El arte y el diseño vienen en el ADN de Tessa Aguadé. Su padre es Cristián Aguadé, el catalán que fundó Muebles Sur en los años ‘40. Su madre, Roser Bru, la reconocida artista que, con 97 años, sigue pintando cada día en su casa en Providencia.

Tessa, diseñadora de muebles —la mayor de dos hijas—, irrumpió en 1967 con Terra, su propia tienda de objetos decorativos en Merced, en una casa con una puerta psicodélica pintada por su entonces marido, el artista visual Carlos Ortúzar. En los ‘70 ya se había trasladado al Drugstore y a ella la entrevistaba Isabel Allende, para la revista Paula, por su revolución en la decoración local. “Yo viví en una especie de gloria eterna”, dice ahora que repasa lo que significó ese emprendimiento que mantuvo hasta 2004. Siguió trabajando en Sur Diseño, hasta que vendieron la empresa familiar en 2017. “Yo creí que me iba a dar un infarto”, acota riéndose. “Dejé de trabajar y al día siguiente me puse a escribir”.

Está recluida en su departamento en Providencia desde mediados de marzo junto a su marido, Julio Jung —con quien se casó en 2000, después de 10 años de relación— y su nieto mayor. “¡Ya somos de la cuarta edad! Se me ha hecho pesado y me di cuenta de que es por la pérdida de la libertad, que es algo mucho más profundo que el estar encerrada”, señala.

Ella tiene dos hijos de su matrimonio anterior y cuatro nietos.

“Yo tengo consciencia de que no debo salir, pero no podemos pretender que a la gente de las poblaciones, que viven hacinados, la pongan en cuarentena. Es un privilegio que algunos nos podemos dar. Eso es dramático”.

—Tu marido está sin trabajo y sin ninguna protección social, a sus 78 años.

—Se quedó sin nada. Julio tiene la suerte de trabajar como concejal todavía, por Zoom. Recibe un sueldito con el que no podría vivir obviamente. No tiene plata ahorrada, como sucede con la muchos actores. Y no tienen jubilación. Los actores están muy desprotegidos.

—¿Julio ha llevado bien la cuarentena?

—Él no está bien. Le empezó un dolor horrible en una pierna y, de un día para otro, no pudo caminar más. Vino un médico, le pidieron una resonancia magnética, pero él es claustrofóbico, por lo que necesita anestesia y no se puede internar con el coronavirus a todo dar. Le hicieron un scanner y le descubrieron las caderas atrofiadas. Estamos en una situación compleja, solo podemos paliar el dolor por ahora hasta que lo puedan operar. Está con medicamentos muy fuertes y unos parches como de morfina que lo tienen en un estado de aparente voladura. Es tragicómico, porque a veces me río por las tonteras que habla, pero después me baja angustia verlo en ese estado.

—Eso lo debe golpear emocionalmente también, ¿no?

—Claro, está con antidepresivos y un chancacazo de varias otras cosas. Según él nunca ha tenido depresión. Yo soy muy alegre también, pero muy depresiva. Y no tengo problema en decirlo, ¡vivo con antidepresivos! Soy bipolar, como le dicen, pero lo tengo controlado. Asumo mis bajones.

—“Yo no sé dónde estaría si no fuera por mi mujer”, decía Jung en La Segunda Sábado.

—Emocionalmente, él es muy dependiente de mí. Yo soy la fuerte, el bastón. Pero yo no soy dependiente de nadie, así que evidentemente me agobia a veces, pero es lo que a uno le toca.

—¿Es cierto que eres muy amiga de María Elena Duvauchelle, su ex mujer?

—O sea, yo la invité a veranear a nuestra casa del Lago Caburgua. Conmigo, con Julio y con su hijo. Ella es encantadora. Nos llevamos mejor nosotras dos, nos quedamos horas conversando y Julio furioso porque lo dejábamos a un lado (risas).

“Roser es la persona más humilde que he conocido”

A Tessa la llamaron para anunciarle que Roser Bru recibirá el Premio Creu de Sant Jordi en Barcelona, el 20 de julio, con el que reconocen “a los personajes que, por sus méritos, hayan prestado servicios destacados en Cataluña en la defensa de su identidad”. “Para nosotros es muy muy importante, porque somos una familia catalana”, explica Tessa. Como no podrán viajar, serán representadas por algunos familiares.

“El mundo del arte para mí es lo normal, no conozco otra forma”, sostiene, porque creció rodeada de artistas. “Cuando yo tenía ocho años, Pablo Neruda llegaba a almorzar a mi casa. Le gustaba la comida catalana y mi mama cocinaba increíble. Él era muy cálido, entretenido. Adoraba a mis padres”, recuerda Tessa. Roser Bru llegó en el Winnipeg en 1939, con 16 años, un libro sobre los Impresionistas en la mano y un abrigo. No había terminado el colegio, pero acá entró a estudiar arte. Y se casó a los 19.

En familia visitaron varias veces la casa de Neruda en Isla Negra y, en Santiago, les abría la puerta Matilde Urrutia. Neruda escribió “Diez odas para diez grabados de Roser Bru”, en 1965, libro del que aún existen escasas ediciones en el mundo.

Roser mantenía impecables esos recuerdos hasta que, en septiembre de 2015, 16 días después de recibir el Premio Nacional de Arte, sufrió un infarto cerebro vascular. Después se rompió la cadera y la mitad de su cuerpo quedó paralizado. “Ese fue un período muy malo de ella, fue muy duro, le vino una fuerte depresión porque no podía pintar. Estuvo con kinesiólogo un año, día por medio, y así pudo recuperar su mano. Tuvo que aprender a escribir su nombre de nuevo. Volvió a pintar y se le terminaron todos los males”.

—¿Cómo hoy está Roser?

—Mi mamá es un ser fantástico. La capacidad que tiene, a los 97 años, de vivir entre este mundo y el otro. La Rosita, que es su cuidadora, la levanta a las 10 de la mañana, toma desayuno, la arregla preciosa, le pone collares y pañuelos, porque ella es muy fijada en la ropa. La sienta en su silla, le pone las telas y le prepara la paleta de colores. A veces, pinta solo verdes y azules porque así la Rosita le preparó la paleta (risas). A veces rosados y fucsias. Pinta dos o tres horas y se olvida de su vida. Tiene una salud maravillosa. En la tarde vuelve a pintar o ve televisión. Antes, jugábamos dominó, que le hace muy bien para la cabeza. Le mandamos fotos todos los días. Tiene muchos amigos que la adoran, es una persona muy generosa.

—¿Reconoce a la familia?

—Siempre sabe quienes somos. Por ahí se le olvida el nombre de algún nieto, tiene tres, y cuatro bisnietos. Ya no es capaz de leer el diario como lo hacía antes. Pero la música le hace increíble, escucha mucha música clásica, mucho Mozart, Bach. Y muchas canciones catalanas que se las canta enteras. Tiene una voz espectacular y se sabe todas las letras. Tiene demencia senil, pero su pasado está intacto. Por eso sigue hablando catalán con nosotras las hijas, porque es nuestro primer idioma.

—¿Logra dimensionar la importancia de los premios que sigue recibiendo?

—Dice “Ahhh, ¿otro premio más?” (risas). Recibió el Premio Nacional a los 92 años, pero pensó que nunca se lo iban a dar. Yo creo que fue, en parte, la causa del infarto que le dio. Mi madre siempre fue una artista sola, nunca hizo ningún lobby. Y mi padre se había muerto un mes antes. Estaban separados, pero tenían una relación muy importante. El neurólogo nos dijo que no resistió tantas emociones.

—¿Tuvo algún sueño con respecto a su carrera? ¿Pensaba en dejar un legado con el que pasaría a la historia?

—Nooo, jamás. Es la persona más humilde que he conocido en mi vida. Ella pintaba de acuerdo a su historia. Ahí aparecen la época del Golpe, los escritores que la marcaron como Kafka, Rimbaud, Zurita, Federico García-Lorca. Mujeres como Frida Khalo o Gabriela Mistral. Su pintura está muy relacionada con la mujer, siendo ella cero feminista, porque la pobrecita hizo la comida en la casa toda su vida (risas).

“Necesito tocar a mi madre”

Tessa estudió en el Colegio Suizo, en Santiago, y la primera vez que vivió en Barcelona fue en 1962, en plena época franquista. Esa ciudad fue su hogar varias veces en su vida. Sus abuelos fueron dos políticos muy connotados en la región. “Uno de mis abuelos fue el primer alcalde en Barcelona. Mi familia es muy importante en cataluña, tiene calles muy importantes, es emocionante. Aquí no somos nadie”, dice con una carcajada.

Ella siempre fue muy deportista, esquiaba como su papá, de quien era incondicional. “Mi madre llevó una muy buena vida, pero sufrió bastante con la separación, a pesar de que ella la pidió. Mi papá era un picaflor. La amaba, pero tenía montones de mujeres. Era muy buenmozo y un triunfador”, relata Tessa. “Mi mamá, por otro lado, era una súper pintora. Una mujer brillante, autodidacta. A veces, a él lo presentaban como el señor Bru. En una época en que a los hombres no les gustaba mucho eso. Mi mamá llegó a Chile después de estar ocho meses en un campo de refugiados en Francia, donde ella ya había estado refugiada hasta los 5 años. Tuvo una vida muy dura, pero acá entró al Bellas Artes y se transformó en una intelectual. Viajó mucho por el mundo. Tuvo una vida muy holgada económicamente, nunca tuvo que pintar para vivir. Pintar para ella siempre ha sido lo más importante en el mundo, pero le daba lo mismo vender”.

A Carlos Ortúzar lo conoció en una fiesta de artistas en la casa de sus padres. “¡Era un chiflado de pirinola!”, recuerda. Se casaron y estuvieron juntos hasta 1985, cuando él murió producto de un aneurisma. Ella enviudó con 42 años. “No todo es color de rosa. Y es curioso cómo uno se recupera, porque la vida continúa. Estuve cinco años muy mal. Y la verdad, nunca pensé en volver a casarme… En 15 minutos se le fue la vida. Fue muy dramático”.

—Con 94 años Roser decía, en la revista Ya, que no le tenía miedo a la muerte, “porque todo se transforma y viene de la mente”.

—Nunca ha hablado de temerle a la muerte, pero no la ha sentido cerca. “Estoy en la premuerte”, decía siempre. Llega una edad en que la muerte se vuelve una realidad y ya no es nada tan dramática. No somos religiosos, así que no tenemos en qué apoyarnos tampoco. Ahora a ella no le gusta estar sola. Le toma la mano a quien tiene al lado. Se ha vuelo una persona muy cariñosa. Yo no la recuerdo como una madre de mucho toqueteo. Siendo muy cálida y preocupada, no era muy besadora. Ahora te besa las manos, te hace cariño...

—¿Qué sacaste tú de tus padres?

—Soy muy papá, en muchos sentidos. Yo era muy competitiva. Con los años, me he ido pareciendo más a mi mamá. Me he ido volviendo una mejor persona, más humilde. Desde que se murió mi ex marido empezó mi cambio diría. Hay cosas que me importan mucho más que el dinero; debe ser porque lo tengo también. Pero esta pandemia me está transformando. La mayoría de las cosas me sobran. Me he dado cuenta de que ya no necesito nada. Necesito tocar a mi madre, hace mucho tiempo que no lo hago.

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