Ficha de autor

Alejandro San Francisco es profesor de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Publica. Director general de Historia de Chile 1960-2010 (Universidad San Sebastián).

El triunfo de la Revolución Bolchevique en 1917 significó un cambió crucial en Rusia, pero también tuvo un significado más amplio, de carácter universal. Así se reveló dos años después, cuando se constituyó la Internacional Comunista, a la que pronto se sumó el Partido Comunista de Chile tras su fundación en 1922. Mientras para muchos significaba la instauración de una terrible dictadura que se extendería por décadas, para otros representaba la posibilidad de comenzar a edificar una sociedad mejor, en una de las grandes luchas del siglo XX.

En cualquier caso, para el caso chileno se produjo rápidamente una vinculación afectiva, intelectual y política entre los comunistas y sus pares soviéticos, que se mantuvo por décadas. Una de las expresiones del afecto del PC nacional hacia los héroes bolcheviques era la admiración por Lenin, quien rápidamente se transformó en una verdadera figura de culto.

En una completa investigación, Santiago Aránguiz muestra cómo Lenin, Trotski y otras figuras de la revolución recibieron un verdadero “culto a la personalidad” en los años que siguieron a su llegada al poder. Parte de la prensa obrera lo reconocía como el principal “guía de la humanidad”, quien tras su fallecimiento en 1924 se transformó en el “guía inmortal del proletariado”. Para entonces abundaron los calificativos sobre Lenin: “jefe del gran pueblo ruso”, “caudillo”, “genio redentor”, “apóstol de la humanidad”, “hijo del porvenir” o dictador rojo” eran algunos de ellos (en “Chile, la Rusia de América”. La Revolución Bolchevique y el mundo obrero socialista-comunista chileno (1917-1927), Centro de Estudios Bicentenario, 2019).

También los poetas cantaron al líder bolchevique, como muestra el escritor Sergio Macías en “La Revolución de Octubre y la poesía chilena”. Vicente Huidobro escribió su “Elegía a la muerte de Lenin, con una admiración que parecía no tener límites: “Has abierto las puertas de la nueva era”; “Tu estatura se levanta/Como un cañonazo que parte en dos la historia humana”; “Hemos recogido tus palabras/Para que todo sea humano y verdadero”. Sin embargo, Pablo Neruda tendría la primacía entre los poetas comunistas, y leninistas por extensión: en su “Oda a Lenin” define a la Revolución como su gran hija. Los versos terminan con una trilogía: “Gracias Lenin/por el aire y el pan y la esperanza”. Si algunos revolucionarios habían sido todo pensamiento y otros “alma en movimiento”, “Lenin tuvo dos alas: el movimiento y la sabiduría”, concluía el poeta.

En diciembre de 1939 surgió la revista “Principios”, órgano del Comité Central del Partido Comunista de Chile, según se definía. Su primer artículo editorial comenzaba con una cita de Lenin: “Sin teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria”, y luego precisaba que los acontecimientos históricos habían demostrado la veracidad de aquella afirmación. En la edición N° 4 de la publicación (abril de 1949), aparecía un interesante artículo, “El Partido de la clase obrera no admite fracciones”, que argumentaba con una cita del propio Lenin: “El que debilita, por poco que sea, la disciplina férrea del partido del proletariado, ayuda prácticamente a la burguesía contra el proletariado”.

La admiración hacia el padre de la revolución tuvo otras expresiones menos conocidas, como las que ha estudiado Alfonso Salgado en “Antroponimia leninista: la adopción de un referente revolucionario en Santiago de Chile, 1917-1973”. El autor sostiene que los nombres de pila de las personas –asociados a Lenin, Wladimir o Ilich– ilustran “la recepción de la Unión Soviética como referente político en el imaginario de la izquierda chilena”: 1.141 personas, en las circunscripciones de Recoleta, Portales, Moneda y Providencia, tenían como referencia alguno de esos tres nombres. El resultado, desde el punto de vista histórico, es del mayor interés, porque hace descender la imagen del líder revolucionario desde el ámbito político e ideológico al de “los sujetos de carne y hueso”, mostrando una interesante penetración cultural de la Revolución Bolchevique.

En 1967, al cumplirse los 50 años del triunfo de Octubre, los comunistas chilenos rindieron su sentido homenaje a los soviéticos. El N° 121 de la revista “Principios” (septiembre-octubre) y el N° 122 (noviembre-diciembre) incluyeron varios artículos dedicados al aniversario, así como reconocimientos especiales a la Unión Soviética y a los líderes de la revolución. Un par de años después, un artículo titulado “Lenin: genio inmortal de la revolución proletaria” (“Principios”, N° 132, julio-agosto de 1969), reproducía la convocatoria realizada por la Conferencia de Partidos Comunistas y Obreros llevada a cabo en Moscú, que hacía un especial llamado a prepararse para celebrar la fiesta especial que significaba el centenario de Lenin, que se cumpliría el 22 de abril de 1970, que sería “una fecha de trascendencia mundial”. El llamado animaba a estudiar las obras de Lenin, donde los comunistas encontrarían “una fuente inagotable de inspiración”. Para esa fiesta había que prepararse.

Porque Lenin no era un personaje para admirar por su pasado, sino uno cuya ideología podría alimentar el futuro. Los comunistas chilenos se preparaban para la lucha política de 1970, que se preveía difícil y dura, por lo cual se podía recurrir al líder bolchevique para intentar comprender el momento histórico e iluminar el camino.

Al respecto, es particularmente interesante este análisis de Luis Corvalán, Secretario General del PC, cuando la campaña estaba recién comenzando y la Unidad Popular estaba en proceso de definir su candidato: “Ya en 1915, Lenin advertía que no toda situación revolucionaria conduce a la revolución. Se necesita además de la capacidad de la clase revolucionaria para llevar a cabo acciones revolucionarias de masas lo bastante fuertes como para destruir (o quebrantar) al viejo gobierno que jamás ‘caerá', ni siquiera en las épocas de crisis, si no se lo ‘hace caer'. En tales circunstancias, es fundamental la presencia de un Partido Comunista poderoso, cohesionado y experimentado, capaz de ser factor aglutinante de todas las fuerzas antiimperialistas y antioligárquicas y garantía de acertada conducción de las luchas cotidianas del pueblo, del combate por su ascenso a la dirección del Estado” (“Informe al XIV Congreso Nacional del Partido Comunista”, 23 de noviembre de 1969, en Luis Corvalán L., Camino de Victoria, Santiago, Imprenta Horizonte, 1971). El Lenin de la historia y el de la política parecían inseparables.

El Centenario

Vladimir Ilich Ulianov había nacido el 22 de abril de 1870, y falleció apenas siete años después del triunfo de la Revolución Bolchevique. Lenin, como sería conocido mundialmente, era un hombre que había demostrado una extraña e impresionante doble capacidad. Por una parte, fue un intelectual –si puede decirse así–, un gran estudioso, escritor prolífico y profundizador de la obra de Karl Marx a través de numerosos escritos. Por otra parte, fue un revolucionario práctico, que pensaba día y noche en la forma concreta de llevar adelante la obra de su vida. En 1917 se conjugaron ambas características del líder revolucionario, cuyas ideas lograron imponerse en el seno de los bolcheviques, quienes además llegaron al poder con el triunfo de la Revolución de Octubre.

El Partido Comunista de la URSS había establecido la siguiente consigna para la celebración del Centenario: “Sus ideas son la principal fuerza revolucionaria de nuestro tiempo”. Revista “Principios” dedicó un número completo a la conmemoración, cuya portada decía “Lenin-100” e incluía una imagen del líder soviético (N° 134, abril-mayo de 1970).

El volumen incluía textos de diversos militantes del PCCh, sobre las más diversas facetas del padre de la revolución proletaria. De esta manera, Luis Figueroa (dirigente de la CUT y futuro ministro del presidente Allende) se refería a Lenin y el movimiento obrero; Hernán Soto escribió sobre el leninismo y las minorías nacionales; Carlos Maldonado sobre los problemas de la cultura; Rolando Carrasco sobre la electrificación; Orlando Millas sobre el leninismo y la batalla de las ideas; Mario Céspedes escribe acerca de los comienzos de Lenin como revolucionario; Julieta Campusano sobre la valoración de la mujer; Alejandro Lipschutz sobre Lenin y el problema agrario; Ida Toledo se refiere a sus libros; Óscar Astudillo analiza el significado del Centenario; finalmente, Jorge Texier explica el problema del ultraizquierdismo.

Si bien muchos de estos temas tenían una evidente dimensión intelectual, meramente teórica o histórica, varios de los comentarios se referían a problemas específicos sobre el Chile de 1970, que vivía una coyuntura especial, que “Principios” insistía en situar dentro de la lógica del leninismo, como enfatiza su editorial: “La política de alianzas que han observado los comunistas chilenos en base a una acción y objetivos revolucionarios comunes que hoy se dinamizan como el más grande movimiento de masas de la historia política del país, a través de la Unidad Popular, ratifica este estrecho vínculo entre el partido chileno y el pensamiento de Lenin”.

El PCCh admiraba muchas cosas de Lenin y lo proclamaba a los cuatro vientos. Luis Corvalán, en su Informe al XIV Congreso del Partido sintetizó la honda admiración que sentían “por el genio de Lenin, el hombre que más ha hecho por la más grande de las transformaciones sociales”. Entre sus aportes destacaba: sacó a luz al marxismo, decaído después de la muerte de Marx y Engels; destacó las leyes generales de la revolución, tanto la democrático burguesa como la socialista; desarrolló la teoría del Estado y de la dictadura del proletariado; solucionó teóricamente el problema de las nacionalidades; comprendió la fuerza de los pueblos oprimidos por el imperialismo y dio valor teórico al principio del internacionalismo proletario; dio significado revolucionario a la lucha ideológica, además de otras tantas cosas que lo hacían merecedor de los más grandes homenajes a juicio de los comunistas.

La Cámara de Diputados y el Senado tampoco estuvieron ausentes de la conmemoración, y rindieron sendos homenajes el 21 y 22 de abril de 1970, respectivamente. En la Cámara Alta, el comunista Víctor Contreras Tapia destacó que Lenin “hizo de su vida una hazaña”, y que su obra es patrimonio de todos los pueblos, también de Chile. Siguiendo las inspiraciones de Lenin, los comunistas chilenos se empeñarían “en la movilización de las masas tras sus objetivos liberadores, uniendo la lucha por sus reivindicaciones inmediatas a la acción antiimperialista y antioligárquica, en un proceso maduro, serio, responsable y profundamente revolucionario”.

La crítica del PC a los “aventureros”

“La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo” (1920) era un conocido y citado texto de Lenin, que advertía sobre una desviación ideológica de izquierda por parte de algunos revolucionarios. Se daba especialmente en aquellas personas que adquirían con facilidad “una mentalidad ultrarrevolucionaria, pero que es incapaz de manifestar serenidad, espíritu de organización, disciplina, firmeza”. Para el caso de Rusia, los anarquistas eran una expresión muy clara de este tipo de actores políticos. Es el tema que desarrolla Jorge Texier en el homenaje de revista Principios al líder soviético.

En el caso de Chile, los comunistas encontraron rápidamente una expresión de ultraizquierdismo en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que Texier califica como “grupos aventureros”, que realizaban acciones como asaltar bancos, desprestigiando a la Unidad Popular y asegurándose las primeras páginas de los diarios. El tema tenía importancia en 1970, considerando que se vivía una lucha por el poder y que las fuerzas de izquierda procuraban unir a las tradicionales fuerzas populares. En ese ambiente, las fuerzas izquierdistas –enfermedad infantil y desviación ideológica– ejercían una tarea opuesta a la definida por la UP, realizando una “labor deformadora y divisionista” en las organizaciones de masas y en la propaganda a través de la prensa.

Texier denuncia que, históricamente, Marx y Engels se habían opuesto a esas posturas cuando combatieron al anarquista Bakunin a fines del siglo XIX, y que también esa había sido la postura de Lenin tras la Revolución Bolchevique, al constatar el carácter aventurero de muchos grupos revolucionarios (curiosamente, incluye entre ellos a los trotskistas, cuyos problemas reales provienen del régimen de Stalin, a partir de 1924).

En la década de 1960, especialmente bajo el influjo de la Revolución Cubana, diversos grupos políticos experimentaron el deseo de conquistar el poder a través de la vía armada, tanto en Chile como en América Latina, incluso mediante la formación de ejércitos populares.

No era esa la posición de los comunistas: “preferimos no inventar fórmulas aparentemente nuevas, hemos desterrado hace muchas décadas el sectarismo que aísla a la vanguardia de las masas, y seguimos fieles a la experiencia y a la teoría de Lenin”. El tema de fondo era la opción por la clase obrera, por encima de “las poses ‘revolucionarias' de los grupos aventureros y terroristas”.

La posición de Allende

Frente a las acciones y posturas extremas, existía una fórmula conocida y más costosa, como era trabajar con las masas, darles educación y organización, lo que debía realizar el partido de vanguardia, es decir el Partido Comunista, aunque en Chile el Partido Socialista y el MIR también se autoproclamaban las vanguardias de la clase obrera y ambos también se consideraban leninistas hacia 1970. El artículo de Texier concluía señalando que los ultraizquierdistas no podrían aislar a las masas de los comunistas, porque estos contaban con su cariño, porque contaban con militantes sacrificados y también porque tenían “la orientación que le ha dado la teoría revolucionaria de Lenin, válida para todo el movimiento comunista internacional”.

Era 1970, año de elección presidencial en Chile y también año de celebración para los comunistas: era el Centenario de Lenin, a quien esperaban regalar una victoria en septiembre. En esa ocasión, el candidato era Salvador Allende, quien había leído a Lenin cuando joven y consideraba que “obras fundamentales como El Estado y la Revolución encierran ideas matrices pero no pueden ser usadas como el Catecismo Romano”.

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