En su último mensaje ante el Congreso Pleno, el 21 de mayo de 1970, el presidente Eduardo Frei Montalva sostuvo con severidad: “Al iniciarse la década del 70, Chile enfrentará un período decisivo en su crecimiento como nación. Un análisis del país nos permite descubrir con claridad nuestras potencialidades de éxito y progreso, como también los síntomas serios de una crisis institucional y moral”. Frente a esa situación, concluía: “Los factores de esperanza y de grandeza trabajan simultáneamente –como siempre– con los de pesimismo y derrota. Que predominen los unos sobre los otros será consecuencia de la lucidez con que seamos capaces de enfrentar nuestra realidad y del coraje necesario con que adoptemos vitales e imprescindibles decisiones”.

La noción de crisis, presente de manera transversal y en múltiples espacios durante 1970, no era nueva en la historia de Chile. Tenía una larga y se remontaba al menos hasta comienzos del siglo XX, pues precisamente en 1900 Enrique Mac Iver había denunciado la “crisis moral de la República”, en un discurso que marcó época. En los años siguientes hubo diversos intelectuales que, desde tendencias también distintas, ahondaron en el mismo problema, destacando el distanciamiento de las clases sociales; la postergación de los sectores populares o de la raza chilena, como se le llamaba; los repetidos problemas en los distintos niveles de enseñanza; la primacía de la preocupación por los problemas políticos frente a los nuevos y más relevantes asuntos sociales y económicos; el abandono de la industria nacional y su conquista por el capital extranjero y otros temas que emergieron con fuerza en aquellos años. Incluso en 1910, para el año del Centenario, el líder obrero Luis Emilio Recabarren sostuvo que los pobres nada tenían que celebrar, que la fiesta era de los ricos, pues habían sido estos los únicos que habían ganado algo con la Independencia de Chile tras 1810.

La tendencia se repitió en la era clásica de la democracia chilena, desde 1932 en adelante, tanto por los problemas sociales efectivos que tenía el país como por las denuncias que sobre ellos expresaron políticos, sacerdotes, intelectuales y escritores, mostrando las paradojas de la evolución de Chile: una democracia que en general era admirada en el interior y en el exterior, pero con un subdesarrollo económico y social que generaba grietas y mantenía a la población en situaciones de miseria, como hemos explicado en Historia de Chile 1960-2010. Tomo 1. Democracia, esperanzas y frustraciones. Chile a mediados del siglo XX (Santiago, CEUSS/Universidad San Sebastián, 2016). En 1939 el ministro de Salubridad Salvador Allende denunció que Chile tenía la peor tasa de mortalidad infantil del mundo; dos años después el padre Alberto Hurtado enumeró una serie de problemas presentes en la sociedad, en su clásico libro ¿Es Chile un país católico?. En la década de 1950 hubo dos estudios muy interesantes, que mostraban las contradicciones que coexistían en la sociedad. El primero, de Jorge Ahumada, tenía un título dramático e ilustrativo: En vez de la miseria (Santiago, Editorial del Pacífico, 1958). Por su parte, Aníbal Pinto Santa Cruz no le iba en zaga, al publicar su Chile. Un caso de desarrollo frustrado (Santiago, Editorial Universitaria, 1959).

El propio Ahumada expuso posteriormente el concepto de la “crisis integral” que sufría el país, que Frei Montalva haría suyo para explicar la necesidad de asumir cambios revolucionarios –es decir, con modificaciones en las estructuras económicas y sociales– que permitieran superar los problemas largamente acumulados y aprovechar las capacidades del país. Después de seis años de gobierno de la Democracia Cristiana, una nueva lucha por La Moneda volvía a poner en la palestra el problema de la crisis chilena, que parecía ser eterna como se planteara en alguna oportunidad, compañera inevitable de Chile y de su gente. Los comicios se desarrollaban, adicionalmente, en un contexto de polarización creciente, surgimiento de la violencia política y justificación de la misma, que se sumaban a una especie de frustración colectiva por la incapacidad de superar el subdesarrollo y la pobreza, a los que el país parecía condenado. En marzo de 1970 el presidente Frei, de manera hiperbólica pero sin duda sincera, manifestó en otro discurso que se vivía una “crisis de todos los valores”, que era profunda y de gran complejidad (Perspectivas y riesgos en la construcción de una nueva sociedad. Lección magistral del Presidente de la República, don Eduardo Frei, en la Universidad Católica de Chile, al recibir el título de Doctor Scientiae et Honoris Causa, Santiago, Ediciones Nueva Universidad, 1964). Eran los síntomas de un complejo año electoral.

Candidatos y programas

Las candidaturas de Jorge Alessandri, Radomiro Tomic y Salvador Allende representaban posiciones diferentes en medio de la lucha electoral, tanto en lo programático como en su trayectoria política. También tenían una relación distinta respecto al gobierno saliente, encabezado por Frei Montalva y la Democracia Cristiana.

Alessandri era un independiente, que había gobernado entre 1958 y 1964, y tenía el respaldo del Partido Nacional y de la derecha en general. Tomic manifestaba una posición relativamente ambigua, por cuanto era la continuidad de la Revolución en Libertad, pero había sido muy crítico de Frei, si bien era identificado como el más gobiernista entre los tres postulantes a La Moneda, en un contexto de divisiones y problemas al interior de la Democracia Cristiana. Allende, por su parte, contaba con el respaldo de una izquierda cada vez más amplia y unida, agrupada en la Unidad Popular, que no solo integraba a los partidos Socialista y Comunista, miembros del antiguo Frente de Acción Popular (FRAP), sino también a otras colectividades tradicionales, como el Partido Radical, o nacidas recientemente, como el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU).

Pese a representar candidaturas diferentes, con proyectos distintos y respaldos políticos también diversos, los tres coincidían en un aspecto: Chile sufría una crisis profunda, diagnóstico que a esas alturas parecía ser transversal, aunque hubiera diferencias en torno a su magnitud, a sus causas y a las eventuales formas de resolverla. El problema de fondo persistía: la situación del país era grave y las soluciones debían ser urgentes, de lo contrario sería cada vez peor y de proyecciones incalculables.

El proyecto de Jorge Alessandri explicitaba su visión de la siguiente manera: “Asistimos al desenlace de una tremenda crisis política y moral, derivada del sistema institucional incompatible con los problemas que hoy preocupan a los Poderes Públicos y que impulsa a los partidos políticos, a través de sus parlamentarios a afrontarlos, no con criterio nacional sino con clara y manifiesta intención electoral. Es así como la finalidad de la función política que debe ser el bien general se ha convertido en un medio para llegar al Poder a fin de satisfacer, fundamentalmente, los apetitos de los correligionarios”. El problema no se encontraba en la propiedad privada, sino que se manifestaba en la economía nacional, en “la demagogia y la politiquería que nos asfixian”, y en la “crisis profunda de autoridad” que afectaba a Chile, que si no era superada significaría riesgos muy grandes para la institucionalidad (El Mercurio, “Jorge Alessandri Rodríguez, Candidato Independiente a la Presidencia de la República, Hacia un gobierno de integración nacional”, 11 de enero de 1970).

Radomiro Tomic compartía parcialmente este análisis, al sostener que “el sistema institucional chileno atraviesa por un agudo proceso de crisis”. A su juicio, el origen podía estar “en la incapacidad del sistema para responder, por la readaptación de sus mecanismos, a las nuevas exigencias del desarrollo económico, social y político del país”. En materia institucional, el líder falangista sostenía que Chile vivía la crisis más grave desde la guerra civil de 1891, con su particular análisis sobre el problema: la expresión más inmediata de la crisis era “el agotamiento del sistema capitalista y neocapitalista, en su capacidad de producir riqueza, proporcionar trabajo y asegurar la independencia de la nación. La agudización de las contradicciones entre las necesidades concretas del pueblo chileno y la ineficiencia creciente de las instituciones políticas, jurídicas y sociales anacrónicas está llegando rápidamente al punto de ruptura” (El Programa de Tomic, Domingo 1 de junio de 1970, sin dato editorial).

Finalmente, el diagnóstico más radical sobre la situación de Chile en aquellos años estaba representado por la candidatura de Salvador Allende: “Chile vive una crisis profunda que se manifiesta en el estancamiento económico y social, en la pobreza generalizada y en las postergaciones de todo orden que sufren los obreros, campesinos y demás capas explotadas, así como en las crecientes dificultades que enfrentan empleados, profesionales, empresarios pequeños y medianos y en las mínimas oportunidades de que disponen la mujer y la juventud”. Los problemas eran múltiples y no se podían resolver dentro del régimen vigente: violencia del Estado, explotación imperialista, desnutrición, “en Chile se gobierna y se legisla a favor de unos pocos”, falta de vivienda, miseria, inflación y mínimo crecimiento de la economía. Frente al fracaso de las visiones “reformistas” y “desarrollistas” que había representado Frei Montalva, era necesario levantar una nueva opción: “La única alternativa verdaderamente popular y, por lo tanto, la tarea fundamental que el Gobierno del Pueblo tiene ante sí, es terminar con el dominio de los imperialistas, de los monopolios, de la oligarquía terrateniente e iniciar la construcción del socialismo en Chile” (Programa básico de gobierno de la Unidad Popular, aprobado el 17 de diciembre de 1969).

El diagnóstico era claro y en buena medida compartido por las tres candidaturas, y sería parte de las discusiones y debates de la campaña electoral de 1970 y de la crisis que precedió al 11 de septiembre de 1973. Adicionalmente, existían numerosas situaciones de hecho que mostraban problemas que se habían ido agudizando y que no encontraban solución dentro de la democracia chilena.

Manifestaciones de la crisis chilena

Al comenzar la campaña, el periodista Luis Hernández Parker explicó que los candidatos estaban recorriendo la geografía chilena, y sus comandos se encontraban en bombardeos de “ataques, contraataques, afirmaciones y desmentidos”. En su artículo agregaba que Chile “es un país que despertó colectivamente a una revolución”, que esta sería permanente y que nadie aceptaría renunciar al sistema democrático, a pesar de la frustración que parecía acompañar la vida de muchos chilenos –estudiantes secundarios que no ingresaban a la educación superior, por ejemplo–, que repetían una triste monserga: “este país no sirve para nada” (“Sin tomar aliento”, Ercilla, 11 al 17 de marzo de 1970).

Durante el año electoral Chile era un país de unos 10 millones de habitantes, con un ingreso per cápita de 700 dólares. Sergio Bitar explica que existía una gran concentración de la riqueza: el 10% más rico tenía el 40,2% del ingreso total, con un coeficiente más alto que el de los países más desarrollados y muy similar al promedio de las naciones latinoamericanas (en Transición al socialismo y experiencia chilena, Siglo XXI Editores, 1979). El problema se agudizaba con un crecimiento económico lento y una gran pobreza dentro de la sociedad chilena.

El programa de la Unidad Popular, citando estudios de la Universidad de Chile, señalaba que la mitad de los niños menores de 15 años padecía desnutrición. Una expresión muy dramática de esta realidad se vivía en las poblaciones callampa, que se levantaban de un día para otro y que reunían a numerosas familias en grupos que carecían de agua potable, alcantarillado, luz eléctrica y otras condiciones adecuadas para desarrollar su existencia. Esta situación se producía en buena medida por la persistente carencia de viviendas, que llevaba a numerosas personas a tomarse determinados lugares donde esperaban levantar un espacio provisional para vivir, lo que provocaba otro tipo de problemas sociales y de políticas públicas.

Por último, se puede apreciar en estos meses un proceso de sobre politización, que tenía manifestaciones como la hipermovilización social –que continuaría en los años siguientes– y la ampliación de las protestas y huelgas, especialmente a medida que se acercaba la elección del 4 de septiembre. En otro plano, los militares habían irrumpido como actores políticos, primero con el Tacnazo de octubre de 1969 y luego con la interpretación de las declaraciones del general René Schneider en mayo de 1970. Estos últimos factores alteraban la tradicional democracia chilena, que Atenía un estado de desarrollo más sólido y elevado que el nivel económico y social alcanzado por el país, que claramente estaba más a la zaga.

La crisis seguía vigente y los programas eran ambiciosos, representando una confianza excesiva en las posibilidades de la política para resolver problemas que se arrastraban por décadas en la sociedad. En materia de candidaturas y proyectos, otro artículo de Ercilla aseguraba que hacía falta un gran tema de campaña, una definición de fondo, y el paso de los meses parecía significar más bien “votar en contra de” que una afirmación de las propias ideas (“La falta del Gran Tema”, 29 de abril al 5 de mayo de 1970).

En cualquier caso, las elecciones siempre representaban la posibilidad de abrigar esperanzas en un cambio, aunque Chile había visto muchos durante el siglo. El mismo sistema democrático ya no tenía la misma confianza y respaldo que había gozado en otros tiempos y el único consenso parecía ser la consciencia transversal sobre la crisis nacional, que hizo más visible los problemas sociales y la descomposición política que enfrentaba el país. Esas eran otras manifestaciones de un momento decisivo de la historia nacional, que todos los candidatos denunciaban con fuerza, sin tener los medios necesarios para resolverla de acuerdo a las necesidades del tiempo histórico.

Ficha de autor

Alejandro San Francisco es profesor de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica. Director de Formación del Instituto Res Publica. Director general de Historia de Chile 1960-2010 (U. San Sebastián).

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