En marzo Ignacio Idalsoaga envió a la gran mayoría de los trabajadores del Buin Zoo de vacaciones, con el compromiso de regresar para Semana Santa. “Volveríamos a limpiar vidrios, piletas y senderos porque íbamos a levantar este parque. Todos convencidos de que abriríamos a todo evento. ¡Y nadie nos dijo lo contrario! Así de errático ha sido todo”, reconoce.

En 1999 este veterinario, de 64 años, inauguró Buin Zoo, el que hoy está entre los tres zoológicos más grandes de Latinoamérica. Tienen 2500 animales, de alrededor de 280 especies. Un oasis en Buin golpeado por la pandemia.

“Partimos con la crisis social, que nos afectó la temporada más alta del zoológico. Perdimos 100 mil niños en visitas educativas. Son 150 mil niños los que realizan visitas al zoológico con sus colegios al año. El Buin Zoo es el aula al aire libre más grande del país”, relata Idalsoaga.

En tiempos normales, recibían 900 mil visitas al año. Tenían 350 trabajadores, que subían a 380 en verano. “Llegamos a diciembre y tuvimos que pedir un crédito para pagar sueldos. Pasamos un verano relativamente bueno y juntamos el dinero. Llegamos el 5 de marzo a pagarlo, porque no estamos acostumbrados a tener deudas, y fue memorable: el banco nos dijo que nos aguantáramos unos días porque la crisis se venía muy complicada. Buena decisión. Con eso cubrimos marzo y abril. Y empezó nuestra angustia”.

Redujeron su operación al 50%. “¡No habríamos soñado jamás un año sin vacaciones de invierno! Tenemos las tiendas con productos y los restaurantes con stock”.

—Mirando el panorama afuera, se veía que la cosa no venía bien...

—Pero era incierto. Estuvimos todas las semanas en reuniones por Zoom con los directores de la Asociación Latinoamericana de Parques Zoológicos y veíamos cómo abría el Parque de las Aves en Iguazú, Brasil, hace un mes. Porque la realidad se los permitía. Hasta que los contagios se les dispararon a 500 y volvieron a cerrar. Ahí empezamos a ponernos todos a la defensiva, porque los números ya no nos decían mucho. Xcaret abrió hacer tres semanas, con un aforo para 15 mil personas y estaban llegando 1500, un drama. Ahí uno se da cuenta de que abrir el parque no es necesariamente una buena noticia, al menos si lo haces en un momento inadecuado. Buin Zoo y Xcaret fuimos los primeros certificados, hace dos años, con los más altos estándares de cuidado de los animales, seguridad, atención al cliente, etc.

—¿Qué es lo que es más urgente? ¿Alimento para los animales?

—Es un todo. Juancho, el cocodrilo del Nilo, que mide tres metros, come repoco: tres pollos una vez a la semana. Pero vive en una piscina gigantesca de agua caliente, para lo que tenemos el calefont encendido todo el día. El orangután, que pesa 100 kilos, come frutos secos y un pellet americano que no podemos cambiárselo. Además, vive en una habitación de invierno de 300 mts2, que hay que mantener calefaccionada. Nos pasó hace poco más de un mes que el equipo de calefacción murió de un momento a otro y tuvimos que tener 3 millones de pesos, ese mismo día, para cambiarlo. Eso no puede esperar.

—¿Cuál es el animal que más come?

—Los felinos. Tenemos 16, entre leones, tigres, pumas, panteras. Comen en promedio 5 o 6 kilos de carne al día. 2.300 kilos de carne al mes. Entre los herbívoros, rinocerontes, jirafas e hipopótamos: 7.200 fardos de pasto al año. Es el equivalente a alimentar a 150 caballos al día.

—Imagino lo difícil que es no contar con los recursos para la que es una enorme familia.

—Eso lo hace más difícil. Cuando se nos empezó a poner más oscura la cosa, nos sentamos los pocos profesionales que vamos quedando, a hacer un recuento de qué cosas podíamos prescindir. De una lista de 20 cosas, hay 18 que no podemos dejar. Tenemos un grupo de especialistas, a cargo de un biólogo, que les hacen juegos a los animales. Les esconden la comida, les hacen juegos con tubitos de confort, a los monos chicos les ponen tubos con pajas y grillos que van saliendo por los hoyitos y eso les genera mucho estímulo.

Hoy nos damos cuenta de que la mayoría de los animales se sienten solos, sienten la falta de compañía de los visitantes. Yo primero pensé que era una apreciación súper subjetiva, porque los primeros días veía a todos los leones mirándome por el vidrio. Cuando los llamo, siempre están, porque me conocen. ¡Pero ahora están para todos! Para el que pase. Antes, teníamos música ambiental con pájaros permanentes, cosa que detuvimos. Les cambió la vida.

—¿Les podría provocar algún efecto emocional adverso?

—Hoy ese grupo de juegos es imprescindible, necesitamos seguir estimulándolos. Llevamos 15 años haciendo visitas nocturnas y las primeras veces generó ruido entre los ambientalistas, por los sonidos, fuegos, colores. ¡Pero hoy te doy firmado que los monos esperan todo el año las visitas nocturnas! Si los vieras cómo juegan, los felinos también. Estos animales nacidos por generaciones en zoológicos se sienten humanos. Y las actividades humanas les provocan mucha endorfina y buena onda.

“Lo que puede parecer un tremendo negocio, no lo es”

Ignacio llegó como veterinario a trabajar en la fábrica de cecinas su padre, en 1980. De a poco, los vecinos comenzaron a llevarle a los animales heridos de la zona y, sin proponérselo, creó el primer Centro de Rescate de especies del país. Ese fue el origen de Buin Zoo. Hoy el proyecto incluye a la Fundación Zoológica Buin Zoo —con la que lograron, después de 10 años de investigación, cambiarle el estado de conservación al zorro de Darwin—, el cementerio de mascotas Parque de Asís y el Hospital veterinario. “Tenemos 16 veterinarios, siempre con harto público, pero la verdad no es ningún negocio. Hace dos semanas atrás dudábamos si mantenerlo o no… tuvimos que reajustar personal”, dice visiblemente afectado. “Lo que puede parecer un tremendo negocio como Buin Zoo, no lo es. Somos empresa B, no tenemos el lucro como único objetivo, porque nuestro corazón está puesto en lo social y medioambiental. Cuando tenemos que gastar para que los procesos sean lo menos depredadores de la naturaleza, gastamos. Hicimos un aviario tropical de 1200 mts de planta y 15 metros de altura, que es un monstruo que nos dejó sin espaldas, pero tenemos es un orgullo”.

Su último gran sueño era el Parque Safari, para lo que compró un terreno de 9 hectáreas (con el que suman 26), que tendría que haber iniciado obras en marzo.

—¿Eso les hace enfrentar de buena manera a los grupos animalistas que también intentan defender su causa?

—Mis hijos me cuentan que en redes sociales hay mucha gente que nos conoce y nos apoya. Hago Zoom todas las semanas con pequeños grupos y en algunos han aparecido algunos proteccionistas, pero es impresionante ver una defensa desmedida hacia el zoológico. Los que no habían tomado partido acerca de lo bueno o malo de un zoológico, hoy se dan cuenta de lo importantes que somos. Nos defienden a todo evento.

—La primatóloga inglesa Jane Goodal decía que los zoo “cumplen una función insustituible en la concientización y educación respecto de las especies”.

—¡Te muestro al foto que tengo con ella! (dice y se levanta a buscarla). Esto fue hace 5 años cuando vino a Chile. Estas son las personas equilibradas en este mundo, por su experiencia de haber vivido con los orangutanes en África. Hoy los zoológicos nos estamos transformando en las Arcas de Noé de las especies que están quedando. Cuando nació nuestro primer hipopótamo pigmeo, Inocencio, hace cinco años, vino hasta acá el director del zoo de Osaka, el más grande de Japón, a pedirnos su donación; porque tenían diez hembras en Japón sin ninguna función reproductiva. Hoy ya tenemos los primeros nietos, descendientes de chileno. ¡Una especie que en 25 años más va a desaparecer!

“Somos una familia súper intensa”

Por estos días, resulta fundamental la campaña con la que buscan padrinos para sus animales (apadrina.buinzoo.cl). Ya incluyeron a Atanasio, la cría de rinoceronte blanco que nació en julio pasado, con 75 kilos. El segundo en Latinoamérica (el primero fue su hermano Pantaleón). “Tenemos reportes de noticias de 45 países, en lenguas que no entendemos. Fue una noticia muy positiva en tiempos de pandemia”, acota Idalsoaga. “Hay 745 rinocerontes en cuidado humano. Y 20 mil en la naturaleza, pero están matando mil rinocerontes cada año en Sudáfrica”.

Las cápsulas educativas que suben en pandemia a redes sociales, ya suman 1 millón 200 mil reproducciones. “Ahora me he dado cuenta de que la misma relación que tengo yo con otros animales, las tiene el biólogo con una culebra o un gusano enorme. El los llama, el bicho viene, y él los mira con cara de ternura, ¡a un bicharraco feo! (risas). Hay mucho desconocimiento sobre el amor incondicional que se genera entre los animales y sus cuidadores”.

—¿Notan que logran crear consciencia en las nuevas generaciones?

—Una de las razones por las que el Buin Zoo no puede desaparecer es el tema social, entregamos más de 10 mil gratuidades al año. Si este esparcimiento no es capaz de educar y concientizar, vale bien poco. Las mamás me lo agradecen. Una vez un reconocido empresario me confesó que éramos muy importantes para él, porque tiene un hijo autista y su comunicación con él cambió desde la primera vez que nos visitaron. Compró su membresía y ya somos el patio de su casa. Es que los animales son muy sanadores.

En plena pandemia, he llegado a dudar de si fue un error haber hecho todo esto. A mi edad, por primera vez, me siento frágil frente a una situación que en vida habría imaginado. He dedicado 40 años a esto. Nada me hacía presagiar que me iba a quedar con una propiedad llena de animales que me significan solo costos. Tengo un patrimonio sí, pero vale cero. Aunque quisiera enviarlos fuera del país no podría, porque no hay nadie interesado.

—¿Cómo se crían tus 10 hijos en torno a un zoológico?

—Es maravilloso. Mis hijos han crecido rodeados de animales, con un amor incondicional por ellos. Y si teníamos que decidir como familia entre cambiar el auto o mejorar el recinto de la jirafa, siempre fue el animal la primera preocupación. Eso nos hizo ser una familia muy desprendida de cosas superfluas. Siempre sentimos que nos estábamos jugando por un sueño.

—¿Y cuántos nietos tienes?

—El día antes de que naciera Atanasio, el 4 de julio, nació la Jacinta, mi nieta número 10. Y vienen dos más en camino. Mi nieto mayor tiene 7 años y mi hijo menor tiene 11, así que tiene un tío de 11 años (risas). Mi hijo mayor tiene 38. Todos con la misma señora.

—¿Siempre quisiste tantos hijos?

—Ha sido parte de nuestra historia, como hemos estado rodeados de tanta vida. Somos la minoría en este universo de 2000 animales. Somos una familia súper intensa. Cualquier cosa nos motiva y hablamos todas las horas del almuerzo del zoológico. Cinco hijos trabajan acá. Y cuando no teníamos quién regara las plantas, ahí estaban mis hijos y nietos. Sabemos que vamos a salir adelante. Todos vivimos rodeando el zoológico. Los niños juegan con Juancho, el cocodrilo, que los sigue y les causa mucha gracia. Tener tanta cercanía con los animales los hace tener una visión del mundo muy distinta.

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