“Voté por Salvador Reyes cuando fui jurado del Premio Nacional de Literatura, y creo ahora que no me equivoqué en ese voto”.

Jorge Edwards

Creo que los chilenos de ahora, no sé si a causa de la pandemia, de las academias o de lo que sea, nos caracterizamos por no saber nada de nada o por no querer saber. Acaba de salir, en una pequeña editorial nuestra, Bricklediciones, un ensayo interesante sobre Ernst Jünger, uno de los mejores escritores del siglo XX, autor en lengua alemana, como Thomas Mann, Ezensberger y algunos otros, y me animo a decir cosas que sé de este personaje, que nació en una ciudad del norte de Alemania, creo que Hannover.

Jünger hizo la carrera militar, fue un apasionado de la gran literatura del mundo, y tuvo que participar, en su condición de oficial de caballería, en la ocupación de Francia y de París durante la Segunda Guerra. Yo fui tercer secretario de la embajada en París en los años en que el embajador era Carlos Morla Lynch. Vivía cerca de la avenida Kleber, a poca distancia del Arco de Triunfo y de la casa donde murió Marcel Proust, y sé lo siguiente, por increíble que parezca ahora. Mi residencia personal quedaba al lado de una librería de la vanguardia literaria, Au sans pareil (La sin igual). Pues bien, Jünger, gran lector y escritor, compraba en esa librería. Una mañana en que llegó con su uniforme de militar alemán, en plena campaña antisemita de los nazis, vio salir de la librería a un intelectual judío con su cruz de David en la solapa, se detuvo en forme recta y le hizo un saludo militar. Tres o cuatro militares en servicio le dijeron a Adolfo Hitler que tenía que hacer algo contra él, y Hitler, con su ignorancia y su fanatismo, les dijo: “A Jünger no se lo toca”.

El hombre había hecho toda la Primera Guerra en las trincheras, con riesgo de su vida, y Hitler lo sabía y calculaba la situación con realismo. Después supe que Salvador Reyes, cónsul de Chile y escritor de temas de los mares, conoció a Jünger en un cóctel italiano, y le entregó un libro suyo traducido en francés en las ediciones de Noel. Conocí algo a Salvador Reyes en sus tiempos de cónsul en Francia. Me contó que salía a comer con frecuencia con Vicente Huidobro, y que Vicente, rico y cuidadoso, lo llevaba siempre a bistrots baratos y le daba vinos de mala calidad. Pero Salvador era un escritor auténtico. Voté por él cuando fui miembro del jurado del Premio Nacional de Literatura, y creo ahora que no me equivoqué en ese voto.

En los días de la liberación de París corrió el rumor de que las ediciones de Noel, que publicaban las traducciones de Salvador, habían sido colaboracionistas durante la ocupación nazi. El oficial de caballería Ernst Jünger consiguió escapar en su automóvil a sus tierras de Hannover.

Cuando François Mitterrand, presidente de Francia, fue en visita oficial a Alemania, visitó la tumba de Jünger en compañía del primer ministro alemán Helmut Kohl. Lo digo para que algunos de por acá tomen nota, y agrego mis recomendaciones de lectura, sin olvidar a nuestro Salvador Reyes.

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Pablo Viollier Derechos Digitales – U. Diego Portales

Con una falta atronadora de rigor, varios intelectuales conservadores y libertarios han denunciado una supuesta cultura de la censura en redes sociales, donde “no se puede decir nada” sin ser acallado por el flagelo de la corrección política.

Esto es, por supuesto, absurdo. La libertad de expresión consiste en el derecho a emitir opiniones y recibir información por los medios que se estimen convenientes, no en el derecho a no ser refutado, increpado o eludir hacerse cargo de las consecuencias de los dichos propios.

Otros, más ponderados, han lamentado la supuesta degradación del debate público que se produce en estos servicios, a los que califican como espacios carentes de racionalidad y asediados por los linchamientos.

Estos reclamos pueden, en parte, estar basados en la realidad. Sin embargo, es importante notar que la emergencia de las plataformas digitales ha significado un cambio cualitativo en la capacidad de los individuos para expresarse, así como una democratización en la posibilidad de participar en el debate público. Es una fantasía esperar que esta apertura no conlleve ninguna consecuencia negativa. Por ello, lamentarse por que la conversación en las redes sociales no se conduzca en los términos del debate epistolar de las cartas al director parece ser, más bien, una nostalgia elitista.

La saña, la ironía e incluso la mala educación (en la medida que no constituyan acoso o amenazas) son todas conductas desagradables e indeseables, pero que están amparadas por la libertad de expresión. Por el contrario, conductas como el racismo, el sexismo y la xenofobia (que afectan desproporcionadamente a sectores vulnerables y excluidos de la población) no son discurso protegido y deben ser activamente combatidas. Paradójicamente, se denuncia censura al ser víctima de lo primero, pero se invoca la libertad de expresión para justificar lo segundo.

Por último, es importante recordar que las figuras públicas, autoridades y ciertos funcionarios (respecto al ejercicio de su cargo), por el lugar que ocupan en el debate público, están obligados a resistir un mayor nivel de escrutinio y crítica por parte de la sociedad. Eso no siempre será agradable, pero es necesario para el sano funcionamiento de nuestra democracia.

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“La crisis ha cristalizado una división en la derecha no vista desde los 90. En buena parte, la historia es la misma”.

Juan Luis Monsalve E.

La autorización para retirar el 10 % de la AFP y los anuncios del Gobierno dirigidos a la clase media son las últimas medidas para enfrentar la emergencia sanitaria y las primeras dirigidas a reactivar la economía post-crisis. En parte, inauguran las inyecciones contracíclicas que dominarán la reapertura, y marcan la transición entre estas dos fases.

Esta transición se está reflejando en el progresivo cambio de énfasis de la agenda, de la dimensión sanitaria de la crisis a la económica. No es extraño que durante las últimas dos semanas la atención mediática haya transitado desde la emergencia sanitaria hacia los actores políticos. La vigilancia del virus y la preparación para una segunda ola seguirán siendo relevantes, pero será la reactivación la que dominará la discusión pública. Es probable que incluso llegue a condicionar las medidas sanitarias. Por ejemplo, que ante nuevos brotes del virus se refuercen medidas de distancia social, pero haya renuencia a imponer cuarentenas. Por otro lado, el plebiscito estará teñido por la crisis económica. Ninguna campaña lo evitará.

Hasta ahora, es una transición despiadada. Ilustra el clima político de la reapertura. La crisis económica demostró su potencia para correr el cerco político de lo imaginable. La víctima ha sido el oficialismo. En varias dimensiones: socavó la autoridad del Presidente como jefe de la coalición, desnudó la impotencia de los partidos por imponer disciplina, evidenció el temor electoral que provoca la crisis económica entre los parlamentarios de derecha y facilita unir a la oposición. Pero en una dimensión ha sido especialmente nociva: cristalizó una división en la derecha no vista desde los noventa. En buena parte, la historia es la misma. Entonces, el quiebre era si suprimir o no las disposiciones autoritarias de la Constitución. Hoy es entre “apruebo” y “rechazo” a una nueva Constitución. Los tiempos cambian, pero no las dos almas. En particular, para el sector del rechazo, la disputa es de naturaleza escatológica. Eso explica el discurso apocalíptico en la batalla contra el 10%.

El derrotero los convenció de que no se requiere un gabinete de diálogo, sino uno de trinchera. El argumento es simple: el gobierno carece de proyecto político. Sin este es difícil ganar un nuevo gobierno. El rechazo es el proyecto, ya que la actual Constitución contiene las “convicciones” de la derecha. Ministros que votan apruebo no son funcionales.

La incógnita es el Presidente. Cómo compatibilizar su inclinación a la opción rechazo, su gestión basada en lealtades personales y un cierto equilibrio en la coalición. Esta decisión definirá el carácter de esta administración por lo que le resta: diálogo o trinchera.

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