Cuesta imaginar que a 44 años de la “radicación” chilena a orillas del estrecho de Magallanes, en Punta Arenas se comenzara a construir uno de los cementerios más grandes y bellos de Chile.

Una necrópolis tal hubiese sido exagerada para los 139 chilenos pobres que allí se instalaron hacia 1850. Pero la razón de su magnitud hay que comprenderla, entonces, en la gran masa de inmigrantes europeos que comenzaron a llegar desde 1870 en adelante.

Se fomentaba la llegada de extranjeros al territorio. En 1874 ya se habían establecido algunos franceses, ingleses y alemanes. En los años siguientes van arribando los primeros suizos, unos 200. También, hilando más fino, llegarán (en 1874) un asturiano llamado José Menéndez y Elías Braun, un ruso/alemán con sus hijos. Ellos, más otros, formarán lo que en Punta Arenas llaman los pioneros.

La historia local, aunque no los dejará exentos de suspicacias en cuanto a la ética de su actuar, reconocerá en ellos la capacidad de emprendimiento que tuvieron, su visión económica y sobre todo el arrojo para enfrentar el trabajo en una tierra tan dura y salvaje.

En 1885, los 139 habitantes iniciales ya eran cerca de 5 mil. Un censo en 1907 anotó la cifra de 17 mil 330 personas. Sara Braun, hija de Elías, financia entre 1919-23 el monumental frontis y portada del nuevo y actual cementerio puntarenense que había tenido su primera tumba en 1894.

El resto de la historia la cuentan las lápidas. En ellas, implícitas están la épica, el infortunio o la riqueza que allí se vivió en tan pocos años. Es que aparte de los grandes mausoleos, monolitos y cenotafios construidos en mármoles y granito, con grandilocuentes estilos románico, barroco, art déco, neorromántico o neoclásico para los ricos ciudadanos; a escala menor hay centenares de tumbas con humildes lápidas, rejas, y a veces con escrituras que cuentan un mínimo detalle de sus vidas, aunque el visitante las lea como la más emocionante biografía.

Detalles de mil historias

Nadie es “común y corriente” en Punta Arenas. Las tumbas van contando historias de aventureros que cazan focas y comercian con pieles. Un farero. El marino inglés Archie R. Bruce cuya esposa anota, orgullosa, que fue “Inspector of Machinery to the Chilean Navy” y murió en 1945.

Ovejeros, marinos, un capitán ballenero (Adolfo Andresen) que de pura simpatía hacia Chile hace flamear la bandera en la isla Decepción estableciendo soberanía. Muchos comerciantes, grandes colonizadores como Eberhart Brand, cuya tumba de 1923 tiene una hermosa herrería forjada. Baquianos u ovejeros que, además, como eran chilotes, dejaron su foto y una plaqueta en peltre en la que se anota la fecha y hora en que fallecieron. Manos piadosas sepultaron a “tres náufragos”. Varios apellidos escoceses MacLean, MacKennan, MacBean, que hacen olvidar cuál de ellos fue el reconocido y sanguinario cazador de selk'nam.

Paradójicamente también está la tumba de un “indiecito desconocido” que hace milagros. Otras, anotando el hecho y omitiendo nombres, recuerdan las grandes matanzas de obreros que hubo en la Patagonia.

Es imposible contar todos los relatos que nacen desde un recorrido por este camposanto. El poder encarnado en majestuosa arquitectura y la pobreza haciendo “lo que puede”. Con todo, se vive dentro de una extraña belleza que promueve el entusiasmo, la pena y el esfuerzo por rescatar narraciones desde lápidas que, a su modo, cuentan la historia de este pedazote de Chile.

Una ciudad cosmopolita

Las ovejas llegaron de Malvinas en 1877. Fueron más que el oro que más tarde atraería a los yugoslavos (hoy croatas). El movimiento de naves tuvo que ver con el comercio de pieles y plumas; con carbón de piedra, madera y cueros de vacuno. También con el dolor. Hubo un estallido social —el motín de los artilleros— que destruyó Punta Arenas y la hizo nacer de nuevo. Sin embargo, asociados al oro y las ovejas también ocurrió la extinción de los selk'nam en solo diez años.

Así, desde la economía y la aventura, Punta Arenas se transformó en una ciudad cosmopolita hecha por empresarios, trabajadores, colonos chilotes y muchos aventureros y bandidos. No a todos les fue bien y hoy están aquí.

Pero falta la última década del siglo XIX y comienzos del XX. Fue el tiempo más fructífero de Punta Arenas. El descubrimiento de más oro en las costas de las islas Navarino, Picton, Lennox. Es cuando llegan los eslavos (1892) que junto a los chilotes pasan a constituir el contingente base y más numeroso de la maravillosa mezcla racial de Magallanes y del camposanto local.

El cementerio de Punta Arenas es una síntesis afortunada y dolorosa, de vida y muerte. Caminando entre cuidados cipreses moldeados, se va recordando uno por uno a los protagonistas de esa fortuna y ese dolor. Nadie podrá arrepentirse de tan necesario paseo.

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