“No basta con saber responder a lo que se nos pide, repetir de memoria o aplicar una fórmula, para recibir el sueldo o una buena nota”.

La cuarentena motivada por la pandemia ha requerido que, de manera intempestiva, un número importante de personas haya debido comenzar a trabajar desde sus hogares. En especial para trabajos “de base mental” (para diferenciarlos de los “de base física”), cada vez más dominantes en la actual sociedad del conocimiento. Esta especie de experimento masivo, forzado por las circunstancias, ha significado hacer frente a diversos desafíos, partiendo por la disponibilidad de espacios adecuados, con la conectividad y la tranquilidad requeridas.

La efectividad del teletrabajo ha mostrado no ser solo un tema tecnológico. De hecho, la tecnología, dada la infraestructura disponible, podría ser uno de sus aspectos menos complejos de implementar. Un desafío adicional, menos evidente pero igualmente significativo, ha sido tener que rendir en un entorno que carece de los estímulos y controles a los que estamos habituados: colegas que vemos trabajar, conversaciones al paso que motivan u orientan, jefes que preguntan con la mirada, horarios establecidos. En la casa cada uno está solo con su trabajo. En ese contexto, la productividad —con frecuencia— no ha sido la deseada. Incluso se puede tener la impresión de trabajar más que en la oficina, sin lograr los avances esperados. Cuesta organizarse, ser sistemáticos y ordenados.

Una observación similar puede hacerse en relación a los estudiantes. A pesar de haberse focalizado los contenidos de los cursos en los temas esenciales, han manifestado agobio frente a las exigencias académicas. Más allá de casos específicos, ese malestar podría ser más bien una manifestación de las dificultades que han enfrentado para trabajar independientemente en forma sistemática y coordinarse con sus pares cuando ha sido requerido. En todas estas situaciones entran a jugar las capacidades personales de automotivación y autorregulación; ellas no parecen estar especialmente desarrolladas entre nosotros.

El tema no es menor. Nos confronta con nuestra preparación —o falta de ella— para abordar los requerimientos del trabajo en el mundo actual. No basta con saber responder a lo que se nos pide, repetir de memoria o aplicar una fórmula, para recibir el sueldo o una buena nota. Se espera capacidad de aportar, de pensar críticamente, ser creativos, poder adaptarse a los cambios, saber colaborar, cumplir plazos y objetivos, y poder hacerlo en forma autónoma. No es solo un tema de responsabilidad o de esfuerzo; también hay que contar con las estrategias, prácticas y herramientas para ello. Poner en evidencia nuestras carencias en la materia y motivar acciones para ir superándolas, tanto en el mundo laboral como en el del estudio, puede ser un resultado positivo de este tiempo revuelto.

Gastón Held y Gastón Suárez

Ingeniería Industrial, U. de Chile

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Tomás Fuentes B. Vicepresidente Renovación Nacional

Nuestro sistema político ha dado un paso muy importante en aras de oxigenar la política, darle tiraje a la chimenea y mejorar el sistema democrático. La aprobación del límite a la reelección, que durmió el sueño de los justos por largos años en el Congreso, es una buena noticia para nuestra democracia. Los chilenos y chilenas rechazan el enquistamiento de las élites. Se acaba con la lógica del que tiene mantiene, y con los verdaderos feudos políticos.

En ese mismo sentido, la ciudadanía no entendería que el mundo municipal fuera “liberado”, a través de una ley corta ad hoc, permitiendo que alcaldes puedan repostular en los comicios municipales de abril de 2021. ChileVamos, en particular, cometería un error de cara a la ciudadanía si promueve una excepción de este tipo.

Dicho todo ello, una materia distinta se refiere a la posibilidad de que alcaldes postulen al Congreso Nacional. Debido a la coyuntura sanitaria, las elecciones municipales se desplazaron a abril de 2021. Tal como quedó la ley que debiera promulgarse en estos días, esos alcaldes que finalizan su periodo, sin posibilidad de reelegirse, tampoco podrían optar a cargos de representación popular en el Congreso Nacional. Ello porque no habrán cumplido con el requisito de haber cesado en sus cargos un año antes de las elecciones. Ello parece injusto y poco razonable. Primero, porque los diputados que no pueden ir a la reelección sí podrán postular al Senado (como es probable que muchos hagan). Segundo, porque los alcaldes han jugado un papel destacado desde octubre del año pasado, visibilizando demandas de la ciudadanía y hoy colaborando con el combate a la pandemia. ¿Quién duda que muchos de ellos podrían ser un gran aporte desde la legislatura?

El diputado Auth ha señalado que esos alcaldes que quieren competir por un escaño al Congreso pueden renunciar ahora en noviembre, para cumplir con la ley. Eso no parece razonable cuando los ediles están luchando por ayudar a sus vecinos en medio de la pandemia, y nada permite anticipar que los problemas y derivadas sociales de la crisis sanitaria estén superados para esa fecha.

En definitiva, parece razonable habilitar al mundo municipal para competir por escaños en el Congreso, sin la necesidad de que renuncien a sus cargos cuando más se les necesita.

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“La ausencia de ese escrúpulo ético es lo que a nosotros nos permite comer pejerreyes y a los madrileños exterminar a las cotorras argentinas”.

Fernando Claro V.

Un pajarólogo británico, David Lindo, inició su obsesión pajarística cuando se dio cuenta de que los robins que se asomaban a su jardín —algo así como nuestros chincoles, por lo común— «no eran inmortales». El robin que se asomaba a su ventana no era uno, sino que miles de sucesiones de diferentes robins. Individuos. Una operación mental parecida a la que hacen los que tienen mascotas: humanizar al animal. Yo nunca he sabido explicar por qué miro pájaros, pero creo que es por algo inverso: mimetizarme con ellos, antes que humanizarlos.

Borges, peleando con críticos británicos, explica por qué estos se enredan interpretando el famoso poema de Keats, “Oda al Ruiseñor”. Porque son ingleses, dice. En ese poema, Keats habla de la eternidad del ruiseñor, de su canto, el mismo canto que habrían escuchado emperadores y labradores. Borges explica esta idea citando a un filósofo alemán: «Quien me oiga asegurar que ese gato que está jugando ahí es el mismo que brincaba y que traveseaba en ese lugar hace trescientos años pensará de mí lo que quiera, pero locura más extraña es imaginar que fundamentalmente es otro». El idealismo alemán trazado desde Parménides. Borges no dice la idiotez de que los ingleses serían incapaces de entender esa idea. «No es por incapacidad especulativa», dice, sino simplemente por un «escrúpulo ético». La ausencia de ese escrúpulo ético es lo que a nosotros nos permite comer pejerreyes y a los madrileños exterminar a unos inmigrantes: las cotorras argentinas. Antes de la llegada del virus iban a iniciar su exterminio por amenazar el ecosistema —y las vidas de los peatones con sus nidos colgantes—. La pandemia allá las salvó y acá nos tiene escuchándolas incluso en la radio: madrugadores conductores hablan desde sus casas con la histeria de las cotorras como sonido de fondo.

Todo inglés, dice Borges, «rechaza lo genérico porque siente que lo individual es irreductible, inasimilable e impar». Esos críticos que especulan sobre Keats, incluso a pesar de tener sendos tratados platónicos, evitarían ver ese ruiseñor platónico-alemán. Por eso es bueno observar la realidad humana como inglés y no como alemán. Más aun hoy en día, cuando está volviendo la moda animalizar todo y buscar responsabilidades en generalidades como “la sociedad”. ¿Destruimos entonces nuestra sociedad, como los madrileños las cotorras? Suena taquilla para algunos, o cuasi alemán. Ojalá no surjan triunfantes otros que hablan de “los inmigrantes”, “los ricos”, o “los pacos”. Borges rescata las «no escuchadas y proféticas advertencias» de quienes llevaron la contra a la escuela de Parménides y Platón, buscando eliminar esas peligrosas abstracciones generalizantes. Fija sus inicios en Heráclito. Este creía, además, en la herética idea del cambio. Y era contrario a Parménides, casi como Leucipo y Demócrito, los herejes «descubridores» del átomo.

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