Todo comenzó cuando José Manuel Moller descubrió lo que llamó un “impuesto a la pobreza”. En 2011, vivía en una población en La Granja cuando observó que comprar en pequeño formato resulta mucho más caro que en grandes cantidades.

“No somos fundación, somos una empresa que está en la protesta y también en la propuesta”, dijo Moller en Icare. El fundador de Algramo —que cambió la forma de comprar en los almacenes— y Fracción —la farmacia digital que baja el costo de los medicamentos al venderlos por unidad—, es el invitado favorito para hablar de emprendimiento.

“Algramo busca disminuir el verdadero problema que tenemos hoy día que es el de la desigualdad. No somos Think Tank, no hacemos políticas públicas, pero ponemos en el centro a las personas”, explica en su oficina, una amplia casona en barrio Italia, donde convocan a un equipo de 35 trabajadores.

Este ingeniero comercial de la U. Católica, de 31 años, logró levantar su empresa de triple impacto (social, ambiental y económico). Ganó en diciembre pasado el primer lugar en el Ocean Plastic Innovation Challenge —de la revista National Geographic— que convocó a emprendedores de todo el mundo para presentar sus propuestas de solución al problema del plástico en el mar. Fueron los únicos latinoamericanos en competencia.

En paralelo, recibió el espaldarazo del fondo inglés Sky Ocean Ventures. Un par de meses antes apostó por ellos el mayor fondo norteamericano en economía circular, Closed Loop Ventures y lograron un levantamiento de capital de 2 millones de dólares. “Este año deberíamos hacer una segunda ronda mucho más agresiva para salir de Chile”, adelanta. “Le pasó a Cornershop, le pasó a The NotCo; el inversionista chileno no quiere correr riesgos. Hace falta crecer en inversión de impacto en este país. Bueno, ninguno de estos dos fondos, expertos en economía circular, había invertido en Latinoamérica, por lo que es una noticia excelente para Chile”.

A fines de 2018 Moller también lanzó Fracción, un nuevo proyecto junto al ingeniero Javier Vega, quien lo contactó para replicar el modelo de Algramo en el área salud. La farmacia online hoy entrega medicamentos en “dosis justas” en todo el país. Actualmente, están trabajando con Cenabast para ser distribuidores y mejorar el acceso a los medicamentos a la población.

“La segregación es lo más difícil de resolver”

En 2013 Cote, como le dicen, formalizó Algramo con máquinas dispensadoras que instaló en almacenes para vender a granel. Comenzaron con detergente y siguieron con arroz, garbanzos, porotos, etc. En 2014, incorporaron envases retornables para detergentes, en ese entonces, en 70 almacenes. Se certificaron como empresa B y él fue invitado a las charlas Ted en Río de Janeiro. Y recién en 2018 empezaron a generar ganancias.

“Hoy el discurso de Algramo tiene más sentido que nunca, pero es el mismo de 2012. Nosotros y muchas otras organizaciones teníamos el mismo diagnóstico. Ahora se demostró que el crecimiento no llega a la gente. Hay gente que vive en modo estallido hace 30 años”, advierte.

Es que estaba en la universidad cuando decidió dejar su casona de campo en Huechuraba para irse a vivir a La Granja.

Su padre es ingeniero civil y su madre, dueña de un jardín infantil gratuito en un barrio vulnerable. “Ese no es un voluntariado, por 30 años ha sido su trabajo, porque es lo que a ella le parece justo. Algramo funciona así, no por pena ni caridad, sino porque encontramos que hay que armar un modelo justo”, acota Moller. Trabajó muchos años en campamentos y en políticas universitarias. “Eso me influenció en pensar más allá de lo que hago, porque necesitamos buenos emprendedores, pero también buenos doctores, profesores y políticos”.

Con tres amigos arrendó una casa en una población, donde él estaba a cargo de las compras y la cocina. Mientras, estudiaba y trabajaba. Se fueron por seis meses y se quedaron un año y medio. “Y como no teníamos plata, comprábamos en pequeño formato. Pero yo no estaba en un experimento de nada. Llegamos solo por ser vecinos”, relata.

—Ahí observaste lo que sucedía con el pequeño formato.

—Las empresas ven que es más rentable vender en pequeños formatos, pero nadie piensa que es la gente de menos ingresos la que los costea. Ahí me hizo el clic, y pensé que es un problema que afecta al mundo. Mi ambición siempre fue muy grande, porque quería cambiar una industria. Quería ser honesto con la solución, porque no servía intervenir un par de comunas. Hay empresas que generan ingresos con un sistema que perjudica a las personas, había que competir con ese modelo. Y es curioso, porque partí con detergente en 2012, siempre quise piratear el Omo (risas), cosa que ya le conté a la gente de Unilever, quienes ahora son mis aliados. Mandé a hacer una fórmula que hasta hoy es el Detergente Algramo”.

—¿Qué te impactó de tu época en esa población como modo de vida?

—No tengo ningún gran romanticismo. Una población es un lugar de donde gran parte de la gente quiere salir. No hay que engañarse. La mayor precariedad hoy en día no tiene que ver con las cosas, sino con las redes. Si alguien se enferma tienen que recurrir a un bingo o al almacén para que done un premio. La segregación es lo más difícil de resolver, estar disponibles para otro entre personas distintas. En los barrios se vive en comunidad por necesidad, porque las casas no tienen patio y se encuentran en la cancha de fútbol. No tienen a nadie a quien recurrir más que a los vecinos. Pero si se da el caso de que tienen más plata, muchos se compran un departamento en Providencia para llevar la misma vida vacía de vida de barrio que cualquier otro.

“Hay una presión muy grande por abrir nuevos mercados”

En junio de este año Algramo comenzará a funcionar con un proyecto piloto en EE.UU. Al mismo tiempo, Moller planifica —a mediano plazo y de conseguir financiamiento— trasladarse con parte del equipo a Europa. “Hay una presión muy grande por abrir nuevos mercados. Unilever necesita que esto funcione también en la India. Queremos lograr una solución a escala mundial”, explica.

Acaban de activar en Providencia, Vitacura y Las Condes triciclos eléctricos que reparten Omo y Quix a domicilio, plazas y puntos de reciclaje. Y están en conversaciones para pronto entrar en Santiago Centro. Desarrollaron envases inteligentes que funcionan con tecnología similar a la de una tarjeta BIP (RFID), que asocia un usuario a cada envase. Y cada vez que se reutilizan, además, genera una recompensa en pesos que sirve para la actual o futuras cargas. El plan es incorporar, en marzo, comida para perros. Y en abril debutarán con una tienda “Cero basura” en Mall Plaza.

“Hoy las app están llevando basura de un lado a otro. La sacan del supermercado para llevártela a tu casa y de ahí al vertedero. Lo que queremos es llevar el producto, no el desecho”, añade.

Los viejos dispensadores de almacenes de Algramo están desapareciendo, porque pronto volverán los alimentos con nuevos dispensadores tecnologizados.

Trabajan en 24 comunas, en 2.200 almacenes —con el sistema retornable como las bebidas— con detergente, lavalozas, limpiapisos, suavizante y sumarán limpiadores y jabón.

—¿Dices que estos nuevos envases podrían durar 200 o 300 años?

—Claro, la idea es usar el plástico en su vida útil. ¡Ojalá poder heredarlos el día de mañana! Y si te encuentras un envase de Algramo botado deberías recogerlo, no solo porque te sirve para reutilizar sino porque podría tener plata. Hay que tener soluciones no solo para el millennial ABC1 vegetariano, sino también para el 90% de la gente que toma decisiones basadas en precios. Queremos demostrar que ser sustentable es incluso más barato.

“No hay tiempo para egos”

José Manuel cuenta que este giro en su proyecto comenzó con un hito clave: cuando, en octubre de 2018, el Panel Internacional de Cambio Climático anunció que no teníamos hasta el 2050 para reducir las emisiones, sino hasta el 2030. “Daño ambiental irreversible: quedaban apenas 11 años. Yo pensaba que teníamos un impacto súper positivo, porque ¡más del 80% de nuestros envases está siendo reutilizado!, pero seguimos siendo súper chicos. Chile como país aporta 0.25% de las emisiones. Y el desafío es mundial”.

Sacaron cálculos con los vendedores: “¿Cuántos Algramos necesitamos en el mundo para cambiar esto?: infinitos. Entonces decidimos abrir el modelo y convencer a los productores más grandes del mundo del plástico a que se sumen. No es lo que más me acomodaba, ni es lo que estaba buscando”.

—¿Entonces decidiste unirte al enemigo?

—Sí. ¡Al que estaba pirateando! Me di cuenta de que para llegar a metas tan ambiciosas no hay tiempo ni para egos ni orgullo, hay que invitarlos a todos. Tenemos un objetivo común que es reducir la cantidad de plástico. El reciclaje es la última consecuencia, el desafío es no llegar a eso.

—Te escuché decir que pretendían acabar con el reciclaje...

—El sueño de Algramo es dejar obsoleto el reciclaje. No es que estemos en contra de que la gente recicle, hay que hacerlo, pero ojalá no tengan la necesidad. Mejor es reutilizar. Hoy Algramo hace conversar a actores que no estaban conversando. El almacén considera que Unilever es su enemigo; Unilever considera que el supermercado es su enemigo... hay mucha desconfianza. Hoy nuestro enemigo es el packaging y los 10 años que nos quedan para resolver el problema. O el planeta se va a ir al carajo y cuando eso pase, ¿de qué sirvió el orgullo y el ego? Para estar a la altura del desafío internacional hay que cambiar los códigos.

—Pretenden levantar nuevos fondos este año, ¿tienen una meta de rentabilidad a corto plazo?

—No nos medimos en términos de rentabilidad en el corto plazo, pero sí nos pusimos como meta llegar el 2025 en las principales economías de mundo y que mucha gente cambie el switch y reutilice su envase. El cambio de hábito no se demora 21 días como dicen los libros; se demora 4 o 5 años según nosotros. Eso para que en 2030, en sintonía con el Acuerdo de París, podamos tener un cambio de conducta y ser un actor relevante. No hay que olvidar que el 10% más rico genera la mitad de la contaminación, ¡hay que estar ahí!

—En Le Tercera decías que no te interesa el mundo de los emprendedores, que no eres fan de Steve Jobs, ni te interesa tener amigos emprendedores.

—Tampoco soy Shrek, tengo amigos emprendedores, pero no es lo que más me gusta. Emprender por emprender no me mueve. Estoy en esto porque tiene un impacto social.

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