Marcela Lepe tenía 24 años cuando una simple idea le cambió la vida. En ese tiempo se dedicaba a vender artesanías en las calles de Santiago junto a su marido Carlos Peralta. Tenían un hijo pequeño, las ventas eran irregulares y como no contaban con permiso municipal, debían lidiar con los Carabineros a diario.

En el invierno de 1994, un amigo les sugirió cambiar la artesanía por peluches, con el fin de mejorar su situación económica. Unos días antes de la Navidad, Marcela había estado vendiendo peluches en diversos rincones de la capital, cuando en un descanso se sentó en un espacio vacío de Avenida Perú con Dominica, dejó los peluches en el suelo y se relajó. A los pocos minutos, peatones y automovilistas se acercaron a cotizar. En ese instante se abrió una oportunidad que los Peralta Lepe supieron aprovechar, convirtiendo ese pequeño rincón –a los pies del Cerro San Cristóbal- en un lugar emblemático de Recoleta. Tras 25 años, Marcela reflexiona con orgullo el impacto de sus peluches: “Me han comprado generaciones. Tengo clientes desde hace 25 años. Han comprado para sus parejas, para sus hijos, para las pololas de sus hijos y ahora para sus nietos”.

Confiesa que por años sus mejores clientes han sido futbolistas famosos, pero prefiere no dar nombres. En marzo llegó la pandemia y el negocio familiar se detuvo por primera vez. Ahora su marido está vendiendo frutas y verduras a domicilio, y ella se dedica a vender sus productos por Instagram. Sobreviven, pero la reducción de sus ingresos impactó en la otra actividad que la apasiona: los animales.

Vive en una pequeña y sencilla casa de Recoleta, junto a su marido, su hijo menor y muchos peluches. No tiene nietos, pero igual dice que es abuela: “Tengo tres hijos, solo uno vive con nosotros. Y tengo nueve perros y cinco gatitos, que son como hijos no deseados, fueron abandonados. Todos son regalones, y yo soy como su abuela”.

Esta animalista cuida con pasión a Pascuala, Lola, Mateo, Susy, Blanca, Belinda, Isi, Sipi y Pulga (sus perros) y a Benito, Caballero, Timy, Lisa y Rayito (sus gatos). Pero no son sus únicos “nietos”. Todas las tardes se sube a su camioneta, carga comida y agua para llegar hasta el norte del cerro donde la esperan 21 perros y 22 gatos, también abandonados.

Su sueño, una fundación

Hace tres años llegó hasta este lugar, donde muchas personas iban a deshacerse de estos animales. “Al principio fue terrible, porque habían muchos perritos chicos que iban naciendo y sus madres se los comían por hambre. Día por medio tenía que comprar un saco grande de comida porque vivían hambrientos”, recuerda. Con el tiempo, los animales se fueron acostumbrando a porciones más pequeñas. Luego les instaló unas casitas, unos colchones e incluso esterilizó a varios con la ayuda de un veterinario amigo.

Hoy gatos y perros la esperan sagradamente para recibir agua, comida y cariño. No ha dejado de visitarlos, pese a que los recursos son más escasos. Gran parte de los ingresos que recibe por la venta on line de sus peluches los usa para alimentarlos. “He postergado una gran cantidad de cosas por estos animalitos”, relata.

Por si fuera poco, también se hace cargo de unos perritos que viven en una bomba de bencina frente al puesto donde estaban los peluches. También les construyó una casa y les daba comida, hasta que el encierro producto de la pandemia complicó las cosas. Pero conoció a otros animalistas dispuestos a colaborar: “Conocí a una señora chilena que vive en New Jersey que me da tres sacos de comida al mes para estos perritos”. Su sueño es tener una fundación que pueda hacerse cargo del abandono de estos animales y combatir el maltrato. “Un animal es como un niño, hay que vacunarlo, alimentarlo, desparasitarlo y entregarle cariño”, sice.

Los Peralta Lepe han sido golpeados por la pandemia. No tienen AFP ni ahorros. Los peluches eran su sustento, pero el esfuerzo y el espíritu animalista los tiene trabajando para sacar adelante a todos sus seres queridos: humanos, perrunos y gatunos.

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