TEATRO CAMINO

En el mundo de las artes saben que Héctor Noguera es un trabajador empedernido. Siempre ha tenido que lidiar con el tiempo para sus múltiples proyectos. Por estos días, y como tantos, “teletrabaja” desde su hogar.

A sus 82 años, estrenó la semana pasada “Mentes salvajes”, la primera obra por Zoom del GAM, donde comparte pantalla con Paulina Urrutia, Francisca Gavilán, Natalia Valdebenito y Gabriel Cañas. La obra, que dirige Víctor Carrasco —con funciones hasta el 26 de julio—, es algo así como una terapia colectiva entre cinco soñadores compulsivos; testimonios reales que el dramaturgo sueco Marcus Lindeen (“Los arrepentidos”) recopiló a través de Skype.

“Me he ido de sorpresa en sorpresa”, dice Noguera al teléfono. “Era una posibilidad de experimentar algo distinto, y que podría, a lo mejor, constituirse en una nueva plataforma. Me pareció que era un guión adecuado para Zoom, sin saber muy bien lo que significaba Zoom. Me ha costado muchísimo esta tecnología, pero ya entro y salgo solo, sin pedir desesperadas ayudas”.

“Si bien todos soñamos despiertos —añade—, no soñamos con los mismos personajes durante años, como ellos. Es muy interesante. Yo sueño despierto un ratito, pero soy malo para recordarlo. Tampoco me acuerdo de mis sueños dormido”, añade riéndose.

También de forma remota actúa para “Historias de cuarentena”, de Mega, donde es Aníbal, un adulto mayor que recurre a la teleconsulta del psicólogo Pablo Ortega (Francisco Melo) agobiado por la pandemia y el encierro. Como él mismo.

“El domingo tuve un Zoom con toda mi familia, con mis cinco hijos y tres nietas. Fue muy bonito, entretenido, más de dos horas relajados y echando la talla”.

—Fue muy comentado el discurso de tu personaje de “Historias de cuarentena” reclamando por la manera en que el gobierno entrega cifras sobre los muertos mayores de edad. Hay que lidiar con la edad en época de pandemia.

—Uno lo siente en carne propia y también lo ve en personas de mi edad, son emociones que vivimos todos. En Chile, los viejos siempre hemos sido discriminados. Tenemos muy poca protección; los hogares (para adultos mayores) dignos son carísimos y los que no son caros, son intolerables. En una pandemia eso se acentúa. Si hay que elegir entre entregarle una cama a un joven o a un viejo, se escoge a joven. Tremendo.

—El periodista Abraham Santibáñez dijo: “Renuncio desde ya a ser conectado a un respirador artificial si con ello se puede salvar otra vida”. Supongo no todos piensan igual.

—Eso me parece muy bonito y muy respetable, es alguien que ofrece su vida. Pero no me parece que tenga que ser una norma general darle una cama al más joven. ¡Ese joven puede estar mucho más jodido que el viejo!

—Es que en tu caso en particular, con 82, tienes más planes que muchos de 30 seguro.

—Exactamente. Tengo muchos más planes ahora que, al menos, cuando yo tenía 30. No me gustaría estar en ese caso, para nada. Ahora, si yo voy a ser puesto a un lado por un médico consciente, no tendría ninguna rebeldía en aceptar. Yo no voy a tomar esa opción a menos que un médico me de razones muy fundadas. No acepto una regla general: de tanta edad para arriba se van para afuera. Eso no lo acepto.

—El hijo del músico de Tommy Rey que recién falleció, acusó que en un hospital utilizaban una especie de tómbola para elegir los pacientes a conectar. El gobierno lo desmintió.

—Terrorífico. ¿Que sea una lotería estar vivo? No me parece justo para nada. No me conformaría con la mala pata de perder una tómbola.

—Hay una realidad y es que los hospitales están sobrepasados, la situación es cada vez más angustiosa.

—A uno, como viejo, aquí sentado en mi casa, le da mucha rabia ver la cantidad de autos que pasan por Bilbao. Veo a diario cómo pasan exactamente igual que hace tres meses. Miro para Príncipe de Gales y lo mismo. ¡Me despierto a las 6 am con el tráfico! ¿Soy el único idiota encerrado aquí? ¿Porque tengo 82 años? Los demás hacen fiestas y salen. Uno se siente muy discriminado. Pero no me expondría a una multa, que además no puedo pagar. Estamos fritos, vamos a tener que seguir encerrados quizás cuánto tiempo más por culpa de la indisciplina de otros.

—¿Te sientes tranquilo, de todos modos?

—Tranquilo, con un trasfondo inquietante. Yo no he vivido período de mayor incertidumbre que este, porque incluso en la dictadura existía un temor, porque podías caer preso y ser torturado, pero existía un gobierno dictatorial que lo disponía. Ahora hay una ambigüedad que resulta terrible. Genera miedo tanta incertidumbre.

—Por eso hay tanta gente con crisis de pánico? ¿las has tenido?

—No, porque uno tiene disciplina de actor: domino los pánicos. Siento pánico cada vez que subo al escenario, pero estoy entrenado en estar tranquilo. Uno en función tiene que estar tranquilo, aunque tengas la embarrada en la casa. ¡O en el país! No tengo un público ahora, pero tengo una familia. El pánico no me lo puedo permitir.

“No más restrictivo, se trata de ser más ordenado”

Por Zoom se comunica también con Diego, su hijo mayor que está viviendo en Alemania. “Yo pensé que sería una separación radical y no lo ha sido gracias a esto. Y bueno, porque el vínculo es inalterable”, sostiene. “La pandemia les pegó muy fuerte allá, pero como los alemanes son más ordenados, ya están saliendo”.

La canciller Angela Merkel señaló el mes pasado: “Encerrar a nuestros mayores como estrategia de salida a la normalidad es inaceptable desde el punto de vista ético y moral”.

“En general, todo el discurso de la Merkel es muy bueno, por eso ha generado tanto impacto en todo el mundo. Es muy clara en su equilibrio entre economía y salud. No se trata de ser más restrictivo, se trata de ser más ordenado. Eso llama a la responsabilidad personal”, comenta Noguera.

“Estamos pagando las consecuencias de la desconfianza mutua. Nosotros desconfiamos de las autoridades y las autoridades desconfían de nosotros. Eso crea una situación sin salida. Lo mismo con el tema de la cama. Si yo confío en los médicos y me dicen que me haga a un lado, lo acepto. Si desconfío de ellos, puede ser un infierno”.

—¿Cómo ves que lo están pasando los adultos mayores en tu entorno?

—Yo tengo la suerte de estar en mi casa con mi mujer, pero muchos están solos y no tienen la capacidad de mantenerse. Entre tener 65 y tener 80 años hay un mundo de diferencia. En cambio, uno es tan hábil a los 30 como a los 45. Si a los 40 me dicen “tiene que esperar dos años más”, no importa, pasan volando. Yo, en dos años, más no voy a ser el mismo que ahora. No se puede hablar como generalidad de “los mayores de 65 o de 75”, porque el margen es muy amplio. Yo miro hacia atrás y, chuta, ¡yo era un lolo a mis 75!

—Seguro que tu mente sigue funcionando a una velocidad que tu cuerpo no alcanza.

—Indudablemente, eso nos pasa a muchos. Aunque yo hago mucho deporte y sigo haciéndolo ahora en mi casa. También hago muchos ejercicios de memoria. Mis textos del teatro, de la TV y ahora estoy memorizando una obra muy difícil que es “Final de partida”, de Beckett. La estoy preparando para cuando pase esta pandemia.

—Difícil debe ser también entender cuando se justifican las muertes dada la cantidad de enfermedades preexistentes, las que tenemos todos.

—Yo tengo presión alta y soy operado del corazón, pero tengo la posibilidad de comprar los remedios, que son harto caros. Ante cualquier patatú parto a la clínica y me operan, lo que es un privilegio. Vivimos en un país que tiene doble estándar: hay salud para unos y una salud muy distinta para otros; una educación para unos y otra para otros; justicia para unos y no para otros. La inequidad hace muy difícil todo, rompe las confianzas.

“La palabra ‘Hambre' tiene una fuerza removedora”

—El estallido provocó unas cuántas revelaciones y la pandemia agudizó las dolorosas diferencias, ¿no?

—A lo mejor esto es lo que necesitábamos, tocar fondo para hacer un cambio. Nunca imaginamos que una pandemia iba a poner en jaque el movimiento social. Sentimos que avanzaba la violencia e íbamos cada vez peor. Lo mismo pasa ahora con la pandemia; avanza y avanza, no sabemos hasta cuándo.

—Tú trabajaste con los creadores de Delight Lab, los que instalaron la palabra “Hambre” en la torre Telefónica y que fueron censurados por un camión.

—Yo protesté mucho cuando los interceptaron. Podrás estar a favor o en contra, ¿pero interceptarlos y amenazarlos de muerte? No me parece. Su historia como artistas es muy fuerte, han hecho cosas muy impactantes. La palabra “Hambre” en ese lugar tiene una fuerza muy removedora y eso es propio del arte. ¿Por qué no ponen canastas familiares?, decían algunos. ¡Eso no implica nada! La acción del arte es removedora, crítica, es su labor poner en discusión las cosas. No confundamos el arte con la decoración.

—¿Por qué crees que molesta tanto? Hay que ver las protestas en El Bosque con las que comenzaron a manifestar el drama que viven en las poblaciones.

—Y no es que esta intervención esté promoviendo la violencia tampoco. Yo por naturaleza estoy en contra de toda violencia. Lamento que eso ocurra, pero que ellos salgan a la calle es una señal de desesperación. La incertidumbre debe ser tanta. El ministro (Ignacio) Briones decía que el gobierno no va a desamparar a la gente, siempre los van a estar ayudando, pero la experiencia de la gente es otra. Distinta a las buenas intenciones del ministro. La violencia hay que combatirla desde la raíz: la inequidad. Lo más importante es incentivar el trabajo, decía él, y en eso imposible estar en desacuerdo.

—Grabaste junto a varios actores el poema “Esperanza”, de Alexis Valdés. Tú dices: “Cuando la tormenta pase, yo te pido Dios, apenado, que nos devuelvas mejores, como nos habías soñado”.

—Es posible que salgamos mejores de esto, es la opción esperanzadora. Ponerse en el lugar del otro es indispensable. Yo tengo dos bisnietos, me interesan ellos. Con Claudia, mi mujer, pensamos: “¿Qué va a ser de estos pobres chiquititos después?”. Mejor pensar que les vamos a dejar un mundo mejor.

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