“Lo que el Estado no puede hacer es prohibirnos hacer cosas que no dañen a otros, como fundar un colegio”.

Fernando Claro V.

Imagino que Piñera dejará de pedir minutas a los mejores egresados de Ingeniería Civil para entender qué pasa en La Araucanía; u otras, de un día para otro, a primera hora en su escritorio, con toda la información de las embajadas, para terminar cerrando la de Grecia. La nula posibilidad de que Jadue corte relaciones con Cuba contrasta con que “La Regalona” haya sido nuestra representante en Atenas. Y no nombro a Jadue por casualidad. Se vienen tiempos importantes y Jadue, un comunista con confusos dichos racistas, es hoy figura nacional gracias a la UDI. Peleas internas de la UDI hicieron que Jadue floreciera en Recoleta. O sea, además de destruir Pío Nono poniente, inventaron unas de las figuras políticas más radicales del momento.

El gobierno de “los gerentes” colapsó en 1961, el de “los mejores” en 2011 y este en 2020. Ahora que entraron los partidos, esperemos termine la “nueva demagogia” y vuelva el orden político. Y también el ideológico. No entiendo la novedad de las “diferentes corrientes” de la derecha: estaban hasta en mi curso del colegio noventero. Los intelectuales y políticos, eso sí, que repiten como monos porfiados que el liberalismo promueve “átomos” y zombies caminantes asesinos debería reprimirse: es falso y coincide con los rollos del Frente Amplio.

Nada más importante para el liberalismo que existan las comunidades. Nada más importante que las juntas de vecinos, los gremios, las iglesias, los clubes protectores del Reino Funji y los sindicatos. Todos ellos, con sus propios objetivos, generan también vínculos, historia y sentido a las personas. Además, contrapesan al Estado. Nunca un liberal les pondrá trabas. Lo único que le preocupará es que personas no sean sometidas a esas comunidades. De ahí la frase “primacía del individuo por sobre el colectivo”. Es decir, la dignidad de un abusado sexual (individuo) debe primar por sobre el “bien mayor” de una institución, como una iglesia (colectivo); la de un militante, por sobre la del partido; la de un trabajador, por sobre la del sindicato, y la vida de un niño, por sobre la secta de Colliguay. Que esto signifique no creer en la comunidad es pensar raro, con o sin querer. Habrá que atenerse a mínimos, aunque eso implique archivar un rato a la Virgen María. Además, quién sabe, quizás venga descendiendo.

El Estado debe hacer parques, ordenar ciudades, financiar museos, proteger humedales, ayudar a los necesitados y revisar los cerros invadidos por paltos. Y debe también perseguir a terroristas, violadores de derechos humanos y estafadores, aunque buscando esa responsabilidad en personas, naturales o jurídicas, y no en los inmigrantes, los ricos, los pobres, o en la sociedad, como dijo hace poco un jesuita mareado. Lo que el Estado no puede hacer es prohibirnos crear cosas que no dañen a otros, como fundar un colegio, la última prohibición que nos dejó Bachelet. Además, ¿qué van a hacer los nuevos Waldorf?

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La crisis del coronavirus ha puesto en riesgo la seguridad alimentaria de muchos países. En Chile, es altamente probable que los problemas de sobrepeso y obesidad empeoren debido a la cuarentena y el limitado acceso a una dieta adecuada. En los últimos años se han aplicado diversas medidas con el fin de mejorar los hábitos de consumo alimentario, como el etiquetado mandatorio, restricciones en la publicidad en alimentos no saludables y la implementación de un impuesto a bebidas azucaradas. Sin embargo, no han logrado mejorar sustancialmente la calidad nutricional de la dieta ni reducir las tasas de obesidad y sobrepeso a niveles aceptables.

En el estudio “¿Pueden los impuestos mejorar la calidad nutricional de la dieta en Chile?”, publicado por el Centro de Políticas Públicas UC, evaluamos qué tan efectivo sería aplicar impuestos a nutrientes críticos —como grasas saturadas, sodio y azúcares— para disminuir su demanda en los hogares chilenos. Los resultados indican que esta medida difícilmente lograría cambios sustanciales. En un escenario optimista, podría reducir la prevalencia de obesidad apenas dos puntos porcentuales (menos de un 10% de la prevalencia actual). Por lo tanto, se hace necesario no solo discutir los efectos de distintos sistemas tributarios, sino también el uso de la recaudación para implementar otras estrategias de salud pública.

Creemos que el uso de los recursos fiscales adicionales vía impuestos a los alimentos puede tener mayor impacto en la incidencia de obesidad versus esquemas regulatorios, particularmente en niños. Una alternativa consiste en reorientar los recursos recaudados a fijar una tasa 0% al IVA en alimentos saludables, como frutas, verduras y frutos del mar. Las políticas orientadas a modificar los ambientes obesogénicos deben estar coordinadas con iniciativas de actividad física y la promoción de salud comunitaria y familiar, en especial salud mental.

El impacto de estos meses de cuarentena en las tasas de sobrepeso y obesidad hacen aún más urgente esta discusión. Necesitamos impulsar programas y políticas que permitan combatir esta epidemia. En muchos casos existen ya los elementos adecuados para expandir las políticas de alimentación, pero los recursos y la voluntad política son insuficientes.

Grace Melo

Facultad de Agronomía e Ingeniería Forestal UC

Laura Chomalí

Magíster Economía Agraria y Forestal UC

Carlos Caro

Facultad de Humanidades, Educación y Cs. Sociales, U. de Luxemburgo

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“Es probable que, superada la crisis, las propias personas se autoimpongan mecanismos de control y autogestión de su tiempo online”.

Juan Cristóbal Portales Académico UAI, investigador Instituto Desafíos de la Democracia

Recientes datos acerca de cómo las personas se están relacionando y comunicando en un estado de confinamiento general gatillado por la crisis sanitaria del covid-19 revelan que la mayoría de las conversaciones y preocupaciones se centran en la enfermedad y sus efectos. De acuerdo a Sprinkle —líder global en generación de contenido en redes sociales—, diariamente se producen cerca de 19 millones de interacciones en redes sociales y sitios informativos online sobre el tema.

Brandwatch identificó en un estudio reciente que el sentimiento general que rodea estas publicaciones es mayoritariamente negativo. La emoción predominante es el miedo a la enfermedad y a una muerte cercana. Pero también se manifiestan otros temores: al aislamiento; a perder el trabajo y retroceder generacionalmente en las conquistas materiales alcanzadas; a darnos cuenta de una excesiva hiperdependencia de lo digital, lo virtual y el distanciamiento de los afectos presenciales y la realidad más allá de un click.

Son todos miedos que a la postre, más que instalarse como sentimientos paralizantes, están motivando u obligando a construir una reflexión y crítica creciente a una identidad personal y comunitaria centrada en lo digital. Miedos que gatillan voces que hablan de la necesidad de avanzar hacia una nueva era postdigital una vez superada la pandemia. ¿Qué quiere decir esto?

La ocurrencia de un fenómeno que el investigador cultural Florian Cramer ya describía en 2014 como un momento post digitalización, en el cual lo digital no significa revolución, sino cotidianidad y familiaridad, pero también relaciones más críticas con los dispositivos y plataformas. Un debate respecto del marco ético y regulatorio que existe detrás del diseño, uso y explotación de las TIC, del Big Data o de la inteligencia artificial.

En esta línea, la multinacional Accenture anunciaba hace pocos meses que lo digital ya no caracterizaría el valor diferencial de ningún negocio. ¿Ello implica un derrumbe de la era digital? No. Lo que se infiere es que la era post pandemia pondrá paños fríos y resignificará las premisas y comportamiento propios de una economía digital.

Es probable que, superada la crisis, sean las propias personas las que progresivamente se autoimpongan mecanismos de control y autogestión de su tiempo online, para complementarlo con experiencias presenciales, valóricas, más auténticas. Y ello necesariamente obligará al sistema económico y político a enfocarse en estrategias, políticas y modelos que promuevan intercambios interpersonales, familiares y comunitarios significativos, que superen el campo alienante, y muchas veces individualista, de lo digital.

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