Por Alejandro San Francisco

La Democracia Cristiana se caracterizó por ser la principal fuerza política estudiantil durante muchos años. A mediados de la década de 1950 conquistó la combativa y tradicional Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH) y años después logró triunfar en la Universidad Católica (FEUC). Lo mismo ocurría en otras casas de estudios en las provincias, al punto que hacia 1962 se podía jactar de controlar prácticamente todas las federaciones estudiantiles del país.

Esas victorias, en buena medida, preanunciaron el triunfo del candidato falangista Eduardo Frei Montalva en 1964, así como le dieron una gran mística generacional al proyecto de la Revolución en Libertad, como se notó con especial entusiasmo en la Marcha de la Patria Joven. Sin embargo, el ejercicio del gobierno desgastó a la Democracia Cristiana, que se dividió, en tanto la Juventud del partido se radicalizó, hasta formar el Movimiento de Acción Popular Unitaria (MAPU), en 1969.

En materia universitaria hubo dos aspectos relevantes en la acción de los jóvenes democratacristianos en las universidades. El primero es que fueron ellos los principales promotores de la Reforma Universitaria, que tuvo un momento especialmente visible a nivel nacional con la toma de la Universidad Católica de Chile el 11 de agosto de 1967, liderados por el presidente de la FEUC, Miguel Ángel Solar, así como promovieron los cambios al interior de la Universidad de Chile. El segundo, negativo para los falangistas, es la derrota que sufrieron sucesivamente en las principales casas de estudios del país: en 1967 triunfó el MIR en la Federación de la Universidad de Concepción (FEC), al año siguiente los gremialistas comenzaron a liderar la FEUC y en 1969 las Juventudes Comunistas conquistaron la FECH para la izquierda.

En el caso de la FEC, fue Luciano Cruz el encargado de obtener la primera victoria para el MIR. El joven y carismático dirigente no ocultó durante la campaña su cercanía a las posiciones más radicales dentro de la izquierda, reivindicó la figura del Che Guevara —recientemente muerto en Bolivia— y se manifestó convencido del camino que había escogido su movimiento. A fines de 1969 el Movimiento Universitario de Izquierda (MUI), dentro del cual actuaba el MIR, logró nuevamente una victoria para dirigir la FEC en 1970: asumió como presidente de la Federación Jorge Fuentes (“Victoria del MIR en la Federación de Concepción”, Punto Final, N° 93, 9 de diciembre de 1969).

El caso de la FEUC fue un proceso de más largo plazo. En 1967, liderados por Jaime Guzmán, presentaron una oposición decidida al reformismo, que aparecía como meramente reactivo. Sin embargo, el propio dirigente de la Facultad de Derecho recorrió la universidad explicando las bases del gremialismo en su candidatura derrotada por la FEUC en 1967, pocos meses después de la toma. Al año siguiente la situación se revirtió, cuando Ernesto Illanes logró la victoria por primera vez para el Movimiento Gremial, que volvió a ganar en 1969 bajo el liderazgo de Hernán Larraín. De esta manera, en 1970 el gremialismo seguía dirigiendo la Federación y lo continuaría haciendo durante todo el gobierno de la Unidad Popular.

La histórica y combativa FECH también tuvo un cambio en la conducción de la Federación, después de más de una década de liderazgo de la Juventud Demócrata Cristiana, que había tenido líderes como Marco Antonio Rocca, Patricio Rojas, Luis Maira, Pedro Felipe Ramírez, Antonio Cavalla, Jorge Navarrete y Jaime Ravinet (algunos testimonian su experiencia de esos años en Antonio Cavalla, Fuimos testigos. 60 años de la FECH en la mirada de 15 presidentes, Santiago, eldesconcierto.cl, 2016). A fines de los años sesenta, cuando comenzaba también el último año del gobierno de Frei, el comunista Alejandro Rojas logró conquistar la Federación más antigua y emblemática del país, con una victoria que tendría resonancia política nacional. Como suele ocurrir, a poco andar, los falangistas denunciarían por actuar con criterios políticos, anunciando que defenderían “una FECH que no supedite su acción a mezquinos intereses partidistas” (La Nación, “Presidente comunista causa crisis política en la FECH”, 15 de enero de 1970). Una crítica similar habían recibido los propios democratacristianos de parte de los gremialistas en la Universidad Católica en 1967, cuando la Reforma Universitaria se puso en movimiento.

La Reforma Universitaria

en marcha

Desde comienzos de la década de 1960 las universidades entraron en un proceso de ebullición que advertía nuevas ideas, un quiebre con el desarrollo histórico de la institución y también una vinculación con el ritmo que tomaba la política chilena. En este ámbito cobraba particular importancia la efervescencia de las revoluciones, que en su versión democratacristiana o marxista llegarían al gobierno del país: las universidades no permanecerían ajenas a esas transformaciones.

El año 1967 fue crucial para el proceso reformista. Ese año se produjeron las tomas en la Universidad Católica de Valparaíso y en la Universidad Católica de Chile, en la capital, generando una conmoción que traspasó los claustros y gatilló una seguidilla de tomas o aceleración de conflictos internos en las casas de estudio, así como el reclamo de que cada institución asumiera su propio proceso de reformas. En general, esto significaba aumentar la participación estudiantil y docente en las decisiones de la universidad, definido bajo el concepto de democratización; exigía una presencia más clara y activa de las instituciones con el país, especialmente una vinculación con el sufrimiento de los más pobres y postergados; estimaba la necesidad de pasar de la mera docencia hacia universidades con investigación científica; había una discusión de fondo sobre el concepto mismo de universidad, que desafiaba la tradición de formación de profesionales y de mantención del orden social vigente, para avanzar a una función social, más crítica y destinada incluso a transformar la sociedad.

“Queremos una universidad integrada en la vida y en el pueblo”, afirmaba el Presidente Eduardo Frei Montalva en 1964, agregando que la institución debía ser “parte fundamental en la tarea de promover el paso de una sociedad burguesa y restringida a un nuevo tipo de democracia” (“La Universidad, conciencia social de la nación”, en Héctor Croxatto y otros, La Universidad en tiempos de cambio, Santiago, Editorial del Pacífico, 1965).

Hacia 1970 la Reforma era un camino que había recorrido un trecho importante en las distintas instituciones, aunque había discrepancias, problemas y una indudable dependencia o vinculación a los acontecimientos nacionales, que podían acelerar, detener o desviar el camino emprendido por las instituciones. Ese año, Fernando Castillo Velasco, rector de la UC, explicaba algunos desafíos de la casa de estudios, como “Orientaciones y programa para la reforma”: era necesario profundizar y ampliar la democracia universitaria; profundizar y radicalizar la reforma académica y democratizar el acceso a la universidad, a pesar de “la injusta distribución de las oportunidades” que existía en Chile (en Fernando Castillo Velasco, Proyectar en comunidad, Santiago, Ediciones UC, 2018, edición de Elisa Silva Guzmán).

Enrique Kirberg, rector de la Universidad Técnica del Estado, reivindicaba en 1970 el carácter popular de su institución, por un doble motivo: por “la extracción social de la mayoría de sus estudiantes” y por “su política frente al medio social”. Consideraba que el objetivo de la reforma era la democratización y que en el camino enfrenaba enemigos dentro y fuera de la institución. Adicionalmente el académico, de militancia comunista, reclamaba que el Estado les regateaba los medios de financiamiento: “Se deforma y calumnia nuestro pensamiento. Pero nada de esto significa la paralización del proceso reformista” (reproducido en Enrique Kirberg, Escritos escogidos, Universidad de Santiago de Chile, 2016, selección de Francisco Rivera Tobar).

La Universidad de Chile era dirigida por Edgardo Boeninger como rector y por Ricardo Lagos como secretario general, quienes habían asumido tras las elecciones de 1969, en representación de listas diferentes. Boeninger valoraba el proceso reformista, especialmente la participación integral de la comunidad universitaria, pero lamentaba “la politización excesiva de la vida académica en un sentido de política partidista” y “el reemplazo de la discusión por la violencia, de la argumentación racional por la consigna política mecánicamente repetida” (Elecciones Universidad de Chile. Jadresic, Boeninger, Vargas. Opinan los candidatos a rector de la Universidad de Chile, Santiago, Departamento de Extensión Universitaria y Acción Social, Universidad de Chile, 1969).

El rector de la Universidad de Concepción era Edgardo Enríquez Frodden, destacado educador y padre de Miguel, el joven líder del MIR. Asumió el cargo en la histórica casa penquista en 1969, con una reforma universitaria en marcha, que a su juicio significaba la democratización de la universidad, una ampliación de los cursos y carreras sin menoscabar la excelencia académica, el fomento de la investigación y que “se ponga al servicio del progreso social” (en su autobiografía En el nombre de una vida, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 1994).

Como se puede apreciar, existía cierta unidad en torno al proceso que vivía Chile y sus universidades. No obstante, también existían divisiones políticas en las casas de estudios y algunos problemas pendientes difíciles de resolver, entre ellos la atávica falta de vacantes universitarias.

Los que no quedaron en

la universidad

En 1970 postularon casi 50 mil estudiantes para ingresar a una de las universidades chilenas. Sin embargo, cuando se conocieron los resultados, fueron solo 19.100 los favorecidos. Como en tantas otras ocasiones, quedaba demostrado que la institución universitaria era muy restrictiva en su acceso, por las pocas vacantes que ofrecían las instituciones y la falta de recursos estatales para permitir un crecimiento mayor de la oferta académica. Esto llevó al periódico El Mercurio a editorializar: “Los nuevos universitarios deberían tener plena conciencia de su calidad de privilegiados y por ende dar testimonio de sus condiciones y aptitudes” (“Admisión universitaria”, 5 de marzo de 1970).

Conscientes de este embudo que se producía en el sistema educacional y del limitado acceso de los jóvenes a la educación superior, uno de los postulados más sentidos de la Reforma Universitaria promovida por las federaciones estudiantiles en la década de 1960 fue la democratización de las universidades. Esto significaba, por una parte, que sus profesores y alumnos participaran en la definición de las autoridades de cada casa de estudios. Por otra parte, implicaba una apertura social de la matrícula a grupos tradicionalmente desplazados de la educación superior. La matrícula aumentó en la década de 1960, pero subsistía una amplia mayoría de jóvenes que no tenían acceso a los estudios superiores.

“Universidad para todos” fue un lema acuñado en ese tiempo, como aparece en la portada de revista Claridad (N° 41, 16 de mayo de 1966), en el que definía como el “Año de la Reforma Universitaria” por la FECH. En carta al Consejo Superior de la UC, Miguel Ángel Solar explicaba el sentido profundo de la democratización de la enseñanza: “La universidad debe abrirse con urgencia, preferentemente, a los grupos sociales a los cuales se ha negado el acceso a la educación y la cultura” (Santiago, 6 de junio de 1967). Por el contrario, en muchos artículos El Siglo denunció la “guerra y drama por las matrículas” (2 de marzo); la frustración de los “anhelos de obtener una profesión” (3 de marzo); advirtió que estudiantes sin matrícula se tomarían las casas de estudios (14 de marzo) y acusó al PDC de impedir 6 mil vacantes en las universidades (19 de marzo).

Un artículo de revista Ercilla, titulado “Los que no quedaron” (25 al 31 de marzo de 1970), analizaba la situación de los miles de jóvenes que no habían logrado llegar a la meta que se suponía era el término de la enseñanza escolar. “¿Hay un destino frustrado?”, se preguntaba el semanario. El ministro de Educación Máximo Pacheco expresó que “la universidad no puede ser para todos, no lo es ni en la URSS ni en Inglaterra. Los estudiantes que ingresan a la universidad requieren una calificación adecuada a las actividades que les corresponderá desarrollar. La creación científica y técnica son actividades, por su naturaleza, eminentemente selectivas”. El secretario de Estado del gobierno de Frei aseguraba que el problema era mucho más grave en otros países.

Alejandro Rojas argumentaba contra esto, señalando que si bien eso ocurría en otros lados, “los rechazados no quedan botados, porque han recibido una preparación que les permite desempeñarse” en otras tareas. En la misma línea, Carlos Galaz —presidente del Movimiento Universidad para Todos— planteaba la exigencia de “ampliar las carreras que tengan campo ocupacional”.

Edgardo Boeninger, rector de la Universidad de Chile, consignaba algunos problemas del sistema económico y social del país, que redundaban en la falta de vacantes universitarias. Un aspecto era la “explosión de las aspiraciones”, porque ser universitario tenía un estatus superior. Por otro lado, las universidades no podían arriesgarse entregando “exceso de profesionales”, más aún cuando tenían limitaciones económicas y de recursos humanos para poder aumentar el número de estudiantes.

Fuera la discusión técnica o los argumentos más políticos, la realidad era bastante clara: pocas universidades, pocos cupos para los estudiantes y presupuestos estatales que siempre eran considerados insuficientes. Las instituciones habían progresado, también la investigación y otros índices relevantes, pero la Reforma parecía ser insuficiente a pocos años de haber sido implementada, por lo que muchos ya comenzaban a ver la necesidad de una revolución en el ámbito universitario. Otro signo de los tiempos hacia 1970.

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