Hay un tipo de fútbol que, después de cuatro décadas, está en crisis. Esa gran multinacional que creó Havelange”.

Erradicar la violencia del fútbol requiere admitir a un Otro, que no es como yo, que piensa distinto”.

“Me resisto a esas explicaciones facilistas que dicen que los barras bravas son los malos y que lo único que quieren es destruir”, dice de inmediato el investigador del Instituto de la Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile, Eduardo Santa Cruz, cuando se le explica que el tópico de la entrevista son los barristas en el contexto de la crisis del país. “El tema es muy complejo. Son 40 años, no menos”, adelanta.

El periodista, reconocido hincha de Magallanes, lleva décadas estudiando las implicancias del fútbol en la identidad nacional. En esa línea, Santa Cruz se muestra sumamente crítico con el periodismo deportivo nacional, al que califica de “hipócrita”, por su trato con los hinchas y barristas. “Todo lo que ha hecho esa discursividad de incentivar a las barras con lo del archirrival, de calentar el partido, de que le pintó la cara; es exacerbar la cosa y, después, cuando se produce la violencia, viene el ataque de moralina”, fustiga.

—En el suspendido recital de Polla Records, el vocalista llevaba una camiseta con el eslogan “El fútbol ha muerto”. ¿Le dice algo esto?

—Me parece súper interesante. El fútbol en sí no ha muerto ni va a morir. Pero hay un tipo de fútbol, el ultramercantilizado que, después de cuatro décadas, está en crisis. Esa gran multinacional del espectáculo que creó Joao Havelange en la FIFA, y que aquí se expresa en la Ley de Sociedades Anónimas del 2005, que además privatiza el fútbol, se ha encontrado con la reacción de una sociedad que se resiste a que le expropien una actividad cultural, social, deportiva, como es el fútbol. Ese modelo de fútbol mercantilizado entró en colisión, a propósito de lo que está pasando en lo social. La analogía es obvia: hay un modelo de país, instalado hace cuatro o cinco décadas, que es el que está agrietándose. No sé si se caerá o no. Es un proceso largo, que puede durar décadas.

—¿Cómo es que el fútbol entra en esta crisis que vive el país?

—El fútbol ultramercantilizado, que es muy propio de este modelo económico, tenía que sufrir los avatares de esta rebelión. No podía pasar esto de “separar el fútbol de la política”, como algunos pretendían. ¡Cómo si alguna vez hubieran estado separados! No se puede seguir jugando al margen de todo lo que pasa en el país. Estamos viviendo una situación muy compleja, los ánimos están crispados, hay muchos conflictos que se han desatado y no es cosa de voluntad de decir ‘volvamos a una supuesta paz'.

—Después de verlas competir por cuál es más popular, vemos a las barras de distintos clubes fraternizando. Y un poco se autoconfieren un rol de voceros de las demandas sociales…

—Sí. A propósito de la rebelión social, ocurre algo muy interesante y positivo que es la politización de las barras. Hay un lienzo que dice “perdimos mucho tiempo peleando entre nosotros”. Acá hay una gran oportunidad para comenzar lo que será un largo proceso de erradicar la violencia del fútbol. Pero requiere admitir a un Otro, que no es como yo, que piensa y actúa distinto, que tienen necesidades e intereses distintos. Pueden tener razón o no, eso es otra cosa. En la medida que todos sean reconocidos como sujetos de habla es que existe la posibilidad de erradicar el uso de la fuerza, si no, se cae en lo que vivimos ahora: más represión y más violencia. Es un espiral que va creciendo y no tiene ninguna salida.

—Para el Gobierno sentarse a dialogar con las barras es validar las formas violentas a las que han recurrido...

—No digamos que las barras inventaron la violencia política en Chile. Es cosa que revisemos la historia. De hecho tenemos ministros, parlamentarios, que apoyaron un gobierno dictatorial, que desató la violencia por todo el territorio.

—¿Qué tan funcional o disfuncional pueden ser las barras bravas para que un Gobierno, en términos de Roberto Espósito, active su sistema inmunológico ante un agente que lo ataca?

—Las barras bravas juegan un papel muy simbólico: contribuyen a generar la argumentación necesaria para instalar niveles cada vez mayores de represión. La barra brava permite ponerle cara a ese enemigo del cual hablaba el Presidente los primeros días de la rebelión. Desde noviembre hay cada vez más leyes represivas. No se está viendo la perspectiva histórica. Se echa bencina al fuego.

—¿Cuál es la relevancia de las barras como sujeto político?

—Una característica de esta rebelión es su carácter multitudinario y si se mira en el contexto social amplio, la barra brava es un grupo más. Mucho más importante es el movimiento feminista, por ejemplo. Ahora, pasa que el cabro que está en la barra, vive también en una población, quizás también estudia y está en la universidad, ¿me explico? No son militancias duras. Son cosas mucho más transversales. Entonces, las barras juegan un rol simbólico muy importante, porque cuando aparecen juntos en la Plaza con esa consigna, están diciendo que el modelo fracasó en el intento de hacerlas pelear unas con otras, y de usarlas como elemento distractor. Están pensando por sí mismas y eso juega un rol político muy importante.

—¿Pero hay densidad política en las barras y sus líderes?

—Eso es relativo. Es difícil determinarlo porque, en estos 40 años, ha pasado todo tipo de gente por las barras. Acuérdate del Anarquía, en Los de Abajo; Pancho Malo, en la Garra Blanca. Se ha hablado de que ha habido narcotraficantes metidos y debe haber. La barra es, justamente, una cosa no rígida. Hay de todo. Entonces, los líderes que surjan van a depender mucho del contexto. Si las barras siguen este proceso de politización, van a ser líderes cada vez más políticos.

—Anarquía, Pancho Malo, son nombres que expresan un nivel de violencia. Sus identidades se levantan desde una posición radical…

—Sí, pero ahí lo más importante son los contextos. Si este es poco politizado, como en los 90, el liderazgo va a ser más bien personalizado o ligado a otro tipo de actividades. Diría que hoy no es el contexto ni para el Pancho Malo ni para el Anarquía. Hay datos que sirven de indicios: en la Chile hay un grupo de estudiantes que se llama Asociación de Hinchas Azules. Ellos vienen haciendo actividades durante varios años y, entre ellas, hicieron reuniones en que se contactaron con gente de varias barras, incluyendo la Garra Blanca. Entonces, esta idea de ir conectándose no es algo que haya surgido solamente ahora. No sabemos si ahora eso va a agrandarse y profundizarse. Si eso ocurre, van a surgir líderes cada vez más políticos.

—En relación a la privatización de los clubes, cada cierto tiempo las barras entran en una disputa simbólica con las instituciones por recuperar la propiedad del fútbol. ¿Cómo se desarrolla esta disputa?

—El sociólogo deportivo argentino Pablo Alabarces dice que la barra brava es la máxima expresión del modelo económico actual. No representa a un otro fútbol del pasado. No hay nostalgia en ella. No es eso. Es producto de este modelo. En Chile, fueron organizadas en los 80 por los dirigentes de clubes de la Central de Fútbol —la predecesora de la ANFP—, nombrados por la dictadura para cambiarle la mentalidad al espectador chileno, al que consideraban “pavo” porque no hacía sentir la localía a los rivales. Yo soy de la época en que 70 mil personas en el Estadio Nacional veían el partido en silencio. ¿Por qué? Porque éramos espectadores. Prendías una radio a pilas y te decían, ‘por favor, señor, ¿puede bajarle que está molestando con esa bulla?'. Eso cambió para las eliminatorias para el Mundial de España, se incentivó al hincha. Pero si bien es un producto del sistema, la barra brava se “maneja sola”, tiene su propia lógica y discurso. Aunque han intentado manipularla e intervenirla. Pero la barra brava no es una organización social, es lo que un autor llama una multitud. Una cosa que se arma y se desarma; se constituye y se desconstituye; a veces más grande, a veces más chica. Se renueva constantemente. Para ser parte de una barra basta con ir al estadio.

“El hincha es un irracional”

—¿En qué se diferencia ese espectador del pasado del hincha actual, más allá del ruido?

—El hincha es un irracional. Este modelo intenta crear a toda costa hinchas por sobre espectadores. Y el prototipo es el hincha de La Roja. Es decir, un tipo obediente, que grita, canta, salta y compra, compra, compra. En definitiva, reducir al hincha a la lógica del consumidor.

—¿Qué pasa con las barras bravas bajo esa lógica?

—La barra brava arranca de eso, rompe esos límites, aunque a veces los sigue: compra la camiseta nueva cada campeonato, los abonos, a lo mejor paga el CDF; pero tiene sus propias lógicas y escapa del prototipo de hincha obediente. La barra brava es un fenómeno social extraordinariamente complejo, porque está conectado con otro elemento que tampoco se toma en cuenta en los medios: muchos son de sectores sociales fraccionados, heterogeneizados, precarizados, sin otro acceso a la vida que no sea el consumo, y a este por la vía de la deuda. Entonces, se ha creado una suerte de identidad colectiva, y en eso la prensa deportiva tiene mucha responsabilidad, en que reducen toda la vida humana de esos grupos a ser hincha de este club y no de otro. El común de la gente tiene varias facetas en su vida. Pero al hincha consumidor se le ha dicho “toda tu vida es este color”. Ese discurso de la pasión y esas tonteras lo que buscan es crear un simio irracional, que solo siente. Pero eso no es casual, porque el socio del siglo XX pensaba.

—¿Cómo es eso?

—Antes existían asambleas de socios, que eran la base de la soberanía en los clubes deportivos, donde se discutían las políticas deportivas. ¡Colo Colo las hacía en el Teatro Caupolicán, poh! En la medida que la propiedad privada se hizo de los clubes, la opinión se hizo algo que no le corresponde al hincha. Ahí hay un elemento muy clave. Por eso digo que el fútbol ha sido expropiado.

—Otros dirían que sin la mercantilización no tendríamos a un Messi, a un Cristiano Ronaldo, los estadios…

—Sí, pero eso es allá. Porque lo que se tiene es un mercado mundial, en el que Chile, al igual que sucede con la economía mundial, es periferia. Absolutamente marginal. Somos un país exportador de materias primas, de fruta verde, y nada más que eso. Se resfrían los chinos y empezamos a tiritar porque el cobre no sé qué le va a pasar y las cerezas están en un container y no se pueden sacar. Ese es el grado de fortaleza de la economía chilena. Lo mismo pasa con los futbolistas.

“Nadie sabe qué hicieron con la plata”

—¿Qué hay de las Copas Américas ganadas?

—Sí, pero eso no fue producto de una política de desarrollo, sino de algo absolutamente circunstancial. Es cosa de mirar lo que pasa con las selecciones sub 20, sub 17, sub 23. O lo que pasa con los clubes compitiendo internacionalmente. Olvídate de jugar contra la Juventus o contra el Manchester City. Si uno revisa las estructuras de ingresos de esos países, son mucho menos injustas que la de acá. Los países europeos tienen salud gratis, educación gratis. Para qué hablar del modelo previsional. Son contextos absolutamente incomparables. Acá se dice que el modelo económico permitió que la gente fuera a veranear a Cancún, pero lo que no dicen es que supone vivir endeudado. Cualquier movimiento internacional puede provocar una crisis económica enorme en Chile, y que miles de personas vean que ese supuesto desarrollo no era más que un espejismo. En ese marco económico y social opera nuestro fútbol.

—¿Y del hecho de que el fútbol nacional cuenta con más plata que nunca?

—Sí, eso es verdad. Tiene más plata que nunca, porque desarrolló un negocio como el CDF y los derechos televisivos. Hoy los derechos de imagen son los que financian al fútbol. Ahora, cuando vendieron el Canal del Fútbol entraron US$ 3 millones a cada club. ¿Qué hicieron los dueños con esa plata? ¿Tenemos los hinchas del club posibilidad de preguntar eso? No. No sabemos lo que hicieron. El fútbol está en manos de unos pocos que conforman el consejo de presidentes de la ANFP, que se autorregula. Es la única instancia del país, que no tiene ningún control externo. Hacen los reglamentos para ellos mismos. Y eso se notó en la forma en que terminó el campeonato pasado. A todo eso es lo que se oponen, con razón o sin razón, las barras bravas.

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