Son las dos de la tarde en el pequeño pueblo de Copihue (Región del Maule) y una camioneta blanca avanza lentamente interrumpiendo la quieta rutina de sus habitantes. Sobre el techo del vehículo un parlante improvisado vocifera fuerte en clave circense. Pero en vez de promocionar payasos, magos o grandes artistas, el llamado es a comprar palomitas de maíz, churros y manzanas confitadas.

El chofer es Francisco Reyes, lanzador de cuchillos y ahora vendedor ambulante, un reinvento obligado para resistir esta pandemia. El circo chileno está en la cuerda floja y si antes estos artistas hacían malabares para entretener al público, ahora lo hacen para sobrevivir.

Francisco es la quinta generación de circenses de su familia y ha cultivado diversas disciplinas artísticas. Fue payaso, trapecista, domador ecuestre, equilibrista y hasta el año pasado lanzador de cuchillos junto a su esposa Priscila Goncalves. El acto lo realizaban en el Circo Gigante de México a lo largo de Chile y era un show estelar.

Pero en octubre vino el estallido social y la suerte comenzó a ser esquiva para todo el rubro. El toque de queda obligó a guardar las carpas y aunque el negocio repuntó en los meses siguientes, la pandemia terminó de ahogar los aplausos en un silencio difícil de aguantar.

Como dicta la tradición, toda la familia de Francisco participa del nuevo emprendimiento. Sus hijos malabaristas hoy son los encargados de hacer las palomitas, Priscila prepara las manzanas confitadas, mientras que Reyes está a cargo de los churros y la venta de los productos.

Al terminar la nueva jornada laboral, la familia retoma las prácticas artísticas en casa. Saben que la normalidad volverá en algún momento y como buenos profesionales, deben seguir entrenando. Pero no ha sido fácil. Hay que pagar cuentas. “Somos parte del Patrimonio Cultural de Chile y estamos botados. Nosotros no sabemos hacer nada más... nacemos en el circo y nos preparamos toda la vida para realizar los actos”, relata con temor.

Artistas temporeros

Julio César Dávila es colombiano y llegó a Chile hace un año en busca de un nuevo horizonte. Es tercera generación circense de su familia y su alter ego es Taratatín, un payaso con toques de mimo que se encarga de hacer reír a los más pequeños en el London Circus, hoy atrapado en Pumanque. Tras los primeros casos de coronavirus no pudo volver a Colombia y para sobrevivir se convirtió en temporero. Junto a un grupo de colegas -entre payasos, trapecistas y bailarinas- recolecta uvas en una viña, cosecha frutillas y recoge nueces. El dueño del circo, Alexis Rojas, está dedicado a vender tortas curicanas y a pesar de los apuros económicos, les ha dado techo y comida a los artistas que no lograron volver a sus casas. En agradecimiento, Julio César le hace clases de inglés al hijo menor de su empleador. “Los dueños del circo me han acogido como una familia y no me ha faltado nada. Y si bien no me pueden dar el mismo sueldo, los trabajos temporales me permiten mandar plata a Colombia”, cuenta desde una de las casas rodantes del circo.

Los grandes también sufren

El Circo de Pastelito y Tachuela Chico le da trabajo a más de 70 personas, pero está inactivo desde marzo. Hoy Agustín Maluenda (el “Tachuela Chico”) está en cuarentena voluntaria en San Felipe, rodeado de sus hijos y nietos que siguen entrenando en forma disciplinada. A pesar del difícil momento, dice tener fe “que esto va a pasar luego y nos vamos a reinventar. El circo tiene 200 años de historia y somos como gatos porfiados. siempre hemos sido abandonados por los gobiernos de turno y salimos a flote con nuestros propios recursos”.

Christian Henríquez es el actor detrás de Ruperto, el personaje popularizado por el programa Morandé con Compañía en 2005. El Gran Circo de Ruperto es una de las carpas más grandes Chile y emplea a más de 50 trabajadores, pero desde octubre no recibe ingresos. “Durante la pandemia nos hemos visto desamparados, sólo se ha recibido ayuda de la gente de los lugares donde los circos están varados. Ellos se acercan con mercadería y los dueños de los terrenos han dado facilidades para permanecer ahí”, dice con preocupación. La carpa de su circo, que lleva meses guardada en Lampa, posee un radio de 4 mil metros cuadrados, así que ha puesto a disposición su infraestructura para usarla como hospital de emergencia.

¿Se imagina ir a un circo y disfrutarlo desde su automóvil? Esta es la forma que -desde ayer- el Universal Circus se está reinventando en Vicuña, cuarta región. Luego de estar casi cuatro meses paralizados, se inspiraron en experiencias en otros países para hacerlo realidad.

En lugar de butacas, las personas están en sus autos a 30 metros del escenario, con prohibición de acercarse a los artistas, se hace control de temperatura, distancia social demarcada y uso de mascarillas para el personal.

En Chile hay más de 120 circos y todos están en crisis: no hay trabajo, recursos ni subsidios. Y ni hablar de los aplausos. “Absorbemos todas las tragedias, pero el circo debe continuar, la gente no puede venir al circo a escuchar tristezas”, sentencia el Tachuela Chico.

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