Por Alejandro San Francisco

Un año después de recibir el Premio Nacional de Literatura en 1969, que lo reconocía como uno de los principales escritores del país y cuya fama internacional había ido creciendo con el tiempo, Nicanor Parra viviría un acontecimiento político-literario que lo pondría en el ojo del huracán.

La vida de Parra fue interesante y contradictoria, poética y antipoética, de trazos largos y algunos momentos estelares. Rafael Gumucio ha logrado trazar muy bien su biografía en el libro “Nicanor Parra, rey y mendigo” (Santiago, Universidad Diego Portales, 2018), escrita de manera poco convencional, pero apasionante y llena de de anécdotas y reflexiones más profundas. Sin embargo, después de leer la obra Parra continúa siendo un misterio, no se deja comprender a cabalidad, mantiene sus secretos, sus posiciones y contradicciones. Entre estas destacaba su postura política, no siempre bien explicitada y por lo mismo muchas veces incomprendida e incluso censurada y atacada.

Su hermana Violeta había sido comunista y toda la familia era de izquierda, con compromiso de artistas militantes. Nicanor, aunque de matriz izquierdista también, deambuló entre el freísmo y el ecologismo. En una ocasión, a fines de la década de 1950, le expresó a José Donoso que se declaraba marxista, “pero no soy comunista militante, y no lo soy porque estoy apoltronado. No sirvo para la lucha, para los mítines, ni para pegar carteles. Yo puedo pelear desde mi silla de intelectual. Pero mi amor está en el proletariado” (citado en Nicanor Parra, rey y mendigo). Antes y después de 1973 le reprocharían su falta de postura, la ausencia de decisión revolucionaria en tiempos de Allende y haberse quedado en Chile bajo Pinochet. Las cosas, en ambos casos, eran ciertamente más complejas, pero el país vivía tiempos que se prestaban poco para ambigüedades o matices, y menos para reuniones o saludos protocolares con los enemigos: eso no se perdonaba y se cobraba caro, como le correspondió conocer al propio Parra en 1970.

Antipoeta en Estados Unidos

Durante sus larguísimos años Nicanor Parra realizó numerosos viajes. Pasó largas temporadas tanto en Estados Unidos como en la Unión Soviética. Al primer país fue a estudiar y al segundo a leer poesía, como becario de la Unión de Escritores Soviéticos, tras lo cual preparó una edición en castellano de poetas rusos.

Sin embargo, el viaje a Norteamérica en 1970 fue distinto, pues se trataba de un año particularmente complejo para Chile, con elecciones presidenciales y una gran polarización. Nicanor Parra asistió al Festival Internacional de Poesía, organizado por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, y tuvo un recorrido por la Casa Blanca que sería el origen de los problemas para el antipoeta, quien llegó muy complicado del viaje realizado en un año muy tenso, prototipo de la Guerra Fría.

Como sostiene la escritora Francisca Cerda, el primer quiebre entre Parra y Neruda, y la izquierda en general, se produjo en 1965, cuando Nicanor publicó su poema “Acta de Independencia”, poema demasiado heterodoxo respecto de la Iglesia Católica y del Partido: “Independientemente/ De los designios de la Iglesia Católica/ Me declaro país independiente”, a lo que más adelante agregaba: “Que me perdone el Comité Central... Plenamente consciente de mis actos”. Tenía 49 años y al parecer quería ser totalmente libre. Patricia Cerda concluye que “el Comité Central no lo perdonó”, y las cuentas se cobraron en 1970 (en “Nicanor Parra: conciencia de la tribu”, Unidiversidad. Revista de Pensamiento y cultura de la BUAP). ¿Qué sucedió en esa oportunidad?

Durante la visita a la Casa Blanca, el 15 de abril de 1970, Parra y los demás invitados fueron recibidos por Pat Nixon, la esposa del presidente norteamericano Richard Nixon, un decidido anticomunista. En eso estaban cuando les tomaron una foto, en la cual aparecía Parra saludando a la señora Nixon con educación y hasta con una pequeña reverencia. Una vez publicada aquella fotografía, desató de inmediato las iras de la izquierda latinoamericana y chilena contra el antipoeta. Cuando regresó a Chile no podía comprender el vendaval político que había provocado su “inocente” saludo, en una época que carecía de inocencia.

La prensa de izquierda reaccionó indignada, como reproduce Rafael Gumucio: “Nicanor Parra, el antipoeta chileno, es el anti chileno poeta” (El Clarín); “Escritores lo enjuician. Nicanor Parra: ¿Beatería o justicia revolucionaria?” (El Sur, de Concepción); “El ex izquierdista Nicanor Parra tomó té con la señora Nixon en los mismos momentos en que se intensificaba la agresión a Vietnam y se extendía la guerra a Camboya. ¿Se volvió gusano?” (El Siglo). Y así otras tantas dedicatorias a quien se suponía había transgredido los límites.

Javier Pinedo, quien compartió con Parra los momentos de tribulación, recordaba posteriormente los hechos: “Varios días después de su regreso, Nicanor Parra toma café con un estudiante de literatura (que era yo y que lo admiraba), y le cuenta que mientras caminaba por la Casa Blanca, se abrió una puerta y apareció Pat, la mujer del presidente Nixon, que sin decir agua va, lo introduce en una habitación y le ofrece una taza de té. Una cuestión que parecía inocente se transformó, sin embargo, en un hecho político grave, pues Nixon representaba al feroz Estados Unidos y su impopular guerra en Vietnam” (en “Cortometrajes, cortocircuitos y algunos (anti) recuerdos literarios en la obra (y la vida) de Nicanor Parra”, Revista de Literatura, Universidad de Chile, 2015).

Parra apeló a la “justicia revolucionaria”. Además, por esos días decidió esperar a los jóvenes estudiantes del Pedagógico con un cartel que decía: “DOY EXPLICACIONES”. Pero nadie se acercaba, preludio de la soledad política y literaria que lo acompañaría por un tiempo, en que la cultura estaba dominada por la izquierda y muchos miembros de ese mundo ya habían decidido comprometerse con Allende y la revolución socialista. Parra se definía, en cambio, como un “allendista moderado”, aunque en realidad no le gustaba el líder socialista.

Sentencia política

En el restaurante Los Cisnes, de Macul, frente al Pedagógico, el joven Javier Pinedo se encontró con Parra, “sentado muy triste en un rincón”. Cuando le preguntó que le sucedía, el autor de los antipoemas le mostró un telegrama de Haydée Santamaría, la poderosa mujer de la cultura cubana, como fundadora y directora de la Casa de las Américas: “El telegrama ardía en sus manos. El té con Pat Nixon lo había condenado. Por ingenuo, por inseguro, por lo que sea. En ese contexto de política en blanco y negro, nadie perdonaba un error de complacencia con el enemigo imperialista. Nicanor se había vendido al oro yanqui por una taza de té”. Estaba políticamente muerto.

El triste y lapidario documento era claro y condenatorio contra Parra: “Consideramos incompatible su participación como jurado Casa de las Américas con su presencia en la Casa Blanca más aún en momentos en que el imperialismo acrecienta su criminal agresión contra intelectuales, y estudiantes y obreros que se oponen a monstruosa intervención armada en Indochina entendiendo única posición admisible estar junto a pueblos Vietnam, Camboya y Laos y con intelectuales, estudiantes y obreros norteamericanos comunicámosle queda sin efecto invitación para integrar jurado en Premio Casa de las Américas. Dirección de Casa de las Américas”.

Poco después el poeta, irónico e irreverente, tomó una servilleta y escribió: “Señora Haydée Santamaría. La Habana. Cuba. Stop. La historia me absolverá. Stop”. Parra respondía con las mismas palabras que el revolucionario Fidel Castro había ocupado en el juicio en su contra, bajo la dictadura de Fulgencio Batista, en 1953. Ahora era 1970 y Castro –convertido él mismo en dictador– había sido muy claro en representar al mundo de la cultura la máxima por la cual se regía la Revolución Cubana: “dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada” (Discurso como conclusión de la reunión con los intelectuales cubanos, 30 de junio de1961). Y Parra, consideraban sus detractores, se había puesto fuera de la revolución.

Revista Punto Final resumía muy bien la situación en un artículo que anunciaba irónicamente como “Anticoexistencia”. La publicación vinculada al MIR expresaba que el “coqueteo” de Parra con organismos oficiales norteamericanos había comenzado tiempo antes de culminar en el “noviazgo actual”. El medio denunciaba la ambigüedad del poeta, que jugaba un día con Cuba y otro con Estados Unidos, que iba un día a un país y al siguiente visitaba al otro. El evento en Estados Unidos coincidía con el concurso de Casa de las América de Cuba, por lo que Parra había anunciado que iría primero a Washington y luego a La Habana. Sin embargo, la situación explotó por la foto y el té con Pat Nixon, que implicó la indignación de la izquierda y el retiro de la invitación a la isla. Así concluía el artículo: “Lamentablemente la revolución no tiene regalones: tiene principios y amigos, pero su organismo no tolera chantajistas. Aún no hay bandera blanca en el continente”. Esto había significado una “derrota camaleónica” para el antipoeta (ver “Parra se equivocó de casa”, Punto Final, N° 105, mayo de 1970).

El té tuvo además otros costos. La Sociedad de Escritores de Chile (SECH), también se pronunció contra Parra. La organización había nacido en 1931 para agrupar a los autores nacionales, pero mostró tempranamente su compromiso revolucionario. La revista SECH, nacida en julio de 1936, publicó en diciembre de 1937 su N° 6, “Número dedicado a la Revolución Rusa 1917-1937”, con páginas especiales sobre Lenin y Trotsky (lo que representaba una clara heterodoxia en esos tiempos). En 1970 la Sociedad acusó a Nicanor Parra de inconsecuencia ideológica y literaria, abriendo un juicio en su contra, lo que ilustra la relación entre literatura y política en tiempos revolucionarios. El antipoeta se defendió y atacó: “El Presidente de la SECh [Luis Merino Reyes] es el Gran Dictador de la Literatura Chilena. ¡Abajo con él!” No eran los únicos indignados con Parra, como refiere Gumucio: “Skármeta y Schopf lideran el poder en la Facultad de Letras de la Universidad de Chile, desde la que se unen a las condenas unánimes por la taza de té”.

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