“Casas de 40 pisos, muchedumbres de color, millones de circuncisos y dolor dolor dolor. Adiós Lotty Rosenfeld”. Estas fueron las palabras que el poeta y escritor Raúl Zurita le dedicó a Lotty Rosenfeld el día de su muerte, el pasado 24 de julio, a causa de un cáncer al pulmón.

Compañeros en el recordado Colectivo de Acciones de Arte (CADA), junto a Diamela Eltit, Juan Castillo y Fernando Balcells, realizaron intervenciones emblemáticas a fines de los 70, como “Para no morir de hambre en el arte”, que abordaba el problema del hambre y la pobreza en Chile a través de diversas acciones, como salir a repartir bolsas de leche a los barrios pobres de Santiago otorgándole a este producto un poder simbólico y político. O la más recordada de todas: “Una milla de cruces sobre el pavimento”, en 1979, donde pintaron cruces blancas sobre la Avenida Manquehue y en la Alameda, frente al Palacio la Moneda. “Con esa imagen icónica de Lotty me quedo yo”, dice a La Segunda Zurita. “Con ella arrodillada pintando esas cruces”.

Egresada de la Escuela de Artes Aplicadas de la Universidad de Chile, si bien sus primeros trabajos estuvieron enfocados en el grabado, tras el comienzo de la dictadura Rosenfeld se concentró en expresiones con fuerte contenido político y social. “Lotty era una mujer tremendamente potente, con mucha fuerza y de grandes ideas”, dice el poeta, ganador del Premio Nacional en 2000. “Y deja lo máximo que un ser humano puede dejar: una obra importante y el recuerdo de su trabajo”.

Referente del arte contemporáneo internacional, intervenciones urbanas como la de las cruces las reeditó durante 40 años, en todo el mundo: desde la Casa Blanca en Washington DC, la Quinta Avenida en Nueva York, el muro de Berlín antes de que cayera, hasta Corea del Sur, entre otros lugares. En distintas épocas, en relación a diversas realidades, su mensaje de resistencia y cuestionamiento al poder hacía eco.

Según el autor de Anteparaíso, “todas las grandes obras crean sus nuevos momentos y eso pasa con el trabajo de Lotty: fueron muy buenas cuando las creó y seguirán siendo buenas para siempre. Reaparece la paz, el infierno, la muerte. El arte es eso y reaparece ahora”.

Reconocimiento mundial

Claudia Zaldívar, actual directora del Museo de la Solidaridad Salvador Allende, fue una gran amiga de la artista. “Mi amiga dinosauria, le decía yo”, cuenta. Una de las pocas que pudo asistir a su funeral, Claudia conoció a Lotty hace al menos dos décadas, cuando dirigía la Galería Gabriela Mistral.

“Yo coordiné en 2007 el envío de su obra a Documenta (una de las exposiciones más importantes del mundo del arte contemporáneo, que se realiza cada cinco años, en Kassel, Alemania) y la acompañé a montar allá. Eso afiató nuestra relación a nivel humano y profesional”, explica. Una alianza que se potenció con “Moción de orden”, un proyecto con el que Rosenfeld intervino espacios públicos con proyecciones de hormigas que al ser interrumpidas en su camino, se desordenaban. “Era como desordenar el poder, lo mismo que hacía con la cruz”, agrega.

Impulsora de una de las diversas nominaciones de Rosenfeld al premio Nacional de Artes, Zaldívar asegura que la vigencia de la obra de su amiga es lo que la hace una de las artistas latinoamericanas más significativas actualmente.

“Dio una pelea por mucho tiempo para ser reconocida en el circuito de las artes visuales. Le costó mucho posicionarse y lo logró. Hoy su trabajo está en la Tate Moderrn (Londres), en el Moma (Nueva York), en el Reina Sofía (Madrid). Y lamento que no haya recibido el premio Nacional porque no sólo es importante por cómo rompió con los discursos, con una mirada contingente y de avanzada, sino que también por la manera en que rompió con los formatos”, asegura.

“Era una mujer sumamente adelantada en el arte político. Una activista del arte, súper valiente, que puso en su obra temas como la justicia, la igualdad y los derechos humanos”.

Una fuente de inspiración diaria, para Zaldívar. “Cuando estaba en la galería tenía en mi oficina un grabado de Lotty, en el que aparece María de la Cruz, la primera mujer electa senadora de Chile. Duró poco, solo seis meses, pero fue una mujer importante que Lotty visibilizó. Hasta el día de hoy es la obra que me acompaña, y ellas dos, las mujeres que encabezan mi labor diaria”.

Una obra decisiva

Una de las criticas más relevantes y especialista en la Época de Avanzada del arte chileno, Nelly Richard, fue testigo cercano del crecimiento de la carrera artística de Lotty Rosenfeld.

Colaboradora estrecha del mismo colectivo CADA, la cercanía de la académica con la escena “no oficial” del arte en la década de los 80 la conectó inevitablemente con nombres como el de Rosenfeld. “Para mí es un orgullo haber podido acompañar teóricamente la obra de Lotty Rosenfeld desde sus inicios, en 1979, hasta sus últimos trabajos”, asegura.

A lo largo de los años, Richard ha destacado a Rosenfeld por el contenido de su obra y por su importancia como mujer artista en una escena donde ha tomado tiempo visibilizar a las voces femeninas.

Esas cualidades fueron parte de los argumentos que esgrimió cuando la hizo parte, junto a Paz Errázuriz, de su proyecto curatorial “Poéticas de la disidencia”, con el que Chile participó en la 56° Bienal de Arte de Venecia.

“Siempre supe que se trataba de una obra decisiva por su potencia conceptual y estética en el desmontaje crítico de la economía política de los signos”, afirma. Y respecto a las acciones que se realizaron durante el fin de semana para despedirla, como las proyecciones con el signo + en el edificio Telefónica o el llamado a llenar de cruces las calles, agrega: “La reapropiación colectiva del trazado de las cruces en estos días, que se ha repetido a modo de homenaje en redes sociales, da cuenta de la inagotable capacidad de subversión de la obra entera de Lotty”.

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