Por Diego del Pozo

Durante su vida, Gabriela Mistral (1889-1957) llevó consigo cientos de cuadernos, escritos y libros que albergan además de su obra poética y en prosa, todo un archivo de estudio de los más disímiles campos.

En su biblioteca se encuentran ediciones de poesía, novela y ensayo de otros autores, además de ejemplares sobre ciencia y naturaleza, y una buena cantidad de libros difíciles de clasificar, los que en ocasiones ella nombró como lecturas espirituales, que incluyen títulos que van desde la clarividencia y la telepatía a manuales para meditar y hacer viajes astrales, entre muchos otros de temáticas ocultistas o esotéricas.

Además de esas lecturas espirituales, en esta colección bibliográfica viajaba con ella la Biblia, el Evangelio del Buda y algunos textos hinduistas. Entre sus cuadernos con escritos, muchos de ellos íntimos, plagados con anotaciones para sí misma, se reconoce su enorme preocupación e interés por temas metafísicos.

Toda la producción de Mistral está fundida con su multifacética esencia. Así como su obra está llena de poesía y sensibilidad social, también está contagiada por una religiosidad metódica, particular, pero devota.

En su búsqueda teológica coexiste como poeta, profesora, pensadora, mujer, y madre incluso, todo bajo un manto de espiritualidad, que le fue siempre un hilo transversal a su propia existencia. Y así como su prosa está cargada de un estilo poético, su poesía ocasionalmente contiene un fuerte contenido político. Es de esperar entonces que sus escritos místicos contengan también mucho de poesía y de sentido social.

Esta antología expone este aspecto complejo, crítico e inevitablemente artístico de la vida de la primera mujer latinoamericana y única hasta la fecha en ganar el Premio Nobel de Literatura (1945). La maestra, artista e intelectual mundialmente reconocida era también una hermana franciscana, practicante de una tremenda austeridad. Por al menos veinte años de su vida fue budista y tuvo acercamiento, gracias a la teosofía, con otras de las principales religiones del mundo. De sus años de fervoroso budismo conservó hasta su muerte el hábito de la meditación y la creencia en la reencarnación. Investigó y se desarrolló dentro del camino del Buda.

Ella misma se definió en el artículo “Gente Chilena: Don Juan Enrique Lagarrigue”: “Yo, católica, y ‘enviciada' en místicos e iluministas”; sin embargo su vaivén entre el catolicismo, el judaísmo, el hinduismo y el budismo hace que sea muy complicado ubicar a Gabriela Mistral dentro de una disciplina única. En su doctrina personal se encuentra de todas formas el reconocimiento de una sola entidad creadora que deja una parte de sí en cada cosa que compone el universo.

De acuerdo con Gabriela Mistral, su iniciación religiosa o mística fue con la Biblia. Primero desde el texto mismo y luego gracias a su abuela paterna, Isabel Villanueva, quien le leía y le obligaba a memorizar pasajes específicos de los Salmos de David. El conocimiento profundo de la Biblia le entregó, además de cientos de personajes que utilizó de variadas maneras en su poesía y en su prosa, un punto de vista sobre las diferencias morales predicadas en el Antiguo Testamento y en el Nuevo Testamento. Especialmente los evangelios con la historia y prédica de Cristo otorgan, de acuerdo con Mistral, una mirada más elevada de la compasión hacia la humanidad entera.

Un ejemplo de esto se encuentra en el manuscrito inédito aquí incluido llamado “Dios”, que contiene subrayada por Mistral la frase que titula esta antología: “Toda culpa es un misterio”. Ahí hace mención al Sermón de la Montaña, en el que Cristo plantea uno de los principales quiebres del cristianismo con el judaísmo, que es el amor no solo al prójimo sino también al enemigo. Ante el mandato cristiano del amor absoluto, Mistral se pregunta si lo más difícil de lograr será el amar al que comete un crimen, al que actúa fuera de la ley y si ahí radicaría el verdadero misterio del mensaje de Cristo.

Durante su juventud, luego de repletarse con la Biblia y el cristianismo, su inagotable curiosidad la llevó a acercarse a la teosofía, y así a las prácticas orientales que sumó a su vitrina de religiosidades personales.

La teosofía fue una corriente de pensamiento teológico de fines del siglo XIX y comienzos del XX, promovida inicialmente por Helena Blavatsky, quien tenía la intención de conformar un abanico de estudios afines entre los que incluyó una gran parte de las principales religiones del mundo. Como directora de la Sociedad Teosófica, Blavatsky pretendía encontrar un mensaje universal por sobre los dogmas mismos. Desde esa base, Gabriela Mistral llegó a estudiar el budismo, el hinduismo y las fuerzas de la naturaleza, con la idea de que en el fondo había una gran verdad que compartían todos los cultos. Luego de que falleciera Blavatsky, la cabeza de la teosofía fue asumida por Annie Besant. Ella no pudo mantener la cohesión entre los seguidores.

Finalmente, luego de debates internos y la creación de escuelas de pensamiento aledañas, la teosofía llegó a una casi completa desaparición. El fin de la Sociedad Teosófica hizo que Mistral tomara un camino amplio y personal, alejado de un dogma y con costumbres pertenecientes a varias religiones. Y aunque ella se autodefiniera humildemente: “Soy apenas una persona que ha mudado dos o tres conceptos religiosos con una fuerza muy grande en esta mudanza”; su religiosidad terminó por fusionar aspectos de diversos credos que le fueron útiles.

En un cuaderno perteneciente a la donación de archivos de Gabriela Mistral realizada por Doris Dana y Laura Rodig en 1965 a la Biblioteca Nacional de Chile, se lee escrito por el puño de Mistral, en grande cruzando la página: Om mani padme hum. La frase budista está fechada en 1921 y es el mantra de la compasión. Por momentos la meditación le fue más fácil que los rezos.

La presencia de conceptos de religiones orientales es recurrente entre los escritos o poemas místicos de Mistral. Por ejemplo Ishvara, que le da el título a uno de los textos incluidos en este libro, puede referirse a una definición hinduista que es como se nombra a la mayor deidad, o también a la acepción budista que, al no reconocer un modelo monoteísta, hace mención a un ser de gran poder. Mistral en todo caso nombra a Ishvara desde el género femenino, cosa que no es tal ni en el hinduismo ni el budismo, demostrando una vez más la libertad con que adopta, apropia y redefine a su gusto. Mayormente hay en sus escritos una constante referencia al Antiguo Testamento, Cristo y algunos santos católicos que, sumado a su bagaje por oriente, comprueban el gran conocimiento y apoderamiento de ritos que convivieron en ella entre visiones teológicas de diferentes partes del planeta.

Todo esto es, en todo caso, parte de su vida privada. Solo en las cartas con algunos amigos cercanos y con los que compartía una vida espiritual se pueden encontrar referencias a su enorme mundo místico y religioso. Es el caso de los epistolarios con Eduardo Barrios, Jaime Eyzaguirre, Jacques Maritain o Juan Enrique Lagarrigue. Por otro lado, desde el plano de la figura pública, por medio de sus columnas y recados en diferentes medios de prensa de Chile y del mundo, siempre tuvo una posición clara en la que no mencionó abiertamente su multifacético orden religioso, sino que mayormente se perfiló hacia un “cristianismo con sentido social”, como ella misma lo definió.

Inspirada por la idea de que la religiosidad debe ser ante todo un “anhelo lacerante de justicia social”, desde sus intervenciones públicas, por medio de entrevistas y conferencias también, Mistral se manifestó crítica a la Iglesia Católica por su decadencia hacia una mera estética alejada del mensaje cristiano. En ese sentido realizó también un mea culpa, al reconocerse ella como católica y seguir a una religión carente de sustento moral o proyección de este. Mistral pensó a la Iglesia desde un necesario acercamiento hacia las personas más vulnerables, a partir del abandono de los privilegios materiales, para sentir la empatía como un móvil de vida.

A pesar de su mirada aguda hacia la institución eclesiástica, también fue una dedicada divulgadora de las figuras del catolicismo que la motivaron, como es el caso de San Francisco de Asís, de quien escribió una biografía en formato de motivos. El profundo conocimiento de la vida de San Francisco y su poético acercamiento la inspiró a tal punto que llegó a ser parte de la Orden Franciscana (hasta el día de hoy ellos son los encargados de administrar sus derechos de autor). El voto de pobreza, su sensibilidad y el acercamiento hacia todos los seres vivos que tuvo San Francisco son una conjunción también de la mirada mística de Mistral. El deísmo que reunió de todas las religiones que exploró y el profundo sentimiento de unidad con la humanidad completa se reconoce también en la actitud de San Francisco.

Para Mistral esto fue más allá incluso, ya que entendió que esa especie de panteísmo está profundamente ligado con la belleza que inunda al mundo. Durante su vida comenzó a fortalecerse la idea de que la naturaleza construida por una deidad es una manifestación inconfundible de la belleza plena, y que es desde ella de donde proviene la creación artística.

Esa huella del creador en todo el universo sería, de acuerdo con Mistral, lo que conforma también la esencia del arte. Esta idea fue tempranamente publicada por ella en su libro Desolación (1922). En el texto llamado “Decálogo del artista”, luego de enumerar los mandatos de la creación artística, termina por increpar al artista advirtiéndole: “De toda la creación saldrás con vergüenza, porque fue inferior a tu sueño, e inferior a ese sueño maravilloso de Dios que es la Naturaleza”.

La conexión entre religiosidad y arte para Mistral es también una misión de vida. Entre sus incontables escritos en que enfatiza esa relación, se descubre que hay también tras ello un llamado irresistible que termina siendo casi teleológico. “Yo bebo de la hermosura del mundo” dice en “Sustento”, con lo que se declara una artista capaz de canalizar y percibir la belleza a su alrededor. Toda su poesía y vocación artística están profundamente relacionadas con su percepción mística de la vida.

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