Piñera nunca minimizó esta pandemia. En contextos como el coronavirus su mente funciona aún mejor, a mil”.

Debemos preguntarnos qué estábamos haciendo mal y cómo construir un mundo nuevo que sea más solidario”.

“Afortunadamente, el año pasado nos vinimos con mi mujer a vivir a la costa, esta vista al mar es relajante”, comenta el ingeniero eléctrico e hijo de inmigrantes checos Daniel Platovsky (68). Estos días el empresario pasa su cuarentena en su casa enclavada en un cerro de Cachagua. “Por mi edad y mi asma estoy en el grupo de riesgo; hay que tomarse en serio el coronavirus”, comenta con un vaso de tónica Zero y jugo de arándanos.

Resguardado de la pandemia, Daniel (cinco hijos y nueve nietos), el último director del disuelto diario La Nación y exmiembro del directorio de TVN, lee la prensa extranjera y cocina. Entre sus hobbies está hacer todo tipo de preparaciones culinarias. “Ahora estoy haciendo unos helados; me quedan el descueve”, ríe.

Con un padre que sobrevivió a Auschwitz, el integrante del directorio de la fundación del Museo de la Memoria (desde 2010), está “medio retirado” del mundo empresarial. Antes del covid-19, viajaba a Santiago tres días a la semana para dedicarse a su compañía de asesoría en gestión energética (Energestión). “En las empresas, desde el gerente general hasta el último trabajador se verán afectados por el coronavirus. Esto golpea a todos por igual. Si no pregúntales a los dueños de Latam; nunca en la historia de Chile hemos vivido algo igual”, opina.

-Por su condición médica y su edad, ¿le teme al contagio?

-(Suspira) No tengo temor por mí, con mi mujer nos estamos cuidando y no vemos a nadie más. Sí me preocupa que no le pase nada a mi familia y amigos. Y aunque no le tengo miedo a la muerte, he reflexionado harto en esta cuarentena.

-¿Qué ha pensado?

-Que debemos preguntarnos qué estábamos haciendo mal y qué cambio puede hacer cada uno para construir un mundo nuevo que sea más solidario. Por primera vez la supervivencia de todos depende de la capacidad de pensar en el otro. Este virus no distingue entre clases sociales, religiones ni razas; es un desafío para la sociedad mundial.

“A mi papá nunca lo aceptaron en ningún club”

En estos días de aislamiento, le gusta recordar la historia de su familia. “Sus viejos”, quienes se conocieron en la fila de una boletería de un cine en París, llegaron a Santiago en los años cincuenta. Eligieron la capital, pues Otto Lang, padrino checo de la madre de Daniel, se había venido a Chile tras la ocupación de Praga por los nazis. “Mis papás se radicaron acá, porque no querían más guerra. Se vinieron con lo puesto, sin hablar una gota de español”, recuerda.

Al poco tiempo, su padre, Milan, se hizo socio de Mellafe y Salas (ligada a Rafael Mellafe y Sergio Salas) que durante cuarenta años representó a Panasonic en Chile. La compañía, donde Daniel fue gerente general por 20 años, fue expropiada en el gobierno de Allende. Eso llevó a la familia a autoexiliarse en México. Ese año el empresario (el mayor de tres hermanos) se fue a Estados Unidos donde terminó Ingeniería (que comenzó en la Universidad de Chile) en Tufts, plantel privado ubicado cerca de Boston. “Mi papá siempre se levantó de las caídas y al año recuperó la empresa”, cuenta.

Daniel, recuerda sus vacaciones de niño. “Íbamos de camping al sur y recorríamos todos los lagos. La Panamericana como era de tierra resultaba toda una aventura. A mi padre le encantaba pescar, el silencio y la naturaleza; lo pasábamos chancho con muy poco”, dice.

-Era como una especie de sobrevivencia.

-Claro, era remontar en algo la lección que vivió mi papá en los lugares de exterminio de Auschwitz y Sachsenhausen. Él en algunas situaciones nos enseñaba a vivir con menos, para que no estuviéramos en una burbuja. Con mis dos hermanas menores hacíamos fuego, pescábamos para comer y dormíamos en carpas con un frío horrible. Cuando tenía catorce años, mi viejo, cercano a la Democracia Cristiana, me llevaba a recorrer poblaciones de Santiago. Era una pobreza extrema, no tenían agua, luz y se vestían con sacos. Llevaba mi pelota y jugaba fútbol con los cabros.

-Pero en su juventud tuvo una vida acomodada.

-Vivíamos en un barrio de clase media en Las Condes. Mis padres eran inmigrantes y no tenían una historia de amistades socialité de generaciones. Jamás fueron socios del Club de Golf Los Leones. De hecho, a mi papá nunca lo aceptaron en ninguno excepto en el Country Club. Por eso, finalmente, con cinco amigos judíos se compraron un terreno y levantaron uno propio, el Club de Golf La Dehesa, para que no los jodieran más. Entraron coreanos, árabes, japoneses, todos los excluidos (ríe).

El karma

Su madre, Jana Turek (fallecida en 2007), según Daniel era “una belleza” de la sociedad de Praga. “A ella le costaba envejecer y en los ochenta se le ocurrió hacerse una cirugía plástica en su cara; una operación ridícula. Y el cirujano, en vez de hacerle las intervenciones por partes, le hizo todo junto. Cuando mi mamá empezó a despertar, el otro doctor, un anestesista pelotudo, le metió más anestesia y le produjo un infarto. Perdió oxígeno en el cerebro y despertó sin su cabeza; entró sana y salió en silla de ruedas. Era para matar a esos dos idiotas; mi papá quedó devastado”, cuenta.

-Debió haber sido una tragedia para su padre.

-Absolutamente, sufrió un tormento que lo mató en vida. Para soportar ese dolor llegaba a la casa y se tomaba tres whiskies. Con mi mamá eran sociables, y con esto no salió más. Esa tristeza le duró hasta que murió en 2012.

Este “karma”, dice Daniel Platovsky, se repetiría años después en su propio caso. En 2014 a su segunda mujer, la abogada Pilar Oyarzún, le diagnosticaron una demencia frontotemporal; enfermedad neurodegenerativa de origen genético, que hasta hoy no tiene cura. “Luego de tres años donde me quedé recluido en el departamento cuidando solo a Pilar, me di cuenta de que no podía repetir la historia de mi papá. Entonces, acordamos con sus hijos que era mejor que se fuera a vivir con su madre”, comenta.

-¿Cómo se ha recuperado de esta pérdida?

-(Vuelve a suspirar) Todavía estoy tratando de hacer el duelo. Ahora ella vive en una casa de reposo y la visito semanalmente. No sé si sabe quién soy, pero me mira. No puede hablar, el habla fue lo primero que perdió, pero siento que capta más de lo que todos creen.

-¿Siente culpa de haberse ido?

-No, yo creo que la Pilar estaba de acuerdo. Yo pienso que ella fue quien me mandó a la Paz, mi actual mujer, quien ha sido mi gran apoyo para salir de esto.

-Fue una época donde lo pasó muy mal.

-Pésimo, la Pilar se acostaba temprano y yo me quedaba solo en el living tomando no sé cuántos vodkas. Lo hacía para soportar la rabia y la pena. Nunca terminé en el suelo, pero tomaba mucho. Era desesperante perder a quien había amado por 20 años. Perderla por una enfermedad que se comía su cerebro.

El empresario estuvo en ese infierno tres años hasta que un día lo llamó Katy, su hermana menor que vivía en Estados Unidos, y le dijo: “Te oigo pésimo, me voy altiro a Santiago”. “La Pilar se fue el 2 de mayo de 2016 a vivir con su madre y cuatro días después comencé mi tratamiento para dejar el trago en un centro de rehabilitación. Juré que si mi padre pudo sobrevivir al Holocausto, yo podría ganarle al alcohol. Hace cuatro años que no tomo nada; me siento fantástico y bajé quince kilos”, relata.

"Intuía que había abusos"

Expresidente de Renovación Nacional donde militó 20 años (renunció en 2013), Platovsky hoy no pertenece a ningún partido político. “Con los años pasé de conservador a socialdemócrata. Hoy no me siento de derecha, voté por el Sí, pero sin dudarlo hoy habría elegido el No”, admite.

Su exesposa, Pilar, con ideologías de izquierda, le “abrió los ojos” a las “atrocidades” sufridas por las víctimas de la dictadura. “Fue una época donde conocí testimonios conmovedores. Durante la dictadura en la prensa siempre aparecían tiroteos entre miristas y Fuerzas Armadas. Todas las muertes eran en enfrentamientos, pero nunca leí sobre torturas”, dice.

-La historia de su padre también lo acercó al tema de los derechos humanos.

-Indudablemente, sé lo que es ser hijo de un detenido torturado. Los nazis mataron a mi abuela en una cámara de gas y la cremaron en un horno. Mientras a mi tío, su hijo, lo torturaron frente a ella y después lo acribillaron a balazos.

-En una entrevista a CNN dijo que fue cómplice pasivo durante el gobierno militar.

-Sí, porque podría haber preguntado más; intuía que había abusos, la Dina era un mundo oscuro. Cuando esos años fui presidente de la Cámara de Comercio percibía que había algunos chilenos que vivían una historia distinta, pero lamentablemente no atiné. Todavía hace falta un mea culpa nacional. Hace quince años, Piñera mencionó que muchos fuimos cómplices pasivos. Si todos hubiésemos reaccionado a tiempo con él, este país sería muy distinto.

-En Chile, todavía es un capítulo abierto…

-Nunca es tarde para reconocer y perdonar. Ojalá, en el proceso constituyente que se postergó a octubre exista el espacio para esto. Quiero una nueva Constitución; debemos actualizarla a nuestra sociedad chilena. Necesitamos otras garantías del Estado en salud y educación. Ojalá, hagamos borrón y cuenta nueva de lo que se hizo en dictadura.

-Fue muy cercano a Piñera. No debe ser fácil estar en sus zapatos, primero el estallido y, ahora, el coronavirus.

-Debe estar pésimo, pero sabe levantarse. Trabajé cuatro años junto a él para que fuera senador y es muy resiliente. Hace cuarenta años, por el tema del Banco de Talca, lo perdió todo y partió de cero.

-¿Cómo lo observa en esta crisis sanitaria y global?

-Lo conozco bien y estoy seguro de que está trabajando siete por 24. Él nunca minimizó esta pandemia como otros presidentes lo han hecho. En contextos como el coronavirus su mente funciona aún mejor, a mil. Aunque carezca de habilidades emocionales, él tiene el carácter para enfrentar situaciones difíciles.

-¿Usted es más emocional?

-A veces, soy medio bruto, mis amigos me dicen “brutovsky”. Por lo que he vivido se me ha puesto el cuero más duro. Hace muchos años que no lloro. En un campo de concentración, si mostrabas debilidad te mataban; en mi casa fuimos formados con una gran fortaleza.

LEER MÁS