“Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida”. Las palabras son del filósofo racionalista Baruch Spinoza, una frase de mediados de 1600 que podría resumir concisamente cómo las sociedades modernas nos enfrentamos a la muerte. O más bien, cómo no la enfrentamos. No hay mayor certeza de que nacemos para morir, pero históricamente este ha sido uno de los temas más importantes para la humanidad. Pensado por filósofos desde Platón hasta Arendt, imaginado por pintores como Caravaggio y Picasso, y abordado por escritores clásicos como Oscar Wilde y contemporáneas como Sigrid Nunez, en los últimos cien años ese abordaje se redujo y la muerte se volvió una desconocida lejana. Las nuevas esperanzas de vida, que a comienzos del Siglo XX se reducían a los 30 años por la mortalidad de las infecciones, nos tienen sobrepasando los 79,9 años, según datos del Banco Mundial, alejándonos por completo de la reflexión en torno al fin de la vida.

Sin embargo, aceptar el concepto de finitud, la importancia de los ritos, la fe que brota en los últimos momentos y el miedo al dolor y al olvido, son tópicos que en la mesa del Café de la muerte se debaten sin pudores. La iniciativa, originaria del Reino Unido y con versiones en todo el mundo, fue fundada en Chile hace cuatro años por el ingeniero y filósofo Matías Reeves, la enfermera del Hospital Clínico de la Universidad de Chile Verónica Rojas y el geriatra de la Universidad Católica, Jorge Brown. “No buscamos encontrarle un sentido a la vida. Esa aspiración milenaria que ha tenido el ser humano ha sido darse cabezazos contra un muro constantemente, generación tras generación, pensador tras pensador, a través del arte, de la literatura. Hay que mirar a la muerte y llegar a una aceptación de que somos seres mortales y hay que aprender a sobrellevarlo con paciencia”, explica Reeves.

Aunque el grupo, que convoca a alrededor de quince asistentes cada mes, podría parecer una excepción, en Chile la tendencia a conversar sobre la muerte ha ido en aumento. Así lo reveló el VII Estudio “Los chilenos y la muerte”, realizado por la Escuela de Sociología UC y el Parque del Recuerdo en 2016, donde se da cuenta de que mientras en 2010 un 19% de lo chilenos hablaba cotidianamente sobre la muerte, seis años después la cifra aumentó a un 23%.

En momentos en que vivimos la peor pandemia de los últimos cien años, y el número de fallecidos aumenta en todas las latitudes, la muerte pareciera estar rondando escandalosamente. El decano de la facultad de Ciencias Sociales de la PUC, Eduardo Valenzuela, reflexiona al respecto: “El riesgo de mortalidad pandémica está demasiado cargado hacia los ancianos que, por lo general, ya tienen resuelta la preocupación de su propia muerte. El verdadero temor de los ancianos es a morir solo en un hospital o en un hogar sin poder sostener la mano de los suyos en el último momento”.

Un miedo que se ha extendido a todas las generaciones a partir del coronavirus y que los asistentes al café se encargaron de tratar en su última reunión, a la que llegó el doble de participantes. Médicos, profesores y académicos, abogados y artistas, asistieron a la cita que, dado el contexto, debió cambiar el bar, las pizzas y copas de vino habituales, por la frialdad de la interacción virtual.

La cita sirve de muestra de cuáles son las inquietudes que surgen cuando la humanidad se enfrenta a una pandemia. Entre esas reflexiones, surgió la idea de que con la llegada de la muerte pandémica se ha dado paso a otras muertes. “Esta situación ha suscitado más reflexión sobre la calidad de nuestras instituciones, sobretodo de salud y la economía, más que sobre el sentido de la existencia. Es sorprendente observar cómo, además, se le ha quitado toda significación religiosa a la crisis”, afirma Valenzuela. También los ritos y preparaciones fúnebres se han restringido. “De pronto, ha reaparecido el temor ancestral a la impureza del cadáver como antiguamente solía ocurrir en tiempos de pestilencia, en la que los cadáveres se sustraían a las familias y a la religión, y todos iban rápidamente a la fosa común”, dice el sociólogo y agrega: “La ideología sanitaria está basada en el esfuerzo por salvar una vida, pero termina ignorando la muerte, toda la consideración está puesta en el paciente vivo, nunca en el fallecido”.

¿Nos ha hecho pensar más en la muerte esta pandemia? ¿La idea del fin de la vida de nuestros seres queridos o de la nuestra nos hace sentir más frágiles? Los mismos participantes del café, entre ellos sus tres fundadores y moderadores, comparten aquí sus reflexiones y cómo los ha cambiado encontrarse en torno a un tema que para la mayoría sigue siendo un gran tabú.

Pensar en la muerte, pensar en la vida

Matías Reeves (35), fundador del Café y presidente del directorio de Educación 2020

Para una de las reuniones más recientes del café, recuerda Reeves, llegó un profesor sobre los 75 años. Era su primera vez como asistente. El docente de filosofía siempre estudió y leyó sobre el tema, así que la muerte no le era desconocida. No desde ese punto de vista más intelectual, al menos. Pero salió de los libros y se hizo parte de su mundo real cuando muchos de sus amigos comenzaron a morir, y no se sentía preparado para conversarlo con los que quedaban. Cuando llegó, se desahogó. “Había una chica universitaria, de primer año, que podría haber sido fácilmente su nieta. Él no sabía cómo articularse frente a sus cercanos, pero entre los dos fluyó y tuvieron una conversación abierta”, dice Reeves

En la última cita fue imposible no reflexionar sobre la pandemia. La dignidad al morir, respetar los deseos y las voluntades de los seres queridos, el estado de los hospitales y la salud pública fueron algunos de los temas que más se comentaron. Reeves lo atribuye, en parte, al bombardeo de los medios, pero también a los sentimientos que este contexto ha despertado, que potencian el miedo a la soledad y a la incertidumbre “El miedo a morir solo, en un hospital, en aislamiento completo, sin poder despedirse, dejar una conversación pendiente o no poder decir te quiero por última vez”, dice.

Para Matías, después de años de sentarse a hablar sobre la muerte, este ejercicio lo ha transformado. Ingeniero industrial y con un posgrado en Filosofía, dice que fue esta última faceta de su vida la que lo preparó para hablar sobre la muerte. “Discutirlo es reflexionar sobre la vida misma. Frente a la pandemia hay un afán de vaticinar y hacer futurología, pero hay que tener distancia con lo que está sucediendo, analizar los procesos y en el camino adaptar los discursos”, cree. “Si entendemos la sabiduría como el saber vivir en un mundo de incertidumbres, hoy estamos muy carentes de esa sabiduría. Y cuando uno habla sobre la muerte sabe que no tiene certezas y como no tiene certezas, puede tener un discurso un poco más humilde y decir ‘mira, hay muchas posibilidades, alguna va a ocurrir. Estemos preparados para eso y estemos tranquilos´. Las certezas, por otra parte, son mucho más soberbias”.

Mientras el fin es inminente, piensa Reeves, lo que podemos hacer por ahora es preguntarnos cómo vivir sin presiones, sin el agitado ritmo de la cotidianeidad que nos enceguece de los placeres. “Entender nuestra mortalidad te permite enfrentar la vida de una manera más serena, incluso con más alegría, energía, y con una distancia y una percepción de los problemas muy distinta a si vives bajo la angustia de qué es lo que puede pasar y cuál va a ser mi trascendencia”.

Convivir con la muerte

Verónica Rojas Jara (36), enfermera del hospital clínico de la Universidad de Chile y representante del programa Humanizando los cuidados intensivos.

Verónica se acercó a la muerte como la mayoría: en sus primeros años, despidiendo a varios seres queridos. Primero vio morir a su abuela y durante el proceso llevó un diario en el que registró sus sensaciones; después despidió a una tía abuela muy creyente, y en sus últimas horas, ella misma le recitó un versículo de la Biblia para tranquilizarla. Luego, dice, tuvo el honor de acompañar a otros cercanos que vieron partir a sus padres. “Hay privilegios en la muerte: el de poder acompañar a tu familiar, tener una red de apoyo que te sostenga a ti tras su partida, o los recursos económicos que te permitan acceder a un fármaco, alimentación especial o una cama que suavice el dolor de la partida”, afirma.

La labor de Rojas hoy está puesta en los cuidados intensivos de los pacientes en el Hospital Clínico de la Universidad de Chile. Hace cinco años es representante en el país de una iniciativa internacional que busca humanizar la medicina. “Hay que visibilizar la temática del acompañamiento de los pacientes al final de la vida, el acompañamiento de los familiares y el impacto que tiene en los equipos de salud ser testigo de estos procesos. A veces nos ocasiona un burn out, agotamiento funcional o fatiga por compasión. Carecemos de espacios protegidos donde los primera línea de la salud podamos exponer los problemas, complicaciones emocionales y también anímicos que nos genera enfrentar estos duelos”, cuenta la enfermera. Por lo mismo, para ella es imposible desligarse emocionalmente de la contingencia.

El café, del que es una de las consejeras y moderadoras, le abrió ese espacio. Uno que hoy cobra un renovado valor, ya que la pandemia y los casos de contagio hospitalizados han develado otra problemática. “En los países más afectados los reportes indican que hay que prepararse para la segunda ola: la del impacto emocional en la primera línea de la salud. Dentro de los equipos de profesionales hay un escenario de incertidumbre de acompañar a alguien que está falleciendo solo y por otro lado, la incertidumbre de pensar si vas a llegar a tu casa contagiado o no. Es un miedo nuevo”, cuenta.

Hablar al respecto con libertad, dice Verónica, es una necesidad cada vez más urgente como sociedad. “El chileno tiene mucho temor de la muerte y todavía existe esta creencia de que si lo hablas, lo invocas. El plus del café es que entendemos que nadie tiene que convencer al que está al frente, sino que simplemente es un momento para encontrarnos como seres humanos”, afirma. “La muerte nos pertenece a todos. A veces se tiene la idea de que sólo le pertenece a los equipos de salud o a los filósofos, pero es necesario crear lugares para que la gente pueda hablarlo. Es reconfortante”.

La muerte y la fragilidad

Jorge Browne (33), geriatra de la Universidad Católica.

“La muerte está más ausente que nunca”, afirma Jorge. Y aunque puede sonar contradictorio con las cifras que a diario leemos sobre las víctimas de la pandemia, el geriatra de la Universidad Católica y máster en Filosofía en Epidemiología de Cambridge, explica que “las curvas de mortalidad, en comparación a cualquier otro punto de la historia, cayeron abruptamente. Nuestra vida se extendió. Hace 50 años la muerte era algo más presente en la familia y los amigos. Cuando hoy hay un accidente o alguien cae enfermo nos llama tremendamente la atención porque no estamos acostumbrados a esa fragilidad”, dice.

En este contexto histórico, según el especialista, el coronavirus nos remece para recordarnos esa vulnerabilidad. “La muerte se vuelve un momento que finalmente uno esconde, porque es difícil enfrentarlo. Todo lo que hoy es un ideal occidental apunta a no reconocer esa fragilidad sino justo lo contrario. Y me parece que este contexto histórico es tremendamente importante porque nos cuestiona e interpela desde la propia fragilidad, cuando como sociedad la habíamos logrado olvidar”, asegura.

Browne estaba empezando su beca de geriatría cuando surgió el café. Entonces no sentía que tenía las herramientas para hablar sobre la muerte con sus pacientes. “No sólo comunicacionalmente, sino que haciéndome la pregunta de qué significaba realmente en el otro despedirse de la vida”, explica. “Como profesionales de la salud tenemos un ideario de qué es lo que es una buena muerte y de qué es lo que los otros esperan de ella, pero escuchando otras historias uno deja esa relación asimétrica doctor-paciente y te das cuenta de que las interpretaciones son tremendamente heterogéneas. Y las bases de la experiencia de la muerte no tienen que ver con la salud, sino con la cultura y el entorno. En lo personal, esto me ha hecho más consciente de la finitud y volver a entenderlo te ayuda a reenfocar las cosas, a vivir más en paz con lo que quieres y no quieres. Hace la vida más real”.

Narrativas de la muerte

Juan Carlos Claro (40), médico internista en el Hospital Sótero del Río, académico de la Universidad Católica de Chile.

En La muerte del Capitán Marvel, la novela gráfica publicada en 1982, el protagonista se ve obligado a ir en contra de su razón de ser: un superhéroe, que existe para vencer a la muerte, se ve obligado a aceptar su propia muerte. “En el cómic hay una imagen similar a Ars Muriendi, el libro de la Edad Media sobre ‘el buen morir', donde aparece el protagonista rodeado de su familia, de los demás superhéroes, yaciendo en su cama, asumiendo lo que le va a ocurrir”, asegura Juan Carlos.

El médico es el primer chileno en estudiar Medicina Narrativa –una disciplina que se centra en las personas, en sus historias y experiencias de enfermedad, no solo en sus exámenes y síntomas–. Hizo un magíster –el único en el mundo en esta materia–, en la Universidad de Columbia en Nueva York, y dentro del listado de cursos estaba el de “Narrativas de la muerte”, que le pareció relevante por su cercanía al tema a través de su profesión. “Me hacía mucho sentido hablar de la muerte de una forma más ‘cruda' y desde varios puntos de vista. Había ahí una familiaridad con la que se trataba la muerte que no había experimentado. No era vista como algo malo”, asegura. Para él, esto comenzó a despertar una mayor inquietud por visibilizar el tema. “Más que abrirme los ojos, porque no tengo la visión de rechazar la muerte, fue como un espaldarazo en términos de que la muerte es algo de lo que se debe hablar mucho más, porque la muerte es parte de la vida”.

La experiencia lo hizo reflexionar como nunca antes respecto a la muerte y en su proyecto final del magíster abordó el fin de la vida desde la novela gráfica, material que hoy ha transformado en una herramienta para conversar con sus pacientes sobre la muerte. Entre sus referencias no sólo está la del Capitán Marvel, también están El hijo caído, la muerte del Capitán América, donde se abordan las diferentes etapas del duelo, y libros como La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi, que leyó en el curso en Estados Unidos, al igual que La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag.

Con la inquietud de seguir con esa reflexión, supo sobre el café por su colega Jorge Browne, y no dudó en sumarse. “Le dije que tenía que invitarme, que sería un ‘cliente frecuente', porque es un tema súper relevante que se toca poco. Además que todos sin conocernos, y de lugares y profesiones muy diferentes, las conversaciones que se dan son muy ricas porque son súper variadas y uno puede encontrarse con puntos de vista que no conocía”.

Juan Carlos es católico y como tal cree que la muerte es “un punto seguido después del que hay algo más”. Aun así, reconoce que no ha pensado tanto en la suya ni lo conversa con sus cercanos. “En la gente hay miedo al tema porque sin duda es un fin. Y uno tiene miedo a enfrentar los fines. Está el miedo a la soledad y en el caso de los equipos médicos hay un miedo al fracaso. Nosotros sentimos que la muerte es un fracaso, si un paciente muere fue porque no lo hice bien”, explica. “Ese es un miedo súper importante porque influye mucho en cómo trato al paciente. Si yo rechazo que mis pacientes se mueran, ‘porque en mi guardia nadie se muere', bueno, en el fondo todo será muy distinto a si ayudo a la persona a no ver la muerte como algo malo, y le aseguro que voy a hacer lo posible para que tenga un buen morir".

Su trabajo en uno de los principales hospitales de alta complejidad de la Región Metropolitana lo hace convivir casi diariamente con la muerte, pero el verdadero desafío es la sensación de incertidumbre frente al peak de la enfermedad. “Efectivamente esta pandemia pone de manera muy directa la muerte en nuestra mesa, pero otra cosa es lo que nosotros queramos hacer con eso. Hoy está tan presente, estamos tan ´intoxicados´ de ella, que quizás cuando esto termine podríamos volver a pensarla y mirarla desde otra perspectiva”.

LEER MÁS