Dieciocho días después del primer ataque que terminó con un incendio en el Museo Violeta Parra, el arquitecto que le dio vida a ese edificio pudo entrar a ver el daño con sus propios ojos. Cristián Undurraga ingresó solo, bajo la mirada de un guardia, el martes 25 de febrero. Dice que antes de empezar el recorrido tuvo que respirar hondo y preparar el ánimo. Sabía que iba a ser duro. “Quedé mudo. Además de los destrozos en el acceso, las oficinas, el auditorio; el humo hacía ver como si todo estuviese quemado. Era la desolación. El sinsentido. Como contrapunto a esta situación dramática, terminé en el jardín interior, que está intacto. Verlo así, con sus flores, me dio esperanza. Como si la propia Violeta me diera ánimo”, cuenta.

Undurraga es un arquitecto conocido por sus obras de uso público y la defensa que hace de estos espacios abiertos a los ciudadanos. Su estudio fue el que estuvo detrás de la remodelación de la Plaza de la Constitución y del diseño de la Plaza de la Ciudadanía y del Centro Cultural Palacio La Moneda. También del Museo de Artes Visuales y del Santuario del Padre Hurtado. Y, claro, del Museo Violeta Parra, que fue inaugurado el 4 de octubre de 2015, día del cumpleaños de la artista, a pocos metros de la Plaza Baquedano.

Cuando el museo ardió la noche del 7 de febrero, Undurraga estaba de vacaciones lejos de Santiago. Se enteró por las redes sociales y llamados de amigos. Cuando el edificio fue nuevamente incendiado el pasado viernes, el arquitecto también estaba lejos: en Bogotá, por trabajo. Dice que quedó en shock: “Cuando aún no salíamos de la perplejidad del atentado incendiario ocurrido hace tres semanas, asistimos a una nueva profanación de la memoria de Violeta Parra. Mis primeros sentimientos, junto a la incredulidad, son de solidaridad con Isabel Parra y sus hijas, y con la familia de Ángel. Para todos quien hoy contribuían o ayer contribuyeron a hacer realidad este museo es un golpe muy duro, pero sobre todo es un golpe muy duro para la cultura y para nuestra historia. ¿Qué puede explicar y justificar semejante irracionalidad?”

Esa otra dimensión

Cuenta Undurraga: “Yo había estado en el museo dos o tres días antes de que lo atacaran el 7 de febrero. Había ido porque evaluábamos tomar medidas de seguridad. Ya habían hecho intentos de entrar al museo, habían roto parte de las fachadas; y además la zona alrededor era crítica: habían incendiado un hotel y un restaurante; y habían ingresado a la embajada argentina. Por suerte las obras del museo ya habían sido sacadas del lugar”.

—¿Qué fue lo primero que sintió al saber de ese ataque al museo?

—Me afectó como chileno más que como arquitecto. Cuando uno hace una obra, hay un minuto —que es muy bonito— en que cortas el cordón umbilical con ella. A diferencia del artista plástico, cuya obra es una extensión de su ser, en el caso de la arquitectura es distinto. Primero, porque es una obra colectiva; y segundo, porque luego la obra comienza una vida propia. En el caso de este museo, esa vida la dan quienes visitan a Violeta.

—Como chileno entonces, ¿qué sintió?

—Dolor al ver que tanto esfuerzo, que lo que costó tanto levantar, quedaba destruido. Reparar la deuda de gratitud de Chile con Violeta Parra, una de las artistas más extraordinarias nacidas en América, fue un camino muy largo, lleno de ripio y muy particularmente para sus hijos Isabel y Ángel. Ellos fueron los custodios de la obra de su madre y lucharon por largo tiempo contra viento y marea para encontrar una casa donde poder compartirla. Lo que ocurrió es un ensañamiento irracional, porque la Violeta consagró su vida a ser la voz de los sin voz, a defender a los indefensos, a denunciar las injusticias.

—¿Cuál es su explicación?

—Creo que este atentado da cuenta de una dimensión paralela y ajena al contexto de indignación social; es una dimensión que tiene que ver con el caos. Vi un grafiti cerca del museo que decía: “Hasta que Chile se acabe”. Es un caos que se ha infiltrado y contamina.

—¿Habrá que hacerle modificaciones al museo luego de los ataques?

—Es prematuro aventurar una solución material a la pérdida del edificio. Se requiere no solo una distancia de tiempo y una evaluación técnica; sino una reflexión mucho más profunda, más allá incluso del atentado. He pensado mucho en el tema; pienso en esta nómada irreductible que era Violeta. A lo mejor ése es el destino del museo… un museo nómade.

—¿Itinerante?

—Podría ser. Pero es un pensamiento que ni he compartido con Isabel (Parra). Habrá que reflexionar sobre la naturaleza de este museo. Creímos, de buena fe, que Violeta se merecía una casa donde acoger a los visitantes y compartir su arte. Habrá que preguntarle a Violeta nuevamente si eso es lo que quiere.

Manual de crisis

—Al diseñar una obra como este museo, ¿se anticipa este tipo de ataques?

—Los hechos que hemos vivido son inéditos: los atentados contra edificios culturales como el de Violeta, el GAM, el Centro Arte Alameda, los cafés literarios. Y quiero ser muy honesto: nadie está preparado para imaginar una cuestión de esa naturaleza. No es una deficiencia profesional, sino una deficiencia social.

—Pero ocurrió. ¿Se deberá incluir esa variable cuando se piensen obras de uso público?

—No quisiera que fuera una variable. Tengo confianza y esperanza en el sentido común. Creo que esta justa indignación contra los abusos, la corrupción, los favores políticos, el cinismo del que predica y no practica, agotó el umbral de tolerancia ciudadana y ello se manifestó en el espacio público. Pero habrá un momento en que recuperaremos la vida colectiva, donde podamos pasearnos tranquilos por las calles y compartir nuestra cultura sin miedo a que esta sea vejada.

—¿Es optimista en eso?

—Sí. Estoy construyendo en Valdivia tal vez la operación de descentralización de la cultura más grande de los últimos tiempos, en conjunto con la Universidad Austral, el Ministerio de Cultura y el MOP. Estamos haciendo el Museo de Arte Contemporáneo de Valdivia. Estará en lo que se ha denominado el Parque de los Museos en la Isla Teja, donde está el Museo Anwandter y el Museo Philippi. Será un parque abierto a la gente. No me imagino tener que blindar eso. Eso es contra natura de lo que es la cultura. Si hay que blindar este tipo de edificios… entonces prefiero no hacerlos.

La ley del grafiti

—Los grafitis en los muros de la ciudad son hoy un tema. Muchos los defienden como expresión artística espontánea de los ciudadanos. ¿Qué piensa?

—Me parece que el grafiti es una expresión de arte contemporánea perfectamente legítima. Hay ejemplos notables a nivel mundial, como Banksy. O el colectivo español Boamistura, que hicieron un mural precioso en los muros de la Fundación Mustakis en Recoleta. En Chile está Caiozzama, que es notable. Entonces hay expresiones de muralistas que me parecen fascinantes. Pero creo que buena parte de lo que vemos hoy en los muros de la ciudad no pretende ser arte, pues supongo que a esos grafiteros el arte les debe parecer suntuario. Encuentran en las fachadas de los edificios la base para escribir sus demandas y sus gritos. El lenguaje usado ahí me parece hostil y puedo llegar a entender esa hostilidad, porque ellos también se sienten hostilizados. Pero hay una cuestión caótica.

—Hace unos días amanecieron borrados los grafitis del frontis del GAM y del Centro Arte Alameda. ¿Le pareció correcto?

—Creo que toda la polémica que se armó por eso es no entender la lógica del grafiti. El grafiti es un arte cuya duración está determinada por el próximo grafiti que se le ponga encima. Si yo siento que tengo derechos sobre una determinada fachada para escribir lo que sea, me parece que debo respetar las reglas del juego y esperar que otros se sientan heridos por lo que yo escribo y vuelvan a pintar sobre eso o lo borren. El arte del grafitismo lleva implícito lo efímero.

—¿Esas son las reglas del juego?

—Creo que son parte de las reglas del juego. El propio Caiozzama, en una entrevista, decía que a uno de sus ángeles le había puesto “Renuncia Piñera” y que después vino alguien y puso “Apoyo a Piñera”. Y decía que él lo encontraba legítimo. O sea, alguien había desvirtuado completamente el sentido que él le quería dar a la obra, pero entendía el carácter efímero de ella y el derecho que tenían otros de actuar sobre ella.

—La suya parece una posición contracorriente…

—Defender los grafitis aparece hoy como lo políticamente correcto. Aquí se rasgan vestiduras y se hace mucha poesía a mi juicio demagógica sobre los grafiteros.

—A fines del año pasado apareció un libro que registraba los grafitis de muros de Santiago. ¿Es necesario ese ejercicio?

—Cada uno es dueño de registrar lo que le parezca. A mí me parece que es necesario un registro, pero sin exclusiones. Y en esto hay que ser consecuentes. Valen los ángeles de Caiozzama pidiendo la renuncia del Presidente como los que despliegan lienzos blancos sobre la Plaza Baquedano pidiendo paz.

El debate largo

—¿Qué le parece lo que ha ocurrido con la Plaza Baquedano desde octubre?

—Un espacio arrasado y vandalizado como está la plaza genera un sentimiento de pena profundo. Como arquitecto que ha consagrado su vida a los temas sociales, culturales y urbanos, es muy duro. Sé muy bien el esfuerzo que supone construir. Entonces ver todo ese esfuerzo hecho mierda es muy doloroso.

—¿Puede este lugar volver a ser el mismo que era antes del estallido?

—Pienso que la plaza no puede ser la misma. Hay miradas conservadoras que dicen que eso sería una rendición o una bofetada a la Historia; pero yo creo que lo que ha pasado nos obliga a reflexiones profundas.

—¿En qué debería convertirse esta plaza?

—No lo tengo claro. Pero no debería ser la misma. Eso es lo que yo democráticamente siento que debe ser, aunque no estoy seguro si me pone contento. Pero desde la lógica, desde el sentido común, desde el sentido democrático, desde la conciencia de la circunstancia histórica que estamos viviendo, ahí hay que hacer algo. Será un debate largo y se tiene que hacer con altura de miras.

—Después de lo que ha ocurrido en estos cuatro meses, ¿es hoy Santiago una ciudad herida?

—Sí. Es una ciudad herida, pero que viene herida desde hace rato. Y creo que la segregación es la gran herida, que supura, supura y supura; y ya reventó.

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