“No tengo una casa grande. El living es la sala de clases, de juegos y de trabajo”. Mientras habla por la cámara de su computador a sus espaldas se ve un estante de madera con libros para niños, títulos de textos de filosofía y educación. “Mira mi silla de trabajo ya está rota, por acá hay juguetes y discos de música”, dice sonriente Hernán Hochschild(35) ingeniero civil industrial de la UC y director ejecutivo de la plataforma virtual de diálogos ciudadanos “Tenemos que hablar de Chile”.

Casado, padre de cuatro hijos (8, 7, 5 años y 10 meses) y ex director ejecutivo de la fundación Elige Educar (entre 2008 y 2017), en el último tiempo ha dormido poco. “Con guagua también me toca trabajar mucho de noche”, comenta. Esta mañana de julio está en el living de su casa de Lo Barnechea, donde habla de la iniciativa impulsada en octubre pasado por la UC y la U. de Chile que está en búsqueda de trazar un camino para el futuro del país en conjunto con 50 organizaciones de la sociedad civil (América Solidaria, Hogar de Cristo, Huella Local y Urbanismo Social, entre algunas).

“Este proyecto no corresponde a ningún partido político; tampoco es una encuesta o una negociación. Nuestra finalidad es escuchar y producir una conversación honesta, abierta y masiva que convoque a más de 300 mil ciudadanos de todo el territorio”, explica.

Con un master en filosofía de las ciencias sociales en London School of Economics, desde los 23 años Hochschild ha estado ligado al Centro de Políticas Públicas de la UC. En este organismo fue parte de iniciativas como “100 chilenos” que en 2017 propició un diálogo para la recuperación de la confianza e “Ideas Docentes” que ese mismo año abordó metodologías pedagógicas para 30 mil profesores.

“A mi papá le decíamos Rocky”

Hernán, cofundador hace ocho años de Kyklos, una empresa B (que busca tener un impacto económico, social y ambiental positivo), proviene de una familia de tradición minera. Su padre, Hernán Hochschild Alessandri, quien falleció en 2014, fue presidente de la Sociedad Nacional de Minería (Sonami) entre 1997 y 2004.

“En el cerro, conversando con los pequeños mineros, ese era su cielo. Hoy le apenaría ver cómo la pandemia ha destruido 35 mil empleos en la minería”, comenta.

Su bisabuelo alemán Sali Hochschild con su hermano Mauricio, ingenieros en minas provenientes de una familia acaudalada en Alemania, llegaron a Chile en 1911.Y al poco tiempo se convirtieron en prósperos empresarios mineros desarrollando varios yacimientos (de cobre, oro y plata) entre la segunda y la quinta región. Su expansión en Bolivia y Perú los llevó a fundar la Compañía Minera Hochschild.

Recuerda que su abuelo Walter Hochschild (hijo de Sali) fue un “incansable” explorador de yacimientos y formó la sociedad Comercial Sali Hochschild que congregó el rubro alimenticio, bebidas y snacks (marca Tommy) y el aceite de oliva Huasco.

“Provengo de una familia que fue muy rica, pero por el lado de Mauricio su patrimonio se donó por completo a una fundación que ya no existe y la otra se perdió haciendo minería. Yo no vivo de ninguna herencia y mi papá tampoco lo hizo. Solo me quedó el apellido pomposo, buenas historias y trabajar como todos”, dice

El segundo de cinco hermanos recuerda a su padre, economista de la U. de Chile, como un “emprendedor innato”. En los ochenta, y como parte de la tercera generación, se hizo cargo la empresa familiar Sali Hochschild. Compañía que durante esos años agrupó la representación de autos Hyundai, productos agrícolas y químicos para pinturas.

“En la universidad mi papá vendía chaquetas de cuero y tuvo un bote de pesca artesanal en San Antonio; incluso llegó a tener una cordonería”, cuenta.

-En el año 2008 a su padre le tocó una quiebra financiera que lo llevó a perder Comercial Sali Hochschild ¿Cómo recuerda ese episodio?

-Fue duro, viví todo un proceso muy difícil para él. El mundo empresarial es muy engañoso porque se ven hartos recursos, pero muchas veces lo que se debe es más. También fui testigo de su fortaleza para volver a levantarse. Además, al final de ese año, en medio de la quiebra, le diagnosticaron un cáncer avanzado.

-Le llegó todo junto.

-Yo creo que gran parte de su enfermedad vino de ese desgaste emocional, de la presión por sostener la empresa. Él se empezó a sentir pésimo con intensos dolores de estómago. Cuando fue al doctor tenía un tumor en el colon de siete centímetros, que finalmente era una metástasis al pulmón. A dos meses del diagnóstico nos dijeron que le quedaban entre seis meses a un año de vida; al final vivió seis años. Por eso a mi papá le decíamos Rocky.

-En la cena Enade 2009 su padre comentó: “aunque me acabo de hacer la quimio número 13, y es duro, es mejor estar parado que en cama".

- Mi papá era muy fuerte, el cáncer le pegaba y volvía a levantarse. Su enfermedad era una montaña rusa. Había semanas que por las quimios quedaba totalmente tirado en su cama y a los días se levantaba muy animoso; quería aprovechar cada momento. Durante su enfermedad recorrió un intenso camino espiritual. Se conectó con muchos amigos de contextos sociales y políticas diferentes a las suyas. Eso lo dejó con mucha paz.

Dice que los temas de educación le llamaron la atención desde que estaba en el colegio Tabancura. “De chico viví dificultades de aprendizaje, pero tuve una educación privilegiada con profesores muy libre pensadores que me abrieron al mundo de la filosofía y las humanidades”, comenta.

De su madre, Paz Ovalle, socia de la firma de head hunting HO Partners y consejera de la Sofofa, como de su padre, aprendió la “trascendencia del trato igualitario”. “Ser consciente de la responsabilidad que traen los privilegios que uno ha tenido”, dice.

Asimismo, gracias a su afición por el fútbol (es fanático de la Universidad Católica) de chico entabló relaciones con amistades de diversas realidades en su sector. “Jugaba a la pelota diez días a la semana. En la cancha somos todos iguales, aunque vengamos de realidades distintas. No porque un amigo viviera en el Cerro 18 se hacían distinciones. Al revés, algunos tenían historias muchísimo más complejas que yo y eso nos hacía más amigos”, comenta.

-Pero usted recibió una educación privada y más oportunidades, lo que en Chile marca una diferencia social.

-He tenido el regalo de aprender muchísimo de quienes se forjaron en contextos muy distintos a los míos. Cuando la desigualdad nos separa todos perdemos. Este país ha vivido un distanciamiento social mucho antes que llegara el covid. Después de esta pandemia no podemos seguir con esta separación, necesitamos reconstruir puentes sociales más resilientes. Además, debemos reactivar nuestro tejido social de la mano de la economía. Somos un todo, no podemos olvidarlo.

-Somos un país desigual. Eso se atribuye principalmente a la alta brecha salarial, ¿o hay otros factores?

-Ciertamente si bien el Banco Mundial usando el índice de Gini, que mide la desigualdad de ingresos, dice que esta se ha reducido, la percepción de desigualdad ha aumentado entre los chilenos. Y es que probablemente lo material no es lo único que aumenta esa distancia. Por ejemplo, si un famoso se demora una hora en hacer un trámite y otra persona tres, habrá una sensación de injusticia. Ese tipo de situaciones cotidianas dañan nuestra convivencia social.

“Hay ganas gigantes

de dialogar”

Cuando el proyecto “Tenemos que hablar de Chile”, que cuenta con la colaboración de Google en el soporte digital, tuvo cinco mil participantes (hoy llevan 25 mil) su equipo de 25 profesionales realizó un análisis preliminar. “A las dos semanas de haber partido con las consultas, más de mil personas hablaron de respeto. Probablemente eso tenga relación con la palabra dignidad que afloró con fuerza a raíz del estallido social”, cree.

La información de esta iniciativa, donde ya han participado ciudadanos de 300 comunas de Chile, será sistematizada por el Instituto de Argumentación Jurídica de la U. de Chile en conjunto con el Centro de Políticas Públicas de la UC.

Asimismo, hará público su primer documento en noviembre próximo y en marzo de 2022 saldrá a la luz otro informe. “En el primer texto se expondrán los anhelos de cambio que desean los participantes, qué cosas quieren conservar y sus propuestas para un país mejor. Mientras que en el segundo documento se expondrá la retroalimentación de líderes políticos, sociales, científicos y medioambientales ante lo que salió del diálogo ciudadano”, comenta.

-¿Por qué tenemos que hablar de Chile?

-Estamos viviendo una situación crítica en lo social, sanitario, económico y medioambiental. Es un momento de reflexión y colaboración donde debemos sentarnos a conversar para hacernos cargo de estas problemáticas. Debemos hablar de Chile, porque debemos entender cómo es el país que queremos construir. Quiebres y conflictos sociales han ocurrido en muchas partes. Por ejemplo, Finlandia en los sesenta y Nueva Zelanda en los ochenta tuvieron procesos de construcción con pactos comunes a largo plazo.

-Hay mucha rabia en el ambiente. Se podría pensar que en medio de esta pandemia hay poco ánimo de conversar sobre el futuro del país.

-Pero es al revés, hay ganas gigantes de dialogar. Nuestra idea es identificar cuáles son las emociones, necesidades y principios sobre los cuales los participantes racionalizan los hechos. La primera pregunta que les hacemos es cómo se sienten hoy.

-¿Y qué responden?

-Ahí salen emociones como la incertidumbre, la rabia y la pena. También aflora la esperanza y la solidaridad. Después preguntamos qué quieren cambiar, mejorar o mantener. Uno esperaría que las inquietudes se vayan por temas como la salud, educación o AFP, pero han salido muchas situaciones cotidianas. Por ejemplo, respecto al trato, a cómo nos relacionamos a nivel ciudad cuando vamos en el metro, cómo lo hacemos en el trabajo, cómo somos tratados como clientes o qué trato recibimos en el servicio público.

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