Cada pandemia genera teorías conspirativas. Dependiendo de cuál de estas creas, el coronavirus es un arma biológica creada por China o la industria farmacéutica; o es causado por la tecnología 5G; o no existe... es sólo un “engaño” inventado por los enemigos de Donald Trump. Los teóricos de la conspiración también advierten que cualquier futura “vacuna” será un truco de los gobiernos para subyugar a las poblaciones. Estas falsas creencias son profundamente consecuentes. Obstaculizarán los esfuerzos para poner fin a esta pandemia con una vacuna. También corren el riesgo de hacer que nuestra política sea aún más disfuncional.

El estudio de caso moderno sobre las pandemias y las teorías conspirativas es el sida. En 1983, un pequeño periódico indio, Patriot, publicó una carta anónima titulada: “El sida puede invadir India: enfermedad misteriosa causada por experimentos estadounidenses”. La carta, supuestamente escrita por un “conocido científico y antropólogo estadounidense”, culpaba a “los experimentos del Pentágono para desarrollar armas biológicas” en una instalación de investigación del Ejército en Fort Detrick, Maryland, de haber causado el sida. La carta fue redactada casi seguramente por la KGB, que ayudó a convertir al Patriot en un vehículo para la desinformación soviética, escribe Thomas Boghardt, del Centro de Historia Militar del Ejército de EE.UU.

Pronto la Stasi, el servicio secreto de Alemania Oriental, retomó la teoría conspirativa antiestadounidense. Los “idiotas útiles” de todo el mundo la difundieron. A fines de 1987, la historia falsa había aparecido en los medios de comunicación en 80 países (incluyendo el Daily Telegraph de Gran Bretaña), informa Boghardt. Tuvo un impacto duradero. En 2005, la Corporación Rand y la Universidad Estatal de Oregón descubrieron que casi la mitad de los afroamericanos creían que el sida era “hecho por el hombre”.

Estamos de vuelta en ese territorio ahora. Hace un mes, 29% de los estadounidenses le dijeron a la encuestadora Pew Research que el coronavirus fue creado en un laboratorio (mientras que otro 25% no estaba seguro). Esto no es sorprendente, porque el virus es el generador perfecto de teorías conspirativas. Es literalmente un enemigo invisible, señala Catherine Fieschi, fundadora del grupo de investigación Counterpoint. Ella dice: “No es muy satisfactorio culpar al virus. En lugar de un virus que no puedes ver, culpas a una torre 5G que puedes ver”. Ella agrega que culpar a una combinación de China, Huawei y 5G es “el equivalente de uno de esos sueños que no le contarías a tu psicoanalista porque es muy banal”.

El problema de la desconfianza

El clima de hoy es ideal para las teorías conspirativas, dice Hugo Drochon, teórico político de la Universidad de Nottingham. Estamos viviendo un momento de miedo en una era de desconfianza. Actualmente, un número sin precedentes de personas están solas, un estado que las hace más susceptibles a las teorías conspirativas. Los gobiernos han obligado a todos a quedarse en casa, están perdiendo sus ingresos y pasan horas en las redes sociales, donde abundan las teorías conspirativas, aunque las plataformas tecnológicas finalmente están tratando de censurarlas. WhatsApp es un vector particularmente poderoso, porque las personas tienden a confiar en los mensajes de amigos y familiares, dice Drochon.

Mientras tanto, cuando las personas ven las noticias, ven a políticos de los que desconfían y que dan cifras subestimadas, rodeados por científicos que no pueden decidirse. Una semana, las autoridades dicen que no hay problema; la siguiente, estamos todos en confinamiento. Alguien que desconfíe de las autoridades también desconfiará de sus instrucciones para cambiar el comportamiento. Vimos esto durante la epidemia del sida, cuando muchos sudafricanos y estadounidenses que creían en las teorías conspirativas sobre el virus continuaron teniendo relaciones sexuales sin protección y no se hicieron pruebas ni tomaron medicamentos antirretrovirales, escribe Nicoli Nattrass en The AIDS Conspiracy.

La mayoría de los epidemiólogos están de acuerdo en el mejor camino para salir de esta pandemia: primero, rastrear el virus monitoreando las ubicaciones de las personas a través de sus teléfonos; luego, una vacuna. Pero ambas iniciativas corren el riesgo de enfrentarse a un muro de desconfianza. Incluso antes de la pandemia, había temores bien fundados sobre la invasión de la privacidad, así como temores infundados acerca de las vacunas. El propio Trump ha vinculado las vacunas con el autismo.

Ahora, los teóricos de la conspiración advierten que una vacuna contra el covid-19 se ajusta a un plan maestro del gobierno para la vigilancia masiva. A menudo dicen que el titiritero es Bill Gates. La presentadora de Fox News Laura Ingraham citó un tuit que decía: “Bill Gates pide un ‘certificado digital' para identificar quién recibió la vacuna covid-19”, y agregó su comentario: “El seguimiento digital de cada movimiento de los estadounidenses ha sido un sueño de los globalistas durante años. Esta crisis de salud es el vehículo perfecto para impulsarlo”.

El terreno para tal pensamiento solo se volverá más fértil. En medio de una recesión económica, imaginemos que haya una vacuna disponible en 18 meses. Muchas personas estarán desempleadas. Un número cada vez mayor calificará sus propias vidas como un fracaso, una actitud que precede la creencia en las teorías conspirativas, dice la Fundación Jean-Jaurès, un grupo de expertos francés. La gente dependerá más del gobierno y al mismo tiempo sospechará más de él. Se requerirá mucha suerte para vacunar a un mundo desconfiado.

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