A los 35 años y con tres niños pequeños, la psicóloga Michelle Granierer quedó viuda. Su primer marido murió de cáncer y, paradójicamente, en ella comenzó a nacer una nueva mujer. “Era una judía observante, hacía shabat muy de vez en cuando”, explica con una sonrisa amplia y un pañuelo en la cabeza que oculta su pelo. Cada viernes, Michelle, a la hora que se esconde el sol, paraliza su mundo por 24 horas para vivir el shabat, el día de descanso sagrado según la religión judía. No mira su celular, no trabaja, no maneja, “y me pego unas siestas impresionantes”, dice entre risas.

“Hace unos años comencé a estudiar la Torá (libro sagrado del pueblo judío). Cuando mi marido se enfermó, la comunidad judía, y en especial el rabino, me apoyó mucho. Me iban a acompañar a la clínica y me contaban cuentos jasídicos (narraciones que trasmiten enseñanzas morales, éticas o religiosas)”, recuerda. Ese año comenzó a vivir las tradiciones con mayor rigurosidad y a cambiar su estilo de alimentación.

Michelle no compra la carne en supermercados o en el local de la esquina, ella busca una tienda kosher (comercio que cumple con los preceptos judíos), en donde está segura de que el animal fue matado sin dolor y de una determinada manera. No mezcla carne con leche y la verdura la lava cuidadosamente examinando con rigurosidad que no haya ningún insecto. “En el judaísmo, todo tiene una razón y está escrito en la Torá, que es la verdad”.

Explica que si uno se alimenta mal o recibe la rabia del animal que fue muerto con una agresión, el desarrollo espiritual también se ve afectado. Tampoco asiste a funerales o matrimonios de otros credos, porque entrar a un templo distinto a su fe es considerado una idolatría.

Faldas largas y peluca

Su segundo marido tampoco era religioso, pero juntos comenzaron a vivir con mayor compromiso la fe. Hoy, él reza tres veces al día y debe estudiar la Torá como un precepto religioso del que las mujeres están exentas, para privilegiar el cuidado de los niños y el hogar.

Entre ambos reúnen seis hijos. “Tengo de todo”, cuenta ella frente a la pregunta de si ellos adhieren a su misma fe. “Uno de mis hijos está en Israel, tiene 20 años y se va a casar. Junto a su novia se están preparando para el matrimonio con temas muy concretos, como la sexualidad, el autoconocerse y el que aprendan a pasarlo bien en esa materia”, explica la sicóloga.

Dice que la virginidad es lo ideal y que si bien ella conoce a personas más ortodoxas que le han buscado marido o esposa a su hijos, ella no lo ha necesitado, pero no cierra la puerta a hacerlo si su hija de 18 años le pidiera ayuda. Sin embargo, su hijo mayor no comulga con el modo de vivir de su madre: “Nos encuentra una lata”, dice sonriendo, pero agrega que “es muy respetuoso y nosotros también respetamos su opción”.

Hace unos años guardó sus jeans, colgó los bikinis y las poleras con hombros descubiertos para remplazarlos por faldas, trajes de baños que cubren las rodillas y una peluca que ocupa para ocultar su pelo natural. En el mundo religioso, la cabellera de una mujer casada tiene un componente erótico que debe ser resguardado solo para el marido. “El recato tiene que ver con guardar lo más preciado para tu esposo. En una joyería, lo más valioso se mantiene oculto, esto es lo mismo. Lo que no significa andar desarreglada”, aclara.

Los 613 preceptos

Ella es muy pedagógica para explicar cada costumbre y manera de vivir. Confiesa que le impactó la serie “Poco Ortodoxa”, de Netflix (que cuenta la historia de una joven judía ultrarreligiosa y su lucha por emanciparse, y que ha puesto en la palestra al mundo judaico más radical), y dice que a sus familiares no observantes ha tenido que explicar que ellos “no son así”. “Me sorprendió el trato hacia la mujer, el machismo, porque en mi realidad la mujer es la reina de la casa y estamos todos muy conscientes de que si la mujer está bien, todo lo va a estar”, señala.

Es clara al desmarcarse del estilo mostrado en la serie que representa una corriente mucho más radical: la comunidad Satmar. También dice que nunca ha sufrido discriminación y que su fe no es tema a la hora de atender parejas o adultos en su consulta particular. Lo que sí cree es que la mayoría de las comunidades religiosas en Chile no han visto la serie, porque no consideran que Netflix sea un aporte a la vida espiritual, razón por la cual tampoco van al cine. Pero ella lo hace con libertad y sin miedo a sentirse juzgada por sus pares.

“Es una tontera, pero lo que más me costó fue dejar de bailar con amigos hombres. Soy fanática del baile y hoy solo puedo hacerlo con mi marido u otras mujeres”, responde frente a la pregunta acerca de lo que más le costó dejar de su “antigua vida”.

Hoy, Michelle se levanta, se lava las manos como parte de un acto de limpieza espiritual, reza oraciones de agradecimiento y comienza su día. Explica que para los judíos hay 613 preceptos, entre los que destaca el honrar a los padres, amar al prójimo, acompañar a enfermos y escoltar difuntos y novias. “La unidad es muy fuerte en las sinagogas. Si tienes guagua, te van a ver, te mandan comida. Y el acompañamiento espiritual del rabino es un mandato de la Torá, por lo que si tengo un tema con mis hijos o marido, acudo a él para que me ayude”, explica.

—¿Y la pandemia?, ¿tiene alguna explicación espiritual?

—Todo lo que nos pasa es para bien, porque no somos capaces de ver la película completa. Tal vez necesitábamos encerrarnos para ver qué estaba pasando con nuestros hijos, con el marido, con la familia.

Hoy, Michelle dice que en su cuarentena ha podido estudiar vía Zoom temas de la Torá y que eso ha sido un “alimento y fuerza para el alma”, y que desde que se comprometió más con su fe se siente “en armonía, enfocada y con una misión”. Es miércoles y Michelle se despide contenta. Se acerca su día favorito, el que ella llama “un regalo”, el día que el mundo se detiene para ella y los que más ama… El viernes de shabat.

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