Con más de un siglo y estudiada en epidemias de otras enfermedades respiratorias, la terapia de plasma convaleciente es una de las técnicas más alentadoras para hacer frente al virus. Y mientras el mundo espera una vacuna contra el covid-19, hay 92 estudios en desarrollo para que este tratamiento deje de ser experimental.

Uno de los resultados más esperanzadores son los comunicados este mes por la Clínica Mayo, de Estados Unidos, en conjunto con el Hospital John Hopkins, que sugieren que esta terapia es segura para tratar a pacientes gravemente enfermos. Esto, tras un seguimiento a cinco mil receptores de plasma en los siete días posteriores a la transfusión, en el marco del Programa de Acceso Expandido Nacional de la Administración de Alimentos y Medicamentos para covid-19. El resultado: menos del uno por ciento presentó un efecto adverso. El Hospital Monte de Sinaí, en Nueva York, también proporcionó una señal positiva en relación a que este tipo de transfusiones y las tasas de supervivencia de los pacientes enfermos; mientras que la Agencia de Drogas y Alimentación de Estados Unidos (FDA) hizo un llamado a los recuperados de coronavirus a donar plasma.

En Europa también hay avances. En Francia la terapia puede ser aplicada en pacientes críticos sin el requerimiento de un estudio clínico, mientras que en la región de Lombardía, en Italia, se anunció la creación de un banco de plasma hiperinmune que analizará las muestras de 500 mil personas recuperadas.

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“Los recuperados debemos cooperar. Mientras podamos hacerlo es casi una obligación”. Gerardo Hune, donante de plasma.

Marisol Araya y Gerardo Hune no se conocen, pero tienen mucho en común. Ambos se enfermaron de coronavirus en marzo, mes en el que se registró el primer caso positivo del virus en Chile. Con distintos grados de complejidad, ambos superaron la enfermedad y, hasta ahí, podrían haber sido dos casos positivos dentro de los más de 220 mil que se contabilizan actualmente.

Pero sus historias se cruzaron nuevamente, como donantes de sangre para la terapia de plasma convaleciente desarrollado a través de un estudio de la Fundación Arturo López Pérez (Falp). Un tratamiento experimental para combatir el virus en pacientes graves, mediante la transfusión de anticuerpos del plasma de los recuperados.

El estudio –uno de los 92 que actualmente buscan respuestas en el mundo- comenzó pensado en aquellos pacientes con cáncer que pudieran contagiarse de covid-19, pero hoy tiene un objetivo mucho más grande. Liderado por la Falp y financiado por la CPC, reúne a investigadores y médicos de más de 13 centros de salud públicos y privados; pretende llegar a mil pacientes, la mayoría en estado de grave, pero también a aquellos que sin evidenciar una enfermedad severa, tengan factores de riesgo que puedan proyectar una complicación de su estado. Para esto, se necesitan 400 donantes.

Aquí es donde, una vez más, la coincidencia une a Marisol y Gerardo. Además de ser pacientes recuperados, sortearon con éxito un listado de preguntas online, la entrevista personal en la que se verifica que no presentan síntomas desde al menos 20 días, se tomaron dos test PCR que dieron negativo y se sometieron a exámenes para descartar VIH, hepatitis B y C, HTLV y chagas. Con todo esto resuelto, los dos donaron su plasma en cinco oportunidades.

Una de las primeras

A comienzos de marzo, Marisol Araya (33), su pololo y un amigo viajaron a Lima. Se dedicaron a pasear y salir a comer. Del coronavirus era poco lo que habían escuchado aunque en el aeropuerto de Santiago ya hacían controles sanitarios. “Era ese bicho que uno sabía que estaba, pero con distancia”, recuerda. Sin embargo, cuando se preparaban para regresar a Chile, la llegada de la pandemia a la región se les hizo evidente. “Volvimos el 13 de marzo y uno o dos días después se cerraron las fronteras. El domingo 15 empecé con dolor de garganta”, recuerda. Nunca pensó que sería uno de los primeros contagios positivos en Chile.

Los siguientes ocho días los síntomas sólo empeoraron: fiebre, dolor de cuerpo, cansancio y una fuerte tos . “La tarde del sábado 21 partimos a la Indisa y después de muchas horas y exámenes me confirmaron que tenía neumonía en ambos pulmones, que era covid-19 y que me tenían que hospitalizar”, asegura.

Como su plan de isapre no incluía esa clínica, rechazó internarse ahí para irse a otro recinto. “Aún no existían muchos protocolos. Eran las 2.30 de la mañana y sin auto pensamos que quizás me trasladarían en ambulancia. Pero no. Sin Uber ni taxis –ya había toque de queda- tuvimos que caminar hasta la Red Salud en Salvador”, recuerda. “Me volvieron a evaluar y estuve internada seis días”.

La evolución de Marisol fue la menos compleja y acompañada por cuatro paramédicos, en una ambulancia que vaciaron por completo, llegó a su casa el 30 de marzo. “Fui la primera paciente de coronavirus en la clínica y la primera en ser dada de alta”, recuerda. Luego, junto a su pololo que también dio positivo, estuvieron en cuarentena catorce días.

En ese periodo su mamá, que vive en Barcelona donde Marisol se crió, le envió información del tratamiento de la Falp. “Me sentí identificada con el contexto así que les escribí poco antes de terminar la cuarentena, el 12 de abril”, explica Marisol. “Me contactaron al tiro, me hicieron los análisis y con los resultados me llamaron. Estaba full anticuerpos, así que empezamos de inmediato. Doné una vez a la semana hasta el 20 de mayo. Cinco veces”, dice Marisol, que se está mudando a Dusseldorf, Alemania.

Si no se hubiera ido, Marisol seguiría donando. “Soy donante de órganos, de sangre, es algo que llevo en mí. Es una alternativa para ayudar a quienes están más mal. Yo fui afortunada, pero cuando ves cómo la enfermedad impacta a las familias, todo lo que significa… veo a la gente aquí, en esta ‘desescalada' y es impresionante cómo se olvida tan rápido lo rudo y peligroso que puede ser esto”.

El match perfecto

A la fecha, en el marco del estudio de la Falp, se han procesado más de 300 unidades de plasma a través de un procedimiento llamado aféresis, que no dura más de una hora. El paciente es conectado a una máquina que separa los glóbulos rojos, las plaquetas y los demás componentes celulares de la sangre, todos devueltos al torrente sanguíneo del donante, para quedarse con el plasma con los anticuerpos, que se divide en unidades de 200 cc y es transfundido a tres pacientes diferentes.

La doctora Carolina Selman, subdirectora de las Unidades de Diagnóstico de Falp, es la encargada de que el plasma llegue hasta el receptor, internado en cualquiera de los centros que forman parte del estudio. “Entregamos la unidad de plasma con mucho cariño, porque tratamos de que sea la más indicada acorde a la ficha clínica del receptor, y en esto se considera su gravedad, el grupo sanguíneo más apropiado según sus patologías de base y cuántos días lleva de enfermedad. Sobre el día 7 las posibilidades de mejora van disminuyendo y sobre el día 14 o 15 va a servir muy poco”, explica.

Cada vez que le hacen un pedido de plasma, se envían dos unidades de 200 cc de dos donantes distintos. “Para así tener la mayor cantidad de anticuerpos”, afirma la doctora. El envío suena más fácil de lo que es: por tierra, con el mismo currier refrigerado que ocupa el Ministerio de Salud, y por aire, con otro currier que transporta las bolsas con hielo seco. Cada unidad lleva un termómetro trazador, que mide la temperatura cada 15 minutos, ya que debe mantenerse a -30 grados celcius.

Esta cadena, explica Selman, se ha logrado gracias al trabajo colaborativo de un equipo multidisciplinario que aúna esfuerzos públicos y privados. “Somos más de 10 bancos de sangre trabajando al unísono, sin importar si es un servicio público o privado. No lo había visto nunca”, agrega.

El trabajo colaborativo y los resultados son una dosis de energía para seguir haciendo frente a la crisis. “Para quienes trabajamos en salud, esta pandemia ha sido extenuante. Vivo de lunes a lunes en la fundación, pero cuando nos cuentan que los pacientes que iban en picada al ventilador y que recibieron plasma han mejorado o ido de alta, le encuentras sentido al trabajo y al cansancio. Es una sobredosis de energía, que te permite trabajar aún más”, dice.

Una obligación

Un fuerte dolor de cabeza a mediados de marzo fue la primera señal para el abogado Gerardo Hune (45) de que algo no andaba bien. Miembro de una empresa naviera, trabajaba en la organización de un seminario que, justamente, tuvo que ser suspendido por el riesgo de contagio para los invitados. Todavía no se desataba la crisis sanitaria actual, con cuarentenas prolongadas y colapso del servicio de salud. Una muestra de esto es que obtuvo el resultado del test PCR arrojó en sólo tres días: positivo. “Me aislé en mi casa inmediatamente. Vivo con mi suegro de 97 años así que me encerré en mi pieza y no salí en 14 días”, cuenta.

El virus lo afectó como una gripe fuerte, con fiebre, malestar físico, falta de gusto y dolor en el pecho. Aún así mantuvo cierta normalidad: retomó su trabajo remoto y ni siquiera presentó licencia médica. “No lo pasé tan mal porque no tuve dificultad respiratoria. Al principio sentía una presión en el pecho, como de angustia, pero a los pocos días pasó y comencé a sentirme mejor”, comenta.

En esos días de convalecencia recibió un mensaje de un amigo por Whatsapp, donde le comentaba sobre la búsqueda de pacientes recuperados para que donaran sangre para la terapia de plasma impulsada por la Falp. “No lo pensé dos veces. Lo poco que sabemos del virus es que además de ser altamente contagioso, no tiene aún un tratamiento establecido. Había leído sobre la terapia, de personas que se habían recuperado y por eso quise aportar”, explica Gerardo.

La primera vez que fue a donar plasma fue el 15 de abril. A la semana siguiente fue de nuevo, y así tres veces más, siendo la del 5 de este mes la quinta y última vez. “Al principio iba cada semana, pero luego fui espaciando las idas porque la vena se va debilitando, hay que cambiar de brazo y va bajando el nivel de anticuerpos por el tiempo transcurrido desde que tuviste la enfermedad y te recuperaste”, dice.

Sobre su motivación para donar tantas veces, es categórico: “Como sociedad siempre estamos esperando qué hacen los demás para protegernos, pero no nos preguntamos qué podemos hacer nosotros por ayudar a combatir esta enfermedad, más allá de quedarnos en la casa y respetar la cuarentena. Los recuperados debemos cooperar. Mientras podamos, es casi una obligación”.

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