 90 y 2017 -según datos del INE-, ha implicado el sacrificio de diversos espacios naturales. “Han desaparecido cerros, humedales, hasta un tranque”, dice De la Horra. Y la instalación de nuevas poblaciones en la periferia ha generado cambios a la dinámica de Villa Alemana, lo que, dicen, tiene amenazada su identidad.

“Antes nos conocíamos todos. En el centro se juntaban desde el más rico hasta el más pobre. Eso se ha ido perdiendo, ha llegado mucha gente de afuera”, dice Luna. “Se ha transformado en ciudad dormitorio, ya no está la identidad propia de acá. Excepto en el centro, o en los sectores más antiguos”, añade Miño.

Sarmiento admite que pesa una visión romántica sobre Villa Alemana, que rescata la posibilidad de caminar en medio de la calle sin preocuparse del semáforo. “No se trata de que no haya progreso, pero quisiera que fuera acorde a la comunidad, con respeto a su historia y tradición. Acá hay una mística especial”.

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