Su camisa de lino blanca contrasta con su piel morena. A René Merino (56), médico y empresario, siempre le han dicho “Negro”. También apodaban así a su padre (tiene su mismo nombre), fundador de isapre Colmena (1983). “Soy calcado a mi viejo, él tiene 87 y está alejado de los negocios, porque tiene párkinson hace 27 años”, comenta.

Amable, ofrece café en las vanguardistas oficinas del family office Curi, (negro en mapudungun) en Camino El Alba (Las Condes). El conglomerado, integrado por negocios del área inmobiliaria, agrícola y de servicios, entre otros, fue creado hace 20 años para reunir las empresas que fundó su padre, expresidente de la Asociación de Isapres (entre 1987 y 2002), como para las nuevas compañías del clan Merino. “Hace muchos años que no tengo participación en la propiedad de los negocios familiares, pero voy a sus directorios y me preocupo de su gestión. Mis dos hermanas y mi mamá son las verdaderas dueñas de esto”, dice.

Fanático de la ópera, colocolino y navegante orgulloso, muestra un rincón con objetos marinos. El exdueño de la recién quebrada viña Tamaya es reservista de la Armada desde 2014. “Encuentro inaceptable el atentado al monumento de Prat, el mayor héroe de nuestra patria. Si hubiera una estatua de Pinochet entiendo que la quieran destruir; también hay gente de derecha a la que le encantaría sacar la de Allende”, opina.

Casado hace 26 años con Lorena Raimann, tecnóloga médico (en Oftalmología) y padre de René (22) y María Fernanda (20), el empresario hace pocos días fue asaltado en su casa de Los Dominicos. “Han sido días difíciles, transgredieron mi espacio más sagrado. Además, estoy preocupado, pues la situación del país y el coronavirus afectarán la economía. Nuestras empresas familiares dan muchísimos empleos y queremos mantenerlos”, comenta.

La situación económica viene complicada, ¿ha pensado emprender rumbos comerciales fuera del país?

—No, jamás. No soy de los que abandonan el barco. Aunque claramente serán épocas extremadamente difíciles. Creceremos poco y habrá poca inversión. Cuando hay incertidumbre de cómo funcionará tu país es lógico que los empresarios entren un poco las manos.

“Quiero ser constituyente”

Exalumno del Grange y médico de la Universidad de Chile, Merino cuenta que su “viejo” era su referente. “Fui cirujano porque él quería que yo lo fuera, pero dejé la medicina antes que él para dedicarme a los negocios familiares. Como él, también soy emprendedor y un optimista empedernido”.

En la dictadura su padre fue director del Servicio Nacional de Salud (entre 1975 y 1978). “Él nunca fue cercano a Pinochet, pero era de derecha. Mi madre, en cambio, siempre ha sido de izquierda, contraria al régimen. En mi casa se discutía de política y se escuchaban ambas miradas”, recuerda.

Merino, quien milita en Evópoli hace dos años, ejerció como médico cirujano durante una década (desde 1988 a 1998). Pero los turnos en urgencias (el último fue en el Hospital de Carabineros), y el poco tiempo para la familia lo hicieron optar por la empresa. “Siempre me gustó el pabellón, porque había que tomar decisiones ahí. Y si bien en la medicina la muerte está en juego, si tomas una mala dirección en los negocios, como me pasó con la viña, es también dramático”, dice.

Autodefinido como liberal se ha tomado “a pecho” el debate constitucional. “Vienen cambios decisivos para el país”, insiste.

—Evópoli está por el “apruebo” constitucional, ¿cuál es su postura?

—He dudado, pero creo que es bueno escribir una nueva Constitución; el que haya sido creada en el gobierno de Pinochet siempre será tema. Y no temo que resulte una brutalidad, pues finalmente la misma Convención, que me da igual si es mixta o no, definirá su composición. Pero, debe ser más corta que la actual. Los temas de convivencia ciudadana se deben discutir por ley y los más relevantes deben seguir teniendo quórums supra-mayoritarios.

Guarda silencio y agrega: “Quiero ser constituyente, hablaré pronto con Hernán Larraín Matte y ojalá mi partido me aguante. Para serlo no es necesario ser constitucionalista, solo tener buenas ideas, buen criterio y querer lo mejor para Chile”.

—¿Dónde pondría mayor énfasis?

—En la educación. Debemos mejorar la pública para que todos los niños tengan igualdad de oportunidades. El partido más importante se juega en la educación pre-escolar y en la inicial. Todo chileno tiene derecho a una educación digna, gratuita, laica y de calidad.

—Una de las demandas sociales apunta a la salud. Considerando que su padre formó Colmena, me imagino que conversaron del sistema privado.

—Tuvimos muchas discusiones y yo siempre fui muy crítico. Las isapres desde el inicio tuvieron fines de lucro y eso no es malo. La crítica que les hago es que la cobertura total de salud ha disminuido. En el año 2000 era cerca del 75 por ciento y hoy es del 50 por ciento. La salud es extremadamente cara. Las isapres requieren una reforma profunda, se deben transformar en un seguro de segundo piso y debe haber más competencia. La salud pública debe ser de calidad, digna y gratuita para todos.

—Declaró que votó por Piñera, ¿se arrepiente?

—No, pero el rol del Gobierno para controlar el orden público ha sido pésimo. Lo que veo diariamente en Plaza Baquedano y en ciudades como Concepción, es delincuencia. A esos tipos hay que meterlos presos y hay que exigirle al Poder Judicial que haga la pega. Además, hace rato hubiera cambiado al general director de Carabineros; pondría un gallo mucho más operativo y no tan de escritorio.

“Me demoré mucho en salirme de Tamaya”

Cuando tenía doce años Merino probó por primera vez un pequeño sorbo de vino que le dieron sus padres. “Era una costumbre típica chilena tomar un poco en familia, tradición que hoy se ha perdido. Desde entonces nace mi fascinación por el mundo vitivinícola”, dice.

Tras su paso por los quirófanos en 2002 adquirió la viña Casa Tamaya en el valle del Limarí (Cuarta Región). Reconocida por su producción de bajos volúmenes de vinos finos, durante veinte años fue su gerente general. “Me enamoré de la viña sin ver sus falencias”, reconoce.

Entre 2004 y 2011 el viñatero dirigió la entidad gremial Vinos de Chile. Organización a la cual en 2013 decidió dejar de pagarle sus cuotas para economizar. “Los problemas se fueron acrecentando; había descuidado la viña durante los años gremiales mucho más allá de lo que pensaba”, cuenta.

En los años siguientes trató de salvarla, pero fue tarde. El 20 de octubre de 2019 recibió un mail que le avisaba que los inversionistas chinos, que habían hecho una oferta por la viña, no vendrían, pues las condiciones en Chile lo impedían. Entonces, habló con el banco agrícola Rabobank, con el que tenía la deuda, y acordaron la quiebra de común acuerdo. “No lloro por los negocios, ni por plata, pero fue muy duro. Tuve que aceptar que fracasé; era la primera caída de mi vida”, confiesa

La entidad bancaria solicitó la liquidación forzosa de la viña por deudas que superaban los US$ 3 millones. Este monto provenía de un crédito (US$ 4 millones) que Rabobank le otorgó a Tamaya en 2014.

—¿Cuál fue su mea culpa?

—Mi exceso de optimismo. Siempre pensaba que al año siguiente venderíamos lo que necesitábamos, pero nunca llegamos a la meta. Como hombre de negocios, uno sabe que puede ganar o perder. Yo cometí el error de haberme demorado mucho en salirme, debía haberlo hecho hace seis años. Perdí más de lo que debí; pero mi tozudez me traicionó. Igual sigo pensando que hay que tomar riesgos y seguir empujando el bote.

Actualmente con un socio, cuyo nombre mantiene en reserva, desde el año pasado exportan vinos a Polonia, Estados Unidos y Brasil. “Los elabora un tercero, así disminuimos al máximo el riesgo”, comenta.

—Pertenece a la élite económica, ¿se siente afortunado?

—Absolutamente, soy privilegiado. Sería cínico decir que no, pero no me la creo, trato de ser un hombre sencillo y agradecido.

Calma de cirujano

El primero de marzo pasado, Merino publicó en su cuenta de twitter: “Me asaltaron en mi casa, en mi pieza”. El mensaje fue visto por cincuenta mil personas. “Nunca pensé la gran repercusión que tendría”, dice.

Hace 26 años vive en un condominio de Los Dominicos en una casa que colinda con un terreno baldío. Esto fue aprovechado por dos asaltantes que destruyeron un muro para ingresar a su hogar. El sábado 28 de febrero a las nueve de la noche el empresario estaba en su cama viendo televisión cuando se interrumpió su calma. “De repente tenía a dos tipos encima. Solo les veía sus ojos oscuros porque estaban cubiertos enteros; hasta usaban guantes. Tenían un desatornillador gigante que me pusieron en la frente y uno de los asaltantes me repetía todo el rato: Te voy a matar”, recuerda.

Le amarraron las manos, lo tiraron “de guata” en la cama y le taparon la cabeza con un almohadón. “Conservé una calma de cirujano, solo pedía por dentro que mi hijo, que estaba en otra pieza, no entrara a la mía. Y que mi señora y mi hija, que habían salido, no llegaran”, cuenta.

Agrega: “El tipo me gritaba insistentemente dónde estaba la caja fuerte, pero como no teníamos les indiqué mi colección de relojes. Se los llevaron todos. El único que me dolió fue un Rolex que compró mi papá en París en 1968. Me lo regaló cuando cumplí quince. Él me dijo que se lo tenía que dar a mi hijo cuando tuviera esa edad y así lo hice”.

El asaltó duró diez minutos. También se llevaron una colección de colleras, joyas de su señora y carteras de marca. “Si hubiese cometido el error de tener un arma en mi velador hubiera terminado con la pistola apuntando a mi cabeza o habría corrido el riesgo que le pegaran un balazo a mi hijo”, dice.

Y defiende a carabineros. “Llegaron muy rápido. Debemos lograr que la respuesta de esta institución sea igual en Las Condes y en Puente Alto; no hay ciudadanos de dos categorías”, opina.

—¿Hoy siente miedo?

—No, estoy tranquilo porque afortunadamente el asalto lo viví yo. No ando con susto por la calle, sigo pensando que Santiago es una ciudad relativamente segura.

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