Desde fines de los 80 que un grupo de académicos, entre ellos Juan Linz y Arturo Valenzuela, viene planteando que la crisis de las democracias en América Latina se debía al presidencialismo imperante en la región.

La politóloga Pamela Figueroa estudió en la Georgetown University y fue alumna de Valenzuela (quien fue asesor de Bill Clinton y subsecretario de Estado de Barack Obama), y ha sido una de las críticas de lo que ella define como “hiperpresidencialismo” chileno.

—La Constitución es un cadáver dijo Fernando Atria, Patricio Zapata planteó que estaba mal herida y la presidenta del TC sacó una inédita declaración para defenderla. ¿Es el régimen presidencial el primer fusible del actual cuadro?

—Más allá de si la Constitución es un cadáver o está mal herida, lo cierto es que Chile se encuentra actualmente en un proceso constituyente que tiene un itinerario claro. Dicho eso, el hiperpresidencialismo que existe en Chile es ejemplo de un sistema político que no permite resolver los principales conflictos y demandas de la sociedad. El cambio al régimen político me parece que es el tema clave del debate constitucional. No es el primer fusible. Definir un régimen político que equilibre el poder entre el Ejecutivo y el Legislativo y que dé un rol preponderante e incidente a la ciudadanía, nos permitirá actualizar una institucionalidad política que hoy está totalmente desfasada.

—¿Hay una crisis de la figura presidencial, como plantea la académica Stephanie Alenda?

—Coincido con la doctora Alenda en que hay una crisis de la figura presidencial. Desde mi perspectiva no es sólo por el liderazgo o la falta de liderazgo que el Presidente Piñera demuestra hoy. La crisis presidencial tiene su fondo en un diseño institucional, delimitado por la Constitución de 1980, que desconfía de la política y los partidos políticos. Esta tesis la planteamos junto a Nicolás Eyzaguirre y Tomás Jordán en un texto que presentamos en Flacso en 2018 y que estamos prontos a publicar, donde analizamos el régimen político y hacemos una propuesta: un Presidencialismo Parlamentarizado. La crisis del actual régimen político se expresa en una figura presidencial con amplios poderes y un Congreso disminuido, en el marco de un sistema de partidos multipartidista y que tiende a la fragmentación y la desintitucionalización. El Ejecutivo no logra tener mayoría en el Congreso y esto genera las tensiones. Las crisis políticas son resultantes de este sistema bloqueado y trabado, y el presidencialismo tiene la limitante de no tener mecanismos institucionales para resolver este tipo de crisis.

—¿Lo que está viviendo la investidura presidencial hoy, tiene algún parecido con otro gobierno pasado?

—En la historia de Chile, hemos ya vivido otras crisis presidenciales. En 1891 el Presidente Balmaceda se enfrentó a un Congreso que le negó la aprobación del Presupuesto; otra crisis fue el debate que se expresa en la Constitución Política de 1925 y que se resuelve cuando Alessandri llega al poder en 1932; y posteriormente la crisis que culmina con el golpe de estado de 1973 en contra del Presidente Salvador Allende. Politólogos como Juan Linz, Arturo Valenzuela, y Peter Siavelis han señalado las características del hiperpresidencialismo chileno como causa de las crisis institucionales. Actualmente se ve aumentado, por la conceptualización que la Constitución de 1980 expresa sobre la política y el poder presidencial, en desmedro del Congreso y la ciudadanía.

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“Aquí no hubo batalla intelectual. A lo más, incompetencia gubernamental, un error estratégico de la coalición oficialista y una dosis de astucia del polo Frente Amplio-PC que arrastró tras de sí a la disminuida ex Nueva Mayoría”, describe el exministro José Joaquín Brunner sobre la reforma por ahorros previsionales. El episodio, dice, mostró a “una clase dirigente confundida, algo febril que, en vez de resolver problemas graves y urgentes, los vuelve aún más complicados”; al Gobierno y su coalición “cada vez más deteriorados”; y una oposición “más interesada en derrotar al gobierno que en colaborar para encontrar mejores soluciones”, y “sin discurso coherente, sin liderazgos y sin escuchar ni a sus propios técnicos”.

—Alfredo Joignant habla del “momento socialdemócrata”. Precisa que después de haber tocado fondo, la oposición está ante la posibilidad de ser “alternativa de gobierno” y que en el acuerdo por US$12 mil millones fue “homogénea, avanzando hacia una agenda socialdemócrata y persuadiendo a sectores oficialistas”.

—Acordar un techo de gasto público para la emergencia no nos hace ni más ni menos socialdemócratas o neoliberales. ¡Nada que ver!

—Felipe Harboe (PPD) dice que “el punto de encuentro de la oposición está en el mundo socialdemócrata”.

—Habrá que saber qué se entiende por “mundo socialdemócrata”. Hasta comienzos de siglo existía una socialdemocracia nórdica, una liberal anglosajona y una de alianza del Estado con empresas y sindicatos, a la alemana. Esas formas clásicas no son reproducibles en Chile. Y dentro de la oposición hay muchas y diversas tendencias: socialcristiano-comunitarias, comunistas ancladas al siglo XX, populismos de nueva izquierda, antisistémicas destituyentes, liberal-socialdemócratas, de admiración nórdica, de socialismos académicos, etc. Habrá que ver cómo decanta ese abanico de opciones en competencia.

El académico UDP agrega que “la oposición son diferentes grupos” con “más variedad, incluso, que en la Nueva Mayoría, que terminó deshilachándose. Hoy la confusión es aún mayor” y “es increíble el desorden ideológico”.

—Para Max Colodro, después de que la centroizquierda renegó de la Concertación, “el reformismo socialdemócrata quedó como un espacio vacío y ahora hay un sector de la derecha que quiere ocuparlo”. ¿Es posible que ese proyecto socialdemócrata sea encargado por figuras de derecha?

—¡Completamente imposible! Lo que se llama proyecto socialdemócrata no es un espacio de geometría electoral que cualquiera va y llena a discreción. Es un espacio cultural hecho de tradiciones, valores, ideas, lazos históricos, confraternidades, ideales y anhelos; de identidad político-cultural; tiene que ver con la historia de las izquierdas durante el siglo XX, con luchas de trabajadores e intelectuales, con la construcción de democracias equitativas y Estados de bienestar eficientes, con la crítica del orden capitalista y la cultura burguesa. ¿Qué tiene eso que ver con nuestra derecha, incluso su ala social, compasiva y favorable a expandir los círculos de solidaridad?

—¿Hay hoy liderazgos a la vista en la oposición para ese proyecto?

—En Chile, el último líder importante de ese proyecto, con pasión democrática y comprensión de las contradicciones del capitalismo contemporáneo, con visión cosmopolita y tradición nacional, es Ricardo Lagos. Ahora la tarea corresponde a las nuevas generaciones. Ya veremos si pueden producir sus propios Ricardos Lagos. Por el momento no aparecen.

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