Rubia y de ojos azules, platinada a lo Marilyn Monroe, desde el ático de lo que describe como “una casa chica” en California, Isabel Allende vive su confinamiento sin angustias, cumplido recién un año de casarse (por tercera vez) con el abogado Roger Cukras.

A los 77 años la escritora irradia buena salud. “Soy sana como un peral (toca madera) y me parece que Roger también, pero es muy hipocondríaco; tiene un problema mínimo al corazón, la presión alta y bueno, es hombre… Parece que a ellos les va mucho peor con el virus que a las mujeres, así que está asustado y no sale casi a ninguna parte. Me acabo de hacer el test porque voy al parque a pasear a los perros, al supermercado y mi marido se asustó (ríe). Se espanta cuando se cae algo al suelo y yo voy, lo recojo y me lo como; le he dicho que el virus sólo entra a tu organismo si lo aspiras, pero te lo puedes comer a cucharadas y no pasa nada. Por supuesto que a él no le satisface la explicación y me pidió que fuera a hacerme el test. Por suerte salió negativo”.

Isabel Allende trabaja con su hijo Nicolás Frías y su nuera Loro Barra. Ellos se encargan de sus entrevistas y organizar su agenda, así como coordinar la fundación que lleva el nombre de la escritora, dirigida a apoyar a migrantes indocumentados.

“Me paso el día en este ático”, asegura, y gira la cámara para mostrar lo que parece una pequeña habitación, con un biombo plagado de papeles, en reemplazo de lo que antes fue su enorme escritorio. “Esta pieza debiera ser en realidad un closet, pero ahora es mi lugar de trabajo. Al principio me sentía mal porque no hay dónde desplegar nada. Pero me acostumbré. Al final uno siempre se las arregla; escribí La casa de los espíritus en la cocina de la casa de Caracas en una máquina de escribir portátil, sin copias…, ¿cómo no voy a estar feliz ahora? Además que como escritora he pasado toda la vida encerrada; se necesita mucho silencio y soledad. Así que no me pesa tanto este confinamiento”.

—¿Cómo ha sido este primer año de casada?

—Como una luna de miel forzada (ríe). De lo más bien. Podemos convivir en este espacio pequeño, cada uno en lo suyo, sin molestarnos.

Lo que le cuesta, señala, es ver lo que sucede en el mundo, el sufrimiento al que hoy están expuestos millones de personas. “Con mi nuera tenemos una fundación en ayuda a migrantes y la desesperación es tremenda. Se han cortado los fondos en todos lados, la situación es pésima y están pasando hambre; no tienen sueldo, hay muchísimos indocumentados y si se enferman ni siquiera se atreven a ir al hospital por temor a que los deporten. Es atroz”.

—Ya desde antes de la pandemia el Presidente Donald Trump les estaba haciendo la vida difícil a los migrantes.

—Y ahora que está en busca de su reelección (en noviembre), intensificó su campaña de odio y terror, asustando a la gente y desencadenando protestas tan serias como las que hubo en Chile en octubre, claro que aquí son a propósito del racismo, la desigualdad y la brutalidad policial. Para Trump el país está amenazado por hordas anárquicas y ha enviado tropas federales a Portland para reforzar a la policía. Amenazó con llevarlas también a Chicago. Son militares que usan uniforme aunque sin identificación; agarran a la gente en la calle y las meten en camionetas sin matrícula; se las llevan como en la dictadura de Pinochet. No es cosa mía: la prensa ha dicho que la situación se ha pinochetizado. Es muy grave.

—¿Cuáles son sus reflexiones respecto de cómo podría ser el escenario post pandemia?

—Estamos viviendo en un umbral entre el mundo que fue y que será. No creo que volvamos a lo que llamábamos ‘normalidad': la gente ya no lo quiere. Imagino un mundo diferente, que puede ser una distopía, donde triunfen los valores de Trump; que gane el miedo, el odio y el racismo, que vivamos en comunidades cada vez más tribales, canibalizándonos unos a otros. Así como puede ser que nos aproximemos a una utopía, donde exista más igualdad, inclusión, compasión, respeto por la naturaleza. Un mundo donde podamos vivir mejor, no peor. Con menos dinero pero mejor distribuido.

Apunta:

—Lo que nos enseña la pandemia es que lo que le pasa a una persona en una región de la China le sucede a todo el planeta porque somos parte de la misma roca en el Universo, una misma familia. Es una gran lección de lo que significa realmente la globalización.

—El liderazgo de mujeres como Merkel en Alemania o Adern en Nueva Zelanda, ¿pueden ser la señal de un cambio más potente a futuro?

—Hay que empezar a terminar con el patriarcado. Eso como punto uno (ríe). Mientras más macho el líder, peor la situación: más autoritarios, competitivos, destructivos... Pero necesitamos un número crítico; que las mujeres estén en igual condiciones que los hombres para compartir entre ambos la gerencia del planeta…

Suspira:

—Dios quiera. Lo vengo esperando hace tantos años que no creo que viva para verlo. Mis nietas sí lo harán.

—¿Ve el de Sebastián Piñera como un liderazgo patriarcal?

—Yo no creo que sea liderazgo, de partida. Empecemos por definir la palabra. La aprobación que tiene es poca y se ha probado con la pandemia y las protestas de que no tiene conciencia de lo que le pasa a la gente. ¿Cómo es posible que un ministro diga que no tenía idea que la gente vive hacinada en casas chicas? ¿Cómo es posible que los líderes del país no sepan cómo viven aquellos a quienes representan? No han estado jamás en una población, no han ido nunca a un hospital público; se atienden todos en clínicas.

—¿Le gustaría que volviera Michelle Bachelet?

—Si ella hubiese estado a cargo la pandemia se habría manejado de una manera muy diferente. No sólo porque es mujer, también porque es médico y no pertenece a esta elite tan desenchufada de la realidad.

—Pero ha dicho que ni “sobre su cadáver”, aceptaría volver a ser candidata.

—Es que imagínate el boche que podría heredar ahora. Quién se va a atrever a ser presidente de Chile en estas condiciones, ¡Dios mío!

Televisión y nuevo libro

La premio Nacional de Literatura estrenará dentro de poco la serie de televisión Inés del alma mía, basado en su exitoso libro sobre Inés de Suárez y que será transmitido por Chilevisión. Eso mientras Mega prepara una producción con la historia de esta famosa escritora. Además, Isabel Allende acaba de terminar un nuevo libro que lanzará en noviembre.

“Se llama Mujeres del alma mía. Es una reflexión sobre mi trayectoria de vida; represento a tantas que no aceptaron lo que la sociedad o la religión les impuso y que hoy quieren otra cosa; mujeres que tuvieron que salir a trabajar a la calle en malas circunstancias, mal preparadas, en un entorno machista, donde siempre las ponían de segundonas o de terceronas. También es una reflexión sobre las mujeres extraordinarias que he conocido, mis mentoras y guías en este camino; la mayoría desconocidas, pero a quienes he podido acceder a través de mi fundación. Mujeres que han pasado por traumas enormes y lo han perdido todo, incluso a sus hijos que hoy están metidos en jaulas en centros de detención en la frontera. Pero se ponen de pie, salen adelante y son capaces de convertirse en líderes de sus pequeñas comunidades”.

Y se explaya: “El libro parte contando que yo era feminista a los 5 años, cuando no existía la palabra. Muy temprano andaba reclamando contra la autoridad masculina; mi mamá creía que yo tenía la lombriz solitaria porque algo raro me pasaba. Para qué te digo a los 15 años cuando dije que me alejaba para siempre de la Iglesia Católica porque la consideraba una organización machista. Me cargaba la autoridad de mi abuelo, de mi padrastro, de mis tíos, la policía; luego veía las noticias y todos eran hombres. Eso recién lo vine a canalizar después de los 20 años, cuando empecé a leer a las feministas europeas, norteamericanas y me di cuenta que no estaba loca. Después con Delia Vergara y la revista Paula fue fantástico porque adquirí un lenguaje articulado para atacar el machismo chileno de frentón, con un cuchillo entre los dientes. Lo pasábamos tan bien. Nos llegaban cajones con cartas. Era el Chile de 1969”.

—¿Por qué cree que se ha demorado tanto el feminismo en instalarse y generar los cambios?

—Así son todas las revoluciones, y ésta es la más importante del siglo, tal vez la mayor desde la Rusa o la Francesa, porque afecta a la mitad de la humanidad, y a pesar de los culatazos, el movimiento sigue adelante. Las muchachas jóvenes han revitalizado el movimiento y le han injertado una nueva vida, como con Las Tesis que han dado la vuelta al mundo.

—¿Cree fue marginada del panteón literario latinoamericano por ser mujer?

—Para empezar, el boom fue un fenómeno masculino y yo soy supuestamente post boom, que no es tan halagador. Me costó tres veces más que los hombres obtener la mitad del reconocimiento y el peor país fue Chile, donde tuve la crítica más feroz, no así con los lectores, donde la gente es lo más cariñosa que hay y compra inmediatamente mis libros e incluso se piratean. Pero la crítica no podría haber sido peor.

—En Chile sólo cinco mujeres han recibido el Premio Nacional de Literatura frente a 49 hombres.

—Ha existido una conspiración de silencio. Desde Sor Juana Inés de la Cruz en Latinoamérica, las mujeres hemos sido acalladas, ignoradas, publicadas en ediciones menores, pésimamente distribuidas, no se enseñan en las universidades, aunque eso está cambiando.

—Dice que está acostumbrada a trabajar aislada, pero ¿qué echa de menos? ¿qué le gustaría hacer?

—Salir a abrazar a mis nietos. Soy muy de tocar, entonces tengo mis amigos en el supermercado con los que siempre nos agarramos a besos y ahora con máscara, a 6 pies de distancia, cuesta. Eso es lo primero. Luego quiero subirme a un avión e ir a Chile a ver al padre Felipe Berríos a la Chimba. Es mi amigo adorado, está haciendo un trabajo fantástico con las libretas solidarias. Merece apoyo, pero es un despelotado y no entiende que es una figura atractiva, que inspira confianza, dan ganas de darle plata, pero ni siquiera sabe cómo pedir. Lo adoro, quiero ir a verlo. Luego de eso quiero partir al sur. Si volviera a vivir en Chile me quedaría allá. Espero que esta patada que hemos recibido nos sirva de algo.

LEER MÁS