“La lucha continúa, carajo”.

Ese fue el último tuiteo de Víctor Painemal el 29 de octubre, en el apogeo del estallido social.

Pero “El Canalla Número 1”, como le decían sus seguidores, falleció apenas cuatro días después, a los 85 años.

Era que no, sus restos fueron velados en el mismo local en Tarapacá 810 —en la esquina con San Francisco— donde se había mudado en 2008 el clandestino más famoso e icónico de los 80, un bastión ideológico contra la dictadura. El mismo “Rincón de los Canallas” que anoche fue víctima de un voraz incendio.

“Canalla llamando a canallas”

Painemal partió en San Diego, en 1980, sin patentes ni permisos, con la idea de crear un refugio para reunirse durante los toques de queda de entonces. Con el aparato del Estado siempre pululando, por seguridad los asistentes usaban contraseñas para entrar y evitaban llamarse por su nombre: todos eran simplemente “canallas”, el apelativo con el que Pinochet bautizó a sus opositores tras el plebiscito.

“Canalla llamando a canallas” era el mensaje que se transmitía por las radios contrarias al régimen, aunque igual sufrieron allanamientos, detenciones e incluso una clausura, en diciembre de 1983. Pero una colecta entre comensales logró salvarlo, cinco meses después, y pudo sobrevivir hasta el retorno a la democracia.

Historia viva de Santiago, sus paredes estaban llenas de fotos y testimonios, con una pinacoteca de 150 cuadros originales que luego fueron trasladados a su última ubicación. Los últimos años, con problemas económicos, Painemal y sus herederos lo iban a mudar a Bascuñán Guerrero, pero no alcanzaron a despedir apropiadamente al antiguo local. Aunque sí sus seguidores, que continuaron administrando su cuenta de Twitter (él les dejó la contraseña) y anoche escribieron: “Se quemó la historia, pero no el espíritu”.

“Había perdido su mística”

“La pérdida, más que gastronómica, es patrimonial”, reflexiona Álvaro Peralta, “Don Tinto”.

“Sobre todo en sus años mozos, ir a ‘Los Canallas' era vivir toda una experiencia, era todo muy sui géneris porque simplemente no había nada parecido”, agrega. “Pero lamentablemente hace tiempo que se venía apagando, casi como un paralelo con la salud de su dueño. Víctor, fiel a su carácter combativo, seguía luchando, pero nunca pudo recuperar en un contexto democrático lo que había representado en dictadura. Había perdido esa mística”.

“Igual sigue siendo triste que termine así, y lo que más me preocupa es que exista algún registro con todo lo que había en su interior. Ojalá los visitantes hayan tomado fotos o algo así, para que se pueda reconstruir y que su recuerdo no solo quede en la memoria, sino que también pueda ser físico”, añade el crítico gastronómico.

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