Existe un pajarito, el yiqui-yiqui, que grita (no es un cantito) en cuanto un ser humano camina en su territorio. Entiende que saltando de lado a lado, de rama en rama, acercándose y retirándose furioso, más su insistente yic-yic-yic, logrará que, asustado, el intruso se retire inmediatamente. Eso es lo que él cree.

La verdad es que desde la placidez que producen su amarillento y blanquecino vientre, su lomo castaño claro y su mansedumbre curiosa no asusta a nadie. Al contrario, complacido, el viajero se quedará mirándolo casi acompañando su alarde mínimo y ofensivo. Un niño de Cochrane dice no saber su nombre, pero que él le llama “platanito”.

Algo parecido, también plácido, sucede cuando desde una de las orillas del lago Cochrane se observa, hacia el sur, la aparente ferocidad de la sierra Esmeralda, de cimas hirsutas y nevadas. O la soledad ocre y drástica de la isla Carlos Campos, en el medio del lago. Al principio, las historias de pumas, que proliferaron después que la Hacienda Chacabuco volvió a ser silvestre, algo asustan; aunque el sentido común dice que los pumas están más interesados en huemules, un guanaco, vizcachas y liebres, no en uno. Como en la historia de “platanito” esto tampoco asusta y el viajero se extasía, pues la naturaleza salvaje de este parque también hace una belleza calma.

Se está en la Reserva Nacional del Lago Cochrane, bajo la tutela de tres cerros espectaculares: el Tamango, el Tamanguito y uno que se parece a esas montañas en las que vivía King-Kong, es El Húngaro.

Abajo, al sureste, y haciendo borde al Parque, están el lago, el poblado de Cochrane, su río y, sobre todo, una inmensidad de horizontes nevados y caminos que permiten llegar o salir de allí.

El reino del pitío

Desde Coyhaique a Cochrane hay 334 kilómetros. Desde el poblado de Cochrane a la entrada de la Reserva Tamango hay 3,5 km. Ya en la Reserva (con Conaf de guía) unos diez senderos que la recorren dan cuenta de su fauna, su flora, su relieve ondulado, a veces rocoso. No son trayectos largos. Son cómodos y algunos construidos para que las visitas puedan sorprenderse y divagar cómodamente. Se llaman Las Águilas, Los Carpinteros, Los Coigües, Los Ciruelillos, Huemules, Las Lengas, Valles, Pumas, Cóndores y Ñirres…

Y estos nombres (de los senderos) son como un magnífico y desafiante inventario a descubrir en el lugar. Es que el de Las Águilas puede que se refiera al Águila Mora. Gran planeadora, a veces suspensa en el aire se la ve venir, lenta y brava, desde Los Mellizos (al sur de Cochrane). Los Carpinteros, seguro que tiene que ver con los pitíos y el carpintero negro. Cuando escuchen pi-tío, pi-tío, pi-tío ya sabrán que es un pitío y estarán más seguros cuando vean que su volar parece la navegación de un bote que se hunde y se eleva, se hunde y se eleva pausadamente. El carpintero negro es el pájaro más intenso de Chile.

El sendero de Los Coigües les mostrará tres o cuatro de ellos, primos entre sí: el coigüe chilote, la lenga, el ñirre y el hualo.

Los Ciruelillos será el sendero del color. Tan rojo, cremoso y festivalero de montañas; su mayor regalo es el de que sus brotes se los comen los huemules.

El sendero de Lengas siempre será muy serio. Ellas lo son, desde su altura, tronco recto, algo lacre (cuando jóvenes), y brillante.

Siempre fue un madero de poder.

Nos quedan como cinco senderos. Digamos que por este valle (del río Cochrane) pumas y cóndores estaban primero. Bajo ñirres y al lado del lago se puede hacerles una visita.

Dos lagos en uno

El lago Cochrane continúa hacia Argentina. Allí se llama Pueyrredón.

Muy amigables se juntan la Patagonia Occidental con la Oriental.

Porque tuvieron una terrible historia —de soledad y abandono—, ellos se sienten en común y única Patagonia. “Entre gauchos no hay fronteras”, dicen allá.

El paisaje es complejo; muchos hábitats distintos conviven; selvas y pampas. El Occidente les regala alguna lenga, calafates, ciruelillos… y desde el Oriente llega una flora más pampeana, de neneos, matanegra y arbustos espinosos capaces de resistir el calor. Ahí, en ese punto donde nace un único lago Cochrane-Pueyrredón la geopolítica queda algo oculta; es que con fuerza aparecen la cultura local, los asados de cordero, las amansaduras y una vida entre gauchos, de cualquier lado.

Si un viajero, tras el silencio profundo, tomando desayuno, se hace uno con el bosque ribereño, aparecen los huemules. Primero la hembra, después el macho y puede que algún “Bambi”. Uno recién los ve cuando ya a diez metros están detenidos. Mirándonos. Es algo que sobrecoge, encanta y asusta.

Fueron diez días de campamento en la Bahía Calzoncillo, en la medianía norte del lago Cochrane. Algo más al este de la jurisdicción del Parque Tamango (Conaf intermedia). Allí solo hay que estar, leer los libros de historia local de Danka Ivanoff, pescar alguna trucha y, sobre todo, tratar de hacer entender al yiqui-yiqui que ya nos vamos.

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