Al presidente ejecutivo de Espacio Público, Diego Pardow, nacido en España, aún lo impacta la precariedad chilena, que se ve reflejada cuando hace clases virtuales. Profesor asistente en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, donde imparte clases de microeconomía, explica:

“Hay estudiantes de primer año que me dicen pucha, profe, tengo la cámara apagada porque me da vergüenza que mis compañeros vean mi casa; es muy humilde. Otros viven fuera de Santiago y les llega conexión por momentos; logran bajar los videos pero no presenciar una clase en vivo. Cuando partió el semestre tenía dos cámaras para hacer mis clases más interactivas, pero al rato me di cuenta de que consumía demasiado ancho de banda y tuve que simplificar. Al principio era muy frustrante porque el sistema funcionaba mal. Hablarle a puras cámaras apagadas que no dicen nada ni interactúan, es difícil. Pero ahora que terminó el primer semestre reconozco que ha sido el más gratificante en mis años de profesor”.

Abogado de la Universidad de Chile, Magíster y Doctor en Derecho en Berkeley, Pardow se convirtió en una figura crítica del manejo de la pandemia y ha sido invitado frecuente en programas de TV.

Padre de dos hijos de 6 y 12 años, dice que no se ha movido de su casa en todo este tiempo. “Estar tan juntos es complejo sobre todo en los días en que hay presión por sacar algún informe de Espacio Público. El otro día, mientras estaba en directo para un matinal para hablar de un tema clave, atrás aparecieron mis niños tironeando un cuaderno (ríe). Es estresante. Lo único que quiero es que se termine la cuarentena, que las cosas mejoren y volvamos a salir; no repetiría esta experiencia para siempre... No me gustaría que fuera la normalidad de mi vida”.

—¿Qué es lo que más le ha costado?

—Echo de menos jugar fútbol con mis amigos; tenemos un equipo que formamos en la universidad y jugábamos todas las semanas. También extraño a mi familia y a mi mamá que vive en Valparaíso. Esa es la parte difícil. Aunque soy afortunado, me tocó un naipe relativamente fácil en comparación con tantos otros.

El barco de Neruda

Los abuelos de Pardow llegaron a Valparaíso a bordo del Winnipeg, huyendo del franquismo tras la Guerra Civil. “Mi abuela era periodista en la época en que el periodismo no existía. Mi abuelo era pintor; estudió Bellas Artes en la Academia Real de San Fernando, en Madrid, y fue compañero de Dalí. Luego se sumó al ejército republicano y después de la guerra partió con el éxodo de refugiados hacia Francia donde estuvo en un campo de concentración”.

Sobre sus padres, cuenta: “Mi papá era dirigente regional del Partido Socialista y profesor en la sede porteña de la Universidad Chile, pero lo echaron para el golpe militar. Mi mamá estuvo presa. Cuando la liberaron la dejaron en la loza del aeropuerto para subirla directo a un avión rumbo a España. Su caso está en la comisión Valech”, cuenta sin dar mayores detalles.

Diego Pardow nació en España y ahí vivió hasta los 10 años. Regresó junto a su madre y hermanos en 1989, un año después de la muerte de su padre. Aún recuerda el impacto que vivió al llegar en la última ola de exiliados que retornaron al país.

“Fue un shock ver niños de 10 o 12 años a pie pelado cuando iba al paradero que estaba cerca de mi casa; niños solos, con marcas de inhalar neoprén en la cara. Ver este tipo de pobreza para mí fue muy fuerte”, comenta.

—A esa edad, no es fácil adaptarse a otro país. ¿Cómo fue su experiencia?

Me inscribieron en el Colegio Francisco de Miranda, que recibía a muchos hijos de retornados; había miedo entre sus familias; enfrentaban una situación incierta, varios de sus amigos y familiares estaban muertos, tampoco resultaba fácil adaptarse.

—Ya casi no le queda acento español. ¿Fue un problema cuando chico?

En el colegio mi mejor amigo venía de Suecia y hablaba muy mal castellano; yo en cambio tenía un marcado acento hispano. Pero para mis hermanos mayores fue más difícil el proceso de adaptación; tuvieron que dejar amigos, pololas, en una época donde la comunicación era muy complicada. Mi experiencia fue mejor aunque tampoco fui bien recibido.

—¿Por razones políticas?

Había una cierta hostilidad en algunos círculos. En la cuadra donde vivía, en la calle Los Corcolenes, La Reina, varios habían votado por el Sí en el plebiscito. Nosotros llegamos justo para la campaña de Aylwin y Büchi, y había casas de amigos donde no podía entrar. Esa era la sociedad chilena de la época. Me costaba entender esas cosas”.

“Al principio nos rechazaron”

Pardow fue militante de Revolución Democrática prácticamente desde sus comienzos. Renunció para sumarse a Convergencia Social, lo cual aún no concreta. “Siempre he sido ‘bulto' en los partidos; he repartido volantes, campañas puerta a puerta, etc. Nunca me interesó la dirigencia. Tengo un gran respeto por la política y la capacidad de sus representantes de transformar ideas en realidad, pero no es lo mío”.

—¿Qué le pasa cuando ese discurso choca con el desprestigio que tiene hoy la actividad política?

—Hace rato que Chile está en un proceso de polarización. La gracia de una democracia es que exista diversidad de opinión y que de ahí salgan mejores políticas públicas. La idea es que los diálogos sean constructivos y para eso es clave contar con buena evidencia, que es lo que promovemos como organización de manera de impulsar un debate a fondo. En los procesos de polarización la evidencia puede surgir como un espacio común donde el diálogo es posible.

—Aunque fueron muy cuestionados en el comienzo de la pandemia.

—Había resistencia, nos rechazaron. Trataron de desacreditarnos y decir que no teníamos un especialista en epidemiología, por ejemplo, como pasó con Ignacio Covarrubias y otros intelectuales de derecha, lo cual es totalmente tirado de las mechas porque los países que han enfrentado bien la pandemia lo han hecho de manera multidisciplinaria.

—También los criticaron porque representan a un sector político.

—Nos acusaron de actuar con motivos ideológicos, que éramos un espacio de centro izquierda, como lo señaló Jaime Mañalich en una conferencia de prensa. Pero nuestro directorio tiene gente como Jeannette Von Wolffersdorff, César Hidalga o Maisa Rojas. Con el nuevo ministro no hemos recibido más descalificaciones.

La pendiente resbaladiza

—¿Cree que perdimos el rumbo como país?

—Hay que evitar el argumento personal. Pero efectivamente se detectan las típicas falacias argumentativas, como lo que llamo la ‘pendiente resbaladiza', donde basta un paso para caer en una pendiente que te va a llevar al subdesarrollo, aunque no exista ninguna explicación causal. Es un argumento típicamente conservador; a la derecha le gusta el status quo y suele recurrir a esa estrategia. Pero hay otros momentos en la historia donde también es utilizado por la izquierda para mantener las cosas tal cual. Cualquier cambio genera una bola de nieve que no tiene control.

—¿Política del terror?

—Pero es bien absurdo porque entonces nunca puedes hacer nada.

—Sin embargo, figuras de derecha están de acuerdo con cambiar algunas cosas que antes eran impensables, como el retiro del 10%....

—Es que ese es el punto. Hay muchos países donde eso sí se ha hecho. El mismo Banco Mundial emitió un informe donde muestra varios programas de acceso a estos fondos, a veces con devolución por parte de los afiliados, o de solo una parte, con o sin impuestos. Tampoco es que se esté permitiendo tocarlos por cualquier razón sino porque estamos en medio de una emergencia sanitaria jamás vista desde la gripe española. Y antes tuvimos una crisis social que también afectó el ingreso de las personas, entonces estamos en una situación muy precaria.

“El gobierno debe asumir que su ayuda ha sido insuficiente”

—¿Hay populismo en este debate?

—Se ha visibilizado un problema que es real; a la gente no le están llegando los recursos para poder sostener a su familia y sienten miedo e inseguridad respecto de su presente y futuro económico. Hay personas que están desesperados, que tienen hambre. ¿Cómo nos hacemos cargo? Eso es lo que están visibilizando los que proponen el 10%. El gobierno debe asumir que su ayuda ha sido insuficiente, tardía y burocrática. Por eso este proyecto es tan popular. Y acusar a quienes adhieren el proyecto de populismo es infantilizar la discusión al negarse a la posibilidad de un acuerdo democrático.

—El gobierno presentó este domingo un plan de desconfinamiento. ¿Cuál es su evaluación?

—Los ingleses tienen un dicho: espera el mejor escenario pero prepárate para el peor. Eso es lo que hace una persona prudente. Por supuesto que tiene cosas positivas; contempla varias etapas, obedece a parámetros objetivos como indicadores de testeo, trazabilidad y aislamiento que permitan reducir o minimizar un rebrote. Y, en caso de producirse una mayor propagación, se exige un nivel de disponibilidad de camas que permitan absorber esa demanda.

—¿Y los aspectos no óptimos cuáles son?

En lo negativo, los datos utilizados por el gobierno para esos cálculos no son de libre acceso y no hay cómo saber si se han desarrollado de manera correcta. Entonces deberían ser más transparentes. También considero que el umbral elegido es más bajo de lo que se observa en otras partes del mundo; como la tasa de positividad del 15% cuando la tendencia mundial es inferior al 10%; o un rango de trazabilidad del 80% de los contagios cuando en otros países es del 90%. El umbral es menos exigente y puede ser preocupante.

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