¿Qué nos da miedo?, ¿Qué significa la muerte? Estos cuestionamientos son sólo algunos, dice Hugo Grisanti, de los que se hicieron y quedaron registrados en una de las habitaciones del Hotel Bidasoa en las primeras seis semanas de cuarentena obligatoria.

En esos días, un grupo de cerca de 70 personas –entre los dueños del recinto; Grisanti como artista invitado; los cineastas Israel Roa y Cristian Lastra, además del equipo esencial para mantener operativo el hotel bajo estrictas medidas sanitarias– dio vida a un laboratorio creativo que rápidamente tomó forma desde los frentes del diseño, la gastronomía y la hotelería.

“Fue un encierro bastante particular, poco programado, pero con una misión súper clara: aportar y reflexionar sobre lo que estamos viviendo. Y ver cómo trabajar los espacios para estar preparados para la etapa post virus”, afirma Grisanti.

Su oficina, Grisanti & Cussen –que fundó junto a Kana Cussen, y que ha estado tras proyectos como el interiorismo del Hotel Castillo Rojo y el Centro Cultural Arauco, parte de lo que les valió ser reconocidos por Christie's como una de las oficinas de diseño más influyentes de Latinoamérica– trabaja desde hace varios años con el hotel y estaban enfocados en darle una nueva forma al restaurante cuando comenzó la pandemia. “Entonces nos propusimos hacer un emporio que surtiera a la comuna, en un trabajo bien colaborativo entre distintas pymes chilenas. Una tienda de barrio para ayudar a emprendedores chilenos”, asegura. “En medio de eso, el equipo del hotel me invitó a instalarme durante la cuarentena para hacer el proyecto desde adentro”, agrega Grisanti.

El hotel se transformó. “Cada dos semanas el equipo hace unos cabildos y se plantearon dos escenarios: o cerrar por completo, despidiendo gente según los pasos de la ley, o seguir funcionando con el personal esencial, que se quedaría a vivir ahí en una suerte de cuartel sanitario, haciéndoles tests a todos los que entraran. Juntos optaron por lo segundo”, cuenta Grisanti, que partió con lo esencial para seguir con su trabajo y varios objetos personales. “Los sentía súper necesarios, como un baúl con el que mi abuelo llegó desde Italia, fotos, óleos, cuadros”, dice.

De inmediato se sumergieron en darle forma al emporio, pero en el camino surgieron nuevos proyectos.

El manual de la neo normalidad

Con el carácter diverso del grupo, orgánicamente surgieron ideas en la habitación que en sus muros hoy guarda el registro de las sesiones de brainstorming. “Se está haciendo un documental, una memoria de la pandemia desde adentro del hotel. No con la intención de mirarnos el ombligo, sino que en esas setenta personas tenías distintas nacionalidades, edades, visiones de vida. Desde inmigrantes que llegaron hace poco hasta el dueño, don Mauricio, que tiene más de 90 años y una visión muy especial de la pandemia. Según él estamos arriba de una gran ola, surfeando y navegando”, cuenta Grisanti.

En paralelo, el diseñador creó el Manual de la neo normalidad, un proyecto que hoy está disponible en sus redes sociales, pero que le encantaría llevar al papel. “Es como una especie de Manual de Carreño, pero sobre la neo normalidad, cómo será en el amor, en los viajes”.

Además, comenzó a hacerle fotos a los miembros del hotel; los trabajadores que permiten que funcione, compartiendo sus rostros y nombres. “Surgió por una inquietud personal y coincidió con que era uno de los sueños del dueño. Una de sus hijas me lo contó, siempre quiso visibilizar a esos trabajadores invisibles que permiten que el hotel funcione”, cuenta.

Eso no es todo: también crearon un programa piloto de entrevistas a personajes del ámbito del arte, el diseño, la gastronomía y la hotelería, que se sumará a la plataforma de contenidos que generará el hotel para aunar estos experimentos. Y por otro lado, comenzaron a explorar las nuevas normativas para preparar los espacios para el desconfinamiento. “Fueron seis semanas en las que estuvimos súper ocupados y pendientes de aportar. Me sentí súper útil, más allá de estar criticando ministros, de lo que se hizo o no, fue una forma concreta de actuar”.

El regreso

Hace poco más de dos semanas, Grisanti volvió a su casa. Pero su paso por el hotel quedará por siempre. “Mi pieza será el registro de lo que fue ese tiempo. La intervine por completo. Con mis objetos, pero también cambié el papel mural, la pinté. Es el testimonio de un momento, y no con una carga negativa, sino emotiva”, explica Grisanti, que continúa trabajando con el laboratorio creativo.

En paralelo, junto a su socia, ya comienzan a mirar los desafíos que la pandemia significa para el diseño y las nuevas formas de habitar los espacios. “Ya no hablo de cómo será el futuro. Ese futuro ya es. Es el presente. Y esto cambia todo”, reflexiona. “Específicamente en el rubro gastronómico y hotelero me preocupa mantener las experiencias. Uno no va a un restaurante solo porque se come bien, va por lo que se vive en ese espacio, así que nuestro foco está en tratar de generar eso en la espera del take away, por ejemplo”.

En el Bidasoa, en tanto, quieren potenciar los espacios exteriores. “Cobraron una relevancia fundamental y hay que privilegiarlos. Es ahí donde, respetando las medidas sanitarias, todavía podemos sentirnos achoclonados. Somos latinos, es nuestra esencia. Hay que adaptarse respetando nuestra identidad y pensando en la rentabilidad del proyecto. Porque con el 40% del espacio en uso no se puede”, afirma.

Hugo Grisanti durante su cuarentena en el hotel.

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El Hotel Bidasoa fue fundado en 1989 por la familia Sanz Raab –también dueños del restaurante Pimpilinpausha, uno de los más antiguos de Santiago– y se hizo conocido como uno de los primeros hoteles boutique de Chile.

Con un espíritu familiar y un restaurante que la crítica elogió por su buena mesa y atractiva terraza, hace seis años el hotel comenzó un proceso de reinvención, al mando de los hermanos Mauricio, Maritxu y Andrea. Para esto, se construyó un segundo edificio tras la casona original, que se caracteriza por prácticas ecológicas que disminuyen su impacto en el ambiente.

Su diseño se ideó bajo el concepto del “viaje”, no sólo por tratarse de un hotel, sino porque entrar en él es también un viaje en el tiempo a través de distintas estéticas y de la historia migrante de la familia, que arribó a Chile desde el País Vasco en el legendario Winnipeg, en 1939.

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