Navegando hacia Puerto Natales nada hay más dramático que amanecer en el canal Sarmiento. Centenares de islas que alguna vez fueron cumbres cordilleranas encierran el angosto paso de mar. Son gigantescas moles de piedra azotadas por los vientos que en esta época soplan desde el sur-este.

Más adelante, cascadas gélidas y el estrecho Paso Kirke en donde el transbordador debe congeniar con las mareas y soportar las rachas de viento que, desde lo alto, caen como tirabuzones sobre la nave. Faltan unas dos horas para desembarcar y nadie espera que esta visión dantesca sobre aguas violentas y montañas deshabitadas termine alguna vez.

Sin embargo, va terminando. Es increíble cuando, a media tarde, entrando al golfo Almirante Montt, todo se va calmando. Atrás quedan las cumbres flotantes y a lo lejos se ven los nevados de la cordillera de Arauco, la cordillera Chilena y más al norte, los del seno de la Última Esperanza. Al tiempo aparece la apacible costa natalina en donde, como un reflejo de plata y colores, se encuentra agazapada la ciudad.

Un paisaje llano, de pampas, toma el sol ventoso en el continente. La primera visión nítida en tierra es una señal de humanidad. Se trata de las casas y bodegas de la Estancia Tranquilo, al sur de Natales. Como un frontón hacia el mar, la casa principal, bodegas y corrales lucen plateados y pintados. Al desembarcar en el puerto, estos brillos metálicos no cambian y el viajero se da cuenta que el de las “casas de lata” es un tema interesante e inédito. Sobre todo si viene de Chiloé, en donde la cultura de la madera y su arquitectura también lo entusiasmaron.

Puerto Natales, como capital de la comuna de Última Esperanza, es un enclave nuevo. Hace unos 120 años, a esas orillas llegaron algunos europeos. El primero, William Greenwood (desde 1870…) cuando no había nada. Él, salvo su campamento de ramas y troncos, tampoco construyó algo. Era cazador y baqueano. Más tarde llegarán Eberhard, Von Heinz, Meyer, y ensayarán con la ganadería. Como les va bien, y eso es noticia en el sur, aparecen las estancias y comienzan a llegar cientos de chilotes. En pocos años se junta mucha gente y surge la necesidad de reglar un poblado y distribuir solares. Nace Puerto Natales y, en lugar casi sin árboles y tan ventoso, debe construirse en metal.

Por supuesto que el modelo desde el cual los natalinos construyeron estuvo dado por la gran casa de las estancias, sus materiales y detalles. Otra fuente fue la arquitectura industrial que se daba en Punta Arenas, también inglesa, funcional al trabajo y muy ad hoc a las características del territorio, pues ya se había probado en Australia y Nueva Zelanda, lugares con una dura intemperie y dedicados a la ganadería de ovejas.

Así, a una escala menor que la gran mansión de la estancia, los natalinos alzaron la suya. Con un aire victoriano semeja la casa de la granja inglesa, o un “cottage”. A veces, porque no puede negar el origen de sus moradores, lleva elementos formales, como los miradores y la composición neoclásica de la fachada, que son aportes chilotes.

Prolija ciudad de lata

Ahora, desde sus viviendas, Puerto Natales ofrece una tipología común.

El modelo de la vivienda inglesa se construye a base de una estructura de madera (lenga o coihue) y se finaliza con revestimientos de fierro galvanizado y cubiertas zincadas. Aquí no hay tejuelas sino chapas metálicas de texturas acanaladas o lisas; la mayoría de las veces pintadas, lo que les da visibilidad y una individualidad expresiva que hace el placer de recorrer la ciudad e ir mirando las casas una por una.

En Natales, de comienzos humildes, las latas no son aquellas estampadas, industriales, diseñadas… que hay en Valparaíso, Valdivia o Punta Arenas. Aquí, solo se privilegia el material. Aún queda un centenar de casas en donde el corte de la lata, la superficie y su textura muestran que ellas no estaban destinadas a revestimientos sino que fueron recuperadas desde envases metálicos, restos de embarcaciones, tambores y otros metales de desecho. Hasta hoy, residentes y jóvenes arquitectos reciclan latas viejas, pintadas o no, para incorporarlas a nuevas obras. Por lo general, valoran la lata en los sistemas constructivos y de terminación. Es decir, apuestan a la identidad fundacional, pátina incluida.

Afinando el ojo, entre los nuevos materiales que reproducen este tipo de cubiertas y revestimiento, se ve luxalon y zincalum, más duradero que un fierro galvanizado. También instapanel, plancha curva que se adapta a aristas u ochavos. El acero inoxidable persiste. Al fin, todas son “chapas de zinc”, como siempre se las llamó y, desde su función de cerrarse y compactarse frente al viento, adquirieron su belleza práctica pues no nacieron para el ornamento.

Natales es mucho más que Las Torres del Paine, la cueva del Milodón o el glaciar Grey; también tiene el atractivo de una arquitectura tan apropiada a su naturaleza humana y sencilla, y al vendaval perenne.

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