Cristián Warnken Lihn es Mampato en su foto de Whatsapp. “Cuando niño yo no leía a Platón ni Dostoievski, lo hice en algún momento, pero mi primera lectura fue Mampato. Representaba a esa clase media para la cual el valor más importante era la educación, al Chile de mi infancia, mucho más austero. Eso lo hace tan entrañable. Todos mis hijos conocen de memoria sus historietas, como yo”.

Con 59 años, este escritor y poeta continúa en cuarentena sus labores docentes para la U. de Valparaíso y sus talleres literarios (www.viajealapalabra.cl). “Estoy muy triste por la partida de Efraín Barquero, inmenso poeta del siglo XX. Comencé a leerlo a los 16 años. Su poesía nos devuelve a lo esencial, a los gestos humanos sagrados como compartir el pan en la mesa. Tan importante en estos tiempos de pérdida de sentido”, comenta.

Su hijo mayor, chef, tiene 35 años. Y en su casa rondan otros cuatro hijos, entre 9 y 18 años, que tuvo con Danitza Pavlovic, su mujer.

Cristián creció en Vitacura, en la casa que era el sueño de su padre, funcionario público sin título universitario. “No tenía una chaucha, pero era un caballero responsable, impecable en sus trajes pero sobretodo en sus gestos, en su amabilidad y sencillez. Tenía un ‘otro yo' que escribía poemas”, recuerda. La herencia poética viene primero de su abuela, Marta Herrera, poetisa que firmaba como Patricia Morgan, amiga de Gabriela Mistral. “Ella vivía en el centro y yo iba todos los fines de semana a verla. Ahí conocí el mundo del teatro. Yo intuía que tuvo varios amoríos con poetas famosos, ella viajaba mucho. Fue amiga de Juana de Ibarbourou, poeta uruguaya, fue parte una pléyade de mujeres bien pioneras en América Latina”.

Su madre, Angélica Lihn, hoy de 88 años, es hermana del poeta Enrique Lihn. “Mi mamá también fue musa de poetas. Después de que mis padres se separaron, ella fue pareja de Eduardo Anguita, Premio Nacional de Literatura, gran poeta. Yo tenía unos 14 años y los escuchaba en largas conversaciones metafísicas por las noches. Él insomne y mi mamá también”, relata. “Ella es muy especial. Vive en un mundo muy onírico, tiene unos sueños increíbles. Y siempre tuvo una obsesión con los mendigos, siempre los hizo entrar a la casa. Una vez uno le robó todo lo que tenía. Ella siempre me ha dicho: ‘Mijito yo soy muy tonta, no sé nada'. Y no es verdad. Es gran lectora, muy intuitiva. En los años ‘40 se fue a París sola y nadie sabe cómo sobrevivió. Lihn le escribió un poema sobre esa estadía en París. Y muy atractiva. Enrique Lafourcade la persiguió mucho (risas) y ella arrancaba. Los héroes de mi infancia eran estos poetas”.

Cuando Angélica era una adolescente, estaba en El Tabo cuando con un grupo de amigos llegaron a buscar a Enrique Lihn para ir a la casa de Vicente Huidobro a Cartagena. “'¿Y por qué no llevamos a Angélica?', dice uno. ‘No. No la invitemos, porque Huidobro se va a enamorar de ella'. ‘Y no me llevaron', reclamaba mi mamá”, cuenta Wanrken riéndose.

—Tu madre tiene que haber cultivado en la familia una importante consciencia social.

—Mi mamá siempre fue de Izquierda, siempre votó por el PC y decía que mi papá era momio, pero en realidad él era apolítico. En mi casa se leía El Mercurio y El Siglo. A ella le duele la pobreza, es muy crítica de este sistema económico. Y yo siempre fui muy cómplice de ella. Fui militante, era alumno de la Alianza cuando me invitaron al Colectivo de la resistencia, que después me di cuenta que era el MIR. Después participé en unos grupos de trabajo solidario en poblaciones.

—Hay una miseria que mucha gente no vio hasta el estallido social.

—Sí, hay desigualdades, algunas flagrantes, que hay que corregir con reformas potentes. Y con esta pandemia, esas desigualdades se agudizarán. Conozco Latinoamérica y he visto miseria y desigualdades tanto o más flagrantes de las que hay en Chile. No me compro la demonización de los 30 años de Concertación. Hay luces y sombras, como siempre en la historia. Me siento bien huérfano políticamente. Soy parte de una centroizquierda huérfana de referentes: ni autoflagelante ni autocomplaciente.

—Lo que partió como una fiesta muy esperanzadora se fue degradando en una violencia sistemática, tanto por los excesos y abusos de Carabineros como por cierta violencia nihilista que se pasó de la raya. Desde la cafetería de mi señora, en el centro, me tocó ver la destrucción y la violencia innecesaria. Demostramos ser un país con una violencia contenida que de repente estalló. Creo en la rebeldía, como Camus, pero no nihilista. Mandela y Gandhi mostraron que ese es el camino.

“Jamás pensé que iba a desatar un tsunami”

Warnken estuvo en la polémica cuando entrevistó al ex ministro Jaime Mañalich para Icare. En plena polarización ante el manejo del gobierno frente a la pandemia, lo funaron por redes sociales, y en una carta salieron a darle su apoyo casi 200 personalidades vinculadas a la ex Concertación. Poco más tarde, él apareció en lo que parecía una columna, a darle las gracias al saliente titular de salud. “No fue una columna, fue una periodista que me llamó para preguntarme por su salida y yo le contesté por escrito. Dije que las cifras lo están golpeando, pero que en términos humanos, yo le daba las gracias. Jamás pensé que iba a desatar un tsunami. Como no navego en las redes sociales, me ahorré mucho veneno, el veneno del resentimiento y la falta de argumentación”.

—Algunos creen que te has ido “derechizando” con el tiempo.

—¿No será más que quienes lo afirman se han ultraizquierdizado? Y en la posibilidad de que me hubiera “derechizado”, lo que no es así, ¿cuál sería el problema? Este tipo de mirada se empieza a parecer al lenguaje de las sectas que suelen demonizar y denostar a los que se van de ellas al darse cuenta que al pertenecer estaban sacrificando su libertad interior. Es como cuando me decían upeliento en los 70, cosa que no me ofende, pero sí me ofende que me digan facho. Revela intolerancia y fanatismo.

—Fueron duros los comentarios de algunos en Twitter.

—Yo me entero por lo que me mandan mis amigos. Yo hace años escribí una columna sobre Piñera, donde decía que era un pésimo candidato porque reunía todo lo que despertaba en la gente rechazo, la colusión entre política y empresa. Me lincharon en redes sociales, me bajaron charlas, me quitaron trabajos, una señora me insultó en un teatro, ni te digo. Ahora me pasó lo mismo pero con signo inverso ¡El otro día me suspendieron una charla. Por miedo a las redes! Tuve la sensación de que esto ya lo había vivido. Esto no significa que no pueda estar equivocado, porque uno siempre está opinando en la urgencia.

—Tú hablaste de la “epidemia de la intolerancia”; probablemente el estrés nos tiene más sensibles a todos.

—De todas maneras, pero esto viene de antes. Ha habido un empobrecimiento del debate intelectual, de la manera de comunicarse y dialogar. El espacio público se ha trasladado a la virtualidad y ha perdido muchísimo, porque ahí es muy difícil poner matices. Dividir entre buenos y malos me ha molestado desde niño.

—¿Por eso rescataste a Mañalich?

—Lo de Mañalich fue con total inocencia. Yo no lo conocía, tenía una opinión negativa de él incluso, pero me preparé para entrevistarlo y empezó a aparecer un personaje lleno de matices. Alguien de izquierda que trabajó con él, me dijo que es de los tipos más inteligentes que había conocido. Se ha hecho una caricatura de él y yo no creo que Mañalich sea un criminal. Tampoco es un santo. En algunas cosas acertó, en otras se equivocó. Como tantos ministros de salud del mundo entero.

—Probablemente sea la necesidad de buscar culpables también.

—El linchamiento digital tiene que ver con eso. Incluso ante un duelo uno empieza a buscar culpables afuera, porque si no eres tú mismo el culpable. Siempre uno está buscando el enemigo afuera.

—¿Te acostumbras a los juicios críticos que caen sobre ti?

—A nadie le gusta que lo denosten y degraden públicamente, pero he recibido muchos llamados de apoyo de gente muy diversa políticamente. Es ingrato cuando el fuego viene de una sensibilidad que uno siente cerca. Incluso en una columna me sacaron a mi tío Enrique Lihn colocándolo como mi posible juez moral… ¡demasiado! A lo mejor me equivoqué en el juicio sobre Mañalich, pero que se me rebata con argumentos. Hubiera esperado críticas con más altura.

“Escribir fue mi manera de llorar”

Este año se cumplen 13 años de la partida de su hijo Clemente, quien murió en un accidente a los dos años y 9 meses. Él decidió plasmar su duelo, 10 años después, en su libro “Un hombre extraviado” (Editorial Pfeiffer, 2017).

“¿Vamos a poder vivir cuánto tiempo en este confinamiento? Además de las enfermedades que dejamos de revisarnos, esto va a tener un efecto en la salud mental. Yo he tenido insomnio, angustia, momentos de pena. Dejar de salir a tomarse un café con un amigo también es una pérdida. Estamos viviendo un duelo colectivo muy grande. Van a aparecer cosas tanto peores que el coronavirus”, sostiene.

—Probablemente, más allá de las cifras, lo más difícil sea no poder tener nuestros ritos de despedida.

—Además de la sensación de finitud y fragilidad, el no poder ritualizar la muerte es impensado. La civilización parte con el hecho de poder enterrar a tus propios muertos. Es lo que pasó con los desaparecidos en Chile, por eso fue un drama tan terrible. No poder asistir al funeral de alguien que tú quieres es de las cosas más duras que nos va a tocar vivir. Uno puede tener ritos personales, momentos sagrados. Reunirse en familia, prender una vela, escribir una carta, nosotros lo hicimos mucho en nuestro proceso de duelo.

—Tú escribiste un libro para sanar tu propio proceso.

—Cada uno encuentra su manera; algunos a través de las terapias, del yoga o de la religión. Escribir y leer fue lo que yo hice en mis momentos difíciles. Escribir fue mi manera de llorar. Si no, el duelo habría sido mucho más lacerante. Y fue difícil y tremendo, no hay que minimizarlo. Es que la muerte de un hijo es algo inimaginable, algo que nunca piensas que te va a ocurrir a ti. Y cuando ocurre, te das cuenta de que no estás inmunizado contra el abismo que es la vida humana. Eso es un golpe muy fuerte. El hombre crea cultura, música, lenguaje y hacemos la vida más agradable, pero siempre estamos amenazados por la finitud y la desgracia. Para mí, que tengo la suerte de abrazar a mis hijos todos los días, cada día de existencia es un milagro.

—¿Eres creyente?

—(silencio) Qué difícil de responder eso. No adscribo a un credo religioso, pero diría que más que fe tengo esperanza. Los autores que más me interesan son aquellos que tienen una búsqueda espiritual desesperada, como Tarkovski o Dostoyevski. Lo mío es una búsqueda, pero sin certezas, después de un período de ateísmo largo, de haber pasado por Nietzsche, de haber sido un marxista radical y ortodoxo. Tengo una fe agónica, como la definía Unamuno. Soy cercano a los valores del cristianismo, lo que no me gusta son los intermediarios. La síntesis ideal sería taoísmo y cristianismo esencial. Pero soy demasiado libre, lo mismo que me pasa en lo político; trato de pertenecer y no puedo.

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