La ventana de una de las salas con camas básicas del Hospital del Salvador da a un patio interior. Todavía se conserva uno que otro árbol que data de los tiempos de la construcción del recinto en 1871 (declarado Monumento Nacional en 1985). Javiera Busquets (30) dice que antes se dejaba unos minutos para observar el jardín. Pero ya no tiene tiempo. “Es difícil detenerse ante el brutal aumento de esta pandemia”, comenta.

Médico de la Universidad de los Andes (egresada en 2016) desde el año pasado está en este hospital público, que pertenece al Servicio de Salud Metropolitano Oriente (SSMO). Hoy la doctora está combatiendo la pandemia, una cruzada que define como “titánica” y en la cual se enfrentan riesgos: ella misma se contagió por el virus. “Lo pasé bien mal, pero estoy lista y volví al hospital. No hay tiempo que perder en este escenario”, dice.

Y advierte. “Hace tres semanas, era totalmente distinto. El paciente con covid no es el mismo que llegaba antes, hoy está mucho más grave. En mi sala tengo muchos con ventilación mecánica no invasiva y con requerimientos de oxígeno altísimos. Ahora todos, todos tienen neumonía y están con requerimientos de oxígeno muy elevados. Y todos están en posición de pronado vigil, despiertos boca abajo. Ha sido impactante ver el nefasto escenario de este virus”, cuenta.

Agrega un ejemplo: “Ayer un adulto mayor estaba despierto y se estaba ahogando literalmente al frente mío. Pero no lo podíamos ventilar porque tenía morbilidad y muchos factores de riesgo. Si lo intubaban iba a ser más dañino para él. Le pasé remedios endovenosos para disminuir el apremio respiratorio y para que estuviera sin dolor. Le queda poquito de vida. Me dio mucha impotencia no poder hacer más”.

“No me siento una heroína”

La última vez que Javiera, quien trabajó dos años en el Ministerio de Salud y en un consultorio de Santiago Centro, tomó un palo de hockey fue en marzo pasado. Desde los quince años juega como lateral derecho en el equipo de primera división del Prince of Wales Country Club (La Reina). “Extraño mucho este deporte, es mi válvula de escape”, comenta.

La doctora comenzó jugando a los siete años y hasta 2019, fue capitana del equipo del Country. “Ser líder no es ser la mejor jugadora, sino buscar la unidad. Estar dispuesta a ayudar al entrenador, a los jugadores y sus familias. Es apoyarse en el resto”.

Durante su carrera deportiva, con más de mil partidos ha tenido “millones de accidentes”. “El año 2013 fue el más acontecido. Recibí un palazo en la boca que me hizo un corte profundo en el labio y poco después un pelotazo me reventó un dedo”, recuerda.

-En las redes sociales la destacaron como una heroína de esta crisis sanitaria.

-(Ríe) La verdad es que no me siento así. Creo que estoy haciendo la pega que me corresponde. Para mí cada uno tiene un rol en esta pandemia. A mí me tocó como funcionaria de la salud. La misión de todos los que pueden es quedarse en la casa.

Vidas en riesgo

Junto a otro grupo de médicos atiende a pacientes de covid-19 en las diez salas de camas básicas del recinto público. Cada una de las habitaciones tiene entre 15-20 hospitalizados.

Estos días el Hospital del Salvador está al límite. No solo en camas, sino también su personal de salud “ha ido cayendo muy seguido”. “En nuestras salas nos hemos ido enfermando más rápido de lo que hemos logrado recuperar al resto de los médicos. Hay más pacientes, pero menos doctores. Eso hace que la carga asistencial sea mucho más pesada”, dice.

Desde que a mediados de marzo la pandemia llegó, en este centro hospitalario se instauró un sistema de turnos para el personal médico. Los funcionarios trabajan quince días en el Salvador y después deben cumplir dos semanas de “estricta” cuarentena en sus casas. “Si alguno de nosotros se infecta trabajando, sale y entra el médico que estaba afuera. Es como tener jugadores en la banca. En mi área nos hemos contagiado diez médicos ”, cuenta.

Durante la mayor parte de su jornada (de más de doce horas diarias) Javiera está de pie. “La única vez que me siento es una vez al día para llamar a los familiares de los pacientes o para escribir su ficha médica con la evolución diaria”, comenta.

Con su traje protector (pechera, guantes, mascarilla y protectores faciales) la doctora examina a los infectados. Cada sala está dividida en tres sectores (con entre seis y diez camas, separadas por dos metros).

A principios de abril fue la primera vez que atendió a un paciente con coronavirus. Era un hombre de 55 años con artritis reumatoide. Lo ingresaron con fiebre y dificultad respiratoria. “Requería oxígeno y se veía asustado. Sentí mucho nervio, porque era algo totalmente desconocido. Fue muy estresante porque no podía equivocarme”, cuenta.

Cuando alguien llega contagiado con insuficiencia respiratoria la especialista les realiza un chequeo físico completo. “Quienes se agravan empiezan con una respiración muy rápida y usan todos los músculos como el abdomen para respirar. Tienen una sensación de ahogo. Y uno rápidamente les pone oxígeno. Si con la naricera no pudiste, le pones una mascarilla más grande y cuando están más graves son intubados”, explica.

Si antes de la pandemia tenía un turno a la semana, ahora el trababajo se ha multiplicado. “No sólo están llegando más pacientes contagiados, sino más graves. Que demandan más tiempo y requieren un mayor esfuerzo físico y mental”.

-¿Qué ha sido lo más desgastante?

-Lejos, lo que más me ha impactado ha sido el tema psicológico. Recuerdo a una paciente hospitalizada de 75 años que estaba sola; había quedado viuda hace cuatro meses y tenía sus hijos en Estados Unidos. Estaba pésimo anímicamente. Pero cuando logramos hacer videollamadas con su familia a los pocos días su ánimo mejoró. Muchas veces he tenido un nudo en la garganta viendo a los pacientes sin el contacto familiar. Noto la tristeza en sus caras y eso derrumba.

“Me enfermé en el hospital”

La semana del lunes 18 de mayo Javiera había cumplido sus dos semanas trabajando con casos positivos en el Hospital del Salvador. Y cuando estaba haciendo cuarentena en su departamento de Las Condes comenzó a sentirse “resfriada”. “Eran síntomas super leves como dolor de garganta, un poco de congestión y cefalea. Cuando fueron pasando los días el cuadro se empezó a agravar. Hasta que tuve el peor día con fiebre. En verdad me dolía el cuerpo como si un camión hubiese pasado por encima. Estaba echada en mi cama y no podía hacer nada”.

Hasta hoy no sabe exactamente cómo se contagió. “Si en algún minuto me puse mal la mascarilla realmente no lo recuerdo, siempre me cuidé con todos los resguardos. Pero claramente me enfermé en el hospital. Porque no hago nada más que ir de mi casa al trabajo. No veía a mi familia desde marzo”, dice.

El 21 de mayo le hicieron el PCR que al día siguiente salió positivo.“Desde que empecé a tener síntomas me asumí infectada. Vivo con mi pareja que es abogado y hace teletrabajo. Y aunque nunca tuvo síntomas, se asumió como contagiado”, cuenta.

Coincidentemente esos días Valentina, una de sus dos hermanas (Javiera es trilliza), y su madre contrajeron el virus por otras vías. “Mi hermana comenzó con un resfrío general y se recuperó. Pero a mi mamá, que tiene 56 y artritis reumatoide, le vino fuertísimo con muchos mareos y nauseas. No toleraba ni el agua. Como vive sola, y yo me sentía mejor, me fui a vivir con ella para pasar juntas la cuarentena. Estuvo tan mal que pensé llevarla a urgencia, pero como estaba todo colapsado preferí tratarla yo medicamente. Pasamos susto, pero hoy está recuperada".

-¿Teme volver a contagiarse?

-Desde que empezó esta pandemia yo siempre supe que me iba a infectar en algún minuto. Lo único que no sabía era cuándo. La probabilidad de volver a contagiarme existe, porque la inmunidad no está ciento por ciento comprobada. Así es que seguiré tomando todas las medidas de protección, siendo aún más minuciosa. Cuando supe que era positiva me dio lata, porque sabía que iba a estar más tiempo afuera del hospital. Lo que implicaba que mis compañeros tendrían que trabajar más para cubrirme. A pesar de todo, nadie quiere quedarse afuera, las ganas de ayudar son mayores.

-¿El hockey le ayudó a valorar el trabajo en equipo?

-Totalmente. En el hospital somos un grupo muy unido donde cada uno tiene sus roles. Todos tienen susto de contagiarse o de infectar a otros. Todos hemos hecho sacrificios inmensos, pero nadie se lo cuestiona. Nadie alega si tienes que cubrir un turno porque un colega cayó contagiado. Nadie dice que no porque está cansado. Y aunque estamos agotados, todos tenemos el espíritu de pelear por esta causa.

-¿Ha sido el partido más difícil que ha jugado?

-Luchar contra este virus no tiene comparación con los cientos de partidos de hockey devastadores que he jugado. Esto es un fenómeno sin precedentes. No puedes detenerte y debes aguantar hasta el final. En las pistas del coronavirus jugamos contra el tiempo. Con pacientes exigidos al máximo y un personal médico que se la juega todo en la cancha.

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