De camisa blanca Katia Trusich, presidenta de la Cámara Chilena de Centros Comerciales, aparece en la pantalla de Zoom. Tras ella deambulan sus perros Milka (Braco) y Eros (Pastor Alemán). “Soy muy perruna”, dice sonriente.

La abogada de la U. de Chile (con un MBA de la Universidad Adolfo Ibáñez) está en la terraza de su departamento. Rodeada de plantas bautizó el espacio como “jardín de invierno”. “Esta cuarentena ha sido un despertar femenino maravilloso. Estoy haciendo pan y aprendí a bordar punto cruz”, comenta.

Además, ha podido almorzar diariamente con su marido Felipe Harboe, senador del PPD, y sus hijos Ángela (6) y Diego (14) y Emilia (20). “Como Felipe llegaba tarde del Congreso, en los quince años que llevamos casados nunca habíamos podido comer juntos en la semana”, cuenta.

Este tiempo como representante de la asociación gremial de malls ha sido “intenso”. Actualmente 100 de los 150 centros comerciales asociados a la Cámara están “prácticamente” cerrados. Cincuenta funcionan manteniendo abiertos sus servicios esenciales (supermercados, farmacias, bancos y centros médicos). “Hemos tomado todas las medidas sanitarias demostrando que somos lugares seguros. Cuando volvamos debemos recuperar la confianza de una población que ha estado encerrada durante meses”.

Desde hace dos décadas su nombre es reconocido en el sector público y privado. En el gobierno de Ricardo Lagos (2000) fue asesora del Departamento Jurídico de la subsecretaría de Economía y un año después asumió como jefa de gabinete del subsecretario de Economía, Álvaro Díaz. Asimismo, en 2014, fue subsecretaria de Economía bajo el mandato de Bachelet.

En lo privado ha sido gerente general del laboratorio Genzyme, (2007), de la Pesquera Yelcho (1997) y del Grupo GCE (2016), entre otros cargos. “Trabajar en varias industrias, gremios y gobiernos me ha permitido integrar una visión de la sociedad que va más allá del conocimiento técnico del mercado. Se me abrió una sabiduría relacionada con una profunda conexión con los problemas y motivaciones de la gente”, comenta.

-Es directora de una cementera, de una cooperativa de ahorro, de una sanitaria, de un consorcio universitario y es parte de Icare ¿Cómo ve al empresariado en esta crisis sanitaria?

-Desde el principio los empresarios han atendido los problemas financieros de sus trabajadores. Analizando préstamos y protegiendo el empleo. No he escuchado a ninguna empresa decir que esto sea una oportunidad para tomar medidas drásticas. Nos enfrentamos a una problemática sanitaria y económica cuyo fondo aún no se vislumbra.

-¿Estamos lejos de una salida?

-Esto me quita el sueño; requerimos de un esfuerzo colectivo de todas las fuerzas sociales y políticas remando juntas. Sin embargo, veo pocos nombres con capacidad para liderar un proceso de cambio social y jurídico que garantice al país salir engrandecido. Son cambios necesarios. Tenemos un proceso constituyente abierto y proyectos de ley que renuevan las bases de la institucionalidad y del mercado. Hay mucha presión de las fuerzas sociales para que esto ocurra; es importante canalizarla responsable y oportunamente.

“Sé lo que es pasarlo mal”

A los 41 años, Trusich quedó embarazada de su hija menor Angela. Debido a complicaciones en su embarazo a los dos meses de gestación los doctores “la mandaron a la cama” con un estricto reposo durante siete meses. “Venía de un ritmo laboral intenso en una multinacional. Cuando me dijeron que parara no lo dudé, estaba en juego la vida de mi guagua”, cuenta.

Esos meses recordó “repetidamente” al Río de la Plata en Montevideo, su ciudad natal. “Sus aguas que cambian de colores y se revuelven me dan paz”. Creció con su madre y sus abuelos maternos en una casa del barrio uruguayo de Malvín. “Éramos una familia de clase media; en Uruguay uno tiene una vida muchísimo más sencilla. En Chile hay más recursos y se cuidan más las apariencias. En la playa de Montevideo todos somos iguales tomando mate en traje de baño”, dice.

La abogada pasó su infancia bajo el alero de su abuelo Miguel Ortiz, abogado republicano, periodista, y masón, quien trabajó con los presidentes uruguayos Luis Batle (1947), Julio María Sanguinetti (1985) y Jorge Batle (2000). “Él estuvo en la guerra civil española y en 1948 llegó a Uruguay donde se enamoró de mi abuela. Me enseñó la perseverancia, el perfeccionismo y la lealtad. Crecí como hija de migrantes sabiendo que la vida uno debe ganársela a diario”.

Luego de que sus padres se separaran su madre se casó con un alto ejecutivo chileno de una multinacional. A los diez años se vino a vivir a Santiago con su mamá y su marido. Todavía recuerda ese viernes de febrero de 1981 cuando aterrizó por primera vez en Chile. “Las montañas eran impresionantes y el río Mapocho tenía un hilo de agua”, cuenta.

A su llegada la matricularon en el Grange. “En el colegio era bien matea, deportista y estaba enamorada de las aventuras de Emilio Salgari, Sandokán me desvelaba. Agradezco haber recibido una educación escolar donde nadie me dijo que había límites a lo que podía hacer una mujer”.

-Es difícil un cambio de país siendo niña, ¿cómo lo vivió?

-Aunque me considero chilena, y amo Chile que me ha dado infinitas oportunidades, reconozco que fue muy duro. Los primeros años del colegio me hacían bullying por mi acento y prontamente lo eliminé como instinto de sobrevivencia. Quien era un poco diferente era objeto de burla. Esas vivencias me obligaron a curtirme y a sensibilizarme más.

-¿En qué sentido?

-(Suspira) Tuve una infancia dura entre la separación de mis padres, de la familia y el desarraigo de Uruguay. Eso me sirvió como aprendizaje para no tenerle miedo a nada. ¿Qué fracasos tan grandes puedo vivir hoy que me hagan daño? Ninguno, porque sé lo que es pasarlo mal. Sobrevivir a momentos dolorosos me conectó para ver las oportunidades, construir puentes y hacer amigos.

“Felipe (Harboe) es guapísimo”

Cuando tenía 18 años su madre y su marido se radicaron en el sur. Se quedó viviendo sola en un departamento de Vitacura. Esos años estudiaba derecho, criaba perros y los llevaba a competencias. “Me profesionalicé en lo canino”.

En 1997 partió a España donde cursó un doctorado en derecho medio ambiental en la Universidad de Salamanca. A su regreso, en 1999, se casó con el empresario Jaime Solari, padre de Emilia y hermano de Ricardo (ex Presidente del directorio de TVN). Tiempo después se separó y conoció a Felipe Harboe. A los 37 años le tocó reemplazar al senador en la jefatura del gabinete de la subsecretaria de Economía. “Mi jefe me dijo que conociera a Felipe. Nos juntamos a almorzar y fue un flechazo. Tuve suerte de encontrar al amor de la vida. Somos muy amigos, además es guapísimo”, ríe.

-En 2018 fue convocada por Sebastián Piñera para integrar una mesa de trabajo para un acuerdo nacional en materias económicas. ¿Qué opinión tiene del Presidente y por qué aceptó?

-Me sentí muy honrada de ser invitada. Tengo vocación de servicio público, indiferente de qué coalición gobierne, nunca me restaría de una iniciativa que contribuya a Chile. Nunca ha militado en ningún partido político; puedo concordar con quienes están en la derecha y en la izquierda. Y aunque no voté por Piñera, creo que hay que proteger la democracia y el poder del voto en la urna. Así de grave veo esta crisis económica y social, y lo que está en juego en ella.

-Cuando aceptó ser subsecretaria de Economía en 2014, reconoció a la Revista Ya que recibiría la mitad de su sueldo anterior, pero que aceptó contenta, pues “ganaba demasiado” en el laboratorio donde trabajaba.

-Me criticaron mucho por haberlo dicho, pero fui honesta. Acepté, ya que poder trabajar nuevamente en el ministerio de Economía definiendo políticas públicas era muy valioso. Renuncié porque al segundo año sentí que había cumplido con las tareas encomendadas y que no había piso político para seguir avanzando.

“Los gastos comunes deben seguir cobrándose”

Trusich, única mujer en dirigir la Cámara de Centros Comerciales desde que se fundó en 2008, cuenta que el primer mall que conoció fue el Apumanque. “Fue el primero que se levantó en Chile en 1981. Desde entonces ha habido un auge en los últimos 30 años”.

Con sus quince grandes empresas (Movicenter, Zofri, Grupo Marina y Grupo Pasmar, entre algunas) los malls del gremio registran 757 millones de visitas al año. “El comercio es el principal empleador del país con 400 mil empleos aportados desde nuestros malls. Una caída en nuestro sector es un problema país”, dice

-Parque Arauco, Mall Plaza y Cencosud Shopping, socios de la Cámara, anunciaron que no cobrarán arriendo a sus locatarios debido a la cuarenta. ¿Qué medidas están tomando los demás operadores?

-El ciento por ciento de nuestros asociados encuestados afirman que han hecho grandes esfuerzos de apoyo. Nuestros operadores de Arica a Magallanes han suspendido y flexibilizando los pagos de los arriendos y han bajado los gastos comunes hasta un 80% y han otorgado préstamos blandos. Si el mall puede abrir el locatario puede vender y si a ellos les va bien nosotros podemos mantener nuestras cadenas de pagos con los respectivos compromisos.

-El presidente del gremio de restaurantes, Máximo Picallo, dijo que en los malls les siguen cobrando gastos comunes altísimos, pese a no tener ingresos.

-Los gastos comunes deben seguir vigentes. En esta crisis se les han bajado esos montos a los locatarios, pero no pueden quedar en cero. Los centros comerciales deben mantener su iluminación y gastos de seguridad. Si yo cierro la persiana de mi local y me mando a cambiar al día siguiente lo pueden saquear o incendiar. Eso sucedió en la crisis social.

-¿Cuándo vislumbra una apertura de los centros comerciales?

_ No puedo dar una fecha, porque lo sanitario manda. Hemos estado trabajando con las autoridades desarrollando instructivos para una vuelta segura. Yo creo que tendremos semanas y meses de incertidumbre. Con aperturas y cierres cuando se generen focos de contagio en una comuna. En cuanto se vayan levantando las cuarentenas nos gustaría ir abriendo en forma gradual con mucha prudencia. Empezaría priorizando esos locales pequeñitos de los cuales depende el sustento de una familia.

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