Los ritos funerarios pendientes son fundamentales. Si no,

se eterniza el duelo”

Adriana Goñi

Antropóloga U. Chile

césar silva

Aturdidos. Adormecidos. Anestesiados. Así estamos los chilenos –y gran parte del planeta– con las estadísticas diarias de personas muertas por covid.

El 21 de marzo fue el primer caso fatal en nuestro país: ese día falleció la señora Sonia, de 82 años, quien se contagió en una reunión familiar en Renca. Entonces, había solo 537 infectados en Chile.

Hoy los contagiados se empinan sobre los 373 mil y ya cruzamos la frontera de los 10 mil muertos. La mayoría de ellos eran adultos mayores: más del 60% superaba los 70 años y, si bajamos la edad a 60 años, el porcentaje sube a 83%. Vivían en su mayoría en las regiones Metropolitana, de Valparaíso y de Antofagasta.

En medio de la incertidumbre permanente por la pandemia, la única certeza que tenemos (que nos vamos a morir) se instaló como una realidad cotidiana. “El mensaje que recibimos de todos lados es que hoy las enfermedades son superables, los accidentes son prevenibles y las tragedias son casi excepcionales. Y la conversación en torno a la muerte siempre queda postergada”, dice Jorge Browne, cofundador de Mokita, una organización chilena que busca naturalizar las conversaciones sobre este tema.

El es geriatra y uno de los responsables de los “Death Café” en Chile, iniciativa que partió en Londres donde un grupo de personas se junta en torno a un café para hablar de la muerte. Hace cuatro años que se replica acá, pero en torno a una copa de vino tinto. “Cada vez se inscribe más gente. Y, claro, el covid nos puso la muerte en la puerta, pero eso no ha hecho que sea más fácil conversar de ella. Y como la pandemia no nos permite seguir los ritos funerarios, los duelos individuales están pendientes”, dice.

El discurso comunicacional oficial, agrega Browne, tampoco ayuda: “Al principio se dijo que esto afectaría básicamente a los viejos y se ha enfatizado mucho en que la letalidad ha sido baja... Es una forma de decir, permanentemente, que la muerte está lejos”.

Tras los números

“Partimos con cifras bajas, pero en junio llegamos a 200 muertos diarios”, dice el sociólogo Daniel Chernilo, académico de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez. “No nos damos cuenta cómo nos vamos acostumbrando a una situación que, en cualquier otra circunstancia, es una tremenda tragedia”, agrega.

Señala que “además son muertes silenciosas, donde no hay imágenes. No hay una expresión gráfica que cambie el tono de la conversación y nos recuerde que no es normal”.

Advierte de lo peligroso que es “ir normalizando la muerte en números y convertirla en estadística, porque al implementar una rutina diaria para presentar el tema -una conferencia de prensa con una tabla, una barrita o una curva que baja o sube- desaparece la tragedia”.

Si a eso se suma que “no estamos pudiendo despedir a nuestros muertos, es especialmente doloroso. Lo importante de los funerales no es solo reconocer la vida que se va, sino que uno se despide en compañía de quienes se quedan. Uno se rodea de gente que te dice «a pesar de este quiebre, a pesar de esta tragedia, nosotros estamos aquí, somos parte de la vida que continúa y te vamos a apoyar». Hay un duelo suspendido”.

Y aunque han aparecido fórmulas para intentar acercarse a un rito tradicional -como los funerales por streaming, los obituarios virtuales o expresiones simbólicas como prender velas o lanzar globos al cielo-, no logran completar el proceso.

El duelo colectivo

“Los ritos funerarios pendientes son fundamentales hacerlos. Si no, se eterniza el duelo”, dice la antropóloga y arqueóloga Adriana Goñi, de la U. de Chile.

Si hay alguien que sabe lidiar con la muerte, es ella. Tiene 76 años, una madre de 97 y una tía de 100 años. Hace siete años perdió a María Carolina (su hija de 44 años) por un cáncer que se la llevó en un año. En febrero del año pasado, falleció Juan José (su hijo de 55 años) a quien en medio de una carrera en mountain bike, le dio un infarto. Y otro de sus hijos, que es médico intensivista, trabaja en primera línea atendiendo pacientes covid. “Tengo doce nietos y seis de ellos son huérfanos de padre o madre”, dice.

Pero además, dirige un proyecto que surgió luego que los hijos de tres ejecutados políticos -víctimas de la Caravana de la Muerte- la contactaran para que junto a un equipo de arqueólogos y profesionales, buscaran los restos de sus padres, cuyos cuerpos nunca fueron encontrados tras ser fusilados en Copiapó.

Cuenta que, aunque a su hija y a su hijo los cremaron, “no tengo donde ir a dejarles una flor. ¡Imagina si no hubiera hecho el rito!. No hay duda, es fundamental hacer un duelo colectivo”, dice.

Ese será precisamente el desafío una vez que se inicie el desconfinamiento. “Con la reapertura de la vida cotidiana, con la posibilidad de volver a ocupar espacios públicos, al volver a encontrarse, al volver a ir a la casa de los amigos, al colegio, a los trabajos... ahí nos vamos a empezar a dar cuenta de quiénes son los que ya no están”, dice Chernilo.

Browne agrega que “trabajar esto como un duelo nacional es relevante. Como médico he visto personas a quienes se les han muerto tres familiares cercanos por covid. Como sociedad debemos generar empatía ante ese dolor, reconocerlo socialmente para construir hacia adelante”.

Y señala: “Aquí es donde los gestos y ritos sociales son tremendamente importantes. Por eso impulsamos el minuto de silencio, para invitar a todos a reconocer ese sufrimiento y, de alguna manera, acompañar a esas familias. El desafío es tramitar el duelo entre todos”.

“No ignoren mis muertos”

Ya varios países de Europa han hecho cosas simbólicas para avanzar en este sentido. En España el gobierno instaló un memorial virtual con el nombre de cada una de las víctimas y decretaron días de duelo. En Inglaterra todos los clubes de fútbol guardaron un minuto de silencio y usaron una suerte de insignia en reconocimiento a los trabajadores de la salud.

Los simbolismos son importantes cuando ocurren este tipo de tragedias. Quizás por eso es que irritó tanto que en la cuenta pública del Presidente no hubiera ninguna alusión, y eso se ha expresado en las redes sociales. El reconocimiento, el expresar el dolor del país por las muertes, falta”, dice Goñi.

Y plantea que la polémica que se genera por la cantidad de muertos reconocidos por covid (en que el informe oficial los cifra en 10 mil y el informe DEIS en más de 13 miñl) también tiene un componente simbólico muy fuerte, sobre todo para quienes han pedido algún familiar. “«No ignoren mis muertos» es el mensaje, porque ellos no saben si sus muertos son ignorados. Es necesario un duelo nacional, decir cuánto nos duelen nuestras víctimas del covid. Y como somos un país que tenemos un duelo crónico por esto mismo de no haber podido hacer los ritos en otras épocas, se retraumatiza el tema”.

¿Qué acciones hacer?

Para Chernilo, “uno podría pensar en una suerte de «día nacional del recuerdo de víctimas covid», otro de agradecimiento al personal de salud donde hagamos una actividad simbólica, pero significativa, para reconocer que sin el sacrificio de ellos esto habría sido aún peor”.

Agrega que “va a venir un período largo donde todos tendremos que reacomodarnos, hay que pensar en estrategias simbólicas. Una de las cosas que cuesta ver hoy, es que por primera vez en la historia estamos teniendo una experiencia en tiempo presente que es prácticamente la misma. Normalmente las tragedias son nacionales, pero esta la puedes conversar con alguien de Tokio, Ciudad del Cabo, Madrid, Melbourne y Jerusalén yo todos vivimos algo parecido”.

Adriana Goñi agrega: “la muerte te cambia para siempre y cambia el rumbo de tu vida. Yo lo vivo a diario”.

Cuenta que la semana pasada amaneció con 38,6 de fiebre. “Y pensé ¿y si tengo covid? Entonces se me vino a la cabeza que tengo cosas urgentes que resolver como el proyecto en el que estoy, ver qué hacer con mis libros porque tengo una biblioteca grande y debo gestionar su donación a un sitio de memoria”.

Luego toma aire y suelta: “La menor de mis nietas tiene 15 años, es hija de mi hijo que murió el año pasado. Y a ella, dos meses antes, se le murió el abuelo con el que vivía. Entonces, cuando supo que yo tenía fiebre, lo único que me decía era: «Tita, por favor no te mueras, que eres lo único que me va quedando»”.

-¿Y qué le contestó?

-Le dije «mijita, no tengo tiempo para morirme... tengo demasiado trabajo y cosas que hacer todavía».

-¿Pensó que podía morir?

-Claro, pero no me dio miedo. A pesar que soy mas atea que la mesa, como tengo a mis dos chiquillos, dije «bueno, por último me encontraré con ellos».

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