Karin Ebensperger abre Zoom en su escritorio en su casa y pide disculpas por el desorden, porque alrededor se ven cajas, recortes y recuerdos varios de su madre, Marlene Ahrens, la mejor atleta que ha tenido nuestro país. Murió producto de una insuficiencia cardíaca el 17 de junio pasado, a los 86 años.

Ella no para de recibir llamados, correos y testimonios de gente que se ha visto afectada con su partida. Desde el presidente de la República, hasta algún fanático anónimo marcado para siempre.

“Estoy viviendo un duelo personal, pero entiendo que ella también era un personaje. Ha sido bien fuerte, pero muy bonito. Hay mucho cariño. Y es bien impactante quedar como cabeza de serie, porque hace 12 años murió mi papá. Ahora los nietos miran a esta abuela”, dice Karin.

A sus 65 años, tienes seis nietos, que van desde los 15 años el mayor —de su hija Marlen Eguiguren, periodista— a los 5 meses, el menor, de su hija Sofía, Ingeniero agrónoma. Sus otros hijos son Sergio (abogado) y las mellizas Alejandra (arquitecta) y Bárbara (economista). Karin se casó a los 22 años con el ingeniero Sergio Eguiguren, el padre de sus hijos, que murió hace más de una década. Y hoy está casada con el cardiólogo Héctor Ducci.

“Caminamos por el jardín con Héctor. El va dos veces a la semana a la clínica, pero atiende mucho a distancia. Nos tenemos que cuidar”, añade.

El día del funeral de su madre se reunió con su familia en casa, “con distancia social”. “Mi mamá no tuvo covid-19, así que con mi hermano la acompañamos hasta el final, nos turnábamos para verla todos los días. Murió tranquila y sin los efectos de la pandemia. En el cementerio las niñitas le cantaron con guitarra Lili Marleen, fue muy emocionante, era una canción que a mi papá le encantaba”, relata.

“Ella era impresionante. Mi mamá preguntó hasta el final de sus días, por sus nietos y sus caballos. Hasta por La Gitana, una yegua que tenía cuando chica. Cuando dejó al atletismo, después de los 30 años, se dedicó a la equitación y, hasta los 83 años, se levantaba para ir a montar todos los días al Club de Polo. Después siguió yendo, pero a jugar bridge. El último tiempo se subía con una escalerita para montar el Sonrisal, le tuvimos que pedir que por favor lo dejara”.

—Tu mamá tuvo un amor eterno por los caballos. Parece que ese vínculo es muy fuerte.

—Es verdad, pero hay de todo. Mi hijo es polero también y lo que yo veo es que hay poleros que usan el caballo como bicicleta y les importa poco como quedan. Pero la mayoría cuida mucho a sus animales. Mi mamá nació arriba del caballo. Siempre fue muy conectada con la naturaleza, desde que yo era chica muy preocupada del reciclaje, del pan integral, la miel y el yogurt de pajaritos, que yo hago hasta el día de hoy.

—En 1956, Marlene ganó con el lanzamiento de la jabalina, en Australia, la única medalla olímpica femenina de nuestro país. Tenía 23 años y tú ya habías nacido.

—Mi mamá siempre decía: “Yo fui a Melbourne como la Carmelita de San Rosendo”. Llegó allá y no lo podía creer. Su jabalina era medio rasca (risas) y las soviéticas, que eran sus competidoras, eran capísimas. Apareció hace poco un video de Australia donde decían “esta chica chilena no sabemos de dónde salió”. Ella entrenaba una hora al día, no tenía entrenador, había tenido guagua recién, comía lo que cocinaba en la casa. “Señora, esto no puede ser verdad”, le decían.

—Tú tenías talento para el atletismo. ¿Es cierto lo que contaba en LUN Eleonor Froehlich, amiga de tu mamá, que ella nunca te apoyó porque estaba enojada con ese mundo?

—Yo no tenía el talento fabuloso de mi mamá, pero tuve el récord juvenil en Chile de los 100 metros valla. Gané todos los interescolares. Me llevaron a un sudamericano en 1972 en Paraguay, donde me ganó una alemana peruana, Edith Noeding. Pero es verdad, mi mamá no le puso ningún empeño. Yo competía y los fotógrafos estaban esperando a que llegara ella, pero no iba porque le daba lata que le volvieran a preguntar por el atletismo, porque salió enojada. Yo jugaba tenis también y hacía equitación y a eso iba. Yo creo que nunca me vio correr las vallas.

Agrega: “Tengo que aclarar, para que nadie imagine otra cosa, que ella tuvo una discusión con un dirigente por “frescolín”, como decía, porque a todas las atletas las mijiteaba y trataba de toquetearlas, en una actitud desagradable. Ella le hizo un parelé: “No se vuelva a acercar a mí de esa forma, porque tengo este brazo muy bien entrenado y a veces se me arranca”. Delante de todo el equipo. Después de eso la castigaron y ella se fue, en su mejor momento”.

“No es mi norte ser la mejor”

Karin Ebensperger, periodista y máster en Ciencias Políticas, está en la memoria colectiva por los 25 años a cargo del comentario internacional en Canal 13, hasta 2005. Hoy escribe sus columnas en El Mercurio, pero cuenta que nunca ha dejado de recibir muestras de afecto de gente que se le acerca en la calle.

—Complejo el medio televisivo, ¿a ti nunca te acosaron como a tu mamá?

—No. En prensa lo que yo viví era de una seriedad total. Mi círculo eran Gloria Stanley, Carmen Jaureguiberry, Mónica Cerda, entre otras, que somos amigas hasta ahora. Era muy profesional el asunto. Imagínate que yo la mitad de las veces llegaba esperando guagua (risas), tuve a mis cinco niños en ese período, cada vez me tenían que hacer la toma más chiquitita. (El acoso) es algo que yo jamás hubiera aceptado, hubiera sido igual que mi mamá, muy firme con eso.

—¿Tienes buenos recuerdos de esa época?

—Muy buenos recuerdos. Supe desde el día uno que yo trabajaba en ciertas condiciones, mucho en mi casa. Eso me permitió dedicarme a mis hijos, mi marido, y al deporte. Muchas veces me pidieron conducir Tele 13 y yo ni siquiera lo barajé. Era súper tentador, pero yo soy muy poco tentada. Para mí lo primero es mi familia. Trato de ejercer una profesión, pero no es mi norte ser la mejor. La prueba está en que cada vez que había un viaje, partía otro. Yo salí dos veces de Chile por trabajo: Cuando ganó Menem en Argentina y cuando cayó Gorbachov, a quien entrevisté en la ex UR.SS., fascinante.

—Encontré una entrevista tuya, de hace 20 años, donde decías que “las mujeres deberían ser educadas sobre todo para ser mamás y que la profesión es secundaria”.

—(risas) Me van a matar las feministas, porque hoy suena muy fuerte, pero eso pensaba. Es absolutamente legítimo privilegiar lo profesional, pero yo hablo por mí. A mí me costaba mucho salir de mi casa con niños chicos. Yo soñaba con una familia grande. Tuve un solo hermano y me hizo falta una hermana, por eso quiero tanto a mis primas y a mis amigas.

—¿Nunca sentiste que sacrificaste tu carrera por ser mamá?

—Nunca. Yo prioricé de otra forma. Y comprendo que la sociedad necesita que las mujeres se involucren más. Es un tema de la sociedad también que nazcan niños felices y bien cuidados. En mi época, tú estabas obligado a tomar la decisión que yo tomé, porque nadie respetaba el ser mamá. Hoy eso ha cambiado. Esta una conversación súper de elite, evidentemente, porque hay muchas mamás que si no salen a trabajar, sus niños no comen. Eso lo tengo súper claro.

—¿Te costó ganar ese espacio? ¿Qué te vieran buenamoza y, además, inteligente?

—Puede ser. Yo al principio aparecía lo más cuadrada que hay, muy seria, muy preocupada de que me tomaran en serio. Rucia, de pelo largo, lo único que quería era que me oyeran. Nunca, en 25 años, accedí a ir a otro tipo de programas. Don Francisco me invitó muchas veces a un segmento internacional que tenía. Y jamás fui. No concebía estar en un programa donde después iban a estar tocando la trompeta. ¡Yo estaba hablando de muertos en Afganistán!

—¿Te daba miedo farandulizarte?

—Sí. La única vez que acepté fue cuando fui al estelar de don Raúl Matas. Me ofrecieron programas, pero nunca quise ser protagonista de nada. Me ofrecieron comerciales, de shampoo, cremas y hasta una marca de tecnología (risas). Ay, me da pudor seguir hablando de mí. Diría que tuve suerte, porque fui bien como la Carmela de San Rosendo también. Me esforcé mucho. Pero desde que salí, nunca quise volver a la televisión. Me lo han ofrecido muchas veces, pero no es mi tema. Nunca lo fue.

“La formación ciudadana es la base para el progreso”

Si hay algo que hace feliz a Karin es escribir. Y le apasiona la educación cívica. El año pasado hizo cápsulas para CNN y ya piensa en escribir un libro al respecto. Con un grupo de amigos se está organizando para educar sobre el tema en los colegios. Y con Tomás Recart participa en la Fundación Enseña Chile.

“La formación ciudadana es la base para un país que progresa. Me preocupa que en Chile no estamos entendiendo el sentido de la democracia, donde no hay ganadores y derrotados, sino alternancia en el poder. El máximo logro de la humanidad es el Estado de derecho, leyes acordadas con el consentimiento de la población para evitar un poder discrecional. La Carta Magna, en 1215, decía que nadie está sobre la ley, ni siquiera el rey. Y esto no se enseña”, señala. “Las leyes garantizan tu libertad. Estoy muy preocupada por la falta de respeto a las instituciones”.

—Evidentemente, somos una sociedad mucho más polarizada y afectada tras el estallido social.

—Eso es lo que me mueve hoy en día, cómo hacer para que en Chile estemos más cohesionados. Tenemos una naturaleza difícil, una idiosincrasia de esfuerzo y las instituciones son perfectibles, las tenemos que mejorar pero no destruir. Tenemos que generar confianzas para buscar un mejor país. Y eso es educación cívica, ojalá desde la casa, cuando se pueda, y clases de historia. Como hoy somos ciudadanos del mundo, estamos muy solos si no tenemos sentido de pertenencia.

—En el caso de la Constitución, es válido a lo menos cambiar lo que hoy muchos piensan que no es legítimo; para eso tendremos plebiscito.

—Yo creo en lo que decía Aristóteles: Todo hay que perfeccionarlo, pero sin derrotar lo anterior. Porque somos producto de ese pasado y responsables del futuro. Tú de tus padres tomas lo bueno y lo reformas para mejorar con tus hijos. No es bueno echar todo por la borda y partir de cero, en ningún ámbito.

—Yo soy una convencida que el sentido del desarrollo no es solamente el PIB. En Chile hay una elite que falló. La gente tiene derecho a protestar, a estar enojada, pero no a la violencia. Por eso la necesidad de educación ciudadana. Tenemos que enseñarles a los niños solidaridad y confianza. Tenemos que promover la filosofía desde niños, enseñarles a hacerse preguntas, cuestionar y formar pensamiento crítico.

—¿Crees que esta pandemia nos va a cambiar de alguna manera?

—Nos va a hacer repensar el rol del Estado, pero nuestra esencia va a seguir igual. No se ha hablado lo suficiente del abuso del Estado, que debiera tener un rol más fuerte en apoyar al más débil. Es cierto que no tenemos todos las mismas oportunidades. Y no es la cifra exacta, pero en Dinamarca de 10 pesos que se entregan en impuestos al Estado, les retribuyen 8. En Chile, es tal la ineficiencia y el despelote cuando hay cambio de gobierno que esa plata se diluye. Yo creo en la economía social de mercado.

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