Final agridulce: Frei terminaría dándole la banda presidencial a Allende.

En marzo de 1970, el presidente Eduardo Frei Montalva visitó la Universidad Católica de Chile para recibir el título de Doctor Scientiae et Honoris Causa. Esto le permitió volver a su propia casa de estudios, donde había ingresado a cursar la carrera de Derecho en 1928, destacándose desde muy joven por su liderazgo y gran capacidad intelectual.

En la década de 1930, el joven Frei participó en la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (ANEC), donde llegó a ser presidente. Así lo describe Jorge Gómez Ugarte: “Alto, delgado, desde muy joven de espaldas ligeramente cargadas. Brillante alumno, tanto secundario como universitario, sabía conjugar su pasión por la lectura seria y profunda con las novelas policiales y sus aficiones deportivas, en especial el pimpón y el fútbol” (en Ese cuarto de siglo…, Santiago, Editorial Andrés Bello, 1985).

Efectivamente, era un gran lector y comenzó a escribir desde muy joven, en la Revista de Estudiantes Católicos (REC), en El Diario Ilustrado y en Lircay, el órgano de difusión de la Falange, el movimiento que formaron los jóvenes conservadores en 1935, pero que tres años después tendría plena independencia de organización y doctrina. En aquel tiempo, Frei también publicó su primer libro: Chile desconocido (Santiago, Ercilla, 1937). En todos esos lugares fue exponiendo un pensamiento propio, que si bien no era original, sí era robusto y se preocupaba de tener una doctrina que le permitiera enfrentar los desafíos políticos del futuro.

Católico observante, su paso por la universidad fue la continuidad y consolidación de su formación intelectual. ¿La respuesta a la cuestión social? “Cristo”, sintetizaba Frei en un artículo en REC. En otra ocasión afirmaba: “La revolución, la verdadera, se está haciendo por los sabios en los laboratorios y por estos grandes movimientos silenciosos, de estudio, de vida interior, que pretenden, no el cambio material de las instituciones, sino el cambio profundo del espíritu” (El Diario Ilustrado, “La verdadera revolución”, 19 de julio de 1934). Diagnosticaba la desaparición de “la democracia liberal individualista”, y frente a ella constataba el éxito del comunismo y el nazismo, que representaban una mística: sin embargo, en ellos desaparece la persona humana frente a un Estado omnipotente, “socializante y colectivista”. Se hacía necesario que “la concepción materialista” fuera enfrentada por una “concepción espiritual cristiana” (Ideas sobre la reconstrucción del hombre, Ediciones Lircay, 1937).

Era una década especial, cuando Eduardo Frei formaba parte de una constelación de jóvenes que buscaban una transformación de la sociedad, desde el mundo intelectual o político sobre bases católicas, con un fuerte contenido moral y un sello generacional, que ha sido explicado de manera muy lúcida por Diego González Cañete en Una revolución del espíritu. Política y esperanza en Frei, Eyzaguirre y Góngora en los años de entreguerras, Centro de Estudios Bicentenario, 2018).

Sin embargo, hacia 1970, cuando Frei visitó nuevamente la Universidad Católica, Chile era un país muy distinto y en gran parte ello se debía a la evolución histórica y al éxito político del líder falangista. En 1964, la Democracia Cristiana había llegado al gobierno, con Eduardo Frei Montalva a la cabeza, para desarrollar un proyecto que denominaron “Revolución en Libertad”. Disfrutaban entonces de una gran pasión y mística colectiva, que se vio graficada en la famosa Marcha de la Patria Joven, que recibió el respaldo mayoritario de la población en la elección presidencial del 4 de septiembre de 1964 y luego en las elecciones parlamentarias de marzo de 1965.

Sin embargo, las cosas se complicaron y si bien el gobierno tuvo logros, también experimentó numerosas dificultades, algunas internas –como la división del Partido Demócrata Cristiano y la pérdida del respaldo político al gobierno– y otras externas, como la radicalización de la izquierda y la persistencia de los problemas económicos y sociales en el país. En 1970 Frei vivía sus últimos meses en La Moneda, lo que le permitía mirar hacia atrás para realizar un balance de lo logrado durante su período, así como mirar hacia adelante, y proyectar lo que ocurriría en Chile en los años siguientes. Era el contexto en el cual recibió su doctorado en la UC.

El nombramiento no fue fácil ni unánime, como recuerda el cardenal Raúl Silva Henríquez: “El expresidente de la FEUC Miguel Ángel Solar y Carlos Montes se opusieron duramente en nombre de la izquierda, mientras que por la derecha atacaba el profesor Raúl Lecaros. Pero la proposición consiguió mayoría y el doctorado le fue conferido al Presidente en una hermosa ceremonia en la que leyó uno de sus mejores discursos” (en Ascanio Cavallo, Memorias del Cardenal Raúl Silva Henríquez, Tomo II, Santiago, Editorial Copygraph, 1991).

El sentido de una trayectoria

La ceremonia –que se realizó en el Campus San Joaquín de la Universidad– fue “sobria y emotiva”, como resumió La Segunda (30 de marzo de 1970), y contó con la asistencia de los miembros del gabinete, representantes del cuerpo diplomático, autoridades universitarias, profesores y estudiantes. También estaban los rectores de la Universidad de Concepción, Edgardo Enríquez, y de la Universidad Austral, William Thayer, exministro de la administración. El rector Fernando Castillo Velasco presentó al Presidente Frei, argumentando que lo querían distinguir “por haber influido tan poderosamente en la vida del país al manifestar como universitario, político y estadista, sus convicciones ideológicas, sus esperanzas de una vida mejor y su denodado esfuerzo por realizarlas”. Reconocía en el gobernante a un hombre que luchaba por la “justicia y fraternidad” en Chile, aunque precisaba que con la distinción la universidad no comprometía su independencia, ni adhería a determinadas posiciones políticas.

La conferencia de Frei se tituló, de manera muy clara, Perspectivas y riesgos en la construcción de una nueva sociedad (Santiago, Ediciones Nueva Universidad, 1970). La construcción del discurso procuró articular los tres tiempos históricos: el pasado, el presente y el futuro. En el primer caso, aparecía Frei y su generación, Chile y la Universidad Católica; en el tiempo actual emergía una visión sobre el mundo y la lucha de la Guerra Fría, así como también la situación nacional; en cuanto al futuro aparecían las esperanzas de una sociedad mejor, así como los temores sobre lo que ocurriría en caso de desviarse en el camino.

Orgulloso de sus orígenes y formación, el Presidente recordó al rector Carlos Casanueva, a don Pancho Vives y don Manuel Larraín, sacerdotes especialmente influyentes en aquellos años 30. Agradeció la disciplina del estudio de Derecho, pero también valoraba el pensamiento general adquirido en otras instancias de la sociabilidad universitaria de entonces, etapa llena de recuerdos como estudiante y como profesor. Su testimonio era el de alguien que había egresado de las aulas de la UC “con el ideal de una obra transformadora de justicia y libertad”.

Sobre la situación que vivía Chile en 1970, llama la atención que la califica de un momento histórico “trágicamente deficiente, desconcertante”, si bien señaló que estaba lleno “de perspectivas y de posibilidades”. Era un mundo sin certezas, “nada permanece incólume”, lo que era aplicable tanto para la crisis por la que atravesaba la Iglesia Católica como para el marxismo, antes monolítico y que ahora presentaba “grietas visibles”.

Pese a ello, en la proyección humanista del mensaje, Frei reivindicaba un descubrimiento hecho hacia 1930 –la vida humana merece vivirse–, con la reafirmación de esa noción al recibir la distinción: “la vida merece ser vivida; la vida puede y deber ser hecha digna de ser vivida. Ese es nuestro imperativo y también nuestra responsabilidad”. En esa línea, reafirmó dos principios asumidos desde la juventud y que señalaba habían guiado su trayectoria política por décadas: “la insobornable defensa de la dignidad de la persona humana” y su necesaria “proyección en la justicia social”.

Al momento de reflexionar sobre la forma de llevar adelante un proyecto político o el necesario desarrollo social y económico del país, Frei Montalva planteó una mirada propia de la vida universitaria y que rechazaba el mero voluntarismo: “No es cierto que en el mundo de hoy la soberanía y la independencia se conquisten solo por actos espectaculares de voluntad nacional y política. Se conquistan por la voluntad y la decisión política si hay simultáneamente capacidad científica y tecnológica, por la inteligencia ilustrada de que la ciencia y la técnica son un producto ordenado a las necesidades y a las dimensiones reales de la sociedad que las realiza”.

La construcción de la nueva sociedad

Frei dirigió su discurso, al menos parcialmente, a los jóvenes, así como reflexionó sobre la situación de la juventud en esa época de crisis que le correspondió gobernar. Afirmó que nunca una generación había enfrentado tantas interrogantes de profunda significación y en medio de la negación de los valores conocidos: “En el mundo entero y en Chile la juventud sufre el impacto de la realidad con un sentimiento creciente de crítica y hasta de frustración y desesperanza”.

El Presidente se negaba a dar consejos, pero no a transmitir la experiencia de su generación. Por otra parte, frente a la forma de ser de la juventud de la década de 1960 sostenía que “merece más comprensión que crítica”. Los animaba a estudiar, a formular propuestas hacia el porvenir y a levantar sus propias banderas. Sin embargo, también les advertía sobre algunos peligros presentes entre los jóvenes, cuyo sentimiento de rebeldía se expresaba en muchos “por la posición exaltada de la violencia como método de la acción y como valor de la vida personal y política. En algunos también, por desgracia, ese sentimiento deriva hacia formas hasta hoy no conocidas de degradación personal y colectiva”. La juventud, donde muchas veces era posible observar idealismo, estudio y una gran seriedad, también se veía enfrentada a una “tentación tan destructiva” que bajo el prestigio de la lucha intensa y urgente por el cambio, en ocasiones terminaba manifestándose en “desesperanza, frustración, ineficiencia y violencia”.

En este ámbito, Frei no se refería a situaciones determinadas de fuerza, sino que “a las ideologías cuyo fin y metodología es crear tales situaciones”, en la convicción de que era necesario que las perspectivas de la nueva sociedad debían abrirse con “el mínimo de miseria y sacrificio”. La violencia era “una negación efectiva del propio valor de la vida humana”, que llevaba al Presidente a concluir con una de sus reflexiones más sentidas: “El heroísmo, que es una imagen que se está agitando como una insignia ante muchas emociones, no es una excusa válida. El Héroe no es el que hace una violencia, sino el que la enfrenta y la derrota, o intenta derrotarla incluso con el sacrifico de su vida”. Este tema, preocupación creciente de Frei en su último año de gobierno, reaparecería en el discurso ante el Congreso Pleno del 21 de mayo de 1970.

Como en otras oportunidades, y pese a esa preocupación recurrente, Frei se despidió con una frase que ocupó en otras ocasiones: “Una gran esperanza nos alienta”, reflejo de su fe en la vocación de justicia y libertad de Chile, y en “la vocación histórica en verdad trascendente, que no está hecha de quiebros abismales, sino de decisiones oportunas”.

Durante el discurso, que se extendió por más de una hora, Frei no solo fue el Presidente de la República de los últimos seis años, sino también ese hombre con vocación intelectual de su juventud. Habló con “el idioma profundo de la sinceridad”, en una clase magistral “impregnada de humanismo”, como resumió La Tercera (“Scientiae et honoris causa”, 1 de abril de 1970). Los aplausos y la emoción coronaron una jornada redonda.

Sin embargo, como era propio de los tiempos de división que se vivían en Chile en 1970, un grupo organizó un acto en la Casa Central de la UC para protestar por el reconocimiento a Frei. “Contra-inauguración le hicieron a Frei en la UC”, tituló El Siglo (31 de marzo de 1970), afirmando que se habían reunido “cientos de universitarios, estudiantes sin matrículas del MUPT, pobladores de campamentos de sin casa y obreros cesantes” que repudiaban la distinción oficial. Fue un acto ordenado, pero de una “gran violencia ideológica”, consignó por su parte El Mercurio, registrando que Miguel Ángel Solar, expresidente de FEUC y líder del Frente de Izquierda, denunció que se daba el título honorífico académico a “un hombre que nada tiene que decir a la juventud”. El exlíder de la CUT y legendario dirigente de los trabajadores Clotario Blest aprovechó la tribuna para pedir la creación de un paredón para “los sinvergüenzas del régimen”. En la oportunidad también hizo uso de la palabra el dirigente comunista Alejandro Rojas, presidente de la FECh (El Mercurio, 31 de marzo de 1970).

Eran los claroscuros de una época donde había cada vez menos grises. Eduardo Frei Montalva, por múltiples razones, tenía un nombre inscrito en la historia de Chile y de la Universidad Católica, pero la sobreideologización y la polarización política hacían de cada evento una disputa, de cada reconocimiento una lucha política, de cada actividad educacional o social un acontecimiento más del confuso camino de las revoluciones en marcha.

Ficha de autor

Alejandro San Francisco

Profesor de la Universidad San Sebastián y la Universidad Católica de Chile. Director de Formación del Instituto Res Publica. Director general de Historia de Chile 1960-2010 (Universidad San Sebastián).

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