El acto de recolectar frutas es un juego y un hallazgo. No solo es economía doméstica en esos campos chilotes en donde la murta crece silvestre y los papás y los niños salen a buscarla. Estamos en mayo y allí colorean la murta, la murtilla, la uñi-uñi, que son distintos nombres para la más colorida, perfumada y sabrosa fruta que crece entre los matorrales y el bosque cercano a la casa.

Ya nadie, aquí en Chanquín, dice uñi-uñi para nombrar a la murta. Aunque casi todos los habitantes, salen a recolectarla, cosa que sucede desde hace miles de años. Es que siempre fue parte de su ciclo alimenticio, médico y hasta mágico. Tuvo que ver con el autoconsumo y poco con la venta. Por lo general, los chilotes la comieron fresca. A veces, en el collín —una especie de bandeja sobre el fogón— la secaban y lograban unas “pasas” que en el invierno —secas o remojadas— eran una delicia en las tardes de lluvia o de tormentas.

La murta es una baya muy carnosa. Cuando está a punto, tendrá un centímetro de diámetro. De un rojo brillante, se torna rosada. De húmeda pulpa blanca y con hartas semillas negras. No es difícil reconocerla pues el arbusto es pequeño, fácil de descubrir por sus duras hojas vivaces, ramas firmes, elegantes y sobre todo —este mes—, desde su rosario de frutas que se distribuyen en sus ramas y se hacen parte de un gracioso gesto que además perfuma y encanta al cosecharlas.

De uñi-uñi a murta

La existencia y la imagen tan vívida de la murta marcó los más felices tiempos chilotes. Aquellos cuando la naturaleza estaba a la par de los actos humanos. La señora Isaura Torres cuenta que algunas mujeres del campo cuando llegaban embarazadas al hospital de Ancud (1938) y el médico les preguntaba la fecha del embarazo, ellas contestaban que había sido “en tiempos de murtas”. Otras, lo habrán sido en tiempos de ostras, cosas que las equiparaban al mundo natural y confirmaron que las mujeres no eran tan distintas de un marisco o de una flor.

Los españoles al llegar a Chiloé las llamaron murtas pues no podían pronunciar el üñü ni el uñi-uñi. Además, porque les recordó al mirto europeo que era de la misma familia botánica. Y no solo eso, es que además de ser un dulce y aromático alimento, la murta chilota, como el mirto europeo, tenía las mismas virtudes medicinales secretas: es antiescorbútica, o sea podía (como así fue) sanar a náufragos faltos de vitamina que alguna vez llegaron moribundos a las costas de Pirulil, tal como otros habían llegado a las de Galicia. Hasta hoy, alivia afecciones estomacales, permite digestiones y algo casi inédito en la medicina natural: lavarse la cabeza en agua ya fría de una infusión de murta, quita la sordera. Y como si fuese poco, cocidas sus hojas en vinagre es tónico para los anémicos ¡y evita las caries!

Por estos días, mujeres y niñas de Chanquín cosechan murtas en sus campos comunitarios. Lo hacen en lugares donde nace silvestre y su cosecha tiene que ver con las familias y no con emprender negocios. De ahí saldrán “murtas al jugo”, “dulce de murta”, un licor: el murtao. Si sobra algo, se venderá a los turistas o en Chonchi.

Paralelamente a esta colecta silvestre, en algunos lugares (Huillinco, Quemchi, Ancud…) se domestican y cultivan murtas. De lo casero y artesanal se pasa a la industria, a la dependencia laboral y a la pérdida de un recurso cultural con identidad local. Si alguna vez fue pródiga y gratuita en el lelfúnmapu (tierra de llanos verdes) hoy va camino de ser una “exclusividad gourmet” por la que se debe pagar, lo que puede extenderse al uso restringido de sus semillas, como sucedió con las papas.

Por el momento las murtas, para crecer y entregar sus frutos, solo necesitan de algunos sitios que han sido deforestados. También crecen muy tupidas en praderas abandonadas. El hallazgo es total cuando se las encuentra en bordes de caminos y barrancas costeras, como en Huentemó, en Anay o Chaiquil…, allí en la costa cucaína. Muchas personas, desde el bosque, han llevado plantas a los bordes de sus cercos.

Postre perfumado

Un grupo recolectando murtas silvestres en Chiloé no promueve la misma imagen que una cincuentena de temporeras cosechando arándanos en la Zona Central. Aquí, la visión tiene que ver con un acto casi solitario, elegante, y de una delicadeza que es una comunión con la naturaleza. El mismo que se ve cuando en las dunas cogen las frutillas…

La recolección de frutos silvestres a escala doméstica es una actividad que aunque nunca se perdió del todo, a veces decayó en frente de la modernidad. Felizmente, la porfía de algunas mujeres por no perder identidad se sumó a la valoración que un turismo más sensible de las gastronomías locales hace que se rescaten frutos originarios y sus preparaciones. Los turistas los piden y los lugareños se estimulan a recuperarlos y prepararlos.

No todo es murta en el mundo. También hay tiempos para cosechar avellana, calafate, cauchao (fruto de la luma), maqui, ñapu (una murtilla más pequeña y larga) y, ya próximo el invierno, una variedad increíble de callampas: loyos, digüeñes, changles, gargales… ¿Y de postre? Por supuesto que murtas con membrillo, al jugo, en Chanquín.

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