Por Alejandro San Francisco

Desde 1965, cuando surgió como fuerza política, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) se presentó como una posición distinta a los partidos marxistas tradicionales, el Comunista y el Socialista.

En su Declaración de Principios se definía como “la vanguardia marxista-leninista de la clase obrera y capas oprimidas de Chile, que buscan la emancipación nacional y social”, señalaba fundamentar “su acción revolucionaria en el hecho histórico de la lucha de clases”, reivindicaba “el principio marxista-leninista de que el único camino para derrocar al régimen capitalista es la insurrección armada”. Por otra parte, acusaba a “las directivas burocráticas de los partidos tradicionales de la izquierda chilena” por plantear reformas y colaboración de clases y por sostener que era posible alcanzar el socialismo por la “vía pacífica y parlamentaria”, que el MIR rechazaba.

En los años siguientes, en un ambiente de creciente polarización y efervescencia revolucionaria, el propio Partido Socialista se sumó a la tesis de la violencia revolucionaria como “inevitable y legítima” para alcanzar el poder, en su conocido Congreso de Chillán de 1967, pero luego volvió a su redil tradicional de alianza política con los comunistas, aunque esta vez fue una reunión más amplia: la Unidad Popular, que también integraba a otras fuerzas políticas, pero no al MIR, que permanecía en una postura ideológica intransigente y solitaria. “Ultraizquierdistas”, les llamaban sus detractores dentro de la misma izquierda, siendo especialmente críticos los comunistas.

En 1967, el Movimiento logró conformar sus liderazgos definitivos, cuando destacaba la figura de Miguel Enríquez, quien asumió como secretario general. Era un hombre joven, que había estudiado Medicina en la Universidad de Concepción y que tenía un gran carisma. En 1962 había hecho una especie de juramento vital: “Juro que si he de escribir o hacer algo en la vida será sin temor ni pusilanimidad; sin horror al qué dirán; con la franqueza que salga de mi cerebro; que ha de ser libre de prejuicios y dogmas. Si no soy de constitución valiente, me haré valiente por la vía racional”. Tenía una gran devoción por el Che Guevara y por la Revolución Cubana; primero fue del Partido Socialista y luego formó un grupo denominado Vanguardia Revolucionaria Marxista, para culminar finalmente en el MIR.

En diciembre de 1967 logró que su grupo obtuviera 10 de los 15 cargos del Comité Central del Movimiento y los 5 del Secretariado Nacional, junto a la Secretaría General. Miguel Enríquez, con solo 23 años, pasaba a ser el máximo dirigente del MIR y lo sería hasta su muerte (al respecto se puede seguir la biografía —aunque hagiográfica— de Mario Amorós, “Miguel Enríquez. Un nombre en las estrellas”, Santiago, Ediciones B, 2014). La mayoría de los principales dirigentes provenía también de la Universidad de Concepción, como su hermano Edgardo Enríquez y Bautista van Schowen; ese mismo año, uno de los jóvenes miristas, Luciano Cruz, conquistaba la Federación de Estudiantes de la Universidad penquista. Con ello, el MIR no solo amplió su radio de influencia, sino que consolidó su presencia en el mundo juvenil, que sería una de sus principales fuentes de reclutamiento.

El propio Cruz participó en 1969 en uno de los sucesos más polémicos en que se vio involucrado el MIR: el secuestro del periodista Hernán Osses, quien apareció horas más tarde desnudo en el Campus Universitario. El gobierno se querelló y algunos dirigentes miristas tuvieron que pasar a la clandestinidad. Este tipo de acciones y otras como los asaltos, generaban críticas por su carácter inmoral o su abierta hostilidad al orden legal, pero también les significaba cierto prestigio en algunos ambientes, como ha destacado Eugenia Palieraki: “las acciones armadas independientemente de su eficacia, daban un importante prestigio y un poder considerable a los militantes que las llevaban a cabo dentro de la organización” (en “¡La revolución ya viene! El MIR chileno en los años sesenta”, Santiago, LOM, 2014).

“Elecciones, no”

A comienzos de 1970, el Secretariado Nacional del MIR publicó un documento que definía su postura ante los comicios de ese año, con un título elocuente: “Elecciones, no; lucha armada único camino”.

El documento era de una transparencia que resume una época: “Los que en definitiva estén por una revolución fundamentalmente socialista, deben rechazar las elecciones y desarrollarse al margen y en contra de ellas, como expresión de la legalidad que pretendemos destruir. Sólo así estarán preparando el inicio de la lucha armada”. En el proceso, resultaba relevante apoyar “todo tipo de huelgas, legales e ilegales, luchas callejeras, ocupaciones de locales de trabajo, de tierras y terrenos, acciones directas”. A partir de esto podría “iniciarse un proceso armado de lucha”. En cuanto al proceso propiamente electoral, mencionaban que llamarían a la abstención: “Nuestra actividad en este sentido será ilegal desde el momento en que está penado por la ley vigente no votar”. Aunque estaban convencidos de que la mayoría de los chilenos participaría efectivamente en las elecciones, estaban convencidos de su posición alternativa: “Nos movilizaremos tras la agitación y la propaganda revolucionaria. Ofreceremos como única verdadera salida la lucha armada y la revolución socialista”. El documento concluía con la convicción de que el “escepticismo y frustración” de las masas las llevaría a buscar una nueva alternativa, que era precisamente la que ofrecía el MIR.

Esto explica el camino paralelo del Movimiento con el de la Unidad Popular. A fines de 1969, el diario del gobierno DC informaba un estado de alerta contra las “expropiaciones”, fórmula utilizada por el MIR para designar los asaltos a los bancos (La Nación, 19 de diciembre de 1969). Días antes se anunciaba que la Fiscalía Militar procesaría al MIR (Clarín, 14 de diciembre de 1969). Revista Vea dedicó un par de artículos al Movimiento, registrando que se había creado un comando de “Servicios especiales” en Investigaciones, cuyo objetivo era “terminar con los expropiadores” (Vea, 18 y 31 de diciembre de 1969).

Por otra parte, mientras la coalición de izquierda designaba a Salvador Allende como su candidato, la prensa informaba que los “miristas asaltaron polvorín”, llevándose gran cantidad de explosivos (La Tercera de la hora, 22 de enero de 1970). En febrero el MIR asumió públicamente ser los autores del asalto al Banco Nacional del Trabajo, acusando a sus dueños de influir y controlar numerosas empresas: “El MIR devolverá a todos los obreros y campesinos del país ese dinero, invirtiéndolo en armar y organizar los aparatos armados necesarios para devolver a todos los trabajadores lo que se han robado todos los patrones de Chile, o sea, para hacer un gobierno obrero y campesino que construya el socialismo en Chile” (Clarín, “No necesitan torturar a nadie: fuimos nosotros”, 24 de febrero de 1970). En marzo fue detenido Sergio Zorrilla, ex vocal de la FECH y dirigente del MIR, después de un enfrentamiento armado con la policía. Había madurado leyendo obras como El Estado y la revolución, de Lenin, tras las elecciones presidenciales de 1964, que lo llevaron de una familia comunista hacia el MIR, que tras su detención acusó a la prensa reaccionaria y al Poder Judicial por una verdadera persecución contra los jóvenes miristas (“Izquierda revolucionaria: vanguardia de la lucha del pueblo”, Suplemento N° 101 de Punto Final, 31 de marzo de 1970). En diversas ocasiones la organización denunciaría incluso la existencia de torturas contra sus dirigentes detenidos.

Un dirigente del Comité Central, Sergio Pérez Molina, explicó los propósitos de la acción del Movimiento, afirmando que las expropiaciones eran necesarias para financiar su organización y que era contra los bancos porque ellos tenían grandes ganancias por “la explotación despiadada de los obreros que se mantienen con sueldos de hambre, que viven en chozas de latas y sacos y que tienen que aceptar aludes de alzas [de precios]”; que seguirían adelante aunque ello significara tener que aceptar las persecuciones del gobierno de Frei y su policía política (Sergio Pérez Molina, “Propósitos del MIR”, Punto Final N° 98, febrero de 1970). Andrés Pascal Allende, otro de los principales dirigentes del Movimiento, recordaría tiempo después sobre aquellos años: “Simultáneamente intensificamos acciones de propaganda armada en apoyo a conflictos obreros, tomas de terrenos, la organización de brigadas de autodefensa de masas, el impulso de acciones directas” (en El MIR chileno. Una experiencia revolucionaria (Rosario, Cucaña Ediciones, 2003). Sin embargo, precisa en una entrevista a Patricia Arancibia que el tema en esos tiempos era el “problema militar, no las armas en sí” (en Patricia Arancibia, “Cita con la historia”, Santiago, Editorial Biblioteca Americana/ARTV, 2006).

Hacia el 4 de septiembre

En el primer semestre de 1970, la campaña estaba en pleno desarrollo, con tres candidatos desplegados y relativamente equilibrados: Jorge Alessandri, Radomiro Tomic y Salvador Allende. Este último, líder de la izquierda y de gran trayectoria política, había logrado movilizar a sus partidarios con los tradicionales actos de masas, pero también con canciones y apoyo del mundo de la cultura, lo que le permitía estrechar posiciones contra un Alessandri que en la primera etapa parecía tener más posibilidades de triunfo. Pese a ello, el MIR no se sumó a la campaña del dirigente socialista, sino que mantuvo su posición inicial.

Evaluando lo que había sido el proceso, en mayo de 1970 el MIR señaló en un documento: “El Movimiento de Izquierda Revolucionaria se decantó y junto a otras organizaciones revolucionarias abandonó la institucionalidad, superó la etapa puramente agitativa y verbalista y rompió el equilibrio político al desafiar abiertamente los aparatos represivos. Comenzó a realizar acciones revolucionarias armadas, expropiando el dinero robado al trabajo ajeno por los bancos; desarrolló niveles organizativos clandestinos y comenzó a fortalecerse militarmente” (“El MIR y las elecciones presidenciales”, Suplemento N° 104 de Punto Final, 12 de mayo de 1970).

En esto existía un doble nivel. Los partidos Socialista y Comunista también se proclamaban marxistas-leninistas, pero no asumían todas las consecuencias del pensamiento revolucionario, particularmente aquella de que la revolución solo puede realizarse mediante la violencia, como habían esgrimido Marx y Engels en El Manifiesto Comunista (1948) y Lenin en El Estado y la Revolución (1917/1918). Por el contrario, la Unidad Popular —y específicamente su candidato, Salvador Allende—– estaban convencidos en las posibilidades de la “vía chilena”. El MIR pensaba distinto y tenían diferencias tácticas insalvables.

¿Cuál era la relación con la Unidad Popular? Desde luego, en los años anteriores habían tenido posiciones distintas en las universidades, salvo excepciones no configuraban un frente común de izquierda y los jóvenes revolucionarios preferían mantener la pureza de su estilo y visión. Sobre la coyuntura de 1970, el MIR estimaba necesario hacer algunas precisiones: la UP buscaba conquistar el poder por la vía electoral, lo que consideraba “un camino equivocado, por lo menos no es el nuestro”. Sin embargo, eso no los convertía en enemigos, como parecía querer realzar la derecha. En términos prácticos, el MIR consideraba que era necesario comprender que un eventual triunfo de la Unidad Popular en las elecciones no significaría de inmediato “un gobierno de obreros y campesinos y el socialismo”, por lo que sería necesario continuar con movilizaciones sociales —combativas, reivindicativas, radicalizadas—, que permitirían la maduración y la lucha por el socialismo. Por otra parte, el MIR estaba convencido de que en la UP existían “sectores reformistas de izquierda”, con los cuales existían mayores diferencias, mientras en la izquierda tradicional había quienes incluso habían solidarizado con los miristas “torturados o presos” y habían colaborado en algunas tareas. En cuanto al programa de gobierno de la Unidad Popular, estimaba que tenía muchas “imprecisiones y ambigüedades”. El documento de abril-mayo de 1970 concluía con una interesante reflexión sobre los eventuales resultados del 4 de septiembre: si existiera “un triunfo de la Unidad Popular, lo que creemos enormemente difícil, partimos de la base que un golpe militar reaccionario tratará de impedir el acceso al poder. En ese caso no vacilaremos en colocar nuestros nacientes aparatos armados, nuestros cuadros y todo cuanto tenemos, al servicio de la defensa de lo conquistado por los obreros y campesinos” (“El MIR y las elecciones presidenciales”, en Suplemento de la edición N° 104 de Punto Final, 12 de mayo de 1970).

La elección estaba en marcha, el futuro permanecía abierto y la Unidad Popular y el MIR ya habían decidido sus respectivos caminos, que volverían a encontrarse durante los mil días de Allende, muchas veces con claros enfrentamientos.

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