Después de esta entrevista, hecha un domingo al mediodía (“Si la dejamos para otro día, va a ser imposible”, dice), Alejandra Matus irá con su marido y sus dos niños, de 4 y 12 años, al parque Fort Greene, en Brooklyn, a hacer un picnic, el primero tras la cuarentena, que en Nueva York, después de durísimos meses, tan duros como los que hemos enfrentado en Santiago, empieza a relajarse.

Con fama de periodista aguerrida, una figura respetada en círculos académicos extranjeros, pero a la vez mirada con sospecha en Chile por sectores que no le perdonan su papel en el caso Spiniak, es una persona amable y directa a través de zoom.

-¿Cómo estás? ¿Cómo ha sido vivir la pandemia en Nueva York?

-Estoy bien. Un poco cansada, pero ya saliendo del encierro. Tengo varios cercanos contagiados, y un amigo muy querido se murió. Mis padres están en Chile en edad de riesgo, con enfermedades complejas. Echo de menos abrazarlos. Ha sido duro.

-Lo lamento. Pero ahora podrás abrazar a tus amigos en Nueva York…

-Acá la distancia física no es problema, porque nadie se toca.

-¿Es cierto que quieres dedicarte más a la ficción?

-Estoy estudiando un máster en escritura creativa en la Universidad de Nueva York. Escribí uno novela (La Señora, 2015), inspirada en Bachelet, pero voy a seguir haciendo periodismo…

La comunicación se corta, como suele suceder en este soporte. Su imagen queda congelada varios segundos y luego, vuelve a animarse.

La parte de los números

Matus, autora de “El libro negro de la justicia chilena” (1999), que en su época generó una batahola (un ministro de la Corte Suprema confiscó todos los ejemplares y ella estuvo dos años asilada en EE.UU.), hace poco volvió a provocar tempestades, después de advertir en twitter que las cifras de muertos por la pandemia eran mucho mayores que las oficiales.

Llegó en agosto de 2019 a Nueva York y como reportera lamentó perderse el estallido. Escribió un artículo sobre las protestas en Chile para la revista Dissent y al entregarlo a su editor, en febrero, le dijo: “Mira, no está considerado el factor pandemia, quizá no se haga el plebiscito”. Igual lo publicaron.

“Lo que pasó es que en enero tuve un mes de vacaciones y de puro news yonqui (adicta a las noticias) me puse a seguir lo que pasaba con este virus nuevo de China. Por haber sido alumna de Harvard, me llega la revista de la universidad y ahí ya había especialistas que advertían que esto iba a ser muy grave y global. Pero en Nueva York, igual que en Santiago o Madrid, no pescaban”.

“Había una negación”, insiste. “Mi propio hermano estaba viajando a China, frecuentemente, y yo pensaba que era imposible que algún tipo no llegara contagiado de ese país”.

“Ya en marzo, cuando la pandemia llegó a Chile y en el mundo estaba quedando la hecatombe y comenzaron todos los problemas en EE.UU. uno decía: pucha, si esto pasa acá, cómo no va a pasar allá. Un país enormemente rico, con escasez de testeos, con enfermeras y doctores que se morían. Yo lo veía porque tengo el hospital de Brooklyn al lado. Y en Chile nadie le ponía atención, ni la derecha ni la izquierda, nadie. La izquierda, sobre todo, decía que era una invención”.

-Un tongo.

-Claro. Entonces, escribí una columna para el Clinic, advirtiendo, “Ey, no es tongo: cualquiera sea tu línea política vas a tener que hacerte cargo de esto que va a llegar y va a ser un problema grave”. Empecé a seguir las cifras de Chile… Yo nunca he creído en esa excepcionalidad chilena: es un país Latinoamericano como cualquier otro. Y siempre cree ser líder, cuando no es así.

-Ahora estamos en los ránkings en que nadie quiere estar…

-Estamos en el ranking opuesto, entre los líderes de contagios y muertos por población. Yo había leído a esas alturas los artículos sobre lo equívoco que es el indicador de la letalidad, del que se ufanaba el gobierno. Empecé a publicar en twitter… y muchos me atacaron.

-Quizá sea porque en algunas partes dicen la palabra Alejandra Matus y se espantan. ¿Eres consciente de eso?

-Sí, una cosa visceral. Pero no sabía que era tan fuerte. De hecho, tengo muchas y muy buenas fuentes de derecha. Lo curioso es que el gobierno es el que le dio autoridad a mi información, al referirse directamente a lo que yo publicaba. Jaime Mañalich tiró mis datos al centro de la plaza pública al desmentirlos. Para una cierta barra brava yo debo ser una especie de demonio conectado con los subterráneos de Putin…

-¿Te llamaron la atención las conferencias de prensa, diarias y extensas, con datos a veces confusos?

-La escenografía es bien venezolana… Como Maduro. La cadena nacional perpetua, los políticos en los matinales... Es un anticlimax. Parece Almorzando en el Trece. Después el Presidente hace otra conferencia. Recuerda al programa chavista “El Presidente responde”.

-¿Qué papel jugó tu hermano Marcelo, que es ingeniero, en los datos?

-Es investigador del Centro de Energía de la U. de Chile, doctor en ingeniería, con mención en matemáticas. Los números no son problema para él y éste es un cálculo fácil de hacer. No es una fórmula que él inventó: se usa en los centros de control de enfermedades infecciosas de Europa y EE.UU. Y, además, lo conversamos con otro académico de la Chile, de muy alto rango, que no puedo decir su nombre…

-¿De qué nivel hablamos?

-Más que decano… Y con un epidemiólogo y otros expertos. Buscamos posibles explicaciones, revisamos el clima los últimos 10 años… o sea, los números estaban bien, bien masticados, bien analizados, y cuando me tiré tampoco pensé que iba a explotar la olla, simplemente era como otro hilo de twitter, dudando de la versión oficial.

-Hay quienes todavía dicen que tu cálculos no son correctos.

-Hubo un grupo de académicos de distintas entidades que cepillaron los números. Ahí también se produce el típico sesgo: “Esta es mina, y es periodista nomás. Tiene que estar equivocada”. Entonces, buscaron otros métodos de análisis y no los que se usan para esto, en las instituciones más avanzadas. Estos centros calculan el exceso de muertes de los países, y usan esta metodología, que fue la que usé yo. No solamente mostró su validez en ese minuto, sino que se ha ido sosteniendo en el tiempo, al punto que ahora calzan casi muy simétricamente con las cifras del DEIS.

-¿Crees que hoy el gobierno lo está haciendo bien, que ha mejorado?

-En la forma, ha mejorado muchísimo. Enrique Paris tiene un estilo mucho más dialogante y eso es indiscutible, se está reuniendo en forma más periódica con gente que antes no llegaba ni a la puerta. Ha innovado en la entrega de la información, al punto que está entregando las cifras del DEIS, aunque en el lenguaje le da una entidad menor o de segunda categoría a los llamados “muertos probables”, que según la OMS son casos positivos igual. Lo que no está son los datos brutos. No puedes, con los datos que entrega el gobierno, saber dónde murieron esas personas, qué edad tenían, de qué género eran. Eso te permitiría una visión más precisa del impacto de la pandemia. No hay ningún tipo de dato de cuántos test se desechan. No sabemos si un test equivale a una persona. ¿Cuántas personas se han repetido el test? Porque es distinto un millón de tests a un millón de personas.

-¿Falta transparencia en el manejo de datos?

-Sí. Siguen habiendo problemas, y sobre todo hay problemas institucionales con el manejo de datos. La ley de transparencia ha funcionado pésimo. El problema es de estructura política: tuviéramos al presidente que tuviéramos, si todas las decisiones las tiene que tomar el presidente, inevitablemente se va a politizar todo, hasta los números. En EE.UU. los números no los entrega Trump, sino una institución estatal bastante validada. Se sabe que el Covid-19 ha afectado en mayor proporción a los afroamericanos y a los latinos porque esos datos son públicos. Y tú los puedes bajar de internet. Hay mapas. Los medios publican mapas de los sectores donde ha habido más fallecidos. Esa es información súper necesaria que en Chile lamentablemente no tenemos.

“En el caso de Gemita Bueno no reporteamos lo suficiente”

Viene de una familia provinciana y más bien pobre. Nació en San Antonio y pasó la infancia en Renca y Conchalí. Sus padres era profesores normalistas, se separaron cuando tenía once años y el impacto, en esa época sin divorcio y a esa edad, fue brutal. “No fui feliz”, reconoce.

Se fue con la madre a Iquique y a Calama, donde pasaron momentos duros, a veces faltaba la comida. Era extremadamente tímida, casi no hablaba. Leía los Reader's Digest de su abuelo, todas esas historias fantásticas que le parecían de otro mundo, mientras la madre devoraba las novelas de Agatha Cristie. En algún momento de la adolescencia, no recuerda bien por qué, decidió que no podía seguir encerrada en sí misma, que debía socializar si no quería ser humillada en los recreos. Hizo nado sincronizado, gimnasia artística, cantaba en los coros de la iglesia, iba a colonias de verano. Sacaba buenas notas y escribía diarios de vida. Tuvo el mejor puntaje en la PAA de la provincia de El Loa, pero no sabía qué estudiar.

Dice que puso 12 carreras en su postulación, pensando que luego podría decidirse. Y sin tener mucha idea, en primer lugar estaba Periodismo en la UC de Santiago, donde quedó seleccionada sin otra opción. “Era 1984, una época durísima y para mi fue peor, porque era una provinciana de tomo y lomo”, recuerda. “Entrar a la universidad fue el trauma dos, después de la separación de mis papás. Fue de nuevo chocar con un mundo demasiado ajeno a mí. Por ejemplo, no tenía ropa de invierno, y el invierno de 1984 fue feroz. Y pasé hambre… y todo de nuevo”.

Dice que el primer año “fue de sobrevivencia”. “Yo estaba acostumbrada a ser siempre la primera del curso, la primera del liceo, la niña de las mejores notas, y llegué a Santiago y me di cuenta que no sabía nada, que mis compañeros hablaban en inglés, en alemán, o hablaban con los profesores de autores, y yo no tenía idea”.

De a poco se fue adaptando, tenía compañeros como Felipe Bianchi, Sandra Gamboa e Iván Valenzuela, con los que sigue en contacto, y se fue metiendo en política, en grupos de izquierda, iba a las protestas, donde algunos de sus amigos fueron detenidos. Y comenzó una carrera intensa como periodista, en la revista Hoy, en el diario La Época, en La Tercera, en La Nación.

Escribió “El libro negro…” por el cual tuvo que irse de Chile y en algún momento le pesó, aunque finalmente la justicia le dio la razón. Ha recibido muchos premios internacionales, por reportajes sobre la dictadura, pero muchos la recuerdan aún por el caso Spiniak.

Era 2003 y entonces trabajaba en Plan B, con Julio César Rodríguez y Víctor Gutiérrez, quien escribió un artículo sobre el empresario Claudio Spiniak y sus fiestas sexuales con menores, en las que supuestamente participaban altas figuras políticas. Una diputada, Pía Guzmán, avaló las acusaciones. Hubo una testigo que decía conocer esa red de pedofilia, Gema Bueno, quien sin embargo luego se retractó.

-Yo estaba en La Tercera en ese tiempo, y creo que toda la prensa se compró muy rápido algunas versiones. ¿Haces alguna autocrítica?

-Siempre el primer requisito que tú pones para que una denuncia sea considerada en serio, es que sea judicializada. Y esta denuncia fue judicializada por el Sename, que era un organismo que en ese minuto tampoco estaba en tela de juicio. Se le hicieron peritajes psiquiátricos a Gema y era verosímil. En la primera publicación que hicimos yo llamé a Jovino Novoa. Estábamos con la Marcela Ramos en su casa. Y él nos cortó el teléfono. Entonces también hubo una desconfianza… por no responder ante la prensa. Yo nunca pude entrevistar a Gemita Bueno, porque cuando le pedimos entrevistas, ella se las concedió a otros medios, al Clinic y a La Tercera. Yo después perdí una guagua, y salí de Plan B, que escribió un artículo cuando judicialmente el juez Sergio Muñoz declaró que se había cometido perjurio. Y se contó la verdad judicial de que esto era falso.

-¿Qué piensas hoy de esa experiencia?

-Yo no tengo convicción de nada actualmente. Yo la convicción que tengo es que nosotros no reporteamos lo suficiente, esa es la autocrítica que me hago. Que Gemita participó en fiestas con Spiniak y políticos, eso creo que es falso, pero no creo que es falso que haya redes de prostitución infantil que son usadas especialmente en sectores con jóvenes de escasos recursos, por personas de altos ingresos. Pero perdimos esa pista.

-Fue una etapa mala para ti…

-Se cerró el diario, perdí una guagua, estaba muerta porque, además, para poder sostener el medio yo tenia 5 pitutos en distintas universidades. Entonces, corría todo el día de un lado para otro, no descansaba, dormía en la oficina, los días de cierre me quedaba ahí porque no alcanzaba a ir a mi casa y volver… Era mi primera guagua. Fue muy terrible, porque además era una guagua querida… deseada… Fue un periodo oscuro para mí. Pero, bueno, me separé, pasó el tiempo, volví a enamorarme. Me vine a Estados Unidos con la beca Nieman y después hice el máster en Administración Pública en la Kennedy School. Y así, me rearmé de nuevo.

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