La primera línea de la salud

Maritza Navea (60) es la jefa del departamento de enfermería de la Clínica Alemana, el primer recinto de salud que recibió un caso positivo de coronavirus en el país. A su cargo tiene a casi dos mil enfermeras y enfermeros, auxiliares y secretarias. Los llama “la primera línea de la salud”. Hasta hoy han atendido más de 200 casos de contagio positivo de los 1.306 confirmados en el país (al cierre de esta edición), y desde que la pandemia arribó a Chile, su rutina se alteró completamente. Desde lo más simple de su labor, que es prepararse para recibir pacientes, algo que antes les tomaba solo unos minutos, actualmente pueden estar más de media hora: se ponen una bata que se amarra con una técnica especial, luego una primera mascarilla que les cubre la mitad de la cara, otra mascarilla con visor, guantes y botas.

“El personal fue entrenado con anticipación. No cualquiera puede atender a estos pacientes, porque no es solo una enfermedad física, sino que tiene un fuerte impacto emocional y psicológico, tanto en el paciente, como en los profesionales”, cuenta. Navea dice que los pacientes llegan en estado de shock a urgencias y que una vez que entran en cuarentena se quiebran. “Escuchan la cantidad de noticias terribles que circulan sobre la muerte de personas enfermas en países desarrollados, y entran en pánico o sienten mucho miedo. Pero eso también les pasa a los profesionales, una de nuestras enfermeras tuvo una crisis de llanto, la apoyamos y otra enfermera tomó su lugar, porque es fundamental el trabajo en equipo en estos momentos”, cuenta.

A pesar de que el Colegio de Enfermeras exigió la incorporación inmediata a la Mesa Social Covid19 conformada el fin de semana —petición que aún no se concreta—, el ambiente al interior del equipo se reforzó. Los fines de semana se comparten imágenes por WhatsApp en sus turnos, con sus trajes especiales, orgullosos. “Los profesionales que trabajan con estos pacientes son voluntarios. Se inscriben en una lista y se ponen a disposición. No están obligados. Yo los veo moverse con pasión y compromiso y es súper emocionante. Nos hemos unido fuertemente entre nosotros, con los doctores, con todos los trabajadores. Hay una solidaridad tremenda”, cuenta. “Pero esta enfermedad tiene una secuela, que es el estigma social. Mis parientes me llaman para decirme que me cuide como nunca, como si se tratara de lepra, pero uno tiene otra imagen de la enfermedad porque la hemos visto de cerca, la tenemos humanizada. No son sólo cifras, son personas”.

El mundial sanitario

Cuando Luis Herrada (37), Jefe de Urgencias y Rescate de Clínica Las Condes, egresó de pregrado en medicina en 2007, no imaginaba que tres años después sería parte de la comitiva enviada a Haití tras el terremoto que golpeó al país en enero de 2010. “El estado de catástrofe que vi, el nivel de caos y la mortalidad fue impactante. Cuando entras a estudiar Medicina de Urgencia lo haces para esto: para ayudar. Los urgenciólogos estamos preparados para esta trinchera”, explica. “Así que hoy estamos listos para combatir el coronavirus”.

Luis lleva dos años a cargo de la unidad de urgencias de Clínica Las Condes. Antes de que llegara la pandemia a Chile, ya habían conformado una comisión de especialistas, quienes se reunían dos veces a la semana para evaluar los pasos a seguir para prevenir contagios, usando la data y protocolos de la crisis sanitaria causada por la influenza AH1N1 en 2009.

“Comenzamos por proyectar la cantidad de pacientes que podrían llegar a urgencias. En una reunión vimos que en 2009, luego del primer paciente positivo, recibimos un aproximado de 45 enfermos por hora. Y usualmente son 20. Así que empezamos a recopilar datos del extranjero para ver cómo habían actuado los centros médicos frente al coronavirus. Fue muy útil porque ahora estamos preparados para recibir a una gran cantidad de pacientes", dice.

Desde que el covid-19 se volvió el foco de su rutina, trabajan toda la semana. Incluso, muchas veces duermen ahí. Cuando logra regresar a casa, lo hace para ver a su esposa y a sus cuatro hijos, la menor cumplió dos meses este lunes. Por esto, parte fundamental de su nuevos hábitos es tomar todas las medidas de descontaminación que le enseñaron en la clínica: desde desinfectar sus manos hasta cómo quitarse el equipo de protección personal, clave para evitar el contagio de los médicos —en España, según consigna El País, el contagio entre el personal médico es del 12% del total de los casos positivos, mientras que en Italia alcanza un 8% y en China un 4%.

Identificar, aislar e informar se ha convertido en el lema del equipo médico. Apenas reciben a un paciente revisan si presenta un cuadro respiratorio complicado, para luego aislarlo e informar el posible contagio. “La sensación de equipo se ha exacerbado mucho. Nos reunimos todos los días a las 9 de la mañana para informarnos y darnos contención. Esto es como estar jugando en el mundial sanitario y nos preparamos para ello”, afirma.

En este trabajo tan afiatado, se refuerzan lo importante que es cuidarse. Por ello, por ejemplo, no hacen turnos de más de ocho horas, para evitar el agotamiento extremo y, en consecuencia, algún error. ¿Sobre el miedo que les puede provocar la idea de contagiarse? Luis es enfático: “Son los riesgos de esta profesión y estoy dispuesto a aceptarlos”.

Otro factor clave, agrega, es que como grupo se han mantenido alineados en cómo reaccionar frente a las instrucciones de las autoridades sanitarias. “Tiene que ser así para no generar pánico en la ciudadanía que, recién siento, está entendiendo el mensaje de quedarse en casa”. Un escenario que lo tranquiliza, sobre todo porque tomará tiempo enfrentar esta pandemia. “Hoy estamos en la línea de partida. Si bien tenemos contagiados y algunos hospitalizados complicados, aún no llega esta masa de enfermos graves que esperamos. Mientras, nosotros estamos elongando, listos para que nos den el ‘vamos', y correr rápido”.

Recolectores con conciencia

El lunes 23 de marzo Nehemías González (41) conducía el camión de recolección de desechos de la empresa Vicmar, donde trabaja desde 2014, cuando recibió decenas de llamados de sus colegas. Uno de los recolectores había estado en contacto con una persona contagiada con coronavirus unos días antes. Como Nehemías es presidente de la Federación Nacional de Recolectores de Residuos Domiciliarios Humanos de Chile (Fenareur), esperaban que él tomara las riendas del asunto y que les informara cómo seguirían trabajando en este nuevo escenario.

“Le envié un mail al alcalde de Renca, que nos estaba esperando en la central para hablarnos. La situación finalmente resultó ser una broma del compañero, que se fue con sumario a su casa. Pero nosotros quedamos con miedo”, afirma Nehemías, que conduce a diario por las avenidas Vicuña Mackenna y Miraflores. Desde que la pandemia llegó al país, confiesa, vive con temor. A pesar de que su empresa les suministró mascarillas y alcohol gel, para ellos no es suficiente. “Estamos expuestos a muchas más bacterias que cualquier otra persona”.

Con turnos de lunes a sábado, las jornadas laborales de Nehemías y sus colegas no han cambiado. Lo único diferente es la distancia que han debido imponerse entre compañeros: ya no se abrazan ni conversan como antes, ahora todo es de lejos. Y aunque a varios les gustaría poder seguir la cuarentena voluntaria que muchos chilenos están haciendo, lo ven imposible. Sin ellos en las calles, los recolectores saben, se volvería a repetir la escena de noviembre pasado: Santiago desbordado de basura. Esa vez, fue a causa de una paralización de sus actividades para exigir una mejora de sus precarias condiciones laborales. Medida extrema, pero con la que consiguieron crear una mesa de trabajo en conjunto con la Subsecretaría de Trabajo.

En casa de Nehemías viven seis personas: su esposa, sus tres hijos y una nieta de ocho meses. Por esto, su preocupación es tan alta ante un posible contagio. “Yo trabajo con dos auxiliares: uno vive con su papá y su hermano, y el otro vive con sus abuelos. Hay otros que tienen familias con niños pequeños. Si el equipo del camión se llega a contagiar estaríamos hablando de casi 60 personas de una”, enfatiza.

Ellos saben que su labor es necesaria para que la ciudad siga funcionando, pero Nehemías es enfático en recalcar que ni él ni sus colegas son una prioridad para el gobierno. “Las autoridades hablan de proteger a la ciudadanía, pero a nosotros no nos han protegido ¿Cómo en Argentina les entregaron trajes de fumigación desechables y aquí no?”. Porque la intención de la federación no es dejar botada a la gente, ni sus funciones, sino que hacer la recolección de forma digna: protegidos, teniendo presente que ellos también exponen su salud al hacerlo. “Esperamos que las autoridades se acuerden de todos estos trabajadores, porque sino los municipios no tendrán cómo sacar la basura en tiempos en que la higiene es el tema central”.

Proteger a la comunidad

Francis Gómez (40) y Arelis Guzmán (33) se conocieron en 2012, cuando ambas trabajaban en una farmacia de Venezuela. Hace un año se reencontraron a más de 4 mil kilómetros de distancia, en pleno Santiago Centro, donde las dos nuevamente trabajan juntas tras el mesón de una farmacia: la Ultrafarmacia Solidaria, un local independiente ubicado entre las calles San Pablo con Hermanos Amunátegui, y que, a pesar de la cuarentena total que desde anoche les afecta, seguirá atendiendo. Ellos son parte de la excepción en la medida.

Vistiendo un delantal morado, atienden todos los días desde las nueve de la mañana hasta las ocho de la tarde y cuentan que desde que se confirmó el primer caso de coronavirus en Chile, la gente, literalmente, se parapetó en el local para abastecerse con jarabes para la tos, paracetamol y vitaminas. En menos de una semana se acabó el alcohol gel, las mascarillas, el jabón antibacterial y los guantes desechables.

Hay gente que entró en pánico. La semana pasada un cliente llegó con la cara tapada con una bufanda y se rehusaba a acercarse a la caja para pagar, porque había dos personas más adentro de la farmacia. El hombre se desesperó. Se alejó del mostrador, hasta llegar a la pared, negándose a pagar. Arelis miraba sorprendida. “Aquí llegan personas vulnerables, que no manejan bien la información. Algunos llegan muy tranquilos, con una lista de medicamentos para abastecerse y no tener que salir de nuevo, pero hay otros que sí están paranoicos. Este es un virus que genera un síntoma previo muy fuerte: mucho miedo”, dice.

Arelis agrega que la gente en la farmacia comenta que no quiere salir de la casa, por lo mismo los despachos a domicilio se han duplicado. Ella misma hace las entregas, se mueve por todo el centro con encargos para los edificios del sector. “Tenemos cuidado. Sanitizamos la farmacia, atendemos con distancia, usamos una mascarilla y nos lavamos las manos. Yo no tengo tiempo para ponerme a pensar en si me voy a contagiar o no. Tengo que trabajar porque hay gente que necesita sus remedios, que tiene dudas, pregunta cosas y simplemente se tranquilizan con una respuesta amable”, agrega Francis.

Cuando terminan su jornada, las dos llegan a sus casas, dejan los zapatos en la entrada, lavan su uniforme y se duchan. Medidas de protección que ya se transformaron en un ritual de todos los días. Luego hablan con sus familias por videollamada. “Hace dos años que no veo a mi hija. Ella cumplió diez, vive en Venezuela y tiene miedo. Yo le digo que no salga de la casa porque allá no hay medicina. Supuestamente la iba a ver en diciembre y ocurrió el estallido social. Ahora pasó esto. No sé cuánto tiempo más estaremos lejos por culpa de la pandemia. Por ahora tengo que mantener una mente positiva y seguir trabajando porque hay una comunidad que nos necesita”, afirma Arelis.

Prevención a domicilio

Para el venezolano John Serrano (30), despertar todos los días y tener que salir a la calle a trabajar por ser el único sustento de su casa, es un temor constante. “Si me enfermo mi familia queda en el limbo. Al llegar de regreso pienso: ‘Ojalá Dios me haya cuidado hoy para no tener ningún contagio', por mi familia”, dice el repartidor de Rappi, que lleva siete meses trabajando para la aplicación. Al comienzo lo hacía con una moto, pero con la llegada de su hijo recién nacido se cambió a un auto. Ahora, su seguridad es más importante.

Sus jornadas, que arma según sus metas de ganancias diarias, consisten entre ocho a diez horas, siete días a la semana. Su zona solía ser Las Condes, especialmente cerca de los supermercados Jumbo y Tottus, pero desde anoche, con la cuarentena total, ha comenzado a moverse por el resto de la ciudad.

Agua potable, papel higiénico, desinfectantes y arroz son los artículos más pedidos por la app, explica John, desde que el covid-19 cambiara la realidad del país. “Hay personas que encargan hasta 15 envases de cloro”, agrega. Un alza en los encargos que ya nota en su carga: si antes despachaba entre tres a cinco entregas por día, ahora son alrededor de 18.

Además del aumento exponencial de pedidos, el servicio se ha vuelto un aliado para muchas familias de profesionales que también salen a diario a ayudar a la gente. Por esto, la semana pasada el fundador de la app anunció que entregarán comida a medio millón de profesionales de la salud sin costo alguno, para reconocer su importante función durante esta crisis.

En cuanto al apoyo que reciben ellos, John lo detalla: “No tenemos seguro de vida, pero contamos con un seguro de accidentes, y hoy, desde la app, podemos reportar si tenemos síntomas de coronavirus. Desde ahí nos pueden derivar a un centro médico y, en caso de ser positivo, nos ayudan con dinero y medicina”. Además, la empresa está en constante contacto para saber de sus necesidades y condiciones y les envían notificaciones para que recuerden lavar sus manos, usar mascarilla -que ellos mismos deben comprar-, y los actualizan sobre el estado sanitario del país.

Estas últimas semanas, para John hasta llegar a su casa es diferente. “Mi esposa tiene que distraer a los niños porque antes apenas entraba, me abrazaban. Ahora no pueden, tengo que abrir la puerta en silencio, quitarme la ropa, dejarla en una bolsa, sacarla de casa y después bañarme para recién entonces saludarlos”.

Y John no lo esconde: si pudiese elegir, estaría en cuarentena con su familia. Aun así, ve el futuro esperanzado: “Esta pandemia nos ha enseñado a cuidarnos entre todos y a valorar la vida”.

Sin alimentar el miedo

La entrada del supermercado Los Paisas es como una pequeña Vega, pero más tropical: además de las frutas y verduras locales, hay yuca, maracuyá, plátanos verdes y papa criolla, entre otros productos traídos desde Colombia. De un camión grande descargan todos los días la mercadería, mientras Leidi Ramírez (35) acomoda las lechugas, los tomates y las bandejas con champiñones en un estante. Ella trabaja allí hace dos años y desde el estallido social su lugar de trabajo se transformó en un importante proveedor de alimentos, agua y artículos de higiene personal para la comunidad.

En octubre las personas hacían fila con sus carritos de feria para entrar, agobiados por el fantasma del desabastecimiento. Ahora, a pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó al virus como una pandemia, la afluencia de clientes no es tan exagerada como en las semanas posteriores al estallido. Sin embargo, cuando se confirmó el primer contagiado en Chile, muchas familias llegaron a abastecerse con sus víveres. La semana pasada Leidi sintió por primera vez que la gente estaba asustada. Le tocó trabajar en la caja y uno de los clientes, cuando estaban guardando las verduras en una bolsa, la escuchó hacer un sonido para aclarar su garganta. Ella ya usaba todo el día una mascarilla, además de cambiarse su par de guantes desechables cada 15 minutos y usar alcohol gel, pero el hombre se alarmó. Tanto fue el pánico, que a pesar de haber pagado, se fue rápido del local sin sus cosas.

Para Leidi la escena es anecdótica, pero entiende que el miedo también es contagioso. A las 21 horas se va a su casa, revisa las noticias trágicas y alarmantes que le mandan por WhatsApp, y trata de no apanicarse. “La gente necesita comer y tener la tranquilidad de que su comida va a estar fresca, cerca de sus casas, que no tendrán que exponerse. Por eso vamos a seguir trabajando. Lo que hacemos es importante”, dice.

En este escenario, y con lo que ha visto, siente que todos necesitan estar más informados: saber tomar distancia, usar mascarilla y salir sólo cuando es necesario. Además de las medidas personales de higiene, ellos limpian los estantes, el piso y los mesones a cada rato para evitar un contagio entre los compañeros. “Es algo nuevo y difícil para todos. Yo estoy lejos de mi familia, ellos están en Colombia, pero estamos todos juntos viviéndolo, en todo el mundo. Y para salir de esto tiene que haber un esfuerzo colectivo”.

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