Por Alejandro San Francisco

Salvador Allende había nacido en Santiago el 26 de julio de 1908, y a fines de la década de 1960 se había convertido en la principal figura de la izquierda chilena.

Estudió Medicina en la Universidad de Chile y desde muy joven fue miembro del Partido Socialista, fundado en 1933. Desarrolló una larga y exitosa trayectoria, que aparece explicada con detalle y admiración por Mario Amorós en “Allende. La biografía” (Santiago, Ediciones B, 2015).

Su vida electoral comenzó con un temprano triunfo en su candidatura a diputado en 1937. Poco después abandonó su puesto en el Congreso para asumir como ministro de Salubridad en el gobierno de Pedro Aguirre Cerda. En su paso por esa cartera publicó su libro “La realidad médico-social chilena” (Santiago, Lathrop, 1939), que comenzaba con una afirmación lapidaria: “Chile tiene la más alta mortalidad infantil del mundo”.

En 1945 comenzó la exitosa carrera senatorial de Allende, con una victoria que se repetiría en 1953, 1961 y 1969. Por otra parte, en 1952 tuvo su primera candidatura presidencial, que fue más bien testimonial y solo logró el 5% de los votos. Seis años más tarde postuló otra vez a La Moneda, con dos grandes novedades: la primera es que lo hizo como representante del Frente de Acción Popular (FRAP), que integraba a los partidos Comunista y Socialista; la segunda, como ha destacado el historiador Joaquín Fernández, es que para entonces ya existía el “allendismo”, fenómeno político que excedía el apoyo tradicional de la izquierda. En esa ocasión fue superado levemente por Jorge Alessandri, quedando con buenas expectativas para los comicios de 1964.

Sin embargo, en esa tercera apuesta Allende tampoco logró la victoria, en parte por el potente liderazgo del DC Eduardo Frei Montalva, quien resultó triunfador, y en parte por la adhesión de la derecha a la candidatura democratacristiana, ante el temor de un eventual triunfo marxista. Tras su derrota, Allende denunció la existencia de una inaceptable campaña del terror en su contra y acusó que la DC había obtenido una victoria “sucia” (Punto Final, N° 5, noviembre de 1965).

El fantasma de Castro

La derrota de 1964 tuvo un impacto profundo en la izquierda y el propio Allende fue un duro detractor del gobierno de Frei. El éxito de la Revolución Cubana en 1959 había mostrado un camino alternativo exitoso para construir el socialismo, mientras las experiencias electorales solo acumulaban derrotas en el marco de lo que algunos dirigentes de izquierda descalificaban como democracia formal o burguesa.

Por lo mismo, se abría la posibilidad de adherir a la vía armada para llegar al poder, como mecanismo legítimo y viable para la revolución. Esa fue la postura adoptada por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), tras su fundación en 1965. Más importante todavía, fue la definición del propio Partido Socialista en su Congreso de Chillán, en 1967, cuando proclamó que “la violencia revolucionaria es inevitable y legítima”.

¿Cuál era la posición de Allende frente a la violencia revolucionaria y la vía armada para alcanzar el poder en Chile? El líder socialista sostuvo una posición de minoría en Chillán y se manifestaba convencido en lo que se llamó la “vía chilena”, es decir, la vía electoral y democrática tradicional, que también suscribía el Partido Comunista.

Sin perjuicio de ello, Allende aceptaba la legitimidad de la vía armada en otros países o realidades, y admiraba la Revolución Cubana y a sus dos grandes líderes: Fidel Castro y Ernesto Che Guevara. En otras ocasiones había manifestado su admiración por el dictador soviético Stalin, por Ho Chi Minh y otras figuras lejanas al sistema democrático.

No obstante, el propio Allende tenía una trayectoria democrática en la sociedad chilena, al interior del Congreso Nacional y dentro de las luchas de la izquierda nacional. Con todo, también estimaba necesario precisar que el socialismo chileno nada tiene que ver con la socialdemocracia “ni tampoco con algunos partidos que se dicen socialistas en Europa”, como le expresó sin ambigüedades a Régis Debray en una entrevista famosa en 1971.

Mochila pesada

Allende tenía una ventaja y una desventaja que provenían del mismo origen: sus tres candidaturas presidenciales previas. Eso lo hacía parecer, desde una perspectiva negativa, un candidato gastado, con techo electoral, que no podría crecer mucho más y, por lo tanto, incapaz de lograr una victoria: la cuarta candidatura significaría una nueva frustración para la izquierda, pensaban sus críticos. En el plano positivo, era evidente que el médico socialista era una figura política conocida a nivel nacional, un gran candidato —que había sido derrotado por diversas circunstancias—, “campañero” y trabajador, que sabía llegar a la gente: “Como la Coca Cola, soy un producto que ya está metido. A Allende lo conocen en todos los rincones de Chile”, argumentaba en su favor (en Eduardo Labarca, “Chile al rojo. Reportaje a una revolución que nace”, Santiago, Ediciones de la Universidad Técnica del Estado, 1971).

Sin embargo, no existía el mismo convencimiento entre todos los socialistas. Por otra parte, la Unidad Popular era un conglomerado, donde cada partido podía creer tener mejores derechos o una figura más adecuada para enfrentar la contienda electoral. La UP fue una construcción de largo plazo, que había comenzado originalmente con el FRAP, pero que hacia 1969 amplió su convocatoria hacia otros partidos de izquierda o que antes habían ocupado el centro político (partidos burgueses, se les llamaba).

Fue una trayectoria larga, con discusiones ideológicas relevantes, donde los partidos Comunista y Socialista sintieron el impacto de la Revolución Cubana y de los resultados de la elección de 1964, pero se mantuvieron unidos, en una historia que ha sido bien explicada por Marcelo Casals en “El alba de una revolución. La izquierda y el proceso de construcción estratégica de la ‘vía chilena al socialismo'” 1956-1970 (Santiago, LOM, 2010). En 1969 el espectro se amplió, con la incorporación del Partido Radical, el Movimiento de Acción Popular Unitario (MAPU), el API y el Partido Social Demócrata, los cuales constituyeron junto al PC y al PS el Comité Coordinador de la Unidad Popular. Era octubre de 1969.

De inmediato se iniciaron dos procesos paralelos muy importantes. El primero era levantar un programa de gobierno que tuviera el acuerdo de las distintas agrupaciones y que sería la base de la vía chilena al socialismo. La izquierda estaba convencida de que no se trataba simplemente de cambiar al Presidente de la República, pues era necesario realizar transformaciones estructurales, revolucionarias, para construir el socialismo en Chile. El programa, finalmente, estuvo listo en diciembre, e incluso precedió a la designación del candidato de la Unidad Popular. Un documento de entonces planteaba aspectos ideológicos importantes en el proceso que vivía Chile: “La lucha de clases, en cuanto corresponde a la realidad chilena, debe jugar un papel principal en la campaña… No patrocinaremos una confrontación artificial, sino que la agudización de las contradicciones del sistema provocará un enfrentamiento cada vez mayor, que elevará las luchas de las masas a superiores niveles, planteándose final y necesariamente el problema definitivo de la conquista del poder” (“Acuerdo sobre conducción y estilo de la Campaña”, en Programa básico de gobierno de la Unidad Popular).

El segundo proceso era precisamente la designación del candidato. Esto le permitió a cada partido tener su propio precandidato, destacando los comunistas, que levantaron la postulación del poeta Pablo Neruda. El MAPU presentó a Jacques Chonchol, exfuncionario del gobierno de Frei en temas de Reforma Agraria; el Partido Radical apoyó a Alberto Baltra y los socialdemócratas a Rafael Tarud.

Humillante votación interna

Al Partido Socialista no le resultó fácil tomar sus definiciones, pues existían dos posiciones en relación a la eventual postulación de Allende. Curiosamente, no existía una candidatura alternativa potente: una posibilidad habría sido el senador Aniceto Rodríguez, pero decidió no competir. Pero pese a ello la nominación de Allende no estuvo exenta de complejidades. En la primera votación del Comité Central del PS, Allende logró 13 votos a favor, contra 14 abstenciones, lo que no solo resultaba humillante sino que impedía proclamarlo. Tras una discusión, se retiraron dos miembros del organismo colegiado y esto permitió que se impusiera la candidatura de Salvador Allende, ¡por 13 votos a favor contra 12 abstenciones! No resultaba especialmente halagador, pero al menos definía el problema. Quedaba una segunda tarea: lograr la nominación de parte de la Unidad Popular en conjunto.

Al interior de la UP tampoco resultaba claro que el candidato debía ser Allende, como parece evidente a la luz de la historia posterior. Por el contrario, dentro de la Unidad Popular existían las mismas discusiones sobre el postulante definitivo, a lo que se sumaba el legítimo interés de los partidos de presentar un hombre de sus filas como el mejor candidato para enfrentar a Tomic y a Alessandri, quienes ya habían sido proclamados por sus partidarios.

Hubo críticas hacia Allende por ser un político del pasado y también por estar apegado a “los vicios parlamentarios”, lo que llevó a solicitarle que desistiera de su candidatura. El MAPU pensaba que Chonchol podría atraer mejor a los jóvenes, considerando la mística generacional con la que nació ese movimiento, fruto de una división dentro de la Democracia Cristiana. Otros también hacían ver la falta de novedad del candidato socialista. Sin embargo, había dos claros aspectos en su favor: el ya mencionado grado de conocimiento, así como la importancia histórica y política del Partido Socialista, que era muy superior a la de los demás partidos que aspiraban a liderar la coalición. Solo el Partido Comunista tenía una relevancia equivalente al PS y Neruda era una figura de fama universal, quien ya se encontraba recorriendo el país, en plena y curiosa campaña: recitaba poemas y congregaba gente que no necesariamente compartía los ideales de la UP.

Humo rojo, humo blanco

La Unidad Popular realizó diversas reuniones para decidir quién sería su candidato, en un proceso que parecía no tener fin. Un dirigente del Partido Nacional recordaba que por esos días –comienzos de enero de 1970– se encontró con Salvador Allende en los pasillos del Congreso Nacional y le preguntó: “¿Y, hay humo blanco?”, a lo que el socialista respondió con simpatía: “No hay humo rojo y va a haber humo blanco”. Todavía no existía candidatura única de la UP.

El “sistema” electoral definido no era fácil, como aparece narrado por Eduardo Labarca en “Chile al rojo”: cada partido tenía dos votos, lo que hacía previsible que votarían por su candidato y alguno más afín (aunque también abría las puertas a algún arreglo). Así se distribuyeron los votos: Partido Radical: Alberto Baltra y Rafael Tarud; Partido Social Demócrata: Rafael Tarud y Alberto Baltra; API: Rafael Tarud y Alberto Baltra; Partido Socialista: Salvador Allende y Pablo Neruda; Partido Comunista: Pablo Neruda y Salvador Allende; MAPU: Jacques Chonchol y Pablo Neruda.

Esto generaba un problema: un empate triple entre Baltra, Tarud y Neruda, en circunstancias que los dos primeros no tenían posibilidades reales de victoria. Allende aparecía en un lejano cuarto lugar y Chonchol quedaba último. El PC inició las gestiones para tratar de arreglar el entuerto, para lo cual estaba disponible la generosidad de los propios comunistas. Las presiones se multiplicaron.

Chonchol retiró su candidatura antes de finalizar 1969. Por otra parte, hubo advertencias recíprocas de los dos polos que se conformaron: el PR, el PSD y el API señalaron que Neruda y Allende no recibirían votos de sectores medios no revolucionarios; el PC puso encima su peso electoral: junto a los socialistas representaban 800 mil votos en Chile, muy lejos del exiguo apoyo que tenían los demás partidos. El propio Allende amenazó con su renuncia, aunque finalmente se consumó el retiro de Baltra y Neruda, e incluso Tarud bajó la suya: el camino quedaba despejado para el “porfiadísimo compañero”, como le llamaba el poeta comunista a su amigo futuro Presidente de Chile.

Finalmente, el secretario general del Partido Comunista pudo dar el anuncio en una reunión pública: “Trabajadores de Santiago, pueblo de la capital, queridos camaradas: Salió humo blanco. Ya hay candidato único. Es Salvador Allende” (Luis Corvalán, “De lo vivido y lo peleado. Memorias”, Santiago, LOM, 1997). El propio Corvalán fue “el artífice de la designación de Salvador Allende como candidato presidencial”, según resumió el también comunista Orlando Millas en sus “Memorias, 1957-1991. Una digresión” (Santiago, Ediciones Chile-América, CESOC, 1996).

Allende iniciaba su camino oficial hacia La Moneda.

LEER MÁS