A fines de mayo la casa de la familia Correa, en Los Pellines del sector Bosques de Montemar (Concón) quedó cerrada. Intacta permanece su clásica decoración adornada con libros del psiquiatra estadounidense Brian Weiss y publicaciones de los gurús hindúes Osho y Paramahansa Yogananda. En sus paredes, los bosques pintados en los cuadros de la artista Laura Uribe, madre de Javiera Correa (34), representan la pasión del clan por la naturaleza. “La principal palabra que describe nuestra casa es paz, es medio zen”, dice Javiera.

Es la mayor de las tres hijas (Valentina (31) y Catalina (28)) del fallecido ingeniero comercial de la Universidad de Chile Alejandro Correa, quien la mañana del lunes 18 de mayo fue baleado frente a su casa con dos tiros y un revolver Armminius (calibre 38 milímetros) por el sicario colombiano Víctor Gutiérrez (34) (alias el “Parce”). Tres días después el hombre fue detenido. Confesó haber recibido cinco millones de pesos por asesinar al empresario. Mientras, las investigaciones siguen encaminadas en encontrar al autor intelectual del delito.

Javiera, (soltera y sin hijos) quien estudió ecoturismo en la universidad Andrés Bello (UNAB), y su madre se están quedando en el departamento del mejor amigo de su padre en Santiago. (Valentina vive en la capital y Catalina, casada y mamá de Lorenzo (2) está radicada en Italia). “Todavía no sabemos qué pasará con la casa de Concón donde vivimos más de veinte años. Hoy estamos pasando una etapa de reconstrucción y tranquilidad. Haciéndonos cargo de nuestras emociones. De conversar, llorar y de reír juntos; de recordar a mi papá”, cuenta.

“La forma fue muy traumática”

Autora del libro “Mereces todo solo por el hecho de existir” y fundadora de la escuela “Creación Consciente”, (herramientas de orientación para la vida), Javiera llegó a vivir con sus padres una semana antes del asesinato del ingeniero. Tras ser galardonada por la Municipalidad de Viña del Mar como “Mujer Destacada 2020” (Quinta Región), estuvo tres meses en Bali trabajando en procesos de desarrollo personal. “Cuando supe del avión de regreso a Chile algo fuerte me dijo que debía volver; no solo era por la pandemia”, relata.

“Nosotros nunca hemos sido una familia violenta y la forma en que lo perdimos fue muy traumante”, comenta. “Ayer, por ejemplo, sentí que esto no podía estar pasando y también tuve momentos de felicidad. Estaba agradecida de estar bien acompañada y sentí mucha gratitud hacia mi padre. Mi fortaleza ha surgido de mi fuerte orientación al desarrollo personal. Estoy muy agradecida de tener las herramientas emocionales y espirituales, con las cuales, incluso, un evento de esta magnitud no me botó. Duele tremendamente, pero puedo transitar sanamente esta pena. Elegí seguir confiando y viviendo sin miedo”.

Fanática del surf y de las motos, Javiera recuerda a Alejandro Correa, ex alumno del colegio San Ignacio El Bosque como un hombre de “bajo perfil”. El sexto de siete hermanos, el ingeniero trabajó en un banco en Santiago y en 1988 fue trasladado a Viña del Mar, donde durante 19 años fue gerente de una conocida empresa de buses. “Hace dos años se jubiló anticipadamente para tener más tiempo con la familia. Le encantaba crear nuevos negocios y apoyar a jóvenes en proyectos innovadores”, cuenta.

Al ingeniero le gustaba meditar. Lo hacía en una pequeña pieza que se construyó atrás de su casa. Donde solo entraba él. El espacio tenía una silla, una manta y velas. Además de fotos de Jesús, la Virgen María y los maestros espirituales hindúes Yogananda, Maharishi y Ramana. “A él le interesaba la conexión con lo divino más allá del credo”, dice.

Días después de su partida su hija mayor entró a este rincón de reflexión. “Me lo lloré todo. Me senté, prendí una vela, hablé con él y le agradecí como muchas veces lo hice en vida; no había nada pendiente”, comenta.

-¿Alguna vez habló con su padre sobre el tema de la muerte?

-Sí, muchas veces. Su postura, y la de nuestra familia, es que somos seres eternos viviendo una experiencia física. Él tenía la certeza de que había algo más allá. Él hacía reiki y había tomado varios cursos de tarot y Theta Healing, una terapia energética para sanar emociones.

-¿Cómo recuerda la semana que alcanzó a estar con él?

-Lo pasamos muy bien. Como yo venía llegando de Asia mis papás estuvieron conmigo respetando la cuarentena. Jugamos dominó y como esos días hubo buen clima, almorzábamos los tres en el jardín. Ellos eran uno de los matrimonios más lindos que he visto, llevaban casi cuarenta años juntos.

-Parte del terreno de 13 hectáreas que su padre tenía en Quilpué fue tomado y días antes de su muerte él formalizó una denuncia en la fiscalía por usurpación de esta propiedad. ¿Lo notaba preocupado por esto?

-Él lo comentó y en algún momento lo vi angustiado por este tema. Uno de sus sueños era hacer un proyecto inmobiliario en este terreno. Quería agregarle valor a ese espacio y beneficiar a toda la comuna. Pero jamás mencionó ninguna amenaza, para nosotros fue una sorpresa enorme. Y esto está siendo investigado por la justicia. Mi padre era muy transparente y probablemente nos hubiera contado. A no ser que nos hubiese querido proteger para no preocuparnos.

“Papá, no le abras la puerta”

A las 8:40 del lunes 18 de mayo Javiera bajó a buscar un vaso de agua a la cocina. A esa hora se encontró con su padre, quien le dijo: “Hace un rato tocó el timbre una persona con acento extranjero preguntando por mí; qué raro”. Lo vi preocupado. Y le dije con voz de mando: “papá, no le abras la puerta a ese hombre”. Vi una energía muy negra y pensé: “A las diez voy a recordarle que no abra”, después de una sesión que tenía con un cliente. Pero lo que yo no sabía era que mi papá saldría a ver el portón de la casa con un arquitecto, porque quería hacerle arreglos. Yo estaba en el segundo piso cuando escuché unos cinco o seis disparos”, relata.

-¿Qué pasó por su cabeza esos segundos?

-Supe que era mi viejo, que lo habían mandado a matar. Porque él no tenía conflictos. Lo único que lo tenía complicado era lo de los terrenos.

“Le dije te agradecemos todo”

Apenas escuchó los disparos Javiera se puso zapatos, bajó las escaleras y salió corriendo. “Mi papá estaba tirado en la vereda afuera de la casa. Tenía mucha sangre. Como no era capaz de hablar la comunicación fue sensorial. Sentía que me decía: “perdona que tengan que vivir esto”. Me emociona, porque hasta el final él estuvo preocupado por nosotras. Mi mamá llegó al minuto y se arrodilló a mi lado. Estaba en shock y decía: “lo mataron, lo mataron”. Luego las dos le dijimos: “te queremos, te agradecemos por todo; no te preocupes vamos a estar bien”.

Dos horas después el neurocirujano del Hospital Naval de Viña del Mar les comunicó que la bala había pasado por su cabeza, en el peor de los lugares; no había nada que hacer. “Nos dieron la opción de operar y, si es que sobrevivía no podría hablar, caminar y no nos reconocería. Como familia siempre habíamos conversado que si algo así pasaba elegiríamos el menor sufrimiento y rápidamente decidimos no realizar la intervención. Dos minutos antes de las cinco de la tarde murió”.

Cuando termine la pandemia la familia Correa espera esparcir las cenizas del empresario en el lago Conguillío (región de la Araucanía), donde los padres de Javiera se conocieron. “A la ceremonia fúnebre fue poquita gente, muy piola como era mi padre”, dice

“Queremos confiar en la justicia”

El sicario Víctor Gutiérrez pudo ser expulsado de Chile tiempo antes del fatídico lunes 18 de mayo. Según una investigación de radio Bío Bío una cadena de errores del sistema permitieron que siguiera en el país. De acuerdo a esta indagación un año antes del homicidio hubo omisiones de carabineros, tribunales y fiscales, entidades que le habrían permitido su permanencia ilegal en Chile. Esto, pues ninguna de estas instituciones lo denunció. El hombre compareció en tres oportunidades frente a un tribunal (fue condenado por porte y consumo de drogas en 2018). A Javiera le llama la atención que a fiscales ni jueces les extrañara que alguien sin residencia, pasaporte timbrado ni datos en el sistema chileno, no registrara una denuncia por el delito de ingreso clandestino en 2015.

Por su parte, el intendente de la región de Valparaíso Jorge Martínez sostuvo que apenas el imputado cumpla su condena será expulsado del país. En su formalización se decretó su prisión preventiva en el Centro de Cumplimiento Penitenciario de Valparaíso durante los 90 días que dure la investigación.

-Entre los sospechosos del asesinato de su padre están quienes están ligados al loteo ilegal de parte de su terreno, ¿Ese sería el móvil del crimen?

-La verdad no lo sé. Por la magnitud de los hechos todas las teorías quedan abiertas y queremos confiar en la justicia.

-Un grupo de diputados presentó un proyecto de ley que tipifica el homicidio por encargo con beneficio económico con presidio perpetuo calificado. ¿Qué espera como castigo?

-Que se aplique la ley chilena. Que se haga justicia para que los chilenos, que no tenemos este tipo de violencia, no nos acostumbremos a estos delitos tan extremos e irreales. Además, aclaro que como familia jamás hemos tenido ningún tipo de odio hacia los migrantes. Pasa que fue un colombiano, pero probablemente el autor intelectual sea un chileno, no lo sabemos. Espero que la verdad salga a la luz públicamente.

-Su hermana Valentina publicó una carta en El Mercurio “Sicario mató a mi padre” donde denuncia "negligencias inexcusables" de autoridades en este caso. ¿A su juicio qué falló?

-Apoyo a mi hermana, pero hoy no me siento con la facultad de apuntar con el dedo. Pero yo sí creo que en el caso de los delitos de este hombre hubo una sucesión de errores por parte de algunas instituciones.

-¿Podría perdonar a los culpables?

-No sé si me corresponde a mí perdonar.

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