En su oficina como presidenta de la Fundación Chile 21 —la primera mujer en el cargo en esta institución ligada al socialismo progre—, Gloria de La Fuente recuerda su infancia en La Florida, como hija de una madre peluquera y un padre procurador judicial. La mayor de cinco hermanos, una de las politólogas más reconocidas se forjó, como asegura, a pesar de las precariedades económicas.

Columnista, panelista radial y de televisión, autora de varios textos, Gloria de La Fuente lanzará dos libros, como editora y compiladora, sobre calidad de la democracia con el Fondo de Cultura Económica; y otro sobre el estallido social, por Catalonia.

“Estudié en un colegio chico, católico. Tuve ganas de ser monja, además que participaba mucho en la iglesia, pero por suerte se me pasó con la adolescencia cuando entré a estudiar al Liceo 1 que para mí fue súper marcador. Ahí aprendí a no renunciar jamás al pensamiento crítico, a discutir con altura de miras, con conciencia del mundo que me rodea, tener siempre presente que no vivimos en una burbuja. Pero esa diversidad es la que se perdió cuando se acabó con la lógica de los liceos emblemáticos”.

—Una política impulsada por Michelle Bachelet.

—Sí, pero siempre fui muy contraria. La gente de clase media tiene muchas dificultades para acceder a una buena educación si es que no cuenta con recursos y esta era una tremenda alternativa. Estudié Literatura y luego Ciencias Políticas en la UC; hice un doctorado en la U de Chile y no habría tenido esa oportunidad de no haber estado en el Liceo 1.

—O sea que es una meritócrata.

—Y una de verdad. Mi papá es de Conchalí. Estudió Derecho en la Chile pero no terminó porque se quedó sin trabajo y no pudo seguir pagando la universidad, así que se dedicó a procurador. Mi madre es peluquera, aunque siempre quiso estudiar pedagogía en Inglés. Mi abuela materna era costurera y mi abuelo fue cajero en el hipódromo, entre otras cosas. Mis otros abuelos eran agricultores de la Región de O'Higgins, en Pichidegua. Vengo de una familia con muchas precariedades económicas. Cuando salí del colegio ellos no tenían ninguna posibilidad de pagarme una carrera, entonces si no quedaba en una universidad tradicional que eran las únicas que daban créditos, no podía estudiar nomás. Finalmente, trabajé un año para pagarme el preuniversitario; repartía volantes, fui promotora. Cuando entré a la Universidad Católica con el Fondo Solidario, estudiaba y para pagar mis gastos era mesera de un pub en Ñuñoa. A mi papá eso no le gustaba nada, que su hija trabajara de noche en un bar, más que machista, un hombre de su tiempo; tampoco le gustó que mi mamá trabajara. Aún así, no le quedó otra que entenderlo y ambos con mucho esfuerzo lograron que sus cinco hijos fuéramos profesionales: la hermana que me sigue es agrónoma, la otra ingeniero comercial, la menor de las mujeres es carabinera y el menor y único hombre, veterinario.

—Una hermana carabinera. Complejo en estos tiempos…

—Carla entró a la escuela de suboficiales, convencida desde muy chica que quería ser carabinera, cosa que nos llamó mucho la atención porque no hay antecedentes así en la familia. Pero probablemente se deba a que mis padres nos inculcaran desde muy chicos que debíamos contribuir a la sociedad. A ella siempre le interesó trabajar en temas de violencia intrafamiliar y ayudar a las mujeres en esa situación. Ahora es cabo y trabaja en la comisaría de Santa Cruz.

—En la marcha del 8M no fueron pocas las manifestantes que gritaban contra las mujeres policías.

—No lo comparto para nada. Soy feminista, por supuesto que fui a la marcha, tal como lo vengo haciendo con mi compañeras desde que estoy en la universidad. Pero esa clase de trato me parece cero feminista y muy poco sororo con respecto a la lucha que hoy todas estamos dando. Tengo muy claro que en la institución se han cometido abusos, y que estos deben ser investigados y sancionados, pero eso no significa que, cuando se está reivindicando la lucha feminista, se ataque mediante cantos ofensivos a mujeres que están cumpliendo una función. Además, mira la cantidad de abusos que hay dentro Carabineros; de poder, sexuales, de género, en especial porque se trata de una institución jerárquica. Entonces las carabineras tienen las mismas luchas y reivindicaciones que el resto de las mujeres. Y con Carla, con quien tengo 15 años de diferencia y es mi hermana regalona, hablamos mucho de esto y ella está muy golpeada. Es complejo. Pero la defiendo.

—Tal vez si Carabineros fuera encabezado por mujeres, la situación podría ser otra.

—Las mujeres tenemos una aproximación al poder que es distinta, más dadas a la argumentación versus la imposición. Claramente debiéramos estar más presentes en el rediseño de la institución. Pero fuera de eso, lo que estamos planteando es romper con el orden patriarcal. Queremos una nueva manera de construir el país, algo que tomó mayor fuerza tras el estallido del 18 de octubre. Hay un mayor sentido de urgencia.

—Sin embargo, quizá deba postergarse el plebiscito, por el coronavirus.

—Hasta ver la participación en las elecciones de Francia, pensaba que bastaba con generar medidas parea evitar aglomeración e incentivar el voto. Pero ahora creo que hemos esperado tanto por una nueva constitución que no podemos arriesgar el cuestionamiento a la legitimidad de su resultado por una eventual baja participación. Veo cuatro puntos. Primero: en las próximas semanas no habrá condiciones de hacer campaña. Dos: una baja participación será interpretada como una problema de legitimidad. Tres: en un escenario de miedo, ¿quién garantiza que no se imponga el Rechazo? No despreciemos la experiencia del Brexit y de Colombia… ¡y sin pandemia mediante! Por último, por varias semanas el coronavirus se tomará la agenda, no hay espacio para el debate constitucional. La decisión de postergar requiere un acuerdo transversal y explicar bien por qué es importante y responsable hacerlo.

Cahuines y discriminación

Gloria de La Fuente está divorciada y vive con su hija de 11 años. “Mi vida personal y profesional se ordena en torno a ese eje. Con su papá tenemos una relación normal; la ve una vez por semana y están juntos cada 15 días, pero por supuesto que la mayor responsabilidad me la llevo yo, porque vive conmigo y porque he querido que sea consciente del mundo que le toca vivir. Cuando yo era chica mi mamá pasaba mucho tiempo con nosotros en la casa, era imposible pensar que una mujer podía llegar a ser presidenta. La generación de mi hija es muy distinta, ya no hay límites. Tampoco es tema el modelo de padre, madre, familia feliz; son otros los sueños. En los jóvenes la diversidad sexual es totalmente respetada”. Y admite: “Me crié en una familia conservadora donde estos asuntos no se hablaban. Hace un par de años mi hermano menor nos contó que es gay, y si bien no fue una crisis ni nada por el estilo, para mis padres fue un tema; hubo una discusión larga y finalmente todos tuvimos que cambiar nuestros patrones culturales. Ahora somos una familia súper abierta a las diversidades y a las opciones que cada uno tenga en la vida”.

—Como mujer, ¿cuáles fueron las barreras que tuvo que enfrentar?

—Mi vida profesional ha sido súper esforzada, con la virtud y fortuna —como diría Maquiavelo— de que he podido hacer una carrera muy exitosa, trabajando en lo que me gusta. Claro que en el camino me encontré con discriminaciones. Me preguntaban: ¿quién es tu marido, con quién estás casada? Asumiendo que yo era directora o presidenta de una fundación, jefa de gabinete de un ministro, pensaban que ‘alguien' me había llevado. Si no, se supone que no tienes el mérito. Cuando les decía que mi marido se dedicaba a algo nada que ver y que había forjado mi carrera sola, se desconcertaban. Entonces venía otra de las típicas preguntas: dónde estudiaste. Contestaba que era hija de la educación pública, del Liceo 1. Entonces quedaban aún más desencajados. Por último, para redondear, querían saber dónde vivía. Así te tasan”.

Toma un poco de agua y recuerda:

—Como no tenía un marido influyente, no venía de ningún colegio o familia de élite, durante mucho tiempo me inventaron cagüines; algún amante en el mundo político; historias inverosímiles. Soy súper reservada y pudorosa con mi vida personal, por lo mismo no ando preguntando esas cosas ni me interesa. Pero en este mundo en general, sobre todo en funciones de poder, pasa mucho. Es bien jodido…”.

—¿Le afectó?

—Sí, pero al final lo tomas como dato de la causa. Para dedicarte a esta actividad tienes que construir ciertas fortalezas. Ahora siento pena y compasión por ese tipo de gente. He sabido poner mis límites. Sé dónde están mis afectos y donde pongo mis confianzas. Mis mejores amigos no tienen nada que ver con la política.

Añade:

—He seguido siempre mis intuiciones: no puse a mi hija en un colegio al que van todos los del mundo político. Tampoco vivo en un barrio top. Vivo con mi hija en un departamento en Peñalolén. No ando buscando pertenecer. Por supuesto, ha sido un camino costoso, mucho más largo, pero hasta aquí me ha funcionado.

—¿No le da pena que este mundo meritócrata, como el caso del Instituto Nacional, esté desapareciendo?

—Absolutamente. Me pregunto de dónde van a salir las o los parlamentarios o presidentes de Chile. Dudo mucho que sea alguien de una comuna del sur, del sector poniente de Santiago o de regiones. Esta es una sociedad que tiene un discurso contra la segregación pero que busca segregarse. Somos muy contradictorios, especialmente en el mundo progresista; reivindican valores que tienen que ver con la igualdad, la integración, la pertenencia y la diversidad, sin embargo, en las prácticas cotidianas es totalmente lo contrario: todos van a los mismos colegios, viven en los mismos barrios, se juntan entre iguales. Gran parte de la derrota del mundo progresista tiene que ver con esa burbuja.

—¿De ahí la sorpresa de muchos líderes ante el estallido?

—Cómo lo iban a ver. En Chile la segregación es enorme en todos los ámbitos. Y, si bien no hay duda de que las cosas han mejorado, si caíste en una enfermedad catastrófica y esta no se encuentra en la lista de patologías del Auge, te puedes morir esperando que te atiendan; incluso para operaciones que son básicas. Mi papá todavía se atiende en el sistema público y ha estado 24 horas esperando que lo atiendan. Es inhumano.

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