Me despido de los dos Marianos con una emoción que me cuesta mucho traducir en palabras de la lengua española”.

Escribimos en tiempos de calles tomadas, de divisiones infaltables, de furias sueltas, de Erinias con cabelleras de víboras enroscadas. Como tengo la memoria viva de una mañana de octubre de 1972, fui a mi trabajo y descubrí que el edificio del 2 de la avenida de La Motte-Picquet, que ocupaba la Embajada de Chile en París, estaba asediado por un centenar o dos centenares de periodistas de la televisión y los medios franceses, con todos sus artefactos. A pocos minutos de las dos de la tarde se supo que el embajador del Chile dividido de Salvador Allende, Pablo Neruda, había ganado el Premio Nobel de Literatura.

Yo estaba en el lugar y observé con emoción, con sentimientos encontrados, que las dos primeras visitas de saludo y felicitación que llegaron, que se encontraban y se abrazaban al lado del poeta, eran Louis Aragon, el primero de los poetas comunistas de Francia, y Mariano Puga Vega, el padre del sacerdote, un conocido abogado de centroderecha, un liberal ilustrado, que había sido diputado y embajador en Estados Unidos. La extrema izquierda y la centroderecha liberal, pensé, se saludaban con afecto, con una sonrisa razonable, en un momento de máxima polarización y de guerra interna en Chile. Me pareció interesante, conmovedor, y digno de ser recordado, ahora que las calles del centro de Santiago vuelven a ser transitables. Y me digo que aquí hay una lección de paz, de convivencia posible, de amistad civilizada.

¿Cometo un error al recordar esto ahora, en un instante tan difícil? Me parece más bien que no. Conocí a Mariano, en mi infancia, en la casa de Zapallar de la familia Concha, y me permito mencionar a Emilio Lamarca Concha, y pienso que la sonrisa amable de don Mariano Puga Vega cuando llegaba al edificio de La Motte-Picquet, abriéndose paso entre camarógrafos y fotógrafos, es digna de recordarse en estos días y forma parte de una entrañable tradición chilena.

No sé si dijimos algo o bebimos algo, pero me digo que el silencio es elocuente y que haber contribuido a formar, por parte del hijo, una iglesia de paz, de solidaridad auténtica, de raíces populares, agregando la poesía de Chile y de Francia, a una unidad indestructible, fervorosa, son aspectos que valen más que una misa, más que una fiesta, y me despido de los dos Marianos con una emoción, con una reflexión interna, que me cuesta mucho traducir en palabras de la lengua española.

Agrego un detalle final importante: a Pablo Neruda le hicieron un importante homenaje en la Unesco, y leyó en castellano y en traducción francesa poemas de Gabriela Mistral, que podría haber sido su competidora para el Nobel, pero que fue, por el contrario, un elemento de refuerzo y de profundización del sentido de todo el episodio, y me despido del padre Mariano, hasta con envidia, por la claridad y la belleza de su ejemplo humano.

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Ayudar a los demás en tiempos de dificultad es el punto donde comienza la humanidad y la civilización”.

Juan Cristóbal Romero

Director Ejecutivo Hogar de Cristo

Este domingo, yendo a buscar un repuesto para la bici de mi hijo, me encuentro con la guerra mundial desatada: el supermercado había sido tomado por asalto por centenares de compradores de cloro, desinfectantes, detergentes y alimentos no perecibles. Las góndolas, como hemos aprendido que se llaman las estanterías del retail parecían arrasadas por los ejércitos de Atila.

El individualismo también es una pandemia, sobre todo en tiempos como los que está viviendo el mundo y nuestro país; protejámonos de ella y aboquémonos a lo que la inmuniza: la responsabilidad colectiva, que en el fondo es la manera en que se debe entender la solidaridad. En estos momentos se pone a prueba cuánto hemos avanzado como civilización; cuánto la cultura, la conciencia colectiva, nos han distanciado de la supervivencia predatoria.

Empatía ante los problemas sociales era una de las principales demandas que legítimamente exigían los movimientos sociales a partir de octubre. Empatizar hoy con los más vulnerables frente al coronavirus es el ejercicio que se nos demanda como individuos y sociedad. Poner atención en las personas por las que trabajamos a diario en el Hogar de Cristo: los adultos mayores en abandono, los hombres y mujeres con discapacidad mental, las personas en situación de calle, a las que no se les incluye como grupos de riesgo por las autoridades sanitarias para cuestiones como la vacunación contra la influenza, personas frágiles, inmunodeprimidas, desprotegidas, solas. Los jóvenes no pueden sentirse librados porque este sea un mal de viejos; el raciocinio es al revés, son los más sanos, los más aptos para sobrevivir, en el decir de Darwin, los que debieran velar por la supervivencia y el bienestar de los en extremo vulnerables.

Es imposible no acordarse del “Ensayo sobre la Ceguera” de Saramago, parábola de la mezquindad que surge cuando el ser humano se ve enfrentado a sobrevivir. Es una visión distópica que ahora intuimos podría convertirse en realidad, al ver el comportamiento irracional de las masas bajo la amenaza de contagio de una enfermedad letal y desconocida. Pero como la vida no es una serie de Netflix, confío que primarán la cordura y la cultura, entendida en esa sabia definición de la antropóloga Margaret Mead que afirma que el primer signo de civilización fue el hallazgo de un fémur roto y curado, porque ningún animal sobrevive a un hueso quebrado sin la ayuda de otro. Ayudar a los demás en tiempos de dificultad es el punto donde comienza la humanidad y la civilización.

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